[Este artículo se publicó originalmente en Continuum, verano de 1964, pp. 220-231]
Entre la avalancha de libros y artículos recientes sobre el floreciente movimiento conservador, se ha dicho poco acerca de sus ideas esenciales y su liderazgo intelectual. Más bien se ha centrado la atención en los fenómenos de masas del ala derecha: los Billy James Hargis, los Birch, los distintos cruzados por Dios y la patria. Así que el olvido de la ideas del ala derecha ha oscurecido su verdadera naturaleza y ha escondido un enorme y significativo cambio en la misma naturaleza de la derecha que se ha producido desde la Segunda Guerra Mundial.
De hecho, debido a la total ausencia de diálogo entre las distintas partes del espectro político en este país, tanto la derecha como la izquierda están llevando sus argumentos en lo que solía llamarse un gran «retraso cultural»: ambas partes siguen pensando erróneamente que las categorías del debate son las mismas que había inmediatamente después de la guerra. En particular, bajo el aspecto de cierta continuidad retórica, el contenido intelectual y los objetivos de la derecha se han transformado radicalmente en la última década y media y esta transformación ha pasado prácticamente inadvertida tanto para la derecha como para la izquierda.
La moderna derecha estadounidense empezó en los años treinta y cuarenta como una reacción contra el New Deal y la Revolución de Roosevelt y específicamente como una oposición al crítico aumento del estatismo y la intervención estatal en el interior y a la guerra y el intervencionismo estatal en el exterior. El motivo que guiaba a lo que podríamos calificar la «vieja derecha estadounidense» era un profundo y apasionado compromiso con la libertad individual y con la creencia de que esta libertad, en los ámbitos personales y económicos, estaba gravemente amenazada por el crecimiento y el poder del Leviatán estatal, en el interior y el exterior.
Como individualista y libertario, la vieja derecha sentía que el crecimiento del estatismo en el interior y el exterior eran corolarios: la coerción del New Deal, bajo la justificación de una ilusoria seguridad interna, se unía a la coerción extrema de la guerra en búsqueda de la ilusión de una «seguridad colectiva» en el exterior y ambas formas de intervención trajeron con ellas una ampliación del poder del Estado sobre la sociedad y los individuos. En el interior, se buscaba a la Corte Suprema para una «interpretación estricta» de la Constitución para controlar la depredación gubernamental de la libertad del individuo y se denunciaba el servicio militar como una vuelta a una forma inconstitucional de servidumbre involuntaria.
A medida que la fuerza del New Deal llegaba a su culmen, tanto interno como externo, durante la Segunda Guerra Mundial, una asediada y diminuta oposición liberal empezaba a emerger y a formular su crítica total a las tendencias que prevalecían en Estados Unidos. Por desgracia, la izquierda, casi totalmente comprometida con la causa de la Segunda Guerra Mundial así como con la extensión del New Deal internamente, no vio en la oposición una defensa razonada y de principios de la libertad, sino un mero «aislacionismo» en el mejor de los casos y, en el peor, un consciente o inconsciente «repetir las consignas de Goebbels».
No debería olvidarse que no hace tanto que la izquierda no estaba libre de realizar su propia forma de búsqueda de complots y culpables por asociación. Si la derecha tenía a sus McCarthy y Dilling, la izquierda tenía sus John Roy Carlson.
Es realmente cierto que mucha de esta naciente y emergente derecha liberal estaba tintada de chauvinismo ciego, con desdén para los «extranjeros», etc., y que incluso entonces se entreveía una lamentable tendencia al complot. Pero aún así, la tendencia que prevalecía sin duda entre los intelectuales de la derecha era una oposición de principios y mordaz a la guerra y su consiguiente destrucción de la vida y la libertad y los valores humanos.
El ideal de Beard de abstenerse de participar en las guerras europeas esencialmente no era un desdén chauvinista por los extranjeros, sino una llamada a los Estados Unidos para volver a su antiguo objetivo de servir al mundo como un faro de la paz y la libertad, en lugar de cómo el amo de un correccional para hacer que todo el mundo se comporte bien por la fuerza de las bayonetas. Si los «aislacionistas» no eran liberales, al menos se movían en esa dirección, y sus ideas sólo necesitaban refinarse y sistematizarse para llegar a ese destino.
En la devoción por la paz, en la ansiedad por limitar y confinar las intervenciones militares del estado y las consecuentes guerras, había pocas diferencias entre el principio de neutralidad de la derecha en la anterior generación y el principio del neutralismo de la izquierda de hoy en día. Cuando percibimos esto, la obsolescencia esencial de las viejas categorías de «derecha» e «izquierda» empieza a quedar clara.
Los líderes intelectuales de la vieja derecha de la Segunda Guerra Mundial y la inmediata posguerra eran entonces y siguen siendo hoy casi desconocidos entre los intelectuales estadounidenses: Albert Jay Nock, Rose Wilder Lane, Isabel Paterson, Frank Chodorov, Garet Garrett. Requiere un gran esfuerzo de voluntad recordar los principios y objetivos de la vieja derecha, tan diferentes de la derecha actual.
El énfasis, como hemos indicado, se ponía en la libertad individual en todos sus aspectos como oposición al poder del estado: en la libertad de expresión y acción, en la libertad económica, en las relaciones voluntarias en oposición a la coerción, en una política exterior pacífica. La gran amenaza para esa libertad era el poder del estado, con su invasión de la libertad personal y la propiedad privada y su creciente despotismo militar.
Filosóficamente, el mayor énfasis se ponía en los derechos naturales del hombre, a los que se llega investigando mediante la razón de las leyes de la naturaleza humana. Históricamente, los mentores intelectuales de la vieja derecha eran liberales como John Locke, los Leveller, Jefferson, Paine, Thoreau, Cobden, Spencer y Bastiat.
En resumen, esta derecha libertaria se basaba en el progresismo de los siglos XVIII y XIX y empezó a extender sistemáticamente está doctrina aún más allá— El canon contemporáneo de la derecha consiste en Our Enemy the State y Memoirs of a Superfluous Man, de Nock, The God of the Machine, de Paterson (el capítulo, «Our Japanized Educational System», fue el que prácticamente lanzó la reacción de la posguerra contra la educación progresiva) y A Mencken Chrestomathy, de H. L. Mencken. Su órgano de opinión era el ahora olvidado periódico mensual Analysis, editado por el principal discípulo de Nock, Frank Chodorov. El pensamiento político de este grupo fue bien resumido por Chodorov:
El Estado es una organización antisocial, originado en la conquista y preocupado sólo por confiscar la producción. (…) Hay dos maneras de ganarse la vida, explicaba Nock. Una son los medios económicos, la otra son los medios políticos. La primera consiste en la aplicación del esfuerzo humano a los materiales en bruto para crear cosas que quiera la gente, la segunda es la confiscación de la propiedad legítima de otros. (…)
El Estado es ese grupo de gente que habiéndose apropiado de la maquinaria de la compulsión, legalmente o no, la usa para mejorar su Estado: esos son los medios políticos.
Nock se hubiera apresurado a explicar que el estado no son sólo los políticos, sino también los que hacen uso de los políticos para sus propios fines: eso incluiría a los que llamamos grupos de presión, los lobbies y todos los que reclaman privilegios especiales a los políticos. Todas las injusticias que asolan las sociedades «avanzadas», mantenía, son atribuibles a la labor de las organizaciones del estado que se adhieren a estas sociedades.
Cuando la Guerra Fría sucedió tan imperceptiblemente a la Segunda Guerra Mundial, la vieja derecha no se sorprendió—dejando aparte que fue la primera en protestar por la guerra. Es difícil concebir ahora que la principal oposición política a la Guerra Fría vino liderada, no por la izquierda, entonces llevada a campo de guerra por la ADA, sino por los «republicanos de la extrema derecha» de esa época: los Howard Buffett y Frederick C. Smith.
Fue este grupo el que se opuso a la Doctrina Truman, la OTAN, el servicio militar y la entrada de Estados Unidos en la Guerra de Corea—con poco reconocimiento agradecido a los grupos pacifistas de izquierdas de entonces y ahora. Atacando la Doctrina Truman en el Congreso, el republicano Buffett, que iba a ser el director de campaña en el Medio Oeste de Taft en 1952, declaraba:
Incluso si fuera deseable, los Estados Unidos no son lo suficientemente fuertes para hacer de policía del mundo por la fuerza militar. Si se intenta, los beneficios de la libertad serán reemplazados por la coerción y la tiranía en el interior. Nuestros ideales cristianos no pueden exportarse a otras tierras con dólares y armas. La persuasión y el ejemplo son los métodos que enseñó el Carpintero de Nazaret, y si creemos en la Cistiandad deberíamos tratar de hacer avanzar nuestros ideales por estos medios. No podemos practicar el poder y la fuerza en el exterior y mantener la libertad en el interior. No podemos hablar de cooperación mundial y practicar una política de poder.
De entre el liderazgo intelectual de la vieja derecha, Frank Chodorov estableció vigorosamente la posición libertaria tanto en la Guerra Fría como en la supresión de comunistas en el país. Esta última se resumió en el aforismo: «La manera de librarse de comunistas trabajando en el gobierno es abolir esos trabajos». O más extensamente:
Y ahora llegamos a la caza de espías, que es, en realidad, un juicio por herejía. ¿Qué es lo que molesta a los inquisidores? No preguntan a los sospechosos: ¿Crees en el Poder? ¿Apoyas la idea de que el individuo existe para la gloria del Estado? (…) ¿Estás en contra de los impuestos o los subirías hasta que absorbieran toda la producción del Estado? (…) ¿Te opones al principio del servicio militar? ¿Estás a favor de más «ganancias sociales» bajo la égida de una mayor burocracia?
Esas preguntas podrían resultar embarazosas para los investigadores. Las respuestas podrían generar similitudes entre sus ideas y propósitos y los de sus sospechosos. Ellos también adoran el Poder.
Bajo estas circunstancias, se limitan a una pregunta: ¿Eres miembro del Partido Comunista? Y esto quiere decir: ¿Se ha alineado con la rama moscovita de la iglesia?
«La guerra es la apoteosis del Poder, la máxima expresión de la fe y la solidificación de su logro».
- Frank Chodorov
La adoración del Poder actualmente se hace en sectas siguiendo líneas nacionalistas (…) cada nación guarda su ortodoxia. (…) Donde se puede conseguir el poder la lucha entre sectas rivales es inevitable. Si, como parece, los cultos estadounidense y ruso llegan a un conflicto violento, la apostasía desaparecerá. (…) La guerra es la apoteosis del Poder, la expresión última de la fe y la solidificación de su consecución. (…)
La acusación contra los comunistas incluye un principio de libertad que es de trascendental importancia. Es el derecho a equivocarse. La heterodoxia es una condición necesaria de una sociedad libre. (…) El derecho a tomar decisiones (…) es importante para mí, pues la libertad de elegir es necesaria para mi sentido de la personalidad. Es importante para la sociedad porque sólo por la yuxtaposición de ideas podemos aproximarnos al ideal de la verdad.
Siempre que escojo una idea o la califico como «verdadera», incluyo la prerrogativa de otro a rechazarla y calificarla de «falsa». Invalidar su derecho es invalidar el mío. (…) Si se castiga a los hombres por apoyar el comunismo, ¿nos detendremos aquí? Una vez que denegamos el derecho a estar equivocado ponemos un clavo en la mente humana y la tentación de poner la manivela en manos de los despiadados.
Y en mayo de 1949, Chodorov, elogiando un escrito sobre La militarización de América, publicado por el Consejo Nacional contra el Servicio Militar, escribió que «El Estado no puede intervenir en los asuntos económicos de la sociedad sin construir su maquinaria coactiva y eso es, después de todo, el militarismo. El Poder es correlativo a la política».
La vieja derecha llegó a su total florecimiento en la devoción por la paz durante la Guerra de Corea, que provocó muchos esfuerzos al inicio de los años 1950. La Fundación para la Educación Económica (FEE), generalmente preocupada por la economía del libre mercado, dedicó varios estudios al problema. Así, Leonard E. Read escribió en Conciencia en el campo de batalla (1951):
Es extraño que la guerra, la más brutal de las actividades humanas, requiere la máxima delicadeza en la discusión. (…) La guerra es el mayor enemigo de la libertad y el enemigo mortal del progreso económico. (…) Luchar contra el mal con mal es sólo generalizar el mal.
En el mismo año, el Dr. F.A. Harper publicaba un escrito de la FEE, En busca de la paz, en el que escribía:
Las acusaciones de pacifismo pueden lanzarse a cualquiera que en tiempos turbulentos hace cualquier pregunta sobre la carrera de armamentos. Si el pacifismo significa abrazar el objetivo de la paz, estoy dispuesto a aceptar la acusación. Significa oponerse a cualquier agresión a otros, también estoy dispuesto. Ahora es urgente para la libertad que muchas personas se conviertan en «dedicados a la paz».
Así que la nación va a la guerra y mientras que hay guerra, el enemigo real [la idea de esclavitud] (mucho tiempo olvidado y camuflado por los procesos de la guerra) se hace con la victoria en ambos campos. (…) Un evidencia de que en la guerra el ataque no se realiza contra el enemigo real es el hecho de que nunca parecemos saber qué hacer con la «victoria».
¿Hay que fusilar a los pueblos «liberados» o ponerlos en campos de prisioneros o qué? ¿Hay que cambiar la frontera nacional? ¿Va a haber más destrucción de la propiedad de los derrotados? ¿O qué?
Las falsas ideas solo pueden combatirse con ideas contrarias, hechos y lógica. (…) Tampoco las ideas de [Kart Marx] pueden hoy ser destruidas por asesinato o suicidio de su máximo exponente, o de miles o millones de sus devotos. (…) Menos pueden destruirse las ideas de Kart Marx asesinando a víctimas inocentes de la forma de esclavitud que éste defendía, ya sean reclutas en los ejércitos o víctimas capturadas en el campo de batalla.
Las ideas deben encontrarse con las ideas en el campo de batalla de las creencias. Y ya en mayo de 1955, Dean Russell escribió en La idea del servicio militar de la FEE:
Quienes propugnan la «pérdida temporal» de nuestra libertad para preservarla permanentemente propugnan sólo una cosa: la abolición de la libertad. (…) Por muy buenas que puedan ser sus intenciones, esa gente son enemigos de vuestra libertad y la mía y les temo mucho más que cualquier potencial amenaza rusa a mi libertad. Estos sinceros pero altamente emocionales patriotas son una amenaza inminente para la libertad, los rusos siguen estando miles de millas lejos. (…)
Los rusos sólo nos atacarían por dos razones: por temer nuestras intenciones o en represalia por nuestros actos. (…) Mientras mantengamos tropas en países con frontera con Rusia, podemos esperar que los rusos actúen como actuaríamos nosotros si Rusia situara tropas en Guatemala o México. (…)
No veo más lógico luchar contra Rusia por Corea o Mongolia que en luchar con Inglaterra por Chipre o Francia por Marruecos. (…) Los hechos históricos de imperialismo (…) no son razón suficiente para justificar la destrucción de la libertad dentro de los Estados Unidos convirtiéndonos en un estado en guarnición permanente. (…) Estamos convirtiéndonos rápidamente en una caricatura de lo que declaramos odiar.
No hay necesidad de multiplicar los ejemplos. Frank Chodorov trabajo constantemente contra la deriva bélica en Analysis y más tarde, en 9154, como editor de The Freeman. El periódico liberal de derechas Faith and Freedom publicó en abril de 1954, un número dedicado íntegramente a la paz, con contribuciones de Garet Garrett, Robert LeFevre, el industrial Ernest T. Weir y quien escribe.
Podríamos ocuparnos aquí de dos contribuciones olvidadas en ese periodo. Una fue un ensayo de Garrett («El auge del imperio», 1952, reimpreso en The People’s Pottage, 1953), que apuntaba como principal asunto de nuestro el auge de un deplorable imperialismo estadounidense: «Hemos cruzado la frontera que separa la República del Imperio».
La otra fue un libro relativamente desconocido de Louis Bromfield, A New Pattern for a Tired World (1954), en el que criticaba el estatismo, la guerra, el servicio militar y el imperialismo. Bromfield escribía con convicción del imperialismo y la revolución de los países no desarrollados:
Uno de los principales fracasos de nuestra política exterior en todo el mundo viene del hecho de que nos hemos permitido identificarnos en todas partes con las viejas, condenadas y podridas pequeñas naciones europeas coloniales e imperialistas que en un tiempo impusieron a buena parte del mundo su modelo de explotación y dominación económica y política. (…) Ninguno de estos pueblos rebeldes que despiertan (…) confiará o cooperará en modo alguno mientras sigamos siendo identificados con el sistema colonial europeo, que representa, incluso en su modelo capitalista, el último resto del feudalismo. (…) No dejamos a estos pueblos que despiertan más opción que dirigirse a la comodidad rusa y comunista y la promesa de una utopía.
Y sobre la política estadounidense de Guerra Fría, Bromfield acusaba:
Nuestros partidarios de la guerra y los militares aparentemente creen (…) que todas las demás naciones no importan y pueden ser pisoteadas en el momento en que Rusia o Estados Unidos vean adecuado promover una guerra. (…) A esta facción [los partidarios de la guerra y los militares] parece preocuparle poco que las naciones que hay entre nosotros y Rusia serían las que más sufrirían. (…)
El creciente «neutralismo» de las naciones europeas es sencillamente una reacción razonable, sensata y civilizada, legítima en todos sus aspectos cuando se tienen en consideración todos los factores, desde la debilidad propia de Rusia, a nuestra propia intromisión y agresividad. (…) La situación coreana (…) no se resolverá hasta que nos retiremos completamente de un área en la que no tenemos derecho a estar y dejemos a las gentes de esa área que se ocupen de sus propios problemas.
Estas citas dan el tono de una era que es tan remota como para hacer parecer increíble que esas opiniones hubieran sido dominantes en la derecha estadounidense. Para la derecha actual, que había eliminado prácticamente de su memoria su antigua postura, esas opiniones hoy serían calificadas, como mínimo, como «indulgentes con el comunismo».
La radical transformación de la derecha puede verse incluso en el destino de cosas como la Enmienda Bricker. Hace sólo una década, la Enmienda Bricker era la tabla de política exterior número uno de la derecha, que gustaba a todas las «pequeñas señoras mayores con zapatillas de tenis» que solían formar su base. Y la razón por la que el resurgimiento de movimiento conservador y su encarnación en el movimiento de Goldwater han enterrado completamente la Enmienda Bricker es porque esa enmienda, al no definir como lo más importante o lo más idealista la postura en política exterior, era una expresión del «aislacionismo», o el miedo a los efectos del gran gobierno sobre el individuo, que no guarda relación con la nueva derecha de hoy.
Sin embargo, buena parte de la izquierda sigue escribiendo como si el mayor problema de la derecha de hoy fuera el «aislacionismo», su deseo de desligarse de la ayuda en el extranjero o los compromisos internacionales. Otros en la izquierda afirman que el anticomunismo de la derecha es un simple disfraz para sus opiniones económicas de laissez-faire.
No podría haber un análisis más erróneo de la esencia de la posición actual de la derecha estadounidense. Porque dicha posición es prácticamente la contraria: la derecha de hoy se dirige con pasión, dedicación e incluso fanatismo a un objetivo principal, al que todos los demás posibles están totalmente subordinados. Y ese objetivo es la aniquilación nuclear de la Unión Soviética.
Aquí está la esencia de la nueva derecha, lo que impulsa la totalidad de su transformación. Como gusta de exponer uno de sus mayores teóricos: «He tenido una visión, una gran visión del futuro—una Unión Soviética totalmente devastada». Ésta, en pocas palabras, es la visión que anima la recuperación conservadora.
Porque la plaga que destruyó el libertarismo de la derecha afectó a su transformación fue nada menos que un anticomunismo histérico. Empezó con un razonamiento de este tipo: haya dos «amenazas» a la libertad: la amenaza «interna» del socialismo doméstico y la amenaza «externa» de la Unión Soviética. La amenaza externa es la más importante. Por tanto, ahora todas las energías deben dirigirse a combatir y destruir esa «amenaza».
En el curso de este cambio de enfoque del estatismo al comunismo como «enemigo», la derecha de alguna forma erró al no ver que la amenaza «externa» real no era la Unión Soviética, sino una política exterior bélica de intervención global y especialmente las armas nucleares de destrucción masiva utilizadas para respaldar esa política. Y erraron al no ver que el principal arquitecto en la organización de una política exterior de intervención nuclear global era Estados Unidos. En resumen, no vieron que tanto las amenazas «externas» e «internas» del estatismo contra la libertad eran esencialmente domésticas.
Bajo la presión de la histeria anticomunista, la derecha, a pesar de su apego a actitudes piadosas cuasiteológicas o morales, ha imitado al comunismo al abandonar todo principio moral, excepto uno: en este caso, la destrucción de toda la oposición, en el interior y el exterior.
Porque la inmoralidad del comunismo no es sólo diabólica: proviene del hecho de que para los comunistas, todos los demás principios morales son prescindibles ante el fin primordial del mantenimiento y avance del sistema comunista. Pero la derecha ha erigido de forma similar como su fin único y primordial la destrucción de comunistas y países comunistas y todas las demás consideraciones se desechan para lograr ese objetivo.
Sin embargo ahora parece haber una diferencia crucial: los comunistas están más convencidos que nunca que las armas nucleares de aniquilación hacen necesaria una coexistencia pacífica entre estados y que el cambio social debe llegar a través de cambios internos en cada estado, donde los conflictos serían de escala relativamente pequeña y limitada. Pero la derecha no sólo no ha aprendido esta lección. Por el contrario, cuanto más terribles se han hecho las armas modernas, más fanaticamente determinada hacia la guerra se ha hecho la derecha. Esta posición parece una locura, y sin duda lo es, pero es importante que los no derechistas se den cuenta de que ésta es precisamente la postura de la derecha actual.
Por supuesto, nadie ha querido nunca la guerra por sí misma: por ejemplo, Hitler no hubiera atacado a la Unión Soviética, si ésta hubiera acordado rendirse incondicionalmente sin guerra. Y tampoco la derecha lanzaría un ataque a Rusia con bombas H si Kruschev y su gobierno dimitieron y resultara que la Unión Soviética permitiera, por ejemplo, un ejército estadounidense de ocupación.
Pero se trata de eso: ningún tipo de rendición incondicional satisfaría a la derecha o la apartaría de un ataque nuclear. ¿Cómo justifica la derecha una postura que es, prima facie, monstruosa e incluso demencial? La justificación esencial, curiosamente, teológica y cristiana. Es incluso católica, pues aunque la base masiva de la derecha, aparte de las ciudades de este, es fundamentalista protestante, los líderes intelectuales son casi todos católicos o protocatólicos. La justificación es un deseo de destruir el mundo y con él la raza humana por asuntos de principios elevados.
Como hemos visto antes, el principio más elevado es la destrucción de los comunistas, quienes son, al menos implícitamente y a veces explícitamente, identificados con el demonio y sus agentes en la tierra. Después de todo, ¿qué importa la destrucción del mundo cuando las almas inmortales de los hombres continuarán en una vida eterna? Como ha dicho el principal publicista de la nueva derecha: «Si tuviera que “pulsar el botón”, lo pulsaría directamente, con el firme convencimiento de que hago lo correcto».
Quienes puedan oponerse esta actitud indiferente hacia la destrucción del mundo son acusados de ser unos cobardes, y unos cobardes ateos, pues sólo los ateos podrían aferrase tan firmemente a la «simple vida biológica» cuando está en juego el gran principio. (Al no ser católico, tendré que dejar la refutación teológica de esta postura a otros, aunque me sorprende oír que el suicidio masivo y el asesinato masivo se plantean aprobadoramente por la Iglesia).
Otra justificación de curiosa es la dicotomía «rojos o muertos» [«read or dead»]. Pero rehecho la simple elección de «rojos o muertos» es precisamente una alternativa tan irrealista para Estados Unidos como la vieja elección entre «comunismo o fascismo» que planteaba buena parte de la izquierda en los treinta. Hay al menos una alternativa más: la coexistencia pacífica y el desarme nuclear conjunto. Además, elegir la muerte frente a la rojedad es suicidio y uno habría pensado que el suicidio es un pecado mortal para los cristianos.
Y por fin esta dicotomía no hace ninguna referencia al hecho de de que aproximadamente mil millones de personas que ahora viven en países comunistas de todo el mundo están eligiendo ser rojos cada día, al no suicidarse. ¿No hay ninguna lección en esto? Además, ¿tiene sentido destruir a esta gente y a estadounidenses con ellos para «liberar» a quienes hayan hecho la elección personal de preferir ser rojos antes que morir?
¿Es moral, o cristiano, cambiar su elección de vida o muerte por la fuerza? En otras palabras, ¿es moral, o cristiano, que los conservadores estadounidenses aniquilen millones de rusos, polacos, etc. para «liberarlos» mediante el asesinato de quienes ya han elegido vivir?
También está implícita en la tesis de la derecha la opinión de que el diablo es omnipotente, que una vez que el comunismo «se apodera» de un país, está condenado y es mejor que su población sea eliminada en el abismo eterno. Es una visión simple y pesimista de la humanidad, evidentemente y esto es aún más curioso a la luz de las explicaciones de los economistas liberales de que el socialismo no puede ofrecer un sistema económico viable para una sociedad industrial.
También ignora estudiadamente los enormes cambios que han tenido lugar dentro de los países comunistas desde la Segunda Guerra Mundial, la considerable liberalización e incluso el mayor énfasis en la empresa privada en Rusia y muchos de los países de Europa del Este.
La reciente expresión de preocupación de la China comunista acerca de si Yugoslavia es un país socialista es una evidencia suficiente de la alarma que sienten los fundamentalistas comunistas ante la indeseada pero directa retirada del socialismo en ese país comunista. También es significativo que ningún economista o estratega de la derecha se haya tomado la molestia de considerar la sin duda importante cuestión de cómo se eliminaría el comunismo en Rusia si se rindiera al ejército de los Estados Unidos—ahora o en cualquier otro tiempo.
Creo que la eliminación del comunismo podría conseguirse en una forma similar, aunque más exhaustiva, al camino de Yugoslavia, pero lo importante es que la indiferencia ante este problema en la derecha es otra indicación de su preocupación principal: la guerra nuclear. La eliminación del comunismo ha de producirse, no mediante un cambio en las ideas de los rusos y otros pueblos, sino, para la derecha, mediante su liquidación.
La evidencia de la subordinación de la derecha de todos sus demás objetivos y principios a la guerra nuclear contra los comunistas es abrumadora. Está en la raíz de la lamentable prisa con que la derecha corre a abrazar a cada dictador, sin importar que sea fascista o mesiánico, que afirme su «anticomunismo».
La apología «libertaria» de William F. Buckley al régimen fascista de Sudáfrica en las páginas del National Review es un ejemplo. Igual que el enorme entusiasmo por Chiang-kai-Shek, por Franco, por Syngman Rhee y—recientemente—por la Sra. Nhu. No es sólo que estos dictadores fueran bienvenidos a regañadientes, para hacer más eficaz la guerra «contra el comunismo». La derecha, en su histeria bélica ha ido bastante más allá de ese punto.
Porque ahora esos dictadores son mejores, porque su política es evidentemente mucho más «dura» con los comunistas y sospechosos de comunismo que la política de las democracias. La Sra. Nhu, como católica además de totalitaria, se ha ganado el corazón de todos los dirigentes de la derecha. No puede haber algo más «duro» en mi opinión que reprimir una mayoría religiosa y agrupar a los campesinos del país en campos de concentración con el fin de evitar el «comunismo». El hecho de que difícilmente ésta sea una política mejor que el propio comunismo no inmuta lo más mínimo a una derecha que a menudo gusta de autocalificarse como un movimiento «libertario-conservador».
Es trágicamente irónico y casi increíble que un movimiento que empezó, no hace muchos años, con un compromiso apasionado con la libertad humana, deba terminar como la brigada de vitoreadores de la Sra. Nhu. ¿Es verdaderamente poco educado preguntarse cómo consideraría hoy al hombre que fue en su momento el más «duro» anticomunista de todos: Adolf Hitler?
En asuntos domésticos, la retórica del libre mercado se ha convertido simplemente en la conversación de la sobremesa sin entusiasmo o verdadera convicción. De hecho, la promesa de laissez-faire ahora realiza la misma función para la nueva derecha estadounidense que la promesa de abundancia ilimitada bajo el comunismo hizo por Stalin. Al tiempo que esclavizaba y explotaba al pueblo soviético, Stalin mostraba un espléndido futuro de utópica abundancia que haría que valieran la pena los sacrificios actuales.
La derecha de hoy ofrece la promesa eventual de libertad y libre mercado después de haber exterminado a los comunistas. Si hay algunos supervivientes que salgan de sus edificios de defensa civil después del holocausto, presumiblemente se les permitiría realizar actividades de libre mercado, siempre, por supuesto, que no haya asomado su cabeza otro «enemigo» mientras tanto.
Esta subordinación total de todas las preocupaciones al anticomunismo explica todos los de otra manera inexplicables cambios en la derecha. Así, se ataca duramente a la Corte Suprema por las razones opuestas a las de los años treinta: porque impide infringir el estado de libertades de la persona. El Juez Frankfurter, en un tiempo acosado como virtual defensor de la tiranía, ahora es loado por la derecha por su conservadurismo sensato y pragmático al no interferir en las persecuciones anticomunistas—fruto, por supuesto, de esa misma filosofía jurídica.
Los socialdemócratas y los partidarios del New Deal, como el The New Leader, Sydney Hook, el senador Dodd, Goerge Meany y otros son apoyados por su «duro anticomunismo». La colaboración del The New Leader con la derecha al publicar un artículo de propaganda pro-Chiang es indicativo de este cambio en la atmósfera, un cambio que altera las viejas categorías de «derecha» e «izquierda» que se siguen usando en el discurso político sin pensar.
Por fin, es instructivo considerar las preocupaciones políticas de los Young Americans for Freedom, prácticamente el brazo de acción política del National Review. Por lo que yo sé, ninguna acción política realizada por la YAF se ha dirigido a un aumento de la libertad individual o del libre mercado. Por el contrario, el esfuerzo se ha realizado en cosas como perpetuar y fortalecer la HUAC, llamadas al bloqueo—y cosas peores—de Cuba, oposición al tratado de suspensión de pruebas nucleares, restauración de la oración en la escuela pública y defensa de las ordenanzas locales y «partidas de cartas» interfiriendo coercitivamente en el derecho de las tiendas a vender bienes de países comunistas—difícilmente una contribución al libre mercado. Creo que hay una sola excepción a esta generalización: un gran entusiasmo por el programa de Mitchell para reducir los pagos de la seguridad social en Newburgh, Nueva York, un entusiasmo que puede que no tenga que ver con el asunto racial que encierran.
Contemporánea a la transformación política de la derecha estadounidense se ha producido una transformación filosófica, y no crea que ambas estén desconectadas. La última se reafirma bastante y perpetúa la primera. Las posiciones positivas de los distintos pensadores conservadores varían mucho, pero todas se unen en una determinada oposición a la razón humana, la libertad individual, la separación de la iglesia y el estado, a todas las cosas que caracterizaban la posición liberal clásica y su extensión moderna.
Por desgracia no hay espacio aquí para una exposición completa de la posición conservadora actual: pero básicamente es un retorno a los principios esenciales del conservadurismo de inicios del siglo XIX. Debemos darnos cuenta de que el gran hecho de la historia moderna fue la revolución liberal clásica frente al antiguo régimen, una «revolución» que se expresaba en muchas maneras; economía del laissez-faire, libertad individual, separación de iglesia y estado, libre comercio y paz internacional, oposición al estatismo y al militarismo.
Sus grandes manifestaciones fueron las tres grandes revoluciones del siglo XVIII: la Revolución industrial, la Revolución estadounidense y la Revolución francesa. Cada una fue parte, a su manera, de la revolución liberal clásica general contra el antiguo régimen.
El conservadurismo apareció, En Francia, Inglaterra y en todas partes de Europa como un intento consciente y reaccionario de aplastar esta revolución y restaurar el viejo régimen aún más sistemáticamente de la que estaba instaurado antes. La esencia de ese régimen puede resumirse en la famosa expresión «Trono y Altar». En resumen, el antiguo régimen consistía en una oligarquía gobernante de reyes despóticos y una burocracia real, ayudada por señores feudales y una iglesia estatal, anglicana o gala.
Era un régimen, como explicaban los conservadores que acentuaba la importancia primordial de la «comunidad»—representada por el estado, de la unión teocrática de iglesia y estado, de las virtudes del nacionalismo y la guerra, de la «moralidad» obligatoria y de la denigración del sujeto individual. Y filosóficamente, la razón se ridiculizó a favor de una fe pura en la tradición del gobierno.
En principio, podría parecer que este viejo conservadurismo es irrelevante para el conservadurismo estadounidense de hoy, pero no creo que eso sea verdad. Es verdad que un estadounidense conservador tiene difícil encontrar un monarca legítimo en Estados Unidos. Pero hace lo que puede: la actual derecha estadounidense está, para empezar, muy enamorada de la monarquía europea y hay mucho entusiasmo por la restauración de los Habsburgo.
Un importante conservador protocatólico todavía brinda por «el Rey de ultramar» y Frederick Wihelmsen aparentemente considera la Corona de San Esteban como el culmen de la civilización occidental. A su vez, Russell Kirk parece preferir a los terratenientes tories de la Inglaterra anglicana. En todo caso, Metternich, los Estuardo y el último Burke han reemplazado a los liberales como héroes históricos.
Pero, por supuesto, un rey para los Estados Unidos es un poco difícil y los conservadores tienen que contentarse con sucedáneos: con la restauración del favor historiográfico, por ejemplo, de estatistas como Alexander Hamilton y de la solicitud de la institución peculiar de la esclavitud en el Sur. Willmoore Kendall ha encontrado en el Congreso la apoteosis del conservadurismo y afirma no sólo el derecho, sino el deber de la comunidad griega de que evite la irritante sagacidad de Sócrates.
En todas partes de la derecha se condena la «sociedad abierta» y se afirma una moralidad obligatoria. Se supone que debe reponerse a Dios en el gobierno. La libertad de expresión se trata con sospecha y desconfianza y se aplaude a los militares como los mayores patriotas y se mantiene el servicio militar. El imperialismo occidental se alaba como la forma adecuada de tratar a los pueblos subdesarrollados y se hacen peregrinaciones a la España de Franco para inspirarse sobre formas de gobierno. Y en cada sitio se denigra la razón y se considera a la tradición y la costumbre como el camino adecuado para el hombre.
Es verdad que la mayoría de los conservadores modernos no quieren, como sus antecesores, destruir el sistema industrial y volver a pequeñas granjas y felices artesanos—aunque hay una fuerte tendencia incluso sobre esta idea en el conservadurismo contemporáneo. Pero, básicamente, los conservadores actuales son completamente indiferentes a una economía de libre mercado: no palidecen ante las enormes distorsiones impuestas por los contratos de armamento al imponer restricciones al comercio exterior y no tolerarían un recorte presupuestario que redujera la posición militar de Estados Unidos en el mundo.
De hecho importantes conservadores como Ernest van den Haag y Wilmoore Kendall han sido francamente keynesianos en economía. Al final, todo debe subordinarse al Estado: como ha afirmado William F. Buckley: «Donde no pueda lograrse la conciliación de los intereses de un individuo y los del gobierno, hay que dar consideración exclusiva a los intereses del gobierno». Un observador del movimiento conservador ha comentado, «¿Qué es eso del laissez-faire?» Claro. Después de todo, el programa conservador moderno se reduce a militarizar el pueblo estadounidense, bajo el control de la versión local de Trono y Altar, en una uniformidad al paso y hacer una sociedad cerrada dedicada al fin primordial de destruir el comunismo, incluso a expensas de una aniquilación nuclear.
¿Qué pasa con el antiguo sector libertario de la derecha? En buena parte se han ocultado tras la transformación de la derecha, en general porque no tienen un portavoz que les explique la naturaleza y magnitud de lo ocurrido. Han quedado en buena parte parados por la atrayente idea de que hay, en algún sentido, un «movimiento libertario-conservador» conjunto y que no importa lo mucho que los conservadores se alejen de la libertad porque son los aliados naturales de los liberales—en el mismo final de espectro y en la oposición al socialismo. Pero esa idea sufre el «retraso cultural» que ya he indicado. La vieja derecha puede haber sido el aliado natural de los liberales, pero eso no es en absoluto cierto para la nueva.
El libertario necesita, quizá más que nadie, estar informado sobre la historia y darse cuenta de que el conservadurismo ha sido siempre el polo opuesto del liberalismo clásico. Por el contrario, el socialismo no era el polo opuesto de ambos, sino, en mi opinión, más bien una mezcla confusa e irracional tanto del progresismo como del conservadurismo. Pues el socialismo era esencialmente un movimiento para llegar a un acuerdo con la revolución industrial para tratar de lograr los fines liberales mediante el uso de medios conservadores y colectivistas.
Intentó lograr los ideales de paz, libertad y un nivel de vida en progreso usando los medios colectivistas, organicistas y jerárquicos del conservadurismo adaptados a la sociedad industrial. Como doctrina a medio camino, es fácil para el socialismo, una vez abandonados los ideales liberales de paz y libertad, cambiarse completamente al polo conservador en las muchas formas variadas de «nacional socialismo».
El Sr. Frank S. meyer, el principal proponente de un «movimiento liberal-conservador» fusionado nos ha pedido ignorar el siglo XIX. «heredero del desbaratamiento de la Revolución francesa» e ir más atrás de «las disputas parroquiales del siglo XIX». Eso sería sin duda cómodo para la tesis de Meyer ya que eliminaría el significado real de los movimientos progresista y conservador. Porque lo que pasa es que ambos, liberalismo y conservadurismo (así como el socialismo) encuentran su forma y su doctrina precisamente en el siglo XIX, como consecuencia de las luchas entre el viejo régimen y el nuevo. Es precisamente fijándose en la historia del siglo XIX como conocemos los verdaderos orígenes de los distintos «ismos» de hoy, así como la naturaleza ilógica y mítica de intentar una fusión «libertaria-conservadora».
De hecho hay algunas señales de que desde distintos bandos, los pensadores están empezando a entenderla disolución de las antiguas formas, la obsolescencia de los viejos estereotipos de «izquierda» y «derecha» en la política estadounidense y la invalidez de una fusión de liberales con un viejo conservadurismo redivivo.
Los liberales empiezan a protestar: en las páginas del New Individualist Review, el destacado periódico estudiantil de la derecha, Ronald Hamowy, uno de sus directores ha atacado duramente en un artículo bien conocido la filosofía y política conservadoras de Buckley y la National Review. El Decano del Wabash Collage Benjamin Rogge ha aportado una inteligente crítica del nuevo conservadurismo y Howard Buffet ha pedido el fin del servicio militar.
Pero el New Individualist Review se fundó básicamente comprometido con el mito liberal-conservador y sufre claramente por estar atrapado en esta contradicción interna. Robert LeFevre, cabeza de la liberal Freedom School, ha apuntado y atacado en un combativo escrito, Los que protestan, la transformación de la derecha. Y desde una dirección distinta, el famoso crítico Edward Wilson ha alzado ahora su poderosa voz para protestar contra ambos, La Guerra Fría y el Impuesto de la Renta. Tal vez el país esté maduro para un realineamiento ideológico fundamental.