(Este enérgico ensayo fue publicado en el «Modern Political Economy»; edición de James H. Weaver, , pp. 419-430, capítulo 28. El original siguió un ensayo del Profesor Robert T. Averitt, al que Rothbard hace referencia varias veces en este fragmento. Un pie de página ofrecido por el editor original ha sido eliminado).
Para discutir el «futuro del capitalismo», primero de todo necesitamos determinar qué significa realmente el término «capitalismo». Desafortunadamente, el término «capitalismo» fue acuñado por su mayor y más conocido enemigo, Karl Marx. Realmente, no podemos depender de esta concepción para su correcto y sutil significado. De hecho, lo que Marx y los escritores posteriores hicieron fue responder a dos conceptos extremadamente diferentes e incluso contradictorios, combinándolos bajo el mismo término. Estos dos conceptos contradictorios son lo que me gustaría llamar «capitalismo del libre mercado» por una parte, y «capitalismo de estado» por la otra.
La diferencia entre el capitalismo del libre mercado y el capitalismo de Estado es precisamente la diferencia entre, por una parte, la paz, el intercambio voluntario, y por otra parte, la extorsión violenta. Un ejemplo del intercambio en el libre mercado es la compra de un periódico en la esquina por diez centavos. Éste, es un acto pacífico, un intercambio voluntario que beneficia a las dos partes. Compro el periódico porque valoro su contenido más que no mis diez centavos que he dado en intercambio. El vendedor de periódicos me vende el diario porque, a la vez, él valora más mis diez centavos que el periódico. Las dos partes ganamos en el intercambio. Lo que estamos haciendo en tal intercambio es cambiar títulos de propiedad: cedo la propiedad de mis diez centavos en intercambio para conseguir el papel; y el vendedor de periódicos hace el cambio contrario con su título. Este simple intercambio de transferir diez centavos por un periódico es un ejemplo de un acto unitario de libre mercado. Así es como funciona el mercado.
A diferencia de este acto pacífico, está el método de la extorsión violenta. La expropiación violenta ocurre cuando yo voy al vendedor de periódicos y le incauto su periódico a punta de pistola. En este caso, por supuesto, no hay beneficio mutuo. Yo gano a expensas de la víctima (el vendedor de periódicos). Así pues, la diferencia entre esas dos transacciones —entre el intercambio voluntario, y el atraco a punta de pistola— es precisamente la diferencia entre el capitalismo del libre mercado y el capitalismo de estado. En ambos casos obtenemos algo —ya sea dinero o periódicos— pero lo obtenemos de formas totalmente diferentes; son caminos con atributos morales y consecuencias sociales totalmente diferentes.
En este punto no puedo resistir la tentación de apuntar la gran divergencia que tenemos el profesor Averitt y yo sobre Jefferson y Hamilton. No veo a Jefferson como un prematuro Franz Boas —léase, prematuro antropólogo izquierdista. Jefferson no lo fue. Mi lectura de Jefferson es totalmente diferente. Jefferson fue precisamente un defensor del laissez–faire, o libre mercado; del capitalismo. Y esa fue la auténtica diferencia entre Jefferson y Hamilton. No es cierto que Jefferson estuviese en contra de las fábricas o de las industrias per se. De lo que estaba en contra era del desarrollo coercitivo, es decir, castigar a los granjeros con tarifas y subsidios para construir una industria artificial, que fue esencialmente el programa de Hamilton.
Jefferson, junto con otros hombres de Estado de su tiempo, fue un hombre muy culto. Leyó a Adam Smith, a Ricardo, estaba muy familiarizado con la economía clásica del laissez-faire. Por lo tanto, su programa económico, lejos de ser la expresión de una bucólica nostalgia agraria, tenía una visión muy sofisticada de la economía clásica en la escena americana. No hemos de olvidar que los clasicistas laissez-faire estaban en contra de las tarifas, subsidios, y de la coerción sobre el desarrollo económico.
Además, el término «igualdad», tal y como lo usó Jefferson y los jeffersonianos, fue empleado en el mismo sentido que su amigo y colega George Mason en la Declaración de los Derechos de Virginia poco antes que Jefferson escribiese la Declaración de Independencia: «todos los hombres por naturaleza son libres e independientes». En otras palabras, «igualdad» no significa lo mismo que hoy día: igualdad de condición o uniformidad. «Igualdad» significa que cada persona tiene el derecho de ser igualmente libre e independiente de disfrutar del derecho de «libertad por igual», tal y como Herbert Spencer diría un siglo después. En otras palabras, lo que estoy diciendo es que el ala jeffersoniana de los Padres Fundadores estaba basada esencialmente en el libre mercado: el capitalismo laissez–faire.
Volviendo al mercado: el libre mercado es una red inmensa, un entramado de intercambios de estas pequeñas unidades que anteriormente he mencionado: intercambiar una moneda de diez centavos por un periódico. En este punto, hay dos personas, o dos grupos de personas, y estas dos personas o grupos intercambian dos mercancías; normalmente dinero y otras mercancías. Ahora, cada uno de ellos se beneficia del intercambio, de no ser así, no realizarían el intercambio. Si piensan que se equivocan en realizar el intercambio, entonces lo paran, y no vuelven a intercambiar.
Otro ejemplo común del libre mercado es la universal práctica de los chicos que intercambian cromos de béisbol —intercambian, por ejemplo «dos Hank Aaron» por «un Willie Mays». Los «precios» de los cromos, y los intercambios que se dan, se han basado en la relativa importancia que los chicos le dan a cada jugador. Los molestos progresistas lo expresarían de esta forma: los progresistas estamos a favor de cualquier acción voluntaria bajo el famoso cliché de «consentimiento entre dos adultos». Así pues, es característico que mientras los progresistas están a favor de cualquier relación sexual que emane del consentimiento de dos personas adultas, se oponen al consentimiento de los adultos cuando emanan del mercado o intercambio. Cuando esto ocurre, entonces los progresistas acosan, mutilan, restringen, o prohíben ese mercado. Entonces, tanto las actividades sexuales consentidas como el mercado son el mismo tipo de expresiones de la libertad en acción. Las dos pueden ser buenas para cualquier libertario coherente. Pero el Estado, especialmente aquel regido por un gobierno progresista, normalmente interviene para regular y restringir tal intercambio.
A pesar que yo quiera intercambiar dos Hank Aarons por un Willie Mays, el Estado puede intervenir, o cualquier otro tercer grupo, y decir: «No, no puedes hacer eso, eso es el mal. Va en contra del bien común. Ese intercambio es ilegal, cualquier intercambio de cromos de béisbol ha de ser uno por uno, o tres por dos» —o por cualquier otra tasa que el Estado escoja en su sabiduría y grandeza arbitrariamente impuesta. ¿Bajo qué derecho actúan así? El liberal reclama que el Estado no tiene derecho alguno a hacer eso.
En líneas generales, la intervención del Estado puede ser clasificada en dos sentidos: prohibiendo los dos intercambios interpersonales, o prohibiendo de forma parcial un intercambio entre dos personas. Es decir, prohibir los acuerdos a los que llegan dos adultos que intercambian de mutuo consentimiento; que es un intercambio que beneficia a ambas partes, o bien, forzando a uno de ellos a hacer un «intercambio» unilateral con el Estado, en el cual, la persona retribuye algo al Estado bajo la amenaza o coerción. La primera puede incluir una absoluta prohibición del intercambio, regulando las condiciones del intercambio —los precios—, o excluir a ciertas personas para hacer el intercambio. Un ejemplo de la última intervención, por ejemplo, es ser fotógrafo en muchos estados, donde uno debe tener una licencia de fotógrafo —demostrando que eso es para «un buen fin moral» y pagando una cierta cantidad de dinero al aparato del Estado. ¡Esto con el fin de poder tener el derecho de hacer una fotografía a alguien! El segundo tipo de intervencionismo es un «intercambio» forzado entre nosotros y el Estado. Un «intercambio» que sólo beneficia al Estado y no a nosotros. Por supuesto, los impuestos son el obvio y evidente ejemplo de ello. En contra del intercambio voluntario, los impuestos son un claro ejemplo del embargo coercitivo a la propiedad de la gente sin tener su consentimiento previo.
Es cierto que muchas personas quieren ver las cargas impositivas como si no fuesen impuestas. Creen, como dijo el gran economista Joseph Schumpeter, que los impuestos son algo parecido a las tasas o contribuciones de un club, donde cada persona voluntariamente paga su parte de gastos al club. Pero si realmente crees eso, intenta no pagar tus impuestos y verás que pasa. Ningún «club» que yo conozca tiene el poder de apoderarse de tu propiedad o encarcelarte si no pagas tus contribuciones. Para mi, pues, los impuestos son explotación —los impuestos son un juego de «suma de cero». Si hay algo en el mundo que sea un juego de suma cero, eso son los impuestos. El Estado expropia el dinero de un grupo de gente para dárselo a otro, y mientras tanto, por supuesto, se queda un largo pedazo para sus propios «gastos de tramitación». Los impuestos, pues, son pura y llanamente un robo; punto final.
De hecho, reto a cualquiera a sentarse y pensar a fondo para encontrar una definición de «impuestos» que no sea aplicable al robo. Como el gran escritor liberal H. L. Mencken apuntó una vez, entre la gente, incluso si no son liberales dedicados, se considera que robar al estado no está en el mismo plano moral que robar a otra persona. Robar a otra persona es generalmente deplorable, pero si al Estado se le roba, todo lo que sucede, como dijo Mencken, «es que ciertos corruptos y vagos tendrán menos dinero que gastar del que tuvieron antes».
El gran sociólogo alemán Franz Oppenheimer, que escribió un magnífico pequeño libro llamado El Estado, lo mostró de forma brillante. En esencia, dijo, sólo hay dos caminos para que los hombres consigan riquezas. La primera, es produciendo un bien o servicio e intercambiarlos de forma voluntaria por el producto de otra persona. Este es el método del intercambio, el método del libre mercado; es creativo y desarrolla la producción; no es un juego de suma cero porque la producción se desarrolla y el intercambio otorga beneficio a ambas partes. Oppenheimer llamó a este método el de «los medios económicos» para la adquisición de riqueza. El segundo método es cuando otra persona incauta la propiedad de otra sin su consentimiento, es decir, aplica el robo, la explotación, el saqueo. Cuando incautas la propiedad de alguien sin su consentimiento, te estás beneficiando a sus expensas, esto es, a las expensas del productor. Esto sí es realmente un «juego» de suma cero —no tiene mucho de «juego» desde el punto de vista de la víctima. En lugar de desarrollar la producción, este método de robo dificulta y restringe la producción. Por lo tanto, siendo inmoral, mientras que el intercambio es moral, el método del robo dificulta la producción porque es un parásito sobre el esfuerzo de los productores. Con brillante astucia, Oppenheimer llamó a este método de enriquecerse «el de los medios políticos». Luego definió al Estado, o gobierno, como «la organización de los medios políticos», es decir, como el aparato de la regulación, la legitimización, y permanente establecimiento de los medios políticos para la adquisición de riqueza.
En otras palabras, el Estado es el robo organizado, el saqueo organizado, la explotación organizada, y su esencial naturaleza se destaca por el hecho de que el estado siempre usa el instrumento de los impuestos.
Me gustaría aquí comentar otra vez la exposición del profesor Averitt sobre la «codicia». Es cierto que: la avaricia tiene muy mala prensa. No veo nada malo en la codicia. Creo que aquellos que están continuamente atacando la codicia podrían ser más consistentes con su posición si declinaran su próxima subida salarial. No he visto, ni al más izquierdista de los científicos de este país rehusar con desprecio su paga. En otras palabras, la «codicia» simplemente es intentar aliviar la escasez natural en la que el hombre ha nacido. La codicia continuará hasta que llegue el Jardín del Edén, esto es, cuando todo es superabundante y no sea necesario preocuparse por la economía. Pero aún no hemos llegado a ese punto; no hemos alcanzado el punto donde todo el mundo rehúse sus aumentos salariales o pagas en general. Por lo tanto, la pregunta es: ¿qué tipo de codicia vamos a querer? La «codicia productiva», donde la gente produce e intercambia voluntariamente sus productos con los otros ¿O la codicia de la explotación, del robo organizado y la rapiña, donde consigues tu riqueza a las expensas de otro? Estas son las dos auténticas alternativas.
Volviendo al Estado y a los impuestos, me gustaría apuntar una nota de San Agustín, que no es famoso por ser un liberal, pero que enfatizó una excelente parábola liberal. Escribió que Alejando el Grande había apresado a un pirata, y le preguntó qué significaba para él hacerse con la posesión del mar. Y el pirata respondió audazmente: «Lo mismo que tú entiendes por apoderarte del mundo entero; pero mientras que yo lo hago con un pequeño barco, a mi me llaman ladrón, mientras que ti, que lo haces con una gran flota, eres llamado emperador». Aquí San Agustín destacó el hecho que el estado es simplemente un ladrón por imperativo legal, que actúa a gran escala, pero un ladrón legitimado por la opinión de los intelectuales.
Tomemos otro ejemplo; la Mafia, que también sufre de mala prensa. Lo que la mafia es a escala local, el Estado lo es a una escala descomunal; sin embargo el estado disfruta de mucha mejor prensa.
En contraste a la antiquísima institución del estatismo, de los medios políticos, el libre mercado capitalista llegó como un gran movimiento revolucionario en la historia del hombre. Vino en un mundo que estaba marcado por el despotismo, por la tiranía, por el control totalitario. El libre mercado capitalista surgió primero en las ciudades estado de Italia consiguiendo implantarse a gran escala con la Revolución Industrial en occidente; una revolución que nació con una remarcable liberalización de la energía creativa y posibilidades productivas, dando enormes aumentos en la producción. Pueden llamarlo «avaricia» si quieren; o pueden atacar el deseo de alguien pobre por aumentar las posibilidades de su destino como «avaricia» también.
Esto me recuerda un interesante punto sobre el concepto de «avaricia» que rebasa incluso la frontera entre «izquierda y derecha». Recuerdo cuando Russell Kirk lanzó el contemporáneo movimiento conservador en Estados Unidos a mitades de los cincuenta. Uno de los jóvenes líderes conservadores de esa época hizo un mitin. Opinaba que el gran problema del mundo, y la razón por la cual había crecido la izquierda, era porque todos son «avariciosos», porque las masas de Asia son «avariciosas», etc. Aquí había una persona que poseía la mitad de Montana atacando las masas de la población mundial, que las acusaba de querer superar el nivel mínimo de subsistencia para aumentar su nivel de vida. Y aún y así, éstos seguían siendo «avariciosos».
En cualquier caso, el capitalismo del libre mercado y la Revolución Industrial, mostraron un fuerte ascenso de las energías productivas, un fuerte ascenso que constituyó una revolución en contra del sistema mercantilista del siglo diecisiete y dieciocho. De hecho, el sistema mercantilista es a lo que hemos vuelto ahora. Hay muy poca diferencia entre el capitalismo de estado monopolístico, o capitalismo de Estado corporativo, o como se le quiera llamar, en los Estados Unidos y Europa [Occidental] hoy, y el sistema mercantilista de la era de la pre–Revolución Industrial. Sólo hay dos diferencias. Una, es que la principal actividad de entonces fue el comercio, y la de ahora es la industria. Pero el esencial modus operandi de los dos sistemas es exactamente el mismo: monopolio privilegiado, una completa unión en lo que se ha llamado «acuerdo del Estado y la industria». Un sistema generalizado de militarismo y contratos de guerras, un camino hacia la guerra y el imperialismo. Es el mismo tinglado que caracterizó los siglos diecisiete y dieciocho. La verdadera diferencia clave es que en esa época no existía un gigantesco sistema de representación proporcional (P.R. Apparatus). No tenían una flota de intelectuales que pregonaban a todos lados las maravillas del sistema: como promover el bien común y el bienestar general, es decir, el Progresismo En Acción. Ellos decían: «Es nuestro propósito abusar del publico, ¡y lo estamos haciendo!». En esos tiempos fueron muy honestos. A propósito, es realmente refrescante ir hacia el pasado y leer el material anterior a 1914 y ver la honestidad de ese tiempo.
Uno de los conceptos importantes de esta conexión es el de Albert Jay Nock, un gran pensador liberal (su seguidor fue Franz Oppenheimer). Nock acuñó dos conceptos que llamó: «poder social» por una parte, y «poder del estado» por otra. El poder social es esencialmente del que he estado hablando: las energías productivas liberadas por el libre mercado, el intercambio voluntario, el de la gente que interactúa voluntaria y pacíficamente. El «poder del estado» es parasitismo, es el estado en general —impuestos organizados, regulaciones, etc. Nock vio la historia esencialmente como una carrera entre el poder social y el poder del Estado. En la época de la Revolución Industrial, por ejemplo, por varias circunstancias el poder del estado era mínimo, y esto permitió al poder social tomar un inmenso ascenso. Pero lo que ha ocurrido en el siglo XX es esencialmente que el poder del estado lo ha alcanzado, y ha paralizado al poder social otra vez como en antaño.
¿Cuál es pues mi visión sobre el «futuro del capitalismo» —nuestro tema de hoy? Mi visión sobre el futuro es muy optimista. Realmente creo que la libertad del libre mercado, aunque se me suponga como reaccionario, primitivo, es el camino del futuro. Por una parte, fue el camino o la fuerza del futuro hace cien y doscientos años, y lo único que hemos de hacer ahora es dar un radical salto atrás, hacia ese sistema. El actual sistema no es realmente «progresista» al fin y al cabo.
Segundo, Ludwig von Mises descubrió en 1920 que el socialismo —la alternativa opuesta al actual neomercantilismo— no puede funcionar en un sistema industrial. Un sistema agrario puede funcionar por tiempo indefinido, mientras mantengas a los campesinos vivos. Puedes mantener casi cualquier tipo de sistema tiránico sobre los campesinos, pero en una era industrial necesitas mucho más que eso: necesitas al mercado, necesitas un test de pérdidas y beneficios. No se puede hacer funcionar un sistema que es poco organizable. Mises probó que el sistema socialista no puede ser calculado económicamente porque no tiene un sistema de precios para los bienes de capital, y por lo tanto, el socialismo no puede ser posible en un sistema industrial. Todos los libros de textos dicen que Mises fue rápidamente refutado por Oskar Lange y otros, pero en realidad jamás fue refutado. No tengo tiempo para profundizar en este tema teórico, pero en la práctica lo que ha pasado es que, en respuesta a la industrialización, ha habido un enorme cambio en los últimos cincuenta años en los países de la Europa del Este distanciándose del socialismo y más orientado hacia el libre mercado.
Para un creyente en la libertad y el libre mercado, este cambio es uno de los más excitantes desarrollos de las dos últimas décadas. Ahora sólo hay dos interpretaciones sobre este desarrollo: puedes decir, como hacen los chinos, los yugoslavos, los polacos, los checos, los eslovacos, los húngaros que se han vendido todos ellos al capitalismo —se han ido en secreto a la Embajada Americana y han recibido su paga. O más bien, podríamos decir que ha ocurrido algo más profundo. En esencia es que estos países han probado el socialismo y éste no funciona, especialmente cuando la economía empieza a industrializarse. Han encontrado en la práctica, de forma pragmática, y sin leer a Mises (aunque es evidente que leyeron a Mises en su tiempo) y Hayek y otros, que el socialismo no puede calcular la economía; y cayeron en esa conclusión por ellos mismos.
Lenin, evidentemente, llegó a esa conclusión mucho antes, cuando «El Comunismo de Guerra» fue abandonada en 1921. «El Comunismo de Guerra» fue un intento, poco después de la Revolución Bolchevique, de saltar al comunismo total, a una economía sin dinero y sin precios, en la cual cada persona entregaba sus bienes a la comunidad —y en la práctica fueron forzados— y retirarlos de esa comunidad para satisfacer sus necesidades. El sistema de La Guerra Comunista probó ser un desastre total —no a raíz de la guerra civil (que la racionalización sólo viene mucho después), sino por el propio sistema comunista en si.1 Lenin vio pronto qué es lo que había pasado, y rápidamente instituyó la Nueva Política Económica, que fue esencialmente un retorno a un sistema de mercado quasi–libre. Ahora los países del Este de Europa, especialmente Yugoslavia, se han movido muy rápidamente desde 1950; y lejos de ir hacia el socialismo o la planificación centralizada, han evolucionado hacia un sistema de libre mercado.
En Yugoslavia, por ejemplo, la agricultura, aún es la principal industria, y es casi totalmente privatizada; existe un floreciente sector privado a pequeña y gran escala. El «sector público» ha entregado la propiedad del estado a los trabajadores en varias plantas —esencialmente funcionando como productores corporativos. Además existe un substancial libre mercado entre esas compañías productoras con un floreciente sistema de precios, esto es, un severo test de beneficio–pérdida (cuando una empresa pierde mucho dinero, entonces cierra). A todo esto, la más reciente reforma económica yugoslava que empezó en 1967 y está aún en marcha, vio una inmensa bajada en la tasa impositiva de sus compañías. Una bajada que fue del 70% sobre los ingreso al 20%. Esto significa que, el gobierno central yugoslavo no ejercerá más control absoluto sobre las inversiones: las inversiones, también han sido descentralizadas y desnacionalizadas. De hecho, si se lee la economía comunista yugoslava —especialmente en las zonas relativamente industrializadas de Croacia y Eslovenia— parece estar leyendo un programa económico más sano que el de Barry Goldwater o Ronald Reagan. «Por qué somos productivos los croatas o los eslovenos», se preguntan, «¿Se les han de poner impuestos para subvencionar a esos holgazanes de Montenegro?» Y: «¿Por qué construimos fábricas antieconómicas («políticas»)?. «Cada uno debe estar preparado para lo suyo», etc. El próximo paso en Yugoslavia es que los bancos —los cuales, ya sea dicho de paso, son muy competitivos como empresas privadas gracias a sus clientes comerciales— están haciendo una campaña a favor de una bolsa de valores en un país comunista, algo que habría sido considerado inimaginable hace diez o veinte años atrás. A este sistema le proponen llamar —literalmente— «capitalismo socialista de la gente».
En este punto, hace unos cuantos años yo estaba impartiendo unas clases de Sistemas Económicos Corporativos. Naturalmente, usé el término para alabar el libre mercado y atacar el socialismo así como a la planificación central. Finalmente invité a un profesor de intercambio de Hungría —un eminente economista comunista— para que diese una lectura económica como invitado. Los chicos dijeron: «Ah, por fin vamos a tener el otro lado de la moneda». ¿Y qué hizo el economista húngaro? Todo el tiempo que duró la lectura la usó para alabar el libre mercado y atacar la planificación central. Exactamente dijo que lo que había contado yo hasta el momento.
En la Europa del Este, pues, creo que las esperanzas para un libre mercado son excelentes —creo que estamos obteniendo un libre mercado capitalista y que su triunfo allí es algo inevitable. En los Estados Unidos, el proceso es algo más oscuro, pero aquí también podemos ver como la «Nueva Izquierda» toma un gran número de las posiciones que habíamos tomado los «derechistas extremos» en nuestro tiempo. Muchas de las posiciones que se han tildado de «derechistas extremas» hace veinte años, ahora son bastante izquierdistas.
Como resultado, yo, con la misma posición que entonces, me han reubicado de la extrema derecha a la izquierda sin ningún tipo de esfuerzo por mi parte. Descentralización, control de la comunidad, ataque al Leviatán del gobierno, a la burocracia, a la intervención estatal en la vida de las personas, ataque a la educación estatista, crítico del unionismo el cual está vinculado al estado, oposición al militarismo, a la guerra, al imperialismo, etc. Todas esas cosas que la Izquierda está empezando a ver, es precisamente lo que nosotros los «extremadamente derechistas» hemos estado diciendo siempre; y a medida que avanza la «descentralización», no hay nada tan descentralizado como el libre mercado, y tal vez, este también llegue a ser el centro de atención de la gente.
Precisamente por eso, soy muy optimista sobre el futuro del libre mercado capitalista. No soy optimista sobre el futuro del capitalismo de estado —o más bien, soy optimista, porque creo que acabará desapareciendo. El capitalismo de estado inevitablemente crea todo tipo de problemas que son insolubles. Como dijo Mises, una intervención en el sistema para intentar resolver los problemas sólo crea más problemas, que a la vez sólo demandan más intervención, etc. Así el proceso entero se hace como una bola de nieve hasta que se llega al colectivismo, al sistema totalitario. Ahora es mucho más probable el aumento de la intervención en Vietnam; el principio, como ya sabemos todos, es que la intervención del gobierno en Vietnam crea problemas que reclaman más intervención, y así de forma cíclica. Lo mismo pasa con la intervención doméstica, y el programa agrario es un excelente muestra de ello.
Tanto Vietnam como la intervención del Estado en el ámbito doméstico, hacen aumentar la intervención creando sólo problemas que enfrentan a la gente y a sus elecciones: la prensa reclama más intervención, o la repele —en el caso de Vietnam, retirarse del país. Ahora en Yugoslavia y en el resto de la Europa del Este, han tomado el sentido contrario: el de la descentralización progresiva, continuando repeliendo un intervencionismo detrás de otro, y abocados al libre mercado. En Estados Unidos hemos tomado el camino de acelerar las intervenciones, hacia una mayor mutilación del libre mercado. Pero empieza a ser evidente que el sistema mixto se hace pedazos, que no funciona. Se está empezando a ver, por ejemplo, que el Estado del Bienestar no crea impuestos a los ricos y se lo da a los pobres; sino que impone impuestos a los pobres para dárselo a los ricos, y es el pobre quien paga ese Estado del Bienestar. Se está empezando a ver que la intervención exterior es esencialmente el método de subvencionar las empresas americanas en contra de ayudar a los pobres de los países subdesarrollados. Y ahora se empieza a ver evidente que las políticas keynesianas sólo triunfan para traernos más inflación con recesiones; y nuestros olímpicos economistas no tienen ni idea de sacarnos de este desorden. Lo único que hacen es cruzar sus dedos y sus modelos económicos y rezar. Y por supuesto, sólo podemos mirar hacia delante con otro crisis en la balanza de pagos de aquí a un par de años; otro episodio de la crisis inflacionista en un par de años, otro episodio histérico de la salida del oro.
Nos amenazan muchas crisis en los Estados Unidos, algunas para llegar, otras las tenemos inminentemente encima. Todas esas crisis son el producto de la intervención, y ninguna de ellas podrá ser solucionada mediante el intervencionismo. Otra vez, creo que podemos darle la vuelta de forma definitiva a nuestro presente —tal vez tomando a Yugoslavia como paradigma. Por cierto, el profesor Averitt mencionó la Gran Depresión; el capitalismo de 1920. Tal depresión la causó la fuerte intervención del estado; un intervencionismo, todo sea dicho, muy similar al actual. En 1920, tuvimos el recién instaurado Sistema de la Reserva Federal, donde los economistas del establishment de ese momento aseguraron que eliminarían cualquier recesión futura. El Sistema de la Reserva Federal en adelante manipularía los precios y la oferta de dinero allanando los ciclos económicos para siempre. Mil novecientos veintinueve y la Gran Depresión fueron el resultado de la manipulación guiada de la mano sabia de los economistas del establishment —no fueron en ningún sentido el resultado del capitalismo del libre mercado.
En resumen, el advenimiento de la industrialización y la Revolución Industrial cambió irreversiblemente el pronóstico de la libertad y el estatismo. En la era preindustrial, el estatismo y despotismo estaban fijados de forma indefinida, quedando satisfecho con mantener a los campesinos en los mínimos niveles de subsistencia y viviendo a costa de sus beneficios. Pero la industrialización rompió las antiguas normas, fue evidente que el socialismo no podía funcionar en un sistema industrializado, y éste fue convirtiéndose en neo–mercantilismo, intervencionismo, y en el largo plazo ninguno de los dos son compatibles con el sistema industrial. El libre mercado capitalista, o la victoria del poder social y de los medios económicos, no es sólo el único triunfo moral y, de lejos, es el sistema más productivo, sino que también es el único sistema viable para la humanidad en la era industrial. El triunfo final, es virtualmente, inevitable.
- 1Sobre el Comunismo de Guerra, véase el importante artículo de Paul Craig Roberts, «War Communism: A Re-examination«; Slavic Review (junio de 1970), pp. 237-61.