[Liberty (2009); reimpreso en Is the Market a Test of Truth and Beauty? (2011)]
La historia que no ocurrió puede ser tan interesante como la historia que sí.
Este artículo es un pequeño ejemplo de este tema. Si no hubiese sido por una casualidad, ahora no lo estaría escribiendo. Al no encontrar lo que quería mientras buscaba en las estanterías de revistas de nuestra biblioteca, encontré una mención de “ucronía” en Le Nouvel Observateur. El filósofo Charles Renouvier eligió esta palabra como el título de su novela de 1857 y 1876; lo acuñó a partir de raíces griegas que significan “sin tiempo”. Estaba siguiendo el patrón establecido por Santo Tomás Moro, cuya Utopía deriva de la raíz que significa “sin lugar”. La utopía es un lugar que no existe; la ucronía es un tiempo que no existe. Las obras ucrónicas son llamadas también historia “y si”, alternativa, conjetural o contrafactual. Consideran lo que habría ocurrido si hubiera pasado algo distinto.
Esas obras caen en dos categorías. La distinción es difusa pero útil. Los escritos del primer tipo, al contrario que la historia real o una novela histórica normal, son una completa ficción. No son especulaciones acerca de acontecimientos reales, son historias que se sostiene por sí mismas. Las películas de La guerra de las galaxias y los cuentos de Tolkien son buenos ejemplos. Otro es Islandia, una novela de Austin Tappan Wright, publicada póstumamente en 1942. Wright describe acontecimientos y personalidades en un país en un continente ficticio en el hemisferio sur antes de la Primera Guerra Mundial. La gente de esta Islandia, aunque altamente civilizada y desarrollada en filosofía y psicología, prefería sus cosas viejas, rechazando los ferrocarriles y casi cualquier otra tecnología moderna y limitando enormemente el contacto con el mundo exterior. El lector (este por lo menos) se inclina con el autor por simpatizar con el modo de pensar del islandiano.
Looking Backward (1887) de Edward Bellamy, proyecta una visión opuesta, que pretende ser así de atrasada solo en un sentido irónico. Imagina una utopía socialista próspera y feliz en 2000. Esta ucronía en realidad ejerció alguna influencia en su tiempo, convirtiendo a muchos lectores al socialismo porque querían vivir en el mundo que imaginaba Bellamy.
Un ejemplo menos satisfactorio de la primera categoría de obras ucrónicas es Hadrian VII (1904), una fantasía bastante propia de aficionados de Frederick Rolfe, el autonombrado barón Corvo. Su protagonista es un aspirante frustrado al sacerdocio al que un improbable cónclave cardenalicio elige como papa, el segundo papa inglés de la historia. El Papa Adriano irradia su benevolencia hasta la Primera Guerra Mundial (o más bien su elusión. Su intervención arregla con éxito los conflictos políticos importantes del mundo. La historia tenía también efectos en el mundo real. Lo extraño del libro y su autor inspiró una famosa obra de detección literaria, The Quest for Corvo (1934), en la que A.J.A. Symons descubría lo extraño que era realmente el “barón”.
La segunda categoría (y mi preferida) de la literatura ucrónica es más estrictamente la historia de “y si”. Se refiere a acontecimientos o circunstancias reales que es posible que hubieran sido distintos. If: Or History Rewritten, editado por J.C. Squire (1931), de ejemplos del género con historias de muchos escritores. Phillip Guedalla imagina que la Reconquista cristiana de España no llegó por alguna razón lo suficientemente adelante como para absorber el reino moro de Granada, dejándola como una potencia en asuntos internacionales en el siglo XX y supuestamente más allá. Hendrik Willem van Loon imagina que los holandeses han retenido Nieuw Amsterdam hasta que, por un tratado con una curiosa disposición libertaria, se une a estados Unidos en 1841. André Maurois imagina que Luis XVI tiene la firmeza suficiente como para mantener a Turgot, su liberalizador ministro de finanzas, hasta 1789 y más allá (cuando empezó la Revolución Francesa en el mundo real), en lugar de cesarlo en 1776. Hillaire Belloc imagina que el carro que bloqueó el paso de Luis cuando trataba de huir de Francia en 1791 se había atascado antes de llegar al puesto crucial de Varennes. Emil Ludwig regunta qué hubiera pasado si el emperador alemán Federico III, de mentalidad liberal y casado con una hija de la reina Victoria, en lugar de morir tras solo 99 días en el trono en 1888, hubiera sobrevivido y ejercido su influencia hasta 1914. Winston Churchill, en un doble giro, escribe como un historiador en un mundo en el que Lee había ganado la batalla de Gettysburg y que especula sobre si no la hubiera ganado. Milton Waldman imagina que Booth fallaba el disparo a Lincoln. G.K. Chesterton imagina a Don Juan de Austria casado con María, reina de Escocia; Harold Nicholson, a Byron entronizado como rey de Grecia y H.A.L. Fisher, que Napoleon escapa a Estados Unidos y se convierte en un próspero terrateniente. Squire, el editor, plantea el descubrimiento de pruebas de que Lord Bacon escribió la obra de Shakespeare.
Esa especulación no tiene por qué ser una frivolidad. Comparar lo que relamente ocurrió puede profundizar en nuestra comprensión de la historia real y de teorías de economía, psicología, ciencia política, relaciones internacionales, asunto militares, tecnología, medicina e incluso ciencias naturales aplicadas por quienes tomaron las decisiones en el pasado. Y cada uno de nosotros ha experimentado indudablemente las alternativas en su propia vida de una forma muy distinta de la que un biógrafo las describiría. Él conocería los resultados; nosotros no.
Una subcategoría de la historia conjetural no me atrae mucho. Como el escenario de la Granada de Guedalla, especula sobre grandes tendencias o condiciones que resultan distintas de las reales. ¿Y si los dinosaurios o el Imperio Romano no hubieran desaparecido? ¿Y si Europa nunca hubiera descubierto América? Incluri así una conjetura no es satisfactorio porque se centra en marcos generales de historia en lugar de acontecimientos particulares, que pueden haber parecido sin importancia en sí mismos, pero tuvieron consecuencias importantes. (¿Cómo podría haber podido Granada sobrevivir a la Reconquista?) Igualmente, parece fuera del espíritu del género usar algún acontecimiento o no acontecimiento como punto de partida para una obra completa de ficción, como explotaciones imaginarias de Napoleón en el Nuevo Mundo.
Las divergencias entre lo que sí ocurrió y lo que podría haber ocurrido a veces inician trascendentales efectos dominó o mariposa. Machas pueden interesar particularmente a los libertarios. ¿Y si l Guerra de Secesión se hubiera evitado y con ella el dominio del gobierno federal del sistema monetario? ¿Y si el Sistema de la Reserva Federal no se hubiera creado nunca? ¿Y si el Secretario del Tesoro Winston Churchill hubiera hecho caso a las advertencias contra devolver a Gran Bretaña al patrón oro en 1925 a la ya inviable paridad anterior a la guerra? ¿Y si (como han especulado Milton Friedman y Anna Schwartz) Benjamin Strong, gobernador del Banco de la Reserva Federal de Nueva York, figura dominante en el Sistema de la Reserva Federal y un economista más intuitivo que la mayoría de sus colegas, no hubiera muerto prematuramente en 1928? ¿Y si Harry Gunnison Brown o Irving Fisher hubieran dirigido el Sistema o hubiese prevalecido su consejo en torno a 1929? ¿Se hubiera convertido un recesión normal en la Gran Depresión, creando oportunidades tanto para el New Deal como para Hitler? Creo que no.
Pero podemos especular más. ¿Y si el disparo de Giuseppe Zangara al presidente electo Roosevelt en febrero de 1933 no hubiera matado en su lugar al alcalde de Chicago, Cermak? ¿Y si Estados Unidos no hubiera adoptado el programa de compra de plata de la década de 1930, que benefició a los intereses plateros nacionales, pero arruinó el sistema monetario chino y por tanto mejoró las posibilidades de los comunistas? ¿Y si Von Papen y sus socios, en 1933, no hubieran esperado manejar a Hitler y lo consideraran una elección segura para canciller? ¿Y si Hitler hubiera decidido acabar con Inglaterra en 1940-1941 antes de atacar a Rusia? ¿Y si FDR, gravemente enfermo, hubiera muerto antes de la conferencia de Yalta de febrero de 1945 (o antes, cuando Henry Wallace era todavía vicepresidente)? ¿Y si Lee Harvey Oswald hubiera resultado un mal tirador en Dallas en 1963? ¿Qué habrían hecho Gerald Ford y el país si este no hubiera perdonado a Nixon? ¿O qué habría significado el rechazo de Nixon al perdón? ¿Y si el apretado voto de Florida en 2000 hubiera sido al contrario, como podría haber pasado, si no fuera por papeletas mal perforadas, papeletas desalineadas y votos accidentales por Pat Buchanan? Una administración Gore habría sido un desastre, pero de un tipo diferente al que nos trajo Bush. ¿Y sería la crisis financiera actual más o menos severa si el rescate de Long-Term Capital Management, organizado por la reserva Federal en 1998, y de otras instituciones antes y después no hubiera empeorado el dilema del riesgo moral?
Es verdad que la historia tiene sus aspectos deterministas: Marx destacaba la tecnología. Pero las posibilidades propias de las encrucijadas de la historia desacreditan el énfasis en el determinismo y subrayan el elemento de fortuna. Supongamos que Poncio Pilatos hubiera salvado a Jesucristo, impidiendo su crucifixión y la historia de la resurrección. ¿Seguiría siendo Jesús el centro de una religión que domina, para bien o para mal la mayor parte del mundo occidental? ¿O habría seguido siendo un predicar itinerante apenas mencionado en la historia de la religión? ¿Se hubiera convertido algunas de las religiones misteriosas del este mediterráneo en dominante en lugar del cristianismo?
Consideremos un episodio de la historia británica: la reina Ana tuvo 18 hijos, más o menos, contando abortos y nacimientos muertos, así como nacimientos vivos. Si una mejor atención médica hubiera conseguido salvar al menos uno de estos potenciales herederos tras la muerte de Ana en 1714, los protestantes de su familia, los Estuardo (los católicos de entre ellos no eran elegibles por ley) habrían retenido la corona británica. Para Ana murió sin dejar un heredero Estuardo protestante, así que la corona paso a la dinastía lejanamente emparentada de los Hannover. La gente de los Hannover tenía intereses y tradiciones políticas muy diferentes. Fue con ellos como desarrollaron los británicos lo que llegó a ser el sistema característico moderno de partidos y primer ministro. ¿Hubiera ocurrido igual bajo una sucesión Estuardo?
Aquí estamos especulando acerca del potencial latente de personas y movimientos que podemos identificar. ¿Pero qué pasa con la multitud de casos de “y si” que nunca tuvieron una oportunidad de reclamar nuestra atención? Si no hubiera sido por el accidente de morir jóvenes, ¿cuántos hombres y mujeres habrían sobrevivido para cambiar el surco de la historia política y cultural? Este es un un tema de la “Elegy Written in a Country Churchyard”, de Gray:
Quizá en este lugar olvidado esté
Algún corazón una vez preñado con fuego celestial,
Manos que la vara del imperio podrían haber empuñado,
O llevado al éxtasis la lira viviente
Quizá aquí desaparezca la especulación con nuestra falta de conocimiento. Pero acontecimientos que son demasiado seguros tampoco no son objeto fructífero de especulación. Las luchas históricas son malos ejemplos de ucronía cuando la ventaja estaba decididamente de un lado. “¡Mi reino por un caballo!”, grita el Ricardo III de Shakespeare en la batalla de Bosworth . Para mí, incluso más interesante que las batallas que podrían haber caído de cualquier lado son las guerras que podrían haber caído de cualquier lado, en el sentido de que podrían haberse evitado.
Si los halcones belicistas estadounidenses no hubieran engañado acerca de la explosión del Maine en el puerto de La Habana en 1898, España bien podría haberse mantenido como potencia importante y Estados Unidos podría haber evitado su más profundas cargas coloniales y geopolíticas. Supongamos que los impetuosos hubieran sido menos influyentes en Charleston en abril de 1861 o que Jefferson Davis los hubiera contenido. Los confederados podrían haber sido más pacientes, no cayendo en el movimiento provocador de Lincoln de rearmar Fort Sumter. Sin su tiroteo al fuerte, Lincoln no podría haber despertado el fervor bélico en el Norte. ¿Cómo habría dañado unos pocos meses o incluso años de una guarnición de la Unión en el puerto de Charleston a la independencia confederada, que hasta entonces había tenido éxito? Después de todo, se había permitido a la guarnición comprar suministros en Charleston, incluso después de la secesión. Ningún bando esperaba cuatro años de un trágico baño de sangre. El asunto de la esclavitud se habría resuelto con mucho menos coste para ambos bandos.
Francia en 1870 es un ejemplo de no aceptar un “sí” (acepto) por respuesta. El gobierno provisional de España había invitado a un príncipe Hohenzollern a convertirse en el nuevo rey del país. El gobierno del emperador francés Napoleón III, protestó y el príncipe alemán, un miembro de la casa entonces gobernante en Prusia, renunció. Los acontecimientos podrían haberse detenido aquí, pero no fue así. No contento con este triunfo diplomático, el ministro de exteriores francés trató de humillar más a los prusianos. Ordenó al embajador francés a abordar al rey de Prusia, Guillermo I, en un balneario y presionarle para una garantía por escrito de que dicha candidatura nunca se renovaría.
El rey lo rechazó educadamente. Bismarck, el primer ministro prusiano, publicó el informe real del episodio después de editarlo tendenciosamente para dar la impresión a los franceses de que el rey había insultado a su embajador y a los prusianos de que el embajador se había comportado maleducadamente ante su rey. La emperatriz Eugenia de Francia, importante halcón francesa, esperaba que esa victoria consolidara aún más a la dinastía napoleónica. Así que los franceses se dejaron con entusiasmo ser engañados para declarar la guerra, aunque militarmente no estaban preparados y les faltaban incluso los mapas adecuados delos posibles teatros de operaciones. Napoleón III perdió su trono, el Segundo Imperio bonapartista se vino abajo, Francia perdió la Alsacia-Lorena, apareció el revanchismo como fuerza política en Francia y se desarrolló el peligro de otra guerra. ¿Y si mentes más serenas hubieran prevalecido en el gobierno francés? ¿Y si los españoles hubieran invitado a algún no alemán en primer lugar?
Igual que el final del Segundo Imperio dependió de la casualidad, lo mismo pasó con su inicio. Luis Napoleón Bonaparte, como se le conocía entonces, llevó a cabo un golpe de estado encubierto el 2 de diciembre de 1851. Su mandato como presidente de la república (obtenido por la fama de su nombre) expiraría pronto y la constitución prohibía su reelección. Por tanto, se apropió del poder. Pero su cruel golpe bien podía haber fracasado y con él la serie de acontecimientos que llevaron a Francia y Alemania a las guerras de 1870 y 1914.
La Gran Guerra fue un punto inflexión moderno trágico e innecesario. Pensemos en sus consecuencias: económicas, políticas, militares y psicológicas. En 1914, ninguna potencia deseaba o preveía una guerra tan larga y sangrienta. Aunque una complicada telaraña de alianzas sí planteaba un peligro, no se predecían acontecimientos a la escala que se desarrollaron posteriormente. No terminaron con el armisticio de la 1918. Le siguió la Segunda Guerra Mundial, en buena parte una consecuencia y una secuela de la primera guerra. Una de las relaciones causales fue el hecho de que la derrota de Alemania y el consiguiente Tratado de Versalles dieron a Hitler material para la propaganda nacional. ¿Pero y si el consejo de no castigar a Alemania tan severamente hubiera prevalecido en Versalles? ¿O si Gran Bretaña y Francia hubieran actuado con decisión cuando Hitler violó el tratado en 1934-1936?
La funesta importancia del 28 de junio de 1914 (la fecha en que el archiduque austriaco Francisco Fernando fue asesinado en Sarajevo y empezó a levantarse el telón para el conflicto de 1914-1918 y luego de 1939-1945) me llevó, junto con el joven hijo de un amigo que me acompañaba a una conferencia en Italia a hacer una excursión a Sarajevo. Allí vi dónde estaba Gavrilo Princip cuando disparó el tiro que mató a Francisco Fernando, junto a un edificio donde se había instalado una placa conmemorativa y se había establecido un museo. Me pregunté: ¿Y si el carro del archiduque no se hubiera equivocado al girar? ¿Y si Princip hubiera errado el tiro, aunque solo fuera por pulgadas? Un intento de asesinato ya había fracasado el mismo día, por poco. Este también podría haber fracasado.
Aun así, el asesinato no hizo inevitable la guerra. Sospechando la complicidad serbia, Austria-Hungría envió a Serbia un ultimátum imponiendo condiciones drásticas: debía colaborar en una investigación y suprimir más manifestaciones terroristas. Serbia estuvo sorprendentemente cerca de aceptarlo por completo, pero Austria-Hungría, indispuesta (como Francia en 1870) a aceptar por respuesta casi un sí, inicio una guerra y las alianzas alimentaron el contagio. ¿Y si Austria-Hungría se hubiera considerado satisfecha con el casi sí o Serbia lo hubiera aceptado completamente?
Más allá de las preguntas que plantea, la historia conjetural puede contribuir a la propia comprensión, así como los papeles de otra gente y de la casualidad en los asuntos humanos. Cuando estaba en el instituto, compré el Hugo’s Spanish Simplified y unos pocos de los libritos baratos de la Haldeman-Julius Company sobre religión y sobre el lenguaje internacional esperanto. Miss Connor, mi profesora de historia, me dirigió hacia la economía de Henry George y a un libro sobre historia italiana. Estos pequeños episodios afectaron a mi vida posterior en formas imprevisibles. Miss Connor era lo que ahora llamaríamos una recalcitrante liberal de izquierdas, pero aun así era una profesora escrupulosa y motivadora. Sin su influencia, yo podría no haberme licenciado en economía en la universidad ni haber seguido un doctorado en economía. Por otro lado, los libros de Haldeman-Julius despertaron mi interés por la religión y el lenguaje internacional, todo lo cual he explicado en Liberty (en los números de octubre de 2007 y enero/febrero de 2008).
Quizá fuera más accidental, aunque importante, la influencia del libro de español de Hugo. Empecé a estudiar español, totalmente sin clases formal. En la Universidad de Auburn me uní a los “Amigos de Guatemala”, un grupo de conversación en español entonces resucitado, el origen de cuyo nombre nadie podía recordar. Todos, salvo dos de los miembros de nuestro grupo abandonaron enseguida, pero Luis Dopico y yo continuamos y acabamos teniendo nuestras conversaciones en español en la cena una vez por semana. Le visité una vez en su casa en España. Ahora vive en Carolina del Norte y tiene doble nacionalidad. Hablo con él por teléfono en español durante aproximadamente una hora cada domingo, luego unos 15 minutos en inglés con su mujer, Stephanie Crofton. Si no hubiera elegido el español por el librod e Hugo, nunca hubiera tenido estos dos íntimos amigos. Es un buen ejemplo de un acontecimiento microestocástico (un ejemplo de azar a una escala muy pequeña) con consecuencias importantes para mí.
¿Y si hubiera caído, como algunos de mis colegas en un curso de idioma japonés durante la guerra? ¿Y si hubiera seguido el (mal) consejo de mi padre, ofrecido porque había perdido tres años en el ejército, de dejar de volver a la universidad e ir directamente al mundo empresarial? ¿Y si no hubiera tropezado con los libros de Ludwig von Mises en la biblioteca del Oberlin College y de Wilhelm Röpke en una librería de Nueva York, obras que influyeron tanto en mi comprensión de la economía y del libertarismo o cuasilibertarismo? ¿Y si hubiera elegido el problema de la innovación ajo el socialismo como tema de mi tesis en 1950-1952, en lugar de lo otro que estaba considerando “Una evaluación de los tipos de cambio de libre fluctuación”, que fue el que elegí? (Sé que habría tenido problemas en encontrar mucho que decir acerca de la innovación bajo el socialismo).
¿Y si yo no hubiera enseñado en Texas A&M durante un año y en la Universidad de Maryland durante cinco, haciendo amigos íntimos en las dos universidades? Un año en el programa europeo de Maryland llegó justo a tiempo en mi vida. ¿Y si un artículo mío no me hubiera conseguido una invitación para mudarme a la Universidad de Virginia en 1957? Al tomar parte en un programa del Instituto de Estudios Humanos en el verano de 1981, conocí a un valioso colaborador académico, Robert Greenfield. En 1984, la idea de comprar una casa grande con una gran hipoteca como cobertura ante la inflación inclinó mi muy indecisa decisión hacia la mudanza de la Universidad de Virginia a la de Auburn. (Sí, no solo la inflación, sino la incertidumbre sobre ella puede afectar incluso a la planificación personal). Especular no solo sobre episodios de la historia mundial, sino también sobre puntos de inflexión en una sola vida pueden llevar a conversaciones vivaces, pero serias, con otros y consigo mismo.
He dejado para el final un ejemplo de ucronía que, por dos razones, es mi favorito. Como muchos ejemplos anteriores y lo mejor que puedo recordarlo, lo pensó yo mismo. Lo más importante es que es un ejemplo extremo de su tipo, incluso trata el tema filosófico del libre albedrío y el determinismo. Supongamos que en 1818 la reina Victoria hubiera sido concebida como varón en lugar de como mujer. La determinación de su sexo fue indudablemente un acontecimiento microestocástico. Si no hubiese sido por este accidente del sexo, las coronas de Gran Bretaña y Hannover habrían permanecido unidas después de la muerte del tío de Victoria, Guillermo IV, en 1837. Las mujeres podían heredar el trono de Gran Bretaña, pero la Ley Sálica medieval excluía a todas las mujeres del trono de Hanover mientras hubiera herederos varones. Así que otro de los tíos de Victoria, Ernesto Augusto, se convirtió en rey de Hanover, separando las dos coronas.
Ahora bien, si el nuevo monarca de Gran Bretaña hubiera sido un varón, también habría sido rey de Hanover. Un reino en el centro del norte de Alemania compartiendo el mismo monarca angloparlante y educado en inglés con Gran Bretaña habría dificultado enormemente los intentos de Bismarck hacia la unificación alemana. La guerra de las siete semanas de 1886 (Prusia contra Austria), que tenía en su trasfondo las guerra de 1864 de Prusia y Austria contra Dinamarca sobre el asunto de Schleswig-Holstein en el norte de Alemania, podría no haberse producido nunca. Sin embargo, como consecuencia de este, Hanover, un aliado de la derrotada Austria, perdió su independencia en 1866 y fue absorbido por Prusia. Sin la concepción de Victoria como mujer, las guerras de 1866 y 1870-1871, el establecimiento del Imperio Alemán, la Primera Guerra Mundial y la revolución bolchevique de 1917 podría no haberse producido nunca, al menos no en su momento real y en su forma real. ¿Serían distintas nuestras vidas? Es difícil argumentar otra cosa.
Pequeños acontecimientos de azar pueden realmente influir en la historia. Así es como la ucronía se convierte en realidad.
Extraído de Is the Market a Test of Truth and Beauty?, capítulo 22 (2011), este artículo se publicó originalmente en Liberty 23 (Septiembre de 2009): 31-34.