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4.000 años de controles de precios

[Artículo de Newsweek del 21 de marzo de 1949 y reimpreso en Business Tides: The Newsweek Era of Henry Hazlitt]

Se acaban de traducir tablillas, que se dice que son 200 años más antiguas que el código babilonio de Hammurabi, que demuestran que el antiguo reino de Eshnunna tenía control de salarios y control de precios. La noticia no tendría que ser una sorpresa. Pues el propio código de Hammurabi (desenterrado en 1902), que fue promulgado antes del 2.000 A.C., fijaba precios, salarios, tipos de interés y tarifas. Esto hace que los controles de precios tengan al menos cuatro mil años de edad.

El descubrimiento real de la civilización fue el mercado libre. Fue Adam Smith, en La riqueza de las raciones, publicado en 1776, quien con más claridad que cualquier otra mente hasta su tiempo apreció las maravillas del mercado libre. En la primera expresión de su descubrimiento comparaba el sistema de precios libres y pérdidas y beneficios libres con “una mano invisible” que llevaba los hombres que perseguían su propio interés a promover el bienestar de toda la nación más eficazmente que cuando trataban de promoverla deliberadamente.

También fue en 1776 cuando Gibbon, en Historia de la decadencia y caída del imperio romano, escribía: “Cuando los suntuosos ciudadanos de Antioquía se quejaron del alto precio de las aves y el pescado (…) el emperador [Juliano] se aventuró a dar el paso muy peligroso y dudoso de fijar, por autoridad legal, el valor del grano. Decretó que en tiempo de escasez debería venderse al precio al que se habría vendido en los años de mayor abundancia. (…) Las consecuencias podrían haberse previsto y se sintieron enseguida (…) Los propietarios de cultivos de grano ocultaron a la ciudad el suministro habitual y las pequeñas cantidades que aparecieron en el mercado se vendieron en secreto a un precio acordado e ilegal”.

Sesenta años antes de la acción de Juliano, el emperador Diocleciano, en el año 301, había emitido un famoso edicto fijando precios y salarios. El castigo por superar los precios fijados era la muerte o la deportación. “El edicto era bienintencionado, pero fallido”, comenta la Enciclopedia Británica. “El efecto real fue desastroso”.

Saltemos ahora a 1793, cuando los líderes de la Revolución Francesa, en un intento desesperado de compensar las consecuencias de su propio exceso imprudente de emisión de papel moneda, aprobaron una ley imponiendo precios máximos. En algunos aspectos era más razonable que nuestra propia OPA. Permitía que los precios fueran un tercio superiores a los de 1790, permitía sumar un beneficio del 5% para el vendedor al por mayor y un 10% al vendedor al por menor. Pero, como escribía Andrew D. White en 1876: “El primer resultado del Maximum [ley de precios] fue que se adoptaron todos los medios para eludir el precio fijo impuesto y los granjeros aportaban tan poca producción como les era posible. Esto aumentó la escasez y las personas en las grandes ciudades sufrieron racionamiento. Se emitieron billetes que autorizaban al portador a obtener a precios oficiales cierta cantidad de pan o azúcar o jabón o madera o carbón para cubrir necesidades inmediatas”.

Pero ni siquiera con este sistema temprano de racionamiento “podía aplicarse” la ley. Las tiendas “no podían vender esos bienes sin arruinarse. El resultado fue que muchos dejaron los negocios y el resto obligaba a los compradores a pagar enormes cantidades bajo la excusa muy natural de que el vendedor arriesgaba su vida solo por comerciar. El que esa excusa era válida se ve fácilmente en las listas diarias de los condenados a la guillotina, en la que figuran de forma no infrecuente los nombres de hombres acusados de violar de las leyes del Maximum”. En poco más de un año tuvo que derogarse la ley.

La moraleja de nuestra pequeña historia es familiar. Es que “los que no puedan recordar el pasado están condenados a repetirlo”. Pues esto es lo que nuestros gobiernos “modernos” hacen hoy en todo el mundo. Paradójicamente, son aquellos que ahora quieren volver a este dispositivo totalitario antiguo los que se enorgullecen de llamarse a sí mismos “progresistas”. También les gusta decir que quienes creen en la libertad económica “viven en el siglo XIX”. Estos controladores todavía tienen que aprender que ellos mismos están viviendo, como atestiguan los descubrimientos de Babilonia, en el siglo XIX ¡antes de Cristo!

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