[Nota del editor: Mientras nos enfrentamos a otro llamado cierre del gobierno, algunos pueden recordar que ya hemos recorrido antes este camino. En este artículo de 1996, Lew Rockwell explica que los “cierres” del gobierno no son ni tan impopulares ni tan problemáticos como suponen los medios de comunicación y los políticos de Washington]
De acuerdo con la historia oficial, el 104 Congreso se condenó a sí mismo cuando cerró el gobierno para forzar sus prioridades presupuestarias sobre el presidente. El pueblo se levantó en armas y reclamó que se reabriera el gobierno. Esto enseñó al pueblo y a sus representantes una valiosa lección. Por mucho que nos quejemos, realmente necesitamos un gran gobierno. Hoy todos estamos de acuerdo con el juramento de la Casa Blanca de nunca permitir que el gobierno cierre de nuevo.
Por supuesto, toda esta historia es una tontería. Cerrar el gobierno fue la acción más noble de este Congreso. Aunque los novatos que forzaron el cierre contra los deseos de los líderes no se prepararon adecuadamente para la inevitable respuesta de los medios de comunicación y la burocracia, estaban en el buen camino. Podría haber sido el único acto con principios en dos años de compromiso político.
Además, nadie ha producido ninguna pizca de evidencia de que el cierre del gobierno fuera tan impopular como afirmaban los medios. Se afirmaba diariamente, pero nunca se probó. Oh, es verdad, oímos algo acerca de personas que no podían conseguir pasaportes, no podían entrar en Yellowstone, no podían ver esa exposición de Vermeer en la Galería Nacional. Pero lo más importante es que al gobierno central (que consume el 40% de la riqueza nacional) no se le echaba mucho de menos.
Era una ilusión fiscal en marcha. Estaba en juego una autorización presupuestaria que permitiera al gobierno gastar dinero antes de que estuviera ahí para gastarlo. Pero el gobierno podría haber reabierto y funcionar basándose en los pagos presentes. De esa manera el presupuesto se equilibraría de inmediato. Todos afirmaban querer un gobierno de reparto, pero nadie sugirió que esta fuera una opción. Actuaban como si la financiación en deuda fuera parte del derecho natural.
Sigue habiendo más que aprender acerca del gobierno durante los cierres. Consideremos lo que se conoce como la “estratagema del monumento Washington”. Cuando se me amenaza con recortes presupuestarios, se recortan las horas de visita en los monumentos populares. Si se vota un recorte presupuestario, o un aumento insuficiente, en el Congreso, momentos después un funcionario con aspecto oficial pide a los turistas reunidos que se dispersen, por favor. Gracias a esos avariciosos congresistas se nos ha negado fondos esenciales.
Los medios están allí para registrar cualquier palabra y realizar entrevistas para emitirlas en la televisión nacional. La gente normal dice al periodista: “mi familia y yo hemos venido desde Sacramento, pero debido a las riñas políticas, nuestras vacaciones se han arruinado”, etc. La lección está clara: el Congreso haría mejor en votar a favor de cualquier dólar que reclame el presidente o el pueblo responderá en las noticias de la tarde. Tristemente, esta estratagema funciona una y otra vez.
Detrás del escenario, todo esto ha sido organizado. Hay muy pocas cosas que hace el gobierno federal de las que el pueblo se beneficia directamente. Entre ellas están emitir pasaportes, entregar el correo, gestionar monumentos y museos y mantener parques nacionales. Precisamente por eso hacen lo que genera más daño.
Sin embargo, al seguir la estratagema del monumento de Washington, la Casa Blanca tiene que tener cuidado de que no le salga el tiro por la culata. Por ejemplo, si el correo dejara de entregarse, la gente podría revelarse en contra del propio servicio postal y animar las demandas de que se privatice. El truco está en cerrar servicios que afecten visiblemente a una minoría, de maneras que los medios de comunicación puedan dramatizar, pero no generar enfado contra el propio gobierno.
Por supuesto, lo que hay detrás de todo eso es el deseo de que siga fluyendo la generosidad, no servir al público. Si los federales quisieran servir al público y el Congreso no autorizara más gasto, podrían desviar dinero de los servicios que no necesita el pueblo (“Servicios sociales para refugiados e inmigrantes cubanos y haitianos”) a aquellos que sí necesita (pasaportes). Aún mejor, un líder verdaderamente bienhechor sencillamente renunciaría al control de monumentos y oficinas de pasaportes a favor de entidades privadas para que los gestionaran obteniendo beneficios.
Aquí está la paradoja. Los servicios del gobierno que más necesita el pueblo son aquellos que podrían gestionarse fácilmente de forma privada. Esto se deduce por definición: si la gente necesita algo, un empresario estará encantado de obtener una ganancia proporcionándoselo. Por otro lado, los servicios que la gente no necesita no deberían existir en absoluto.
Desde un punto de vista estratégico, el gobierno tiene incentivos para reservarse servicios privatizables como los parques nacionales, porque son útiles en tiempos de cierre del gobierno. Monopoliza algunos servicios solo para evitar que la gente piense que puede arreglárselas sin el gobierno.
Es más que un truco presupuestario: va al núcleo de casi todo lo que hace el gobierno. Incluso a nivel local, cuando se recortan presupuestos, lo primero que recibe el hachazo son las horas extras en la biblioteca pública. Después se cierran los propios periódicos más populares. El gobierno, con mala intención, obtiene más beneficios cerrando servicios útiles que proporcionándolos.
Es exactamente lo contrario del funcionamiento de un negocio privado. Cuando un negocio tiene que recortar costes, busca desperdicios e ineficiencias, pero es absurdo recortar servicios al consumidor. De hecho, podría mejorarlos si hacerlo proporciona más ingresos. Hacérselo pagar al consumidor solo crearía más pérdidas y llevaría a la empresa a una menor rentabilidad.
Con el gobierno saboteando cualquier intento de recortar su presupuesto recortando los servicios que quiere la gente, ¿cómo puede recortarse con éxito los presupuestos públicos? No hay una respuesta sencilla: idealmente, la persona que haga el recorte tendría un poder enorme sobre la burocracia, pero este sería el primer paso. Y deberían privatizarse los llamados servicios públicos esenciales. De esa manera, el gobierno ya no se vería como económica o socialmente esencial.
Empecemos con el monumento de Washington. No hay excusas para no entregárselo a una empresa o sociedad para que lo gestione, igual que Mount Vernon se gestiona privadamente. No que dicen que no puede ser no un advertido cuánta gente visita ese templo político cada año.
¿Pero no es este monumento un bien público al que la gente debería tener acceso completo? Es verdad. Por eso necesitamos que lo atienda una empresa privada, que siempre se centra en el público. Lo mismo pasa con el correo, los parques nacionales, el Smithsonian o cualquier otro bien o servicio que provea el gobierno y que la gente considere necesario para su bienestar.
Las ventajas serían evidentes. Durante el próximo cierre del gobierno (esperemos que llegue pronto y dure mucho), la burocracia tendría menos medios para demostrara que realmente la necesitamos. Se reduciría a mostrar lo terrible que es que se haya cerrado el Programa de Empleo y Formación de Indios y Nativos Americanos.
Todo esto supone que el gobierno no tenga otros medios para financiarse durante emergencias. Por desgracia, no es verdad. Durante el cierre de 1995, el jefe del Tesoro, Robert Rubin, conspiró con otras élites financieras para gestionar el gobierno con dinero saqueado de las cuentas de pensiones de los funcionarios civiles, aunque esto fuera ilegal.
Luego la burocracia le dio al Congreso en toda la mandíbula adelantando un inmerecido pago de atrasos a todo el personal del gobierno. Toda la situación acabó como unas vacaciones pagadas para la clase más despreciada del país. Si hubo algo que hizo enfurecer al público con respecto al cierre, fue sobre todo esto. Tristemente, el partido de la oposición fue considerado culpable y luego lo pasado, pasado.
La lección del cierre del gobierno no es que la gente quiera que se mantenga abierto, siempre y eternamente, sino que el mundo no se derrumba cuando el Tío Sam se toma un día libre. Démosle el próximo siglo o algo así, veamos cómo la gente puede restaurar por sí misma la propiedad y la libertad. Sin impuestos que pagar, quedaría bastante para pagar incluso desorbitantes tarifas para ver el monumento de Washington.