Lo que llama la atención del deprimente título de este artículo es su fuente. En un caso de franqueza poco común, el equipo económico del presidente Biden ha anunciado que, una vez que las mediciones del PIB (producto interior bruto) artificialmente elevadas y repletas de estímulos de los próximos dos años disminuyan, Estados Unidos experimentará un crecimiento inferior al 2% durante el resto de la década. Esta sombría previsión no sería sorprendente si viniera de los adversarios políticos de Biden, pero viniendo de la propia Casa Blanca, es una admisión asombrosa.
No hace falta tener ningún conocimiento especializado de economía para ver por qué el equipo de Biden proyecta un crecimiento lento prolongado. Considere la docena de años anteriores.
Poco después de que el ex presidente Barack Obama dejara el cargo, expliqué por qué había presidido una economía históricamente débil:
Durante los ocho años de la presidencia de Barack Obama, el crecimiento medio anual del PIB real fue del 1,5 por ciento, el resultado económico más débil de cualquier presidente posterior a la Segunda Guerra Mundial, y el cuarto peor de la historia.... El crecimiento medio del PIB real en las 10 recuperaciones anteriores más recientes tras las recesiones fue del 33,5%; con Obama, fue del 17,1%. Si la recuperación de Obama hubiera sido simplemente la media, el PIB actual sería 2,4 billones de dólares más alto (19.000 dólares de pérdida de ingresos por hogar en esos ocho años). Se han creado 12 millones de puestos de trabajo menos de los que se habrían creado en una recuperación media.
La deprimente debilidad económica fue una consecuencia directa de sus políticas:
Incluso la pieza legislativa emblemática que Obama consideraba su mayor logro, la Ley de Asistencia Asequible, ha perjudicado económicamente a millones de americanos. Para millones, sus empleadores redujeron sus horas (sus ingresos) para evitar la pesada carga de los impuestos del Obamacare. Para otros millones, las primas de los seguros médicos y las franquicias aumentaron de forma tan drástica que, como informó The New York Times, muchos americanos ya no creen que puedan permitirse exámenes y tratamientos.
Posteriormente, bajo el mandato del ex presidente Donald Trump (hasta que el brote de covid lo alteró todo), la economía se recuperó notablemente, y las minorías y los americanos con menores ingresos prosperaron como nunca antes. Aunque Trump no era un radical de la libre empresa (como queda claro por sus aranceles económicamente costosos y su gasto extravagantemente despilfarrador, incluido el envío de pagos directos a los ciudadanos en nombre del alivio del covid), entendía que la fuente de la fuerza económica de nuestro país es el sector privado. Sabía que el sector privado proporciona la riqueza que el gobierno gasta, y no al revés. Por ello, redujo los impuestos, recortó las gravosas regulaciones gubernamentales y permitió que el sector privado floreciera.
Hoy está claro que Joe Biden está obsesionado con borrar hasta el último vestigio de la presidencia de Trump. Quiere volver al statu quo anterior: cómo eran las cosas a.T. (antes de Trump) cuando Obama era presidente. Con Biden revirtiendo las políticas de la era Trump y reinstaurando las políticas de la era Obama, ¿es de extrañar que la perspectiva sea la de volver al lento crecimiento de la era Obama? Eso es lo que quise decir cuando escribí arriba que no hace falta ser economista para darse cuenta de esto. Las ideas y las políticas tienen consecuencias, y las políticas que causaron un crecimiento lento en el pasado causarán un crecimiento lento en el futuro.
El desafío para el equipo de Biden en el futuro será cómo convencer a los americanos de que un crecimiento lento prolongado es lo mejor que se puede esperar y el camino correcto que debe seguir nuestro país. Para acompañar el anuncio de años de lento crecimiento proyectado después de que se acabe el subidón de azúcar de las donaciones masivas de dinero del gobierno, los economistas de Biden ofrecieron una excusa poco convincente: dijeron que la economía americana está atrapada en las garras del «estancamiento secular». Eso es correcto sólo a medias. Sí, el estancamiento ha sido y será el problema, pero no es «secular», es decir, el crecimiento lento no tiene por qué producirse.
Una descripción más precisa para el lento crecimiento a largo plazo es «estancamiento progresivo». El estancamiento que se avecina no está predestinado; es simplemente el resultado inevitable de una agenda progresista que exalta el gran gobierno y desprecia la libre empresa. Es el fruto amargo de la mentalidad socialista que desprecia el orden de la propiedad privada y anhela una planificación económica de arriba abajo en la que las élites gubernamentales decretan lo que debe producirse (por ejemplo, coches eléctricos, energía eólica y solar, etc.), incluso si es lo que los ciudadanos no quieren o no pueden pagar.
La planificación económica centralizada —es decir, la planificación por parte de una élite política— sólo beneficia a la élite mientras empobrece progresivamente al ciudadano medio. Será interesante ver si, en los dos próximos ciclos electorales, el electorado americano responde al programa progresista de estancamiento económico a largo plazo del equipo de Biden.