[Extraído de The Irrepressible Rothbard]
¿Qué fronteras nacionales pueden considerarse como justas? En primer lugar, debe apreciarse que no hay fronteras nacionales justas de por sí: la justicia real solo puede basarse de los derechos de propiedad de los individuos. Si 50 personas deciden voluntariamente crear una organización para servicios comunes o autodefensa de sus personas y propiedades en cierta área geográfica, entonces las fronteras de esa asociación, basadas en los justos derechos de propiedad de los miembros, también serán justas.
Las fronteras nacionales son solo justas en la media en la que se basen en el consentimiento voluntario y los derechos de propiedad de sus miembros o ciudadanos. Por tanto las fronteras estatales son en el mejor de los casos derivadas y no primarias: ¡Cuánto más cierto resulta esto para fronteras estatales que se basan, en mayor o menor medida, en la expropiación coactiva de propiedad privada o en una mezcla de esta con el consentimiento voluntario! En la práctica, la manera de hacer lo más justas posibles esas fronteras nacionales es conservar y amparar el derecho de secesión, el derecho de distintas regiones, grupos o nacionalidades étnicas a mandar a hacer puñetas a la entidad mayor: a crear su propia nación independiente. Solo al afirmar con firmeza el derecho de secesión el concepto de autodeterminación nacional puede ser algo más que una farsa y un engaño.
¿Pero no fue un desastre el intento de Wilson de imponer la autodeterminación nacional y dibujar el mapa de Europa? ¡Y tanto! El desastre era inevitable incluso asumiendo (incorrectamente) buena voluntad por parte de Wilson y los aliados e ignorando el hecho de que la autodeterminación nacional era una máscara para sus ambiciones imperialistas. Pues, por su naturaleza, la autodeterminación nacional no puede imponerse desde fuera, por una entidad pública, ya sea EEUU o alguna Sociedad mundial.
Lo que trata la autodeterminación nacional es que se deje fuera de juego al poder coactivo superior y, mediante el uso de fuerza, delegar de la entidad mayor a entidades nacionales más genuinas de manera natural involuntaria. En resumen, de delegar el poder desde arriba hacia abajo. Imponer la autodeterminación nacional desde fuera empeorara las cosas y las hace más coactivas que nunca. Además, implicar a EEUU o a otros gobiernos en todo conflicto étnico en todo el planeta maximiza en lugar de minimizar la coacción, el conflicto, la guerra y las matanzas masivas. Arrastra a EEUU, como dijo una vez el gran intelectual aislacionista Charles A. Beard, a “una guerra perpetua para una paz perpetua”.
Volviendo a la teoría política: como el estado-nación tiene un monopolio de la fuerza en su área territorial, lo que no puede hacer nunca es tratar de ejercitar su fuerza más allá de esa área en la que no tiene el monopolio, porque entonces una “anarquía internacional” relativamente pacífica (la que cada estado limita su poder a su propia frontera geográfica) se ve remplazada por un caos hobbesiano internacional de guerra de todos (los gobiernos) contra todos. En resumen, dada la existencia de estados-nación, estos deberían (a) no ejercitar nunca su poder más allá de su área territorial (una política exterior de “aislacionismo”) y (b) mantener el derecho de secesión de grupos o entidades dentro de su área territorial.
El derecho de secesión, si se sostiene valerosamente, implica también el derecho de una o más poblaciones a independizarse incluso de su propia nación étnica o incluso, como afirmaba Ludwig von Mises en Nación, estado y economía, el derecho de secesión de cualquier individuo.
Un grave defecto de la empresa wilsoniana fue su imposición de la autodeterminación nacional desde fuera, otro fue su completa chapuza al redibujar el mapa europeo. Es difícil creer que hubieran podido hacerlo peor si los gobernantes de Versalles se hubieran tapado los ojos y hubieran puesto chinchetas arbitrariamente en el mapa de Europa para crear nuevas naciones.
En lugar de la autodeterminación para cada nación, tres pueblos oficialmente designados como Buenos (polacos, checos y serbios) fueron designados como amos de otras nacionalidades que les habían odiado durante siglos, a menudo por buenas razones. Es decir, a estas tres nacionalidades favorecidas no se les dio sencillamente independencia nacional étnica, sino que además sus fronteras se impusieron arbitrariamente para dominar a otros pueblos oficialmente designados como Malos (o en el mejor de los casos pueblos A-Quién-Le-Importa): los polacos gobernando sobre alemanes, lituanos (en la ciudad lituana de Vilnius/Vilna), bielorrusos y ucranianos; los checos gobernando sobre eslovacos y ucranianos (llamados “cárpato-rutenios”) y los serbios tiranizando a croatas, eslovenos, albaneses, húngaros y macedonios en un aborto geográfico llamado “Yugoslavia” (ahora al menos en proceso de descomposición).
Además, se agrandó el territorio rumano a costa de húngaros y búlgaros, a estos tres (o cuatro, si incluimos a Rumania) países disparejos se les dio por parte de Estados Unidos y los aliados occidentales la tarea absurda e imposible de controlar permanentemente a las dos grandes potencias “revisionistas” vecinas y perdedoras en Versalles: Alemania y Rusia. Esta tarea impuesta llevó directamente a la Segunda Guerra Mundial.
En resumen, la autodeterminación nacional debe seguir siendo un principio moral y un faro para todas las naciones y no algo a imponer por acción gubernamental externa.