Hay temas en Occidente que son difíciles de cuestionar sin correr el riesgo de recibir fuertes críticas. Para los siguientes temas, por ejemplo, existe una posición considerada «correcta» por la opinión colectiva occidental: «Estado benefactor», «política climática», «sociedad multicultural» o «vacunación contra el covid 19». Se da a entender que la posición «aceptable» para cada uno de estos temas puede y debe adoptarse sin ningún análisis crítico previo a nivel individual.
La lista de estos temas no es estática, sino que nuevos temas adquieren protagonismo en la sociedad, mientras que otros pierden importancia con el tiempo. En los últimos años han surgido dos nuevos temas: «Rusia autoritaria» y «China comunista», lo cual no es sorprendente si se tiene en cuenta que Washington y, por extensión, Occidente, ha decidido tratar a estas dos naciones como enemigos estratégicos. Un estudio reciente muestra, por ejemplo, que en muy poco tiempo el porcentaje de americanos con una visión negativa de China aumentó drásticamente, del 46% al 67%. Esto no es una coincidencia, sino el resultado de una estrategia de comunicación mediática.
La crítica a la posición antiguerra
En lo que respecta a Rusia, la actitud «correcta» que se debe tener en Occidente, especialmente desde el inicio del conflicto de Ucrania el 24 de febrero de 2022, no es otra que la condena absoluta de ese país. El apoyo a Ucrania debe ser integral y puede recibir la confirmación social mediante una pequeña bandera azul y amarilla en Facebook. El apoyo incondicional a la guerra económica emprendida por los líderes occidentales contra Rusia también es socialmente necesario para los europeos, aunque ellos serán los primeros en sufrirla.
Por esta razón, el informe de Amnistía Internacional del 4 de agosto de 2022, que confirmaba que «las fuerzas ucranianas ponen en peligro a los civiles y violan las leyes de la guerra cuando operan en zonas pobladas» se convirtió en una bomba mediática, no sólo en Ucrania sino también en Occidente. Este informe molesta a mucha gente porque no coincide con la visión en blanco y negro de Rusia como agresor criminal y de Ucrania como víctima inocente.
Las personas que no adoptan la postura «correcta» en el conflicto de Ucrania suelen ser acusadas de ser «prorrusas», incluso cuando esta postura consiste simplemente en ser objetiva; considerando la historia reciente y el comportamiento de los distintos protagonistas. Se les considera «prorrusos» porque no expresan un apoyo incondicional a Ucrania, sino que más bien proponen condiciones para la paz. De hecho, la posición de la mayoría de estos críticos no es en absoluto «pro-rusa», sino «pro-paz», ya que apoyan los esfuerzos activos de Occidente para alcanzar un alto el fuego, evitando así el mayor número posible de vidas ucranianas.
Los medios de comunicación occidentales no reaccionaron cuando, el 14 de julio de 2022, el gobierno ucraniano publicó una lista negra de políticos, académicos y activistas occidentales que, según Kiev, «promueven la propaganda rusa». Esta lista incluye a destacados intelectuales y políticos occidentales, como el senador republicano Rand Paul, la ex congresista demócrata Tulsi Gabbard, el analista militar y geopolítico Edward N. Luttwak, el realista político John Mearsheimer y el galardonado periodista independiente Glenn Greenwald.
Aunque esta lista negra ucraniana debería haber sido obviamente condenada en Occidente, apenas ha suscitado reacciones, porque los medios de comunicación occidentales ya están de acuerdo con su conclusión: las personas que figuran en la lista ya son criticadas en sus propios países por no adoptar la posición pro-ucraniana. Además, ¿se habría atrevido el gobierno ucraniano a publicar esa lista si no hubiera contado con el acuerdo previo de Washington?
La formación de la opinión colectiva
Lo que está ocurriendo en el caso de la actitud hacia Rusia, así como en los otros temas mencionados anteriormente, no es sorprendente ni nuevo. En su célebre obra Sobre la libertad (1859), John Stuart Mill es quizás hoy más conocido por su premonitoria advertencia temprana sobre los peligros de la «opinión colectiva»; la «tiranía de la mayoría» en forma de «las opiniones y sentimientos dominantes que la sociedad trata de imponer» a una minoría.
La mayoría de la sociedad es naturalmente intolerante con el inconformismo, porque pensar como todos los demás da comodidad psicológica y fortalece los lazos sociales. Sin embargo, aunque la sociedad depende de la opinión colectiva para su cohesión social, paradójicamente también depende para su bienestar de los puntos de vista que van en contra de esta opinión mayoritaria. Al igual que la ciencia natural sólo progresa a través del proceso, a veces tortuoso pero generalmente respetuoso, de la revisión por pares, la sociedad también necesita las opiniones minoritarias y las voces disidentes para frenar la búsqueda permanente de consenso por parte de la mayoría.
Pero las opiniones minoritarias se sofocarán si no hay una comprensión más profunda de la idea de Mill. Afortunadamente, esta comprensión existe hoy en día. A la «opinión colectiva» de Mill se añadieron conceptos sociológicos fundamentales, como la «psicología de las multitudes» (Gustave Le Bon, 1895), la «fórmula política» (Gaetano Mosca, 1923), la «propaganda» (Edward Bernays, 1928), el «papel de los intelectuales» (F.A. Hayek, 1949), la «banalidad del mal» (H. Arendt, 1963), la «fabricación del consentimiento» (Chomsky y Herman, 1988), y recientemente el concepto de «psicosis de formación de masas» (Matthias Desmet).
El conocimiento acumulado en la referencia anterior no deja lugar a dudas sobre la voluntad y la capacidad de las élites políticas y financieras occidentales para formar y dirigir la opinión colectiva a través del control que ejercen explícita e implícitamente sobre las redacciones de los medios de comunicación tradicionales y sobre las plataformas de los medios sociales. La evolución de las opiniones de las mayorías occidentales hacia los temas mencionados al principio de este artículo es en gran medida el resultado de la influencia de estas élites sobre la opinión pública occidental. La opinión colectiva con respecto al cambio climático es probablemente el ejemplo más flagrante de esta influencia en la actualidad, teniendo en cuenta las importantes consecuencias económicas que tendrá para la sociedad occidental.
El libertarismo es la única solución
La globalización política, un proceso antiliberal que lleva varias décadas en marcha, tiene el efecto de alinear los centros políticos nacionales y reducir así la pluralidad. Poco a poco, el poder político occidental está fluyendo hacia las instituciones supranacionales (como la ONU, la UE, el Foro Económico Mundial). Esta centralización del poder político, y la consiguiente concentración económica de las empresas, incluida la concentración de los grupos mediáticos que ello ha supuesto, permite y facilita la formación de la opinión pública por parte de las élites occidentales.
La filosofía política que teóricamente está mejor situada para resolver este dilema de la sociedad moderna es el libertarismo, porque defiende claramente una reducción significativa y definitiva del poder político, tanto a nivel nacional como internacional.
Uno de los puntos fuertes del libertarismo es precisamente la importancia que concede a la pluralidad cultural e intelectual de una sociedad libre. Se trata del famoso «mercado de ideas» que, al igual que el libre mercado de bienes y servicios, sólo puede existir parcialmente con el omnipresente capitalismo de amiguetes y la intervención masiva del Estado a la que están sometidas la mayoría de las sociedades occidentales en la actualidad. En una sociedad libre, es decir, una sociedad altamente descentralizada con un Estado débil que tenga como mucho un papel de vigilante nocturno, la formación de la opinión pública por parte de las élites políticas se hace entonces imposible.
El momento actual de la historia representa una amenaza particular para la libertad, porque las élites globalistas gobernantes tienen ahora una oportunidad sin precedentes para moldear las actitudes y opiniones de sus sociedades, en su propio interés, a menudo retorcido. Al mismo tiempo, el nuevo y fácil acceso del público en general a análisis alternativos e información independiente, puede contrarrestar esta nefasta tendencia. En estas condiciones sociales, las voces occidentales de la libertad deben seguir presentando el libertarismo, no sólo por sus beneficios económicos, sino también como medio para liberar a los pueblos occidentales de las cadenas de la opinión colectiva dirigida.