«Se dice que Lenin declaró que la mejor manera de destruir el Sistema Capitalista era la perversión de su moneda....Lenin tenía ciertamente razón. No hay una forma más sutil y segura de derribar la base existente de la sociedad que la de corromper la moneda. El proceso involucra a todas las fuerzas ocultas de la ley económica del lado de la destrucción, y lo hace de una manera que ni un hombre entre un millón es capaz de diagnosticar.»1
Keynes no proporciona una fuente concreta que respalde sus palabras, pero deliberadamente usó la frase «se dice que ha declarado». Por una buena razón. Como Frank W. Fetter (1899-1991) señaló, no hay pruebas a mano de que Lenin realmente dijo o escribió estas palabras, y cualquiera que cite a Lenin sobre la inflación se estaría refiriendo a la opinión de Keynes.2
Sea como fuere, es bastante obvio que Lenin tenía una buena comprensión de los males de la inflación causada por la emisión de grandes cantidades de papel moneda sin respaldo. Él escribe:
Hay otro lado del problema de la subida de los precios fijos de los granos. Este aumento de los precios implica un nuevo aumento caótico de la emisión de papel moneda, un nuevo aumento del coste de la vida, un aumento de la desorganización financiera y la aproximación al colapso financiero. Todo el mundo admite que la emisión de papel moneda constituye la peor forma de préstamo obligatorio, que afecta sobre todo a las condiciones de los trabajadores, de la parte más pobre de la población, y que es el principal mal engendrado por el desorden financiero.3
De hecho, la inflación de los precios causada por el aumento de la cantidad de dinero no sólo causa graves problemas económicos. También trae graves problemas sociopolíticos. La inflación empobrece a la mayoría de la gente, degrada su estatus social, destruye sus sueños de una vida mejor. La gente se vuelve desesperada y se abre a programas políticos radicales.
En tiempos de alta inflación, con demasiada frecuencia los agitadores políticos consiguen hacer creer a la gente que el libre mercado, el capitalismo, es el responsable de su difícil situación. Prometen que el programa colectivista-socialista ofrece la solución, como, por ejemplo, imponer paradas o controles de precios, aumentar los impuestos de las empresas y gravar a los «ricos», controlar los flujos de capital, etc.
Dicho esto, queda claro que el aumento de la inflación es en realidad una herramienta adecuada para aquellas fuerzas políticas que desean derrocar el orden económico y social existente, para deshacerse de lo poco que queda del sistema de libre mercado, como desean especialmente aquellos inspirados por las ideas marxistas o neomarxistas.
En resumen, el marxismo militante quiere derrocar al capitalismo mediante una revolución sangrienta. El neomarxismo sigue una estrategia diferente. Quiere que sus ideas alcancen «una hegemonía cultural, moral e ideológica». Una vez que esto se logre, la gente no tendrá otra opción que adoptar el socialismo.
Los partidarios del neomarxismo atacan los valores de la gente —familia, trabajo duro, ahorro—, provocan conflictos entre las personas, desacreditan el cristianismo y manipulan el lenguaje (mediante el llamamiento a la «corrección política») para alejar a las personas de su orden social, alejándolas de la economía capitalista.
Los neomarxistas culpan al capitalismo de todos los males del mundo: crisis económicas, desempleo, falta de ingresos, racismo, daños ecológicos, etc. Al mismo tiempo, se dice que el socialismo arregla las cosas, las endereza y crea un mundo mejor: más pacífico, justo y que satisface las necesidades reales de la gente.
El neomarxismo está vivito y coleando. Se ha ido abriendo camino cada vez más en la corriente principal de la política. Por ejemplo, la llamada élite política de muchos países aboga por un «Gran Reajuste», un «nuevo orden mundial», para transformar las economías, alejándolas del sistema de libre mercado.
Por supuesto, la política inflacionaria ya se está utilizando para financiar el Estado y su expansión. Sin embargo, en la mayoría de los países avanzados la tasa de inflación se ha mantenido relativamente baja, es decir, a un nivel que no ha suscitado abiertamente el descontento público. La política inflacionaria sigue el lema «Ordeña las vacas, no las mates».
¿Y si el neomarxismo se convierte en la política monetaria de los bancos centrales? Bueno, se podría decir que ya lo ha logrado, ya que el concepto de banco central es esencialmente marxista. En su Manifiesto comunista, Karl Marx (1818-83) y Friedrich Engels (1820-78) establecieron una lista de diez «medios para revolucionar completamente el modo de producción».
Entre ellas se encuentra «La centralización del crédito en manos del Estado, por medio de un banco nacional con capital del Estado y un monopolio exclusivo». Sin embargo, el neomarxismo aún no ha reunido suficientes partidarios de la destrucción monetaria total, es decir, de una política de inflación muy elevada, para desencadenar una revolución económica y social.
Sin embargo, esto no es motivo de alivio. Como se ha señalado anteriormente, las ideas neomarxistas han ido ganando terreno en básicamente todo tipo de políticas: educación, ley y orden, transporte, conservación, dinero y crédito, lo que sea. Y así sería coherente si el neomarxismo socavara cada vez más el consenso de que una inflación relativamente baja de los precios de los bienes es beneficiosa.
Es en este contexto que el último cambio de la Fed de los EEUU en su objetivo de inflación merece ser mencionado. En agosto de 2020, la Reserva Federal anunció que pretende alcanzar su objetivo de inflación del 2 por ciento sólo en promedio a largo plazo. Esto significa que la Fed permitirá una inflación superior al 2% siempre y cuando la inflación sea inferior al 2% en los períodos anteriores.
La razón es obvia: la Fedl está monetizando la deuda en una escala épica, a través de la cual aumenta fuertemente la cantidad de dinero. A finales de agosto de 2020, el stock de dinero de los EEUU. La M1 había crecido un 40 por ciento en comparación con el año pasado, la M2 en un 23 por ciento. El aumento de la cantidad de dinero se reflejará, tarde o temprano, con mayor probabilidad en el aumento de los precios, ya sea de los consumidores y/o de los activos.
- 1John Maynard Keynes, The Economic Consequence of the Peace (Londres: Macmillan and Co., Limited), p. 285.
- 2Véase Frank Whison Fetter, «Lenin, Keynes and Inflation», Economica 44, no. 173 (1977): 77-80.
- 3V. I. Lenin, The Impending Catastrophe and How to Combat It (1917; Moscú: Progress Publishers, 1975).