Bajo la cobertura del tumulto de la política de Westminster en semanas recientes, el líder de la extrema izquierda del Partido Laborista británico presentó recientemente un nuevo plan para alterar el papel esencial del Banco de Inglaterra en la economía británica.
El plan (del que es coautor Graham Turner, a quien se considera la posible elección como gobernador del Banco de Inglaterra si los laboristas ganan las próximas elecciones) haría que el banco central de Gran Bretaña adoptara una nueva serie de objetivos, similares al “mandato dual” que tiene la Reserva Federal de Estados Unidos. Si se pusiera en práctica el plan, el banco no solo tendría un objetivo de inflación del 2%, como ya tiene, sino que también adoptaría el nuevo objetivo de promover el “máximo empleo”, así como nuevos objetivos de productividad.
Pero algo que es más preocupante es que el nuevo plan pretendería “integrar” la política monetaria y macroprudencial con la “estrategia industrial” del gobierno. En la práctica, esto significaría que se obligaría al banco a usar sus poderes regulatorios, así como su control sobre la expansión del crédito, para dirigir arbitrariamente el efectivo hacia aquellos sectores y empresas que resultarán estar favorecidos por el gobierno del momento. Esta política (a la que se ha dado el nombre engañosamente inofensivo de “guía del crédito”) probablemente implique que el Banco de Inglaterra ajuste los requisitos de capital para los bancos comerciales de tal manera que los pueda manipular para dar más préstamos al sector manufacturero y otras “áreas críticas de tecnología” y menos préstamos a los supuestamente improductivos sectores inmobiliarios residenciales y comerciales.
Este deseo de disminuir el papel de los inmuebles en la economía británica también ha llevado a una de las propuestas más extravagantes presentadas por el plan. Contrariamente al extendido uso de los inmuebles en los bancos como aval para préstamos en la actualidad, el nuevo plan laborista obligaría a los bancos a “demostrar que están aumentando la porción de préstamos respaldados por propiedad intelectual”. Incluso dejando aparte la validez cuestionable del mismo concepto de propiedad intelectual, este artículo no sería el primero en señalar que los bancos podrían estar menos dispuestos a extender préstamos en general si se vieran obligados a conceder esos préstamos sobre débiles estimaciones del valor de los derechos de autor de un libro autopublicado de la poesía del prestatario, por ejemplo, o tal vez la patente de un artilugio que el prestatario inventó en su garaje, en lugar del valor más seguro del ladrillo y el cemento.
Esto no significa negar que la economía británica esté actualmente bajo el peso de una burbuja inmobiliaria peligrosamente hinchada ni que cualquier intento sincero de deshinchar esa burbuja sería indudablemente bienvenido. Sin embargo, si los laboristas quieren usar al Banco de Inglaterra para pinchar la burbuja inmobiliaria, deben primero entender que el propio banco desempeñó un papel importante a la hora inflarla. Aunque es verdad que una combinación de controles de precios, restricciones urbanísticas y otras regulaciones variadas han restringido la oferta de viviendas británicas, la política de tipos bajos de interés del Banco de Inglaterra y las consiguientes hipotecas baratas han estimulado un aumento artificial de la demanda en el sector inmobiliario, llevando a los precios a niveles prohibitivos. Independientemente de quien controle el banco después de las próximas elecciones, deberían tratar de eliminar esta causa raíz del problema, en lugar de limitarse a parchearla con una nueva política.
Aunque la prensa británica no es conocido por su devoción por los mercados libres, la reacción de los medios al nuevo plan laborista para el Banco de Inglaterra ha sido bastante negativa, probablemente debido a la percepción de que es una amenaza para la santa idea de la “independencia del banco central”. Por ejemplo, el Evening Standard de Londres describía el plan como una “intromisión” del gobierno en los asuntos del banco, mientras que otro artículo en un medio importante censuraba la “militarización” del banco mediante un plan que “apesta a planificación centralizada [y] estatismo”. Es indudablemente cierto que el nuevo plan laborista plantea muchas ideas peligrosas que merecen ser criticadas. Sin embargo, las críticas de los medios al nuevo plan tendrían mucho más valor si no fueran igualmente aplicables a la misma institución de la banca centralizada, a la que esos mismos medios se apresuran tanto a defender.
Por ejemplo, los medios de comunicación tienen razón en señalar que permitir al gobierno usar “guía del crédito” para elegir arbitrariamente ganadores y perdedores en la economía viene en realidad “directamente en el manual de la planificación centralizada”. Pero lo mismo pasa con el status quo de la banca centralizada, que igualmente distribuye beneficios y sanciones arbitrarios sin generar ninguna queja de esta misma prensa. Cuando escribía en la década de 1720, Richard Cantillon (el olvidado fundador de la economía moderna) señalaba los efectos redistributivos de la creación del dinero: los primeros receptores del nuevo dinero obtienen el beneficio de ser capaces de gastarlo a su valor previo antes de que el mercado tenga la posibilidad de percibir el aumento en la oferta, mientras que el resto nos quedamos con el perjuicio de ver cómo se desinfla el valor de nuestros ahorros. Estos mismos “efectos Cantillon” abundan en nuestra economía moderna debido a la manera en que los bancos centrales, por su propia naturaleza, permiten y dirigen la expansión del crédito y la creación de dinero, beneficiando a los primeros receptores de dicho dinero (principalmente instituciones financieras y públicas) a costa de las empresas más pequeñas y los ahorradores individuales.
La prensa tiene también razón en atacar la “intromisión” intervencionista del plan laborista para hacer que el Banco de Inglaterra persiga objetivos explícitos establecidos por el gobierno para el empleo y el crecimiento. Ojalá esas mismas publicaciones no hubieran olvidado durante tantos años el compromiso igualmente intervencionista del Banco de Inglaterra de “apoyar la política económica del gobierno, incluyendo sus objetivos de crecimiento y empleo”.
Es indudablemente cierto decir que el nuevo plan laborista para el Banco de Inglaterra dañaría la economía británica (comparado tanto con el ideal de laissez faire como con la situación actual) y deberíamos sorprendernos agradablemente por el hecho de que la prensa lo haya indicado tan apropiadamente, tal vez reflejando el lugar lentamente creciente del mercado libre y las ideas austriacas en el zeitgeist. Sin embargo, en realidad, el énfasis real debería estar en el hecho de que la propuesta de “planificación centralizada” de Partido Laborista se distingue del “respetable” status quo de la banca centralizada solo por una diferencia de grado, no de tipo.