[Unequivocal Justice · Christopher Freiman · Routledge, 2017 · Ix + 157 páginas]
Christopher Freiman ha descubierto en este brillante libro un defecto en el centro de mucha de la filosofía política contemporánea, especialmente en el tipo de teoría ideal influida por John Rawls. Freiman desea “examinar la versión de la teoría ideal que se centra en las instituciones. Más en concreto, investigaré el supuesto idealizante de que las instituciones funcionan bajo condiciones que exhiben un ‘cumplimiento estricto’ con la justicia: es decir condiciones en las cuales todos aceptan y cumplen los principios de justicia” (p. 5).
La objeción que plantea Freiman a la teoría ideal es que sus defensores se enfrentan a un dilema. Si todos se comportaran con una justicia perfecta, el estado no tendría ningún papel a desempeñar. La gente cumpliría voluntariamente los requerimientos de la justicia y no sería necesaria ninguna institución coactiva. Si, como suponen Rawls y sus seguidores, la gente actuaría en un mercado libre al menos con “un altruismo limitado”, ¿por qué imaginan que quienes controlaran el estado actuarían con perfecta justicia? (Objetivistas y otros plantearían aquí dificultades acerca de la relación entre justicia y altruismo, pero no me ocuparé aquí de estos problemas).
Un ejemplo aclarará la argumentación de Freiman. Una crítica habitual al libre mercado es que no produce “bienes públicos” en cantidad suficiente. En el ejemplo de Freiman, un pueblo se ve amenazado por una inundación. Construir un dique beneficiaría a la gente del pueblo, pero la gente tiene un incentivo para no contribuir a su construcción. Quien no contribuya puede aprovecharse de quienes lo hagan. Su falta de contribución no supondría casi ninguna diferencia, pero no puede ser excluido de los beneficios del dique. Por desgracia, todos reaccionarían de la misma manera y, como consecuencia, no se construiría el dique, en perjuicio de todos. (Freiman no explica las dificultades del concepto de bienes públicos del tipo de las planteadas, por ejemplo, por Murray Rothbard).
Por esta razón, argumenta Rawls, debe existir el estado, para asegurar que todos contribuyen al bien público. Aquí empieza el enfrentamiento de Freiman. ¿Por qué deberíamos suponer que quienes controlen el estado actuarán de una manera más de acuerdo con la justicia que los actores del mercado privado? ¿No estarían al menos tan motivados para actuar de una manera egoísta? Si se supone que el estado actuaría justamente, ¿por qué no producirían voluntariamente los individuos el bien público? Freiman se opone a la no aplicación de lo que él llama, siguiendo a Geoffrey Brennan y James Buchanan, la “simetría conductual”. Este concepto “implica aplicar coherentemente su modelo conductista a lo largo de distintas instituciones” (p. 26).
Freiman dice algo convincente, pero para que esto pueda considerarse un desafío a la teoría ideal debemos añadir la premisa “La justicia requiere que se produzcan bienes públicos”. [Por supuesto, es solo una primera aproximación, pero los detalles no importan aquí para nuestros fines]. La economía neoclásica calificaría como ineficiente la no producción de bienes públicos, pero parece hace falta algo más para considerarlos injustos.
Además, deberíamos extinguir dos problemas independientes para el estado y los bienes públicos. Uno es el problema que acabamos de plantear: ¿por qué suponer que si la gente en el mercado actúa de manera egoísta quienes controlan el estado no lo hacen? La otra es que hacer que exista democráticamente un estado que siga los principios de justicia plantea un problema con los bienes públicos. Hacer esto requiere que la gente vote después de un cuidadoso estudio de los candidatos y los asuntos, pero esto resulta costoso. ¿No habría un incentivo para el free-ride sobre otros votantes para hacerlo? Esto reclama que el estado resuelva el problema de los bienes públicos, lo que nos lleva a otro problema de bienes públicos.
Es un argumento ingenioso, pero solo es aplicable a estados democráticos. Pero como el propio Rawls acepta la democracia, no podría eludir este argumento apelando a estados no democráticos. (Esos estados estarían por supuesto sometidos al argumento anterior planteado contra el estado). Además, el argumento de Friedman es valioso por mostrar que la paradoja de la votación es más fuerte de lo que normalmente se supone. En la explicación habitual, la posibilidad concreta de determinar el resultado una elección con muchos votantes se compara con los costes del voto. Así que se concluye que es irracional votar. Frente a esto, los costes de votar normalmente tampoco son altos: así que la irracionalidad, si existe, es un asunto menor. Pero si se tiene en cuenta lo que dice Freiman sobre votación inteligente, los costes son mucho mayores.
Freiman aplica esta idea fundamental a varias áreas destacadas por Rawls y sus discípulos. Por ejemplo, si la justicia requiere que todos tengan una cantidad suficiente de ciertos bienes económicos, la gente perfectamente justa proporcionaría voluntariamente estos bienes a quienes no los tengan. El estado no tendría ninguna necesidad de coaccionarles para que lo hagan. Si se explica que se necesita un estado porque la gente actuaría por egoísmo, no por justicia, ¿por qué suponer que quienes estén al cargo del estado tendrían distintos motivos? Freiman lamenta una vez más del doble patrón usado por Rawls y otros defensores de la teoría del ideal. Aplica este punto a otras áreas vitales de la justicia rawlsiana, incluyendo la libertad política, la igualdad de oportunidades y la igualdad social, con un efecto devastador. Pero no voy a examinar estas por separado.
Rawls podría tener una respuesta para una parte el argumento de Friedman, pero lo esencial planteado por Freiman queda indemne. Rawls supone que la gente tiene un “altruismo limitado”. “Rawls tolera las desigualdades económicas como medio para conseguir más producción de los ricos porque le preocupa el efecto sustitución [de ocio por trabajo] causado por los impuestos excesivos” (p. 57). A esto G.A. Cohen respondía que las personas perfectamente justas no estarían motivadas por deseos egoístas de tener más que otros.
Freiman piensa que Rawls, con su apelación al altruismo limitado, adopta una “idealización menos estricta” que Cohen, pero no es así. Rawls piensa que la justicia no requiere de las personas más de lo que él establece. No está ofreciendo, en su opinión, un compromiso entre las demandas de justicia y las exigencias de egoísmo. Más bien está defendiendo una concepción alternativa de la justicia a la defendida por Cohen. Pero si es así, el argumento básico de Freiman sigue manteniéndose. Idealmente las personas justas cumplirían voluntariamente las demandas de justicia, tal y como las ve Rawls. No hay necesidad de estado.
Dada la masacre de Freiman, ¿queda algún papel para la teoría ideal? Uno que se sugiere por sí mismo es determinar los requisitos de una sociedad justa. El argumento de Freiman no hace innecesaria esa investigación.
Unequivocal Justice no solo es un libro muy meritorio; también está muy bien escrito.