Nietzsche’s Great Politics · Hugo Drochon · Princeton University Press, 2016 · xv + 200 páginas.
En el siglo XIX, la mayoría de los liberales clásicos creían que el Estado tenía que proporcionar servicios de protección. Gustave de Molinari no estaba de acuerdo: en La producción de seguridad (1849) argumentaba que las empresas privadas podrían proporcionar estos servicios. Pero pocos lo siguieron a la hora de negar que fuera necesario lo que Lassalle denostaba como un «Estado vigilante» e incluso Molinari en sus años posteriores se arrepintió de su anterior radicalismo sobre este asunto.1
Hugo Drochon, un distinguido historiador intelectual de la Universidad de Cambridge, ha señalado en este brillante nuevo libro a otro pensador que creía que eran posibles las agencias de protección privada. Este era nada menos que Friedrich Nietzsche. «En un importante aforismo en Humano, demasiado humano, titulado ‘Religión y gobierno’, escribe que ‘una generación posterior también verá al Estado encogerse hasta la insignificancia en diversos lugares de la tierra’. (…) Nietzsche concluye proclamando ‘con seguridad’ que ‘la desconfianza ante todo gobierno’ (…) ‘impulsará a los hombres hacia una solución bastante novedosa: la solución de acabar con el concepto del Estado, de abolir la distinción entre lo público y lo privado’. En su lugar, una ‘invención más apropiada para su fin que el Estado obtendrá la victoria sobre este’. ‘Las empresas privadas (Privatgesellschaften) absorberán paso a paso el trabajo del Estado’, incluyendo actividades que son el ‘recuerdo más persistente de la que era antes la tarea del gobierno’: proteger a ‘las personas privadas de las personas privadas’» (pp. 62-63).2
No es el único un todo en el que el pensamiento de Nietzsche se inclina en dirección libertaria. En un estilo que recuerda a Lysander Spooner, acerca de la supuesta mayoría como justificación para el Estado: «En ‘El derecho al sufragio universal’, explica que ‘Una ley que decrete que la mayoría tendrá la labor defensiva a la hora de determinar el bienestar de todos no puede erigirse sobre una base que proporciona inicialmente esa misma ley’. (…) La democracia nunca se funda a sí misma y la no participación continua implica un rechazo del régimen en su conjunto» (p. 77).
Como Franz Oppenheimer y Albert Jay Nock, Nietzsche sostenía que el Estado se basaba en la conquista: «He usado la palabra ‘Estado’: es evidente a quiénes me refiero, a un grupo de depredadores rubios, una raza conquistadora y de amos, que, organizada sobre una base bélica y con el poder de organizar, pone sin escrúpulos sus temibles garras sobre el populacho, que aunque pueda ser mucho mayor en número, no tiene forma y está en continuo cambio» (p. 58).
No deberíamos concluir por esto que Nietzsche era libertario, en absoluto. No usa la explicación de la conquista del Estado para condenarla, sino más bien para justificarla.3 Para él está ante todo la creación del genio y en el mundo antiguo la esclavitud desempeñó un papel esencial en este proceso. «El Estado, para Nietzsche, está justificado porque abre un espacio dentro del cual puede florecer por primera vez la cultura a través del genio» (p. 56). Richard Wagner discrepaba fuertemente de esta opinión y, como consecuencia, Nietzsche, entonces aliado cercano de Wagner, omitió su justificación de la esclavitud en El nacimiento de la tragedia.4
Al destacar la importancia para Nietzsche de la política como búsqueda de cultura, Drochon utiliza el concepto de perfeccionismo de John Rawls: «Rawls identifica dos variantes en su definición del perfeccionismo político. La primera (…) sostiene que el único principio de una teoría teleológica que dirige las sociedades [es] (…) ‘maximizar el logro de la excelencia humana en las artes, las ciencias y la cultura’. (…) Es este perfeccionismo altamente exigente en el que atribuye a Nietzsche, señalando ‘el valor absoluto que Nietzsche da a veces a las vidas de grandes hombres como Sócrates y Goethe’» (p. 127). Sin embargo Drochon sostiene que Rawls exagera: Nietzsche, contrariamente al retrato de Rawls, no rechaza totalmente el valor del espíritu del rebaño.5
La esclavitud en el mundo antiguo era onerosa, pero el mundo contemporáneo, las perspectivas para las masas eran mejores. Tenían que ser obligadas a proveer recursos para la élite cultural porque de otra manera podían quedar a su suerte.
Para la Europa de su tiempo, Nietzsche estaba en política lejos de ser un autoritario. Aunque en su juventud apoyó a Bismarck, pasó en sus últimos años a rechazar las políticas militaristas del Canciller de Hierro, a quien llamaba «el idiota ‘par excellence’ que solo luchaba en guerras a favor de la política dinástica de los Hohenzollern, en lugar de buscar ‘grandes misiones, objetivos universales e históricos de un intelecto supremo y refinado’».
Al contrario de lo que decía Bertrand Russell, que calificó a la Primera Guerra Mundial como «la guerra de Nietzsche», las guerras que tenía en mente Nietzsche eran guerras del intelecto. La política convencional del poder era gravosa financieramente y desangraba las vidas de jóvenes que podrían haber contribuido a la cultura en otro caso: «[La] suma de todos estos sacrificios de energía y trabajo individual es tan enorme que, casi necesariamente, el florecimiento político de un pueblo se ve seguido por un empobrecimiento y agotamiento intelectual, una menor capacidad de producir obras que reclaman una gran concentración y dedicación» (p. 157).
En lugar de la política de poder de Bismarck y el káiser Guillermo II, Nietzsche proponía una «gran política» de su cosecha, una unión de las fuerzas de la vida y la cultura en toda Europa que se dirigiría a producir el «superhombre». Drochon argumenta que en los años inmediatamente anteriores a su crisis mental de 1889, Nietzsche planeaba una entrada directa en la política para alcanzar sus ambiciosos objetivos culturales: «La gran política de Nietzsche quería crear un tipo nuevo y superior de hombre en a través del uso correcto de la fisiología.6 (…) Para su partido de la vida, Nietzsche reclama la formación de asociaciones para proporcionarle ‘varios millones de partisanos’, con manos ‘inmortales’ (en el sentido de que puedan continuar su obra una vez haya desaparecido) y ‘numerosas’ que le ayuden con la ‘Revolución de Todos los Valores’» (p. 168).7
La presentación de Nietzsche por Drochon como un elitista cultural que veía al Estado de su tiempo como enemigo trae a la mente el elitismo libertario de H.L. Mencken, quien, no por casualidad, escribió un libro acerca de la filosofía de Nietzsche. Si el relato de Drochon de la política de Nietzsche es correcto, Mencken fue un fiel nietzscheano en su política.
- 1Los anarquistas de izquierda por supuesto rechazan los servicios protectores del Estado, pero no proponen remplazar al Estado por agencias de protección privada.
- 2Podría merecer la pena investigar si Nietzsche estaba aquí influido por las «uniones de egoístas» del anarquista Max Stirner. Como señala George J. Stack en Lange and Nietzsche, Nietzsche estaba familiarizado con la Historia del materialismo de Lange, que explica Stirner.
- 3Aquí no es incoherente con su crítica de la democracia, porque su ataque a la justificación de la democracia se basa en que falla por su propio criterio. La teoría de la conquista no sufre esa debilidad.
- 4Wagner había sido en su juventud políticamente radical. Es conocido que George Bernard Shaw en El wagneriano perfecto interpretaba el Anillo de Wagner como una defensa de socialismo.
- 5Por cierto, Rawls compiló el índice para Nietzsche: Philosopher, Psychologist, Antichrist, de Walter Kaufmann.
- 6Drochon señala que algunas de las medidas eugenésicas que apoyaba Nietzsche también eran favorecidas por Margaret Mead (p. 170). Se podría añadir que John Stuart Mill estaba a favor de las licencias para ser padre, un asunto por el cual fue rotundamente condenado por Frederic Harrison.
- 7Drochon señala que en una carta al gran crítico danés Georg Brandes, Nietzsche destacaba la importancia de los banqueros judíos para su proyecto (p. 168). Es interesante señalar que el propio Brandes era judío.