26 de agosto de 1938: Austria estaba bajo el dominio nazi y se temía que Checoslovaquia fuera la siguiente. El mundo estaba al borde de una nueva guerra. En París, una sala llena de afamados economistas se reunió para debatir el futuro del liberalismo, la ideología que había dado forma a Occidente durante los cien años anteriores. Celebrada en Europa y con asistencia mayoritaria de europeos, fue a instancias de un periodista americano.
Walter Lippman era cofundador de la revista New Republic y considerado el pilar intelectual del New Deal. El adjetivo «liberal» apenas empezaba a referirse al blando reformismo socialdemócrata de Roosevelt, y Lippman fue aclamado como el augur de una nueva era. Sin embargo, su base ideológica siguió evolucionando, ya que se identificaba menos con los progresistas y más con un pequeño núcleo de lo que empezaba a llamarse «neoliberales».
Los neoliberales defendían algunos aspectos básicos de lo que podría llamarse un «Orden Mundial Liberal» como el que había existido en Europa Occidental después de 1919: democracias constitucionales, Estado de Derecho y rechazo del totalitarismo. A diferencia de los «liberales de los últimos tiempos», como los llamaba Lippman, rechazaba los derechos inalienables y la economía del laissez-faire. John Maynard Keynes y su idea del capitalismo controlado —acabar con los «espíritus animales» tontamente suicidas de los hombres libres y los mercados libres— atrajeron mucho a Lippman y el periodista se deshizo en elogios hacia él.
Irónicamente, sin embargo, el hombre conocido entonces y ahora como el mayor enemigo de Keynes, Ludwig von Mises, también fue influyente entre los neoliberales. Pero éstos fueron muy selectivos con lo que tomaron de Mises. El cálculo económico en la mancomunidad socialista se utilizó para destruir la idea del socialismo como la sociedad ideal. Sin un sistema de precios y la capacidad de economizar, incluso un camino gradual hacia la planificación gubernamental total de la economía quedó cerrado para siempre. Sin embargo, las formas de intervención en el mercado a menor escala se consideraron no sólo permisibles, sino esenciales para los neoliberales a pesar de la advertencia de Mises sobre el peligro de las políticas intermedias. Para los neoliberales —y sus aliados, como el profesor de la escuela de Chicago Frank Knight— la empresa era simplemente una herramienta política creada por y para el uso del Estado, no un lugar de acción humana. Sin embargo, Mises y su alumno Friedrich von Hayek seguían siendo amigos de Lippman, y ambos fueron invitados al coloquio, ya que ambos habían abandonado la nación que los vio nacer antes del Anschluss de Hitler.
Louis Rougier, el organizador del coloquio, inauguró la conferencia con elogios al invitado de honor, —Lippmann—, y a su nuevo libro, The Good Society. Después de la introducción de Rougier, Lippmann subió al estrado y pronunció un discurso en el que atacó ferozmente al liberalismo clásico por sus aparentes defectos:
Ante la debacle del liberalismo del siglo XIX, sería inútil que esperaran tranquilamente la resurrección del señor Gladstone y creyeran que su misión consiste en repetir las fórmulas del siglo pasado.
Resulta irónico que Lippmann destaque a Gladstone, ya que, tras su muerte en 1898, su Partido Liberal, en su día un faro brillante del laissez-faire, ya había hecho gran parte de lo que Lippmann creía que era la supuesta solución a esta crisis del liberalismo. El Partido Liberal restante, relegado a la condición de tercer partido en 1931, era todo menos liberal clásico y no se publicitaba como tal.
Cuando Lippmann terminó su discurso, comenzó el debate. Inmediatamente, el tema pasó a ser el de los términos que se debían utilizar. El economista francés Louis Baudin dijo que, para la visión de Lippmann, el «individualismo» debía ser preferido al «liberalismo», diciendo que el liberalismo estaba demasiado «envenenado» por personajes como Frederic Bastiat y su discípulo, el protoanarcocapitalista Gustave de Molinari, y su discípulo, el político francés Yves Guyot, un extremista pacifista, partidario de las libertades civiles y del libre comercio que podría ser comparado favorablemente con el Ron Paul del siglo XXI. Rougier, el decano de la conferencia, replicó que el «individualismo» estaría relacionado con Stirner y la licencia para dominar la voluntad de los demás.
Al día siguiente, Mises —que durante la discusión anterior se había limitado a cuestiones etimológicas menores— reprendió a Wilhelm Röpke por el mito común de la concentración corporativa en el capitalismo. Lo que Röpke introdujo como una progresión natural de la cartelización y el monopolio, Mises demostró —utilizando la propia patria alemana de Röpke— que era un programa político específico de centralización económica coercitiva. No sólo los sospechosos habituales de la intervención gubernamental habían logrado estrangular la competencia, sino que el gobierno alemán había obligado a las grandes empresas a cartelizarse.
Hayek también planteó un punto importante contra la tesis de que «la inevitable progresión tecnológica conduce a la concentración del mercado»:
Si la concentración empresarial fuera consecuencia de un desarrollo tecnológico natural, sus formas deberían ser primero la integración horizontal y luego la integración vertical. Sin embargo, las formas más extendidas son las de integración vertical y, sólo en segundo lugar, la de integración horizontal, exactamente lo contrario de lo que sugiere la orientación tecnológica.
Después de varios debates sobre las economías liberales en tiempos de guerra, el concepto de nacionalismo económico (es decir, proteccionismo) y la llamada «cuestión social» sobre la defendibilidad del Estado benefactor (a la que Mises y Hayek añadieron críticas breves pero predecibles), el último debate importante lo dirigió Alexander Rüstow. El tema era: ¿el declive del liberalismo se debe a causas no económicas, ya sean psicológicas, sociológicas, etc.?
Rustow sostenía que, si bien el liberalismo produce resultados en términos de aumento del nivel de vida, no logra dar a la gente un sentido de propósito. El orden espontáneo que surge de las fuerzas del mercado desconcierta a las masas, que buscan las respuestas a sus problemas en demagogos que les den un sentido de unidad y eliminen la ansiedad de la elección. De esta manera, sostiene Rüstow, el liberalismo ha fracasado frente a la marea creciente del totalitarismo. La alternativa debe ser un Estado fuerte que, al tiempo que protege la estructura básica del liberalismo, dé a esas masas lo que necesitan, mediante la intervención económica si es necesario. Mises señaló que tanto los totalitarios de izquierda como los de derecha prometen, principalmente, no ganancias intangibles, sino económicas cuando intentan llegar a las masas.
Al afirmar, por ejemplo, que «los cañones son más necesarios para ellos que la mantequilla», dan a entender que los cañones nos permitirán conquistar los medios para crear en el futuro un estado de mayor bienestar. Si exigen sacrificios a sus compatriotas, cuentan con que estos sacrificios sólo serán temporales y se verán más que compensados, después, por los resultados de una política de este tipo. Sólo los escritores y los teóricos ensalzan el ideal de una vida de pobreza. Los demagogos siempre lanzan ante las masas la perspectiva de una mejora de sus condiciones de vida.
Mises escribiría un libro en 1956, después de la guerra, titulado La mentalidad anticapitalista, que cuestiona muchos argumentos, a menudo románticos y psicológicos, contra los mercados libres.
La conferencia finalizó el 30 de agosto de 1938. Esa mañana, Rougier expuso una serie de puntos sobre los que había un amplio consenso. Además de los principios iniciales de Lippman, de que el nuevo liberalismo debía proteger la propiedad privada y el mecanismo de precios, utilizando también la ley como herramienta orientadora para ello, se permitiría al Estado un papel en las cinco áreas siguientes: defensa nacional, seguridad social, servicios sociales, educación e investigación científica. Mises no se pronunció sobre este «consenso», según muestra la transcripción. Sin embargo, durante la sesión de la tarde, destinada a sentar las bases para la investigación posterior, expresó una última y grave preocupación:
Está, en efecto, fuera de toda duda que el principal problema a estudiar será el de las posibilidades y los límites del intervencionismo. Este coloquio debería prepararse mediante la elaboración de un informe sobre el modo en que los economistas han abordado hasta ahora esta cuestión.
Mises debió de abandonar la conferencia sintiéndose aislado y solo, casi el último hombre en defender el laissez-faire. Menos de dos años después del coloquio, Lu y su esposa emprenderían un desesperado viaje en autobús desde los Alpes para llegar a la neutral España mientras el Eje irrumpía en Francia. Pasaría el resto de su vida en los Estados Unidos, dependiendo de su amigo Hayek durante los años de guerra para que le enviara libros comprados con su cuenta bancaria de Londres para poder venderlos y ganarse la vida (el propio Estado británico había prohibido enviar dinero al extranjero). Pero, durante su estancia en América, conocería a un grupo de hombres incondicionales dedicados al liberalismo en su antiguo y verdadero sentido. Uno de esos hombres era un joven Murray Rothbard. Él y un puñado de otros impulsarían un renacimiento austríaco en Estados Unidos que con el tiempo se extendería al mundo. Javier Milei es un profundo admirador de Mises y Rothbard, y un profundo odiador tanto del socialismo como de su cobarde primo neoliberal. La conferencia de Lippmann puede haber matado al liberalismo temporalmente, pero hoy estamos viendo su ardiente renacimiento. ¡Larga vida al liberalismo!
Bibliografía
Audier, S.; Reinhoudt, J. (2018). El Coloquio Walter Lippmann: El nacimiento del neoliberalismo.
Caldwell, B.; Klausinger, H. (2022). Hayek: una vida, 1899-1950.
Hülsmann, JG (2007). Mises: el último caballero del liberalismo.
Schapsmeier, EL (1969). Walter Lippmann: filósofo-periodista.