[Artículo de Newsweek del 9 de mayo de 1949 y reimpreso en Business Tides: The Newsweek Era of Henry Hazlitt]
Ahora se nos dice que nuestra prosperidad se ha mantenido en los últimos años por nuestro enorme gasto público, especialmente en armamentos y ayuda externa. Cualquier disminución en este gasto, se nos advierte ahora, traería una recesión. De hecho, se nos dice que si aparecen más señales de recesión el gobierno debe gastar más para mantener el auge.
Esta doctrina es completamente falsa. Suponiendo un presupuesto equilibrado, un aumento en el gasto público no estimula en absoluto la actividad económica en su balance neto. Por cada dólar que gasta el gobierno, al contribuyente se verá privado de un dólar para gastar. Todo lo que puede hacer un gran programa de gasto público es desviar el gasto de un canal a otro. Si damos a los europeos más dinero para comprar bienes estadounidenses, nos queda exactamente la misma cantidad menos de dinero para comprar nuestros propios bienes. Si gastamos más en armamento, tenemos exactamente la misma cantidad menos para televisores, neveras o comida. Incluso los nazis sabían que tenían que elegir entre cañones y mantequilla.
Un enorme programa de gasto público con un presupuesto equilibrado no solo no consigue estimular la actividad económica, sino que reduce enormemente el bienestar económico. Un programa de armamento de 15.300.000.000$, independientemente de su justificación militar, nos deja con exactamente los mismos recursos menos para construir nuevas viviendas o aumentar o mejorar nuestras herramientas de producción de bienes civiles. Se necesite o no ahora en Europa nuestra nueva donación ERP de 5.000.000.000$, esta debe evidentemente forzarnos, o a reducir nuestro consumo propio, o a retrasar nuestro propio desarrollo de capital en esa cantidad. No se puede regalar un pastel y comérselo.
Los defensores más sofisticados de una “economía compensada” reconocen que enormes gastos públicos no crean prosperidad por sí mismos. Destacan la cantidad de poder adquisitivo monetario que añade el gasto público. Este, señalan, está determinado por el exceso de gasto público con respecto a las recaudaciones de impuestos. Dicho más directamente, la prosperidad la producirían los déficits públicos. No es el tamaño total del gasto público, sino el tamaño de los déficits lo que “añade el gasto público”.
Pero cuando se enuncia claramente la doctrina de la economía compensada de esta manera, tiene implicaciones que sus defensores no han reconocido nunca claramente. La estimación oficial de las facturas públicas para el año fiscal de 1950 es de 41.000.000.000$. Supongamos que se decide que es necesario para mantener el auge en marcha un déficit de 5.000.000.000$. Por supuesto, esto podría lograrse gastando 46.000.000.000$ (Mr. Truman ya ha presentado planes más que suficientes para conseguir eso fácilmente). Pero el déficit inflacionista podría lograrse igualmente rebajando los gastos a 41.000.000.000$ y reduciendo los impuestos a 36.000.000.000$. O incluso reduciendo los gastos a 36.000.000.000$ y reduciendo los impuestos a 31.000.000.000$. En otras palabras, podríamos recortar los gastos indefinidamente y seguir consiguiendo nuestra inflación adicional, siempre que recortemos los impuestos todavía más.
Además, los impuestos podrían reducirse o restaurarse más fácilmente de lo que los gastos podrían aumentar o detenerse. Un gasto aumentado crea determinados intereses creados y tiende a convertirse en permanente. Los impuestos más altos para apoyar un gasto más alto destruyen los incentivos y la producción. Los impuestos más bajos aumentan los incentivos y la producción. En resumen, si queremos dedicarnos de nuevo a financiar con déficit para mantener en marcha nuestro auge inflacionista, hacerlo a través de reducciones de impuestos es más flexible, más eficaz y menos peligroso que hacerlo a través de un mayor gasto público.
Pero todo esto solo destaca la inutilidad de toda la doctrina de la economía compensada. Un aumento en el gasto público compensado por aumentos en los impuestos no mantiene un auge en marcha en absoluto. Solo los déficits financiados por la creación de más dinero y más crédito bancario podrían hacer eso. Pero esto significaría solamente una reanudación de la inflación monetaria. Podría prolongar el auge solo con el coste de acabar con un declive más grande.