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Por qué necesitamos una historia revisionista

El término «revisionismo» empezó a utilizarse después de la Primera Guerra Mundial, cuando historiadores como Harry Elmer Barnes, Sidney Bradshaw Fay y Charles Austin Beard cuestionaron el artículo 231 del Tratado de Versalles, que atribuía a Alemania y a su káiser la culpa exclusiva del estallido de la guerra mundial, con todas sus atroces destrucciones y masacres. Sobre la base de esa cláusula, el Tratado impuso a Alemania una paz cartaginesa, condenada de forma memorable por J.M. Keynes en Las consecuencias económicas de la paz.

Barnes y Fay se sintieron traicionados. El Comité de Información Pública, dirigido por George Creel, y un organismo similar que coordinaba el trabajo de los historiadores americanos los habían involucrado en la cruzada de Woodrow Wilson para «hacer del mundo un lugar seguro para la democracia». Ahora se daban cuenta del error que habían cometido.

La Primera Guerra Mundial y el consiguiente acuerdo de «paz» allanaron el camino a Hitler. El justificado resentimiento del pueblo alemán por el duro trato recibido llevó a exigir que se deshiciera el veredicto de Versalles. El gran historiador libertario Ralph Raico ofrece un espeluznante ejemplo de las atrocidades de los Aliados: «Durante las negociaciones previas al armisticio, Wilson insistió en que las condiciones de cualquier armisticio tenían que ser tales ‘que hicieran imposible la reanudación de las hostilidades por parte de Alemania’». En consecuencia, los alemanes entregaron su flota de combate y submarinos, unos 1.700 aviones, 5.000 piezas de artillería, 30.000 ametralladoras y otros materiales, mientras los Aliados ocupaban Renania y las cabezas de puente del Rin. Alemania estaba indefensa y dependía de que Wilson y los Aliados cumplieran su palabra.

Sin embargo, el bloqueo por hambre continuó, e incluso se amplió, cuando los Aliados se hicieron con el control de la costa alemana del Báltico y prohibieron incluso los barcos pesqueros. Se llegó a un punto en el que el comandante del ejército británico de ocupación exigió a Londres el envío de alimentos a los famélicos alemanes. Sus tropas ya no podían soportar la visión de niños alemanes hambrientos rebuscando comida en los cubos de basura de los campos británicos. Aun así, no se permitió la entrada de alimentos en Alemania hasta marzo de 1919, y el bloqueo de materias primas continuó hasta que los alemanes firmaron el Tratado.

Veamos otro ejemplo de historia revisionista, la Segunda Guerra Mundial. La guerra condujo a masacres aún más atroces que la Primera Guerra Mundial, pero en aquel momento se nos dijo que América necesitaba entrar en la guerra para evitar que Hitler invadiera América. Nuestros mentirosos libros de texto y los medios de comunicación de masas repiten esta mentira hasta el día de hoy.

Los hechos son totalmente diferentes. Franklin Roosevelt quería aplastar a la Alemania nazi y provocó a Japón para que atacara Pearl Harbor, con el fin de entrar en la guerra en Europa por la puerta trasera japonesa. Uno de los más grandes historiadores diplomáticos americanos, Charles Callan Tansill, escribió un libro excepcional sobre esto, Back Door to War. (1952) Tansill también escribió el mejor libro sobre la entrada de América en la Primera Guerra Mundial, America Goes to War (1938). El gran Robert Higgs resume sucintamente la historia: «Cuando Alemania empezó a rearmarse y a buscar Lebensraum de forma agresiva a finales de la década de 1930, la administración Roosevelt cooperó estrechamente con los británicos y los franceses en medidas para oponerse a la expansión alemana. Tras el comienzo de la Segunda Guerra Mundial en 1939, esta ayuda de los EEUU fue cada vez mayor e incluyó medidas como el llamado acuerdo de los destructores y el engañosamente llamado programa de Préstamo y Arriendo. En previsión de la entrada de los EEUU en la guerra, los estados mayores británicos y de los EEUU formularon en secreto planes de operaciones conjuntas. Las fuerzas de los EEUU intentaron crear un incidente que justificara la guerra cooperando con la armada británica en los ataques a los submarinos alemanes en el norte del Atlántico, pero Hitler se negó a morder el anzuelo, negando así a Roosevelt el pretexto que ansiaba para convertir a los Estados Unidos en un beligerante declarado de pleno derecho — una beligerancia a la que se oponía la gran mayoría de los americanos.

En junio de 1940, Henry L. Stimson, que había sido secretario de Guerra con William Howard Taft y secretario de Estado con Herbert Hoover, volvió a ser secretario de Guerra. Stimson era un león de la alta burguesía anglófila del noreste y no era amigo de los japoneses. En apoyo de la llamada Política de puertas abiertas para China, Stimson favoreció el uso de sanciones económicas para obstruir el avance de Japón en Asia. El secretario del Tesoro, Henry Morgenthau, y el secretario del Interior, Harold Ickes, apoyaron enérgicamente esta política. Roosevelt esperaba que tales sanciones indujeran a los japoneses a cometer un error precipitado lanzando una guerra contra los Estados Unidos, lo que traería a Alemania porque Japón y Alemania eran aliados.

En consecuencia, la administración Roosevelt, al tiempo que desestimaba secamente las propuestas diplomáticas japonesas para armonizar las relaciones, impuso a Japón una serie de sanciones económicas cada vez más estrictas. En 1939, los Estados Unidos puso fin al tratado comercial de 1911 con Japón. El 2 de julio de 1940, Roosevelt firmó la Ley de Control de las Exportaciones, que autorizaba al presidente a conceder licencias o prohibir la exportación de materiales de defensa esenciales’. Bajo esta autoridad, ‘[e]l 31 de julio, las exportaciones de combustibles y lubricantes para motores de aviación y chatarra de hierro y acero de fundición pesada No. 1 fueron restringidas.’ A continuación, en un movimiento dirigido a Japón, Roosevelt impuso un embargo, efectivo el 16 de octubre, «sobre todas las exportaciones de chatarra de hierro y acero a destinos distintos de Gran Bretaña y las naciones del hemisferio occidental». Finalmente, el 26 de julio de 1941, Roosevelt «congeló los activos japoneses en los Estados Unidos, poniendo así fin a las relaciones comerciales entre ambas naciones». Una semana más tarde, Roosevelt embargó la exportación de los tipos de petróleo que todavía se vendían a Japón. Los británicos y los holandeses siguieron su ejemplo, embargando las exportaciones a Japón desde sus colonias del sudeste asiático.

Roosevelt y sus subordinados sabían que estaban colocando a Japón en una posición insostenible y que el gobierno japonés bien podría intentar escapar del estrangulamiento yendo a la guerra. Habiendo descifrado el código diplomático japonés, los dirigentes americanos sabían, entre otras muchas cosas, lo que el ministro de Asuntos Exteriores Teijiro Toyoda había comunicado al embajador Kichisaburo Nomura el 31 de julio: «Las relaciones comerciales y económicas entre Japón y terceros países, encabezados por Inglaterra y los Estados Unidos, se están volviendo gradualmente tan horriblemente tensas que no podemos soportarlo mucho más tiempo. En consecuencia, nuestro Imperio, para salvar su propia vida, debe tomar medidas para asegurar las materias primas de los Mares del Sur’».

El valor del revisionismo no se limita al pasado. América apoya ahora a Ucrania en una costosa guerra contra Rusia que amenaza al mundo con la aniquilación nuclear. El presidente ruso Putin es presentado como un agresor, embarcado en un programa masivo de expansión. Sin embargo, los hechos cuentan una historia diferente. Rusia actuó en respuesta a una política exterior neoconservadora provocadora que pretendía rodear a Rusia de países hostiles. John J. Mearsheimer, el más destacado politólogo americano especializado en política exterior, afirma: «El argumento alternativo, con el que me identifico, y que es claramente la opinión minoritaria en Occidente, es que los Estados Unidos y sus aliados provocaron la guerra. No se trata de negar, por supuesto, que Rusia invadió Ucrania e inició la guerra. Pero la causa principal del conflicto es la decisión de la OTAN de incorporar a Ucrania a la alianza, que prácticamente todos los dirigentes rusos consideran una amenaza existencial que debe ser eliminada. Sin embargo, la expansión de la OTAN forma parte de una estrategia más amplia destinada a convertir a Ucrania en un baluarte occidental en la frontera de Rusia. Incorporar a Kiev a la Unión Europea (UE) y promover una revolución de colores en Ucrania —convertirla en una democracia liberal prooccidental— son las otras dos vertientes de la política. Los dirigentes rusos temen las tres vertientes, pero lo que más temen es la expansión de la OTAN. Para hacer frente a esta amenaza, Rusia lanzó una guerra preventiva el 24 de febrero de 2022175.

Hagamos todo lo posible por promover la historia revisionista. Ese es el camino hacia la paz.

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