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Resumen del año: el cambio tectónico no ha hecho más que empezar

Al empezar un nuevo año, es un buen momento para dar un paso atrás y recordar lo que nos ha enseñado el año pasado. Puede que la historia no se repita, pero rima, como dice el refrán, y el pasado es siempre el mejor maestro para prepararnos para el futuro.

Para muchos de nuestros congéneres, 2024 ha sido otro año turbulento, lleno de terribles luchas, guerras, muerte, dolor y sufrimiento indescriptible. Los dos frentes bélicos en curso y las imágenes que pueden llegarnos a todos a través de los medios digitales, han demostrado que la guerra es realmente la salud del Estado. No hay otra explicación de por qué estos conflictos siguen causando estragos y por qué el número de muertes humanas sigue aumentando a día de hoy. En el último año, la humanidad ha sido derrotada una vez más por intereses especiales, políticos, grupos de presión y todo tipo de misántropos. Sin embargo, quienes me conocen también saben que soy un optimista empedernido. Incluso ante tal destrucción y carnicería, sigo creyendo en nuestro vínculo humano compartido y estoy convencido de que la virtud, la bondad y la decencia acabarán prevaleciendo.

También veo los resquicios de esperanza, por débiles que sean. Por ejemplo, el año pasado no sólo nos trajo oscuridad, sino que también nos demostró que aún existen rayos de luz y esperanza. Muchas personas valientes hicieron todo lo posible por cambiar las cosas, ya fuera con sus acciones o con sus palabras. Muchos otros —que normalmente ni siquiera soñarían con cuestionar la narrativa del Estado, sea cual sea en un momento dado— empezaron a hacerlo.

Muchos de ellos se dieron cuenta de que si la evidencia de sus propios ojos no coincide con la «versión oficial» de los hechos que está siendo impulsada por sus gobiernos y regurgitada por todos los medios de comunicación establecidos, entonces lo más probable es que deban confiar en la primera. También debemos tener en cuenta que esto no es poca cosa. Oponerse a estas narrativas o incluso hacer preguntas sobre ellas es cada vez más arriesgado. Como la noción de  la libre expresión ya parece cosa del pasado, —como los ciudadanos de Occidente están recibiendo multas e incluso penas de prisión por publicar en las redes sociales y como cualquier tipo de disidencia está siendo brutalmente aplastada por todos los medios disponibles— plantear objeciones y preocupaciones básicas se está convirtiendo en un peligroso acto de rebelión.

Sin embargo, gracias a la interconectividad global y a la sensación de comunidad sin fronteras que nos ha traído Internet, estas voces rebeldes ya no pueden ser sofocadas tan fácilmente. Puede que las plataformas de las redes sociales intenten silenciarlas, pero siguen encontrándose, debatiendo y aprendiendo unas de otras. Esto me da grandes esperanzas para el futuro, ya que las personas con ideas afines y amantes de la libertad y la paz pueden unirse y empoderarse mutuamente para liberarse de los grilletes del Estado. Al hacerlo, pueden dejar atrás todos los absurdos, el engaño y la explotación del sistema actual. Pueden cooperar, «salirse» del orden sociopolítico y económico que ofrece el Estado y construir algo mucho mejor, mucho más productivo, innovador y, sobre todo, libre.

El año pasado vimos muchos pasos en la dirección correcta. El principal de ellos fue el cambio político masivo en los EEUU, pero también en Europa. La victoria de Trump fue un reflejo de la frustración de las masas a las que se les había pedido durante demasiado tiempo que rechazaran la evidencia de sus propios ojos. La economía no estaba en auge como les decían, al menos no para ellos. La inflación no estaba bajo control como insistían sus líderes políticos e institucionales. El sueldo del votante medio disminuía mientras el mercado de valores se disparaba, alimentando su justificada ira y resentimiento hacia la «clase dirigente» —aquellos relacionados con el Estado y todas sus instituciones. La delincuencia, la desigualdad, la educación, la sanidad y otros problemas estructurales muy antiguos tampoco mejoraban, como insistían los políticos y los medios de comunicación.

Por este motivo, una clara mayoría de la población votante de los EEUU decidió traer de vuelta al presidente Trump. Mucha gente en todo el mundo también se alegró de la victoria, creyendo que significaría mejores días por delante en el frente geopolítico al menos, ya que Trump siempre ha mantenido su intención de poner fin a ambas guerras lo antes posible.

Sin embargo, todos debemos recordar que el menor de dos males no equivale al bien. El hecho de que la extrema izquierda haya sido derrotada —con todas sus absurdas intervenciones económicas y sociales, así como su belicismo— no significa que uno deba abrazar a Trump como una especie de mesías. Sigue siendo un político, buscó el poder (con bastante fiereza también) sobre los demás y sigue siendo sólo una pieza de una enorme máquina estatal a la que realmente no le importa quién gane las elecciones. La máquina funciona sin importar quién esté simbólicamente al timón.

Esta es una lección que los europeos también deben comprender, y todo el mundo en general. La libertad no viene de arriba, no nos la da un dictador benévolo. Viene de dentro, ya que es la mente individual la que debe ser liberada en primer lugar. Este es mi deseo para todos nosotros en este nuevo año.

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