Este artículo apareció por primera vez en The Libertarian Forum, Vol. VI, nº 6-7, junio-julio de 1972, tras el intento de asesinato del candidato presidencial George Wallace.
John F. Kennedy; Malcolm X; Martin Luther King; Robert F. Kennedy; y ahora George Corley Wallace: la letanía de asesinatos e intentos de asesinato político de la última década continúa. (Y podríamos añadir: General Edwin Walker, y George Lincoln Rockwell. En cada una de estas atrocidades, nos alimentan con una línea de cantinela los liberales y los medios del Establishment. En primer lugar, se supone que cada uno de estos asesinatos ha sido realizado, debe haber sido realizado, por «un loco solitario» — al que podemos añadir el loco solitario que asesinó a Lee Harvey Oswald en el sótano de la prisión. Un solitario, un psicópata retorcido, cuyos motivos son, por tanto, por supuesto, desconcertantes y oscuros, y que nunca, nunca actuó en concierto con nadie. (La única excepción es el asesinato de Malcolm, en el que la evidente conspiración se endilgó a unos cuantos miembros de baja estofa de los Musulmanes Negros). Incluso en el caso de James Earl Ray, a quien misteriosamente le llovieron dinero, pasaportes falsos y dobles identidades, y que intentó vanamente afirmar que formaba parte de una conspiración antes de que el juez y su propio abogado lo rechazasen a gritos, incluso ahí se mantiene obstinadamente la teoría del chiflado solitario.
No basta con que nuestra inteligencia sea sistemáticamente insultada con la teoría del chiflado solitario; también tenemos que ser bombardeados con los inevitables caballos de batalla liberales: una petición de control de armas, jeremiadas sobre nuestra «sociedad enferma» y nuestro «clima de violencia» y, un nuevo truco, culpar a la guerra de Vietnam de este clima y, por tanto, del atentado contra George Wallace. Sin entrar en los innumerables detalles del revisionismo del asesinato, ¿no ve nadie un patrón en nuestra letanía de asesinados y heridos, un patrón que debería saltar a la vista de cualquiera dispuesto a creer en sus ojos? Porque todas las víctimas han tenido algo en común: todos eran, en mayor o menor medida, importantes figuras contrarias al establishment y, lo que es más, eran hombres con la capacidad carismática de movilizar a grandes sectores de la población contra nuestros gobernantes. Todos ellos constituían, por tanto, amenazas «populistas» contra la élite gobernante, especialmente si nos centramos en el ala «centro-derecha» dominante de las clases dominantes. Incluso una figura tan del establishment como John F. Kennedy, la primera de las víctimas, tuvo la capacidad de movilizar a grandes sectores de la población contra el establishment de centro-derecha.
¿Y así se deshicieron de ellos? No podemos probarlo, pero las posibilidades de que este patrón sea una mera coincidencia son seguramente insignificantes. Si el único problema es una «sociedad enferma», un «clima de violencia» y la ausencia de leyes sobre armas de fuego, ¿cómo es que no ha aparecido ni un solo centrista de derechas, ni un solo Nixon, Johnson o Humphrey?