En su libro Democracia: el dios que fracasó, Hans-Hermann Hoppe habla del movimiento neoconservador en los EEUU que surgió a finales de los años sesenta y principios de los setenta, cuando la izquierda se involucró cada vez más con el Poder Negro, la acción afirmativa, el proarabismo y la contracultura de aquellos tiempos. En oposición a todo esto,
muchos intelectuales tradicionales de izquierdas (a menudo antiguos trotskistas) y «liberales» de la guerra fría, encabezados por Irving Kristol y Norman Podhoretz, rompieron filas con sus antiguos aliados, pasando con frecuencia del antiguo refugio de la política de izquierdas, el partido Demócrata, a los Republicanos. Desde entonces, los neoconservadores... han ganado una influencia sin rival en la política americana, promoviendo típicamente un Estado benefactor «moderado» («capitalismo democrático»), el «conservadurismo cultural» y los «valores familiares», y una política exterior intervencionista («activista») y en particular sionista («pro-Israel»).
El actual presidente de Argentina, Javier Milei, es un fenómeno mundial conocido como héroe libertario. Incluso como presidente, ha dicho que el Estado es una organización criminal y que los impuestos son un robo. Dado que un libertario defiende sus ideales como justos y dignos para todos los pueblos del mundo, cabría pensar que un hombre así se enfrentaría radicalmente al statu quo estatista no sólo a nivel nacional, sino también internacional. Ciertamente, Milei puede ser mejor que la mayoría de los presidentes a los que estamos acostumbrados, pero no es tan bueno ni tan libertario como muchos piensan.
Milei, la derecha y el aborto
Aunque los llamados neoconservadores no están realmente preocupados por las cuestiones culturales, reconocen la necesidad de jugar la carta del conservadurismo cultural para ganar poder. La mayoría del apoyo a Milei en Argentina procede de los antiizquierdistas (que generalmente incluyen a los libertarios) y de los conservadores provida. Milei no es exactamente el tipo de conservador cultural que cabría esperar, dados sus feroces partidarios fuera de la esfera libertaria. Este hombre soltero y sin hijos que considera la institución social del matrimonio «aberrante» ha ganado apoyos gracias a su notable retórica antiizquierdista, antisocialista y antiestatista y a su postura sobre el aborto en un país infestado de estatismo y de izquierdismo cultural financiado con impuestos. Aparte de esto, la ayuda de famosos intelectuales de la derecha argentina —como Agustín Laje— ha favorecido a Milei con una importante cantidad de apoyos para asegurar aún más su lugar dominante en la derecha. Sin embargo, el problema con la derecha en general —que frecuentemente sostiene muchas ideas libertarias y de libre mercado tanto en Argentina como en el exterior— es el hecho de que su principal deseo es el reemplazo de cualquier elite progresista de izquierda a cargo del Estado por otra elite que represente mejor los intereses de la derecha. Esto suele verse claramente con las guerras culturales. Podríamos preguntarnos en qué momento toda esta gente se dará cuenta por fin de que estas odiosas guerras culturales no encontrarán fin sin acabar con el Estado. En cualquier caso, siempre seguirán siendo un gran problema, a menos que consigamos sacar al Estado de la escena en la medida de lo posible, por ejemplo, sacando al Estado completamente de la educación.
Desgraciadamente, gran parte de los derechistas actuales no están verdaderamente interesados en protegerse del poder del Estado, sino más bien en poner un máximo de poder en manos de sus dirigentes: para ellos, se trata más de controlar el poder que de reducirlo. Según Robert Nisbet, era una convicción conservadora desde Auguste Comte que la forma más segura de debilitar a la familia es que el gobierno asuma las funciones históricas de la familia. Sin embargo, la continuación y expansión de los programas de beneficencia de Milei asumen precisamente las funciones de la familia y son cualquier cosa menos favorable al conservadurismo cultural, por no hablar del libertarismo. Además, en lo que respecta al aborto, desde el punto de vista de un conservador tradicional, Nisbet dijo que «es fatuo utilizar a la familia —como hacen habitualmente los cruzados evangélicos— como justificación de sus incansables cruzadas para prohibir categóricamente el aborto». La cruzada provida de Milei —por referéndum— implica centralización política en lugar de descentralización. Y aunque el aumento del aborto de nuestro tiempo debe verse como una mayor degeneración moral, de ello no se sigue que debamos dar al Estado y a la centralización política el poder de intervenir en este asunto privado. Como diría Hoppe diría al respecto:
En lugar de considerar que los asuntos intrafamiliares o domésticos (incluidos temas como el aborto, por ejemplo) no son asunto de nadie más y deben ser juzgados y arbitrados dentro de la familia por el cabeza de familia o los miembros de la familia, una vez que se ha establecido un monopolio judicial, sus agentes —el gobierno— también se convierten y se esforzarán naturalmente por ampliar su papel de juez y árbitro de última instancia en todos los asuntos familiares.
Milei y su presidencia hasta ahora
A nivel nacional, la presidencia de Milei ha sido una mezcla de buenas y malas acciones. Veamos ambas cosas.
Lo bueno: Recortó el gasto en algunas subvenciones, cerró algunos organismos gubernamentales y dejó de financiar en gran medida la construcción pública. Desreguló la economía hasta cierto punto, y planea desregularla mucho más, incluyendo privatizaciones de la llamada propiedad pública y más. La supresión de diversos controles de precios ha tenido algunos resultados positivos en algunos mercados, pero los beneficios globales de tales medidas (así como el recorte de algunas subvenciones) siguen siendo limitados en una economía altamente cartelizada y llena de regulaciones impuestas por el Estado. Redujo algunos aranceles y bajó los impuestos a los concesionarios de automóviles. Además, sigue dando discursos sobre ideas libertarias y ciencia económica sólida en general, y se ha opuesto a la izquierda cultural en términos mayoritariamente buenos y correctos.
Lo malo: En lugar de repudiar la deuda del Estado, acudió al FMI y decidió que los sufridos argentinos pagaran por los extranjeros y los fondos de inversión extranjeros que habían sido tan estúpidos como para comprar obligaciones de deuda emitidas por anteriores administraciones del gobierno argentino. En lugar de recortar todos los impuestos como había prometido y dejar que la economía se recuperara por sí sola, ha aumentado varios impuestos (como sobre los combustibles y la compra de divisas) e incluso planea restablecer una categoría del impuesto sobre la renta. En lugar de abolir el banco central y permitir la libre elección del dinero, como prometió, intenta mantener vivo el peso —que de otro modo sería rápidamente superado y sustituido por el dólar de los EEUU (y posiblemente, más adelante, por otras monedas aún mejores y más sólidas)— mediante bonos especiales a corto plazo, la manipulación de los tipos de interés, leyes de curso legal y tipos de cambio fijados artificialmente. En lugar de recortar los programas de bienestar, ha ampliado el estado benefactor —incluyendo los pesos multiplicados (en términos reales) para programas especialmente perniciosos para el tejido social de una buena sociedad, como las transferencias a mujeres embarazadas y familias por cada hijo dependiente—. En lugar de poner fin a la guerra contra las drogas, ha intensificado esta abominación e incluso se ha burlado de los críticos al respecto. En lugar de equilibrar el presupuesto sólo gastando menos, lo equilibra con más impuestos en lugar de con más recortes en los gastos, favoreciendo las cuentas del Estado por encima de las del pueblo productivo de Argentina. Y en lugar de promover y permitir la secesión y la descentralización política radical, ha estado tratando de fortalecer el poder del gobierno central.
La política exterior de Milei, la guerra y la perspectiva libertaria
Por otra parte, como si su presidencia a nivel nacional no estuviera ya significativamente marcada por errores para un supuesto libertario, a nivel internacional, es decir, cuando se trata de política exterior, Milei es cualquier cosa menos un libertario. Apoya con vehemencia la narrativa imperialista de Washington (pro OTAN, pro Ucrania y pro Israel), es decir, no es un antiglobalista consecuente ni un no intervencionista en lo más mínimo. De hecho, su política exterior, tal y como la ha anunciado y llevado a cabo desde que asumió la presidencia, es más propia de un neocon que de un libertario.