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Hay un problema con la libertad de expresión en Filipinas

El Premio Nobel de la Paz 2021 ha sido concedido este año a dos periodistas «por sus esfuerzos para salvaguardar la libertad de expresión, que es una condición previa para la democracia y la paz duradera». Se trata nada menos que de Maria Ressa y Dmitry Muratov, que han luchado activamente por la libertad de prensa, al tiempo que han cuestionado los poderes de los gobiernos de sus países de origen a través de sus plataformas mediáticas. Lo han hecho en Filipinas a través de Rappler, y en Rusia a través de Novaya Gazeta, respectivamente.

Este artículo se centrará en el contexto de la anterior galardonada, una mujer filipino-americana que ha sido muy crítica con la controvertida postura antidroga del presidente Rodrigo Duterte. Esta distinción también convierte a Maria Ressa en la primera filipina galardonada con el Premio Nobel en cualquier categoría. La noticia del premio está dando vueltas entre los filipinos en las redes sociales, donde algunos la enmarcan como defensora de la libertad de expresión frente al poder autoritario.

En Filipinas, Maria Ressa ha sido acusada anteriormente de delitos como ciberdifamación y evasión fiscal, que sus partidarios destacan como intentos de los opositores por silenciarla. Los activistas de derechos humanos y los analistas políticos consideran que los cargos penales presentados contra ella son un síntoma del colapso de la libertad de prensa en el sudeste asiático. Ella y el medio de comunicación Rappler, por supuesto, también han recibido críticas fuera del gobierno. Por ejemplo, a veces se considera que tienen sus propios prejuicios hacia el apoyo a otros partidos políticos, incluso cuando arremeten contra la actual administración.

Dicho esto, no se puede negar el valor de este discurso para llamar la atención sobre el derecho de las personas a poder hablar libremente —sin amenaza de violencia— en una sociedad civilizada. Además, en el Sudeste Asiático suele estar mal visto cultural y socialmente expresar abiertamente el descontento contra alguien considerado una figura de autoridad. Aunque la región está llena de aflicciones y de problemas de desarrollo, una forma de avanzar es proteger los derechos individuales, que naturalmente incluyen la libertad de expresión.

Con las inminentes elecciones de 2022 en Filipinas —y el desafortunado aumento de políticos e ideologías estatistas en el país— hay más razones para que cada persona haga oír su voz. Sólo a través del diálogo abierto y la investigación genuina habrá la posibilidad de cambio y crecimiento. Si la gente se siente amenazada por la fuerza cuando intenta expresar sus opiniones sinceras, no se podrán dar los siguientes pasos hacia una democracia libre. La comisión tiene razón en eso, al menos.

Por ahora, el reconocimiento del comité del premio nobel bastará como un notable triunfo para la libertad de expresión, pero hasta que este derecho humano tan básico se salvaguarde para todos, las sociedades de todo el mundo tendrán que seguir lidiando con la opresión de la censura política. En una época en la que las «noticias falsas» se están convirtiendo poco a poco en una excusa para acabar con los sitios web de los medios de comunicación, para silenciar las opiniones disidentes y para manipular cualquier tipo de debate público, la concesión del premio nobel de la paz de este año sigue siendo una declaración contundente: la libertad de expresión no debe darse por sentada.

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