[Publicado originalmente el 7 de junio de 2010]
Cuando los economistas rothbardianos dicen que Estados Unidos necesita una Reserva Federal tanto como una compañía automovilística federal, no sorprende que los keynesianos ridiculicen la idea. Lo que sí sorprende es que otros economistas del laissez faire, particularmente del tipo de la Escuela de Chicago, piensen que la economía de mercado es buena produciendo bienes y servicios salvo en lo que se refiere al dinero.
En concreto, estos librecambistas tibios piensan que, en un sistema capitalista puro, los salarios son “rígidos”. Esta observación prueba supuestamente la necesidad de un banco central dispuesto a inyectar la inflación que sea necesaria para arrancar de inmediato la economía y sacarla de una profunda recesión.
Como veremos, este análisis es incorrecto. Mucha de la supuesta “rigidez” de los salarios se debe a las políticas del gobierno y centrarse en los agregados macroeconómicos olvida las distorsiones que causa la inflación masiva en los distintos sectores. Los economistas que defienden el libre mercado en otras áreas deberían aguantarse y unirse a la solicitud de acabar con la Fed.
El supuesto problema de los salarios rígidos
En su respuesta a mi crítica previa por reclamar inflación, Greg Mankiw explicó la fórmula ortodoxa. Después de citar mi argumento de que los precios a la baja podrían restaurar el equilibrio incluso si la economía necesitara “tipos de interés reales negativos”, Mankiw escribía:
Pienso que este análisis es correcto, si mantenemos la suposición de que los precios (incluyendo los salarios) son completa e instantáneamente flexibles. Pero si los precios son rígidos, la inmediata deflación y el consecuente aumento en la inflación esperada no se producirán sin dolor. Por el contrario, requerirá un tiempo para que caiga el nivel de precios y, mientras esperamos, la economía sufriría un periodo de depresión de la actividad económica.
De acuerdo con el análisis neokeynesiano convencional, los pecios rígidos son la imperfección definitiva del mercado que hace que importe la demanda agregada. Si negamos que los precios sean rígidos y asumimos que pueden caer instantáneamente a nuevos niveles de equilibrio, muchos problemas macroeconómicos se convierten en mucho más fáciles de resolver. De hecho, no hesitamos resolverlos, pues el mercado lo haría.
Me gustaría vivir en el mundo que describe Murphy, pero las evidencias me hacen pensar que no. (Énfasis en el original).
Mankiw no está solo en esta opinión. Por ejemplo, recientemente debatí con un economista de la Fed que estaba de acuerdo conmigo en casi todos los temas económicos importantes. Pero él pensaba que en periodos en que la demanda de tenencia de moneda aumenta abruptamente (como a principios de la década de 1930) era tarea de la Reserva Federal imprimir nuevo dinero para saciar la sed.
Como la Fed no lo hizo, eso significó que el valor de cambio de los dólares tenía que aumentar, lo que es lo mismo que decir que los precios (en dólares tenían que bajar. Esto llevó a un desempleo masivo, porque supuestamente los salarios de los trabajadores eran mucho más rígidos que los de otros productos, lo que significaba que las empresas vieran como el trabajo se hacía cada vez más caro a medida que se intensificaba la Depresión.
Para acabar, tenemos el caso de Scott Sumner, un economista “de derechas” bastante libertario en la mayoría de sus opiniones. Pero la afirmación de Scott que le hizo famoso es que piensa que Bernanke fue demasiado tímido durante la crisis de 2008, y no creó suficiente nueva moneda en medio del pánico financiero global. En consecuencia, Scott piensa que Estados Unidos sufrió una recesión innecesariamente aguda, que una saludable dosis de inflación podría haber mitigado mucho.
Es el propio gobierno el que hace rígidos los salarios
Como ocurre muy a menudo, los defensores de la intervención del gobierno apuntan a un problema muy exacerbado por el propio gobierno. Recordemos que el problema deriva de que los trabajadores no están dispuestos a aceptar recortes en las pagas. Cuando cae la demanda por parte de los empresarios, la vieja tasa salarial genera un exceso de mano de obra, también conocido como desempleo. Sólo cuando los salarios de mercado bajan a un nivel inferior, de forma que la demanda vuelve a igualar a la oferta, se restaura el equilibrio en el mercado de mano de obra.
Ahora tenemos que preguntarnos, ¿por qué los trabajadores aguantan tanto sin trabajo, insistiendo en salarios que nadie está dispuesto a pagar? Después de todo, los demás bienes y servicios en a economía ven caer sus precios a toda velocidad aun cuando los vendedores de éstos dependen de ellos para vivir. Así que si un vendedor callejero sabe bien que tiene que bajar el precio de sus perritos calientes cuando baja la demanda, ¿por qué los peluqueros no aceptan recortes salariales cuando pasa lo mismo en su sector?
En el caso de la Gran Depresión, la respuesta es bastante sencilla: el gobierno federal no permitía bajar los salarios. Después del crack de 1929, Herbert Hoover reunió a los principales empresarios a una reunión en Washington y les conminó a que permitieran que beneficios y dividendos soportaran el golpe, pero respetaran las nóminas de los trabajadores. En lugar de recortar salarios, se esperaba que los negocios implantaran planes de distribuir el trabajo en los que los trabajadores recortarían sus horarios.
La razón de esta política de salarios altos de Hoover era que el trabajador supuestamente necesitaba recibir “suficiente como para recomprar el producto”. Hoover había adoptado la tendencia de la teoría de la nueva economía de echar la culpa de las recesiones al infraconsumo. La idea era que los recortes salariales sólo harían que los trabajadores recortaran sus gastos, lo que a su vez llevaría a otra ronda de recortes salariales en una espiral viciosa decreciente.
A causa de la incertidumbre y la reducción real de la existencia de dinero (un accidente del sistema bancario de reserva fraccionada cuando la gente retira su dinero de los bancos), los precios de la economía cayeron drásticamente en los primeros años de la Depresión. Pero por la presión del gobierno, los empresarios hicieron que los niveles salariales cayeran muy lentamente. En consecuencia, los salarios reales (es decir, las nóminas ajustadas a la deflación de precios) realmente aumentaron más rápidamente durante los primeros años de la Depresión de lo que lo habían hecho en los felices 20. Como la mano de obra se hizo cada vez más cara, el desempleo se disparó a un 25% sin precedentes en 1933.
En nuestro tiempo, la extensión de los beneficios del desempleo es el ejemplo más obvio de una intervención del gobierno que prolonga la búsqueda de empleo. En lugar de aceptar un trabajo con un salario menor a la que están acostumbrados, los trabajadores en paro pueden continuar su búsqueda mucho más tiempo del que se tomarían en un mercado libre. (Por cierto, que los economistas de la Escuela de Chicago están de acuerdo, y también Mankiw).
Para ver que los mercados pueden ajustarse en un mercado relativamente libre, incluso al afrontar grandes alteraciones en la economía consideremos la depresión de 1920-21. Desde su máximo en junio de 1920, el Índice de Precios del Consumo cayó un 15,8% en los siguientes 12 meses, una deflación en un año que fue también la mitad más severa que cualquier caída anual durante la Gran Depresión.
Aun así, la economía rebotó enseguida y se entró en la próspera década de 1920. La respuesta tampoco fue una inyección masiva de dinero de la Fed: de hecho, la Fed aumentó los tipos a sus niveles máximos.
Por el contrario, la razón por la que la economía de EEUU se ajustó rápidamente ante una deflación masiva de precios fue que los salarios también cayeron rápidamente, en torno a un 20% en un solo año.
La economía es algo más que los niveles agregados de precios
En la sección anterior vimos que el argumento de que un mercado libre tiene “salarios rígidos” y por tanto requiere dosis masivas de inflación, simplemente no se tiene en pie empíricamente. Desde la década de 1930, ha habido esfuerzos sistemáticos del gobierno (y los sindicatos) por subir los salarios durante las crisis económicas. En el año 1920, de relativo laissez faire, los salarios cayeron bastante rápidamente como para eliminar el desempleo a la vista de un desmoronamiento de los precios.
Pero dejemos aparte todo esto y vayamos directamente al asunto: Supongamos que incluso en un mercado relativamente libre por alguna razón la demanda de acumulación de efectivo repunta repentinamente. Si el banco central no hace nada, el aumento de la demanda de efectivo (con una existencia constante de dinero) llevaría a una caída general en los precios de bienes y servicios. Como los negocios verían que la demanda de sus productos se desploma, se librarían de trabajadores. En principio llevaría años que los salarios cayeran tanto como otros precios, lo que significa que la economía estaría trabajando por debajo de su capacidad durante mucho tiempo.
En nuestro escenario hipotético, ¿no podría el banco central aliviar la miseria imprimiendo fajos de billetes desde el primer momento? De ese modo, la demanda de acumular más dinero se satisfaría con un aumento en los billetes de dólar en lugar de una desgarradora caída de precios.1
Para ver por qué este remedio sugerido es bastante peligroso, olvidémonos de la súbita demanda de acumular más dinero. Supongamos que tenemos una economía con una demanda estable de efectivo y que de repente el banco central dobla la oferta de dinero. ¿Qué ocurriría?
Por supuesto, a largo plazo, los precios en general subirían, tal vez doblándose. Pero entretanto habría otros efectos. En la práctica, cuando el banco central aumenta la oferta de dinero, no aumenta mágicamente la balance de caja de cada persona individual en el mismo porcentaje. No, algunos afortunados receptores obtienen primero el dinero. Esta gente tendrá entonces la capacidad de gastar los dólares recién creados a los precios antiguos. Por tanto se harían relativamente más ricos.
Por otro lado, la gente que fuera la última en recibir (o gastar) el nuevo dinero, vería aumentar los precios en la tienda mientras sus ingresos están estancados en los antiguos niveles. Estos últimos en llegar a la fiesta se harían relativamente más pobres.
Más allá de los efectos redistributivos directos, también está el daño causado por la existencia de un banco central inflacionario en primer lugar. Sabiendo que el banco tiene la capacidad de inyectar dosis masivas de nuevo dinero en el mercado, los inversores y empresarios tendrían menos confianza en el poder adquisitivo a largo plazo de la unidad monetaria. Gastarían tiempo y dedicarían recursos a cubrirse ante decisiones erráticas de la banca central, en lugar de centrarse excluidamente en los “fundamentales”.
Todos estos problemas resultan reales en un escenario que empieza con una demanda repentina de acumular más efectivo. En realidad, no se trata de que cada persona quiere de repente aumentar sus existencias de efectivo en un x%, o de que el banco central pueda dotar a cada persona en la economía con la cantidad exacta de nuevo dinero que desea acumular. (E incluso si pudiera ser, ¿quién no diría entonces “En ese caso, me gustaría unos pocos de cientos de dólares más, por favor”?)
Cuando la gente teme al futuro en tiempos de incertidumbre económica, naturalmente intentan reforzar sus activos líquidos, especialmente su dinero. Pero cada persona recortará su “gasto habitual” de manera única. Una persona podría dejar de ir semanal mente a su restaurante favorito, mientras que otra vendería sus viejos cromas de béisbol. Para que estas sutiles diferencias se comuniquen a través de la economía, los empresarios necesitan ver los cambios en los precios relativos. En nuestro ejemplo, los trabajadores tendrían que dejar a industria de la restauración, mientras que los especuladores pueden querer acudir a intercambios de cromos en busca de chollos.
Al arrojar montañas de nuevo dinero en unos pocos puntos de acceso de la economía, el banco central cubre esos matices con una gran cantidad de interferencia. Sólo en modelos macro simplistas, que contengan pocas variables, como M y P, el “shock” del aumento en la demanda de dinero se ve perfectamente compensado por el aumento en M. En realidad, estas dos perturbaciones distintas no se cancelan entre sí. De hecho, se deja a la economía que se ocupe primero de los acontecimientos reales que impulsaron el pánico (la gente no decide de repente acumular una cantidad de dinero sin ninguna razón), y después de la enorme inyección de dinero en manos de los banqueros políticamente conectados.
Conclusión
El argumento de los salarios rígidos no justifica la existencia de un banco central. Los precios del mercado, incluyendo los salarios, son suficientemente flexibles como para suavizar las perturbaciones macroeconómicas. En la medida en que los trabajadores insistan en un trabajo mejor, en lugar de aceptar un recorte en la paga, esto también refleja un resultado legítimo en un mercado libre. Sólo en un modelo macro simplista, con supuestos ad hoc acerca de salarios y precios, puede el banco central mejorar la economía.
- 1Advirtamos que si alguien quiere, por ejemplo, doblar la cantidad de poder adquisitivo en su cartera, tiene dos opciones: (A) Puede obtener el doble de dólares en billetes, con precios constantes, o (B) mantener la misma cantidad en billetes, con precios bajando a la mitad.