La semana pasada, un videoclip de Francis Fukuyama se hizo viral. En el clip, el politólogo calificaba la libertad de expresión y el mercado de ideas de «nociones del siglo 18 que realmente han sido desmentidas (o han demostrado ser falsas) por mucho de lo que ha sucedido en las últimas décadas.»
A continuación, Fukuyama reflexiona sobre cómo podría promulgarse un régimen de censura en los Estados Unidos.
Pero la cuestión es cómo regular los contenidos que se consideran nocivos, perjudiciales, etc., y hacerlo de forma coherente con la Primera Enmienda. Ahora bien, creo que se pueden sobrepasar un poco los límites porque la Primera Enmienda no permite decir lo que uno quiera. Pero entre las democracias liberales, nuestra ley de la Primera Enmienda es una de las más amplias de cualquier democracia desarrollada.
Y se podría imaginar un mundo futuro en el que nos retrajéramos y dijéramos que no, que vamos a tener una ley más parecida a la de Alemania, en la que podemos designar, el gobierno puede designar algo como incitación al odio y luego impedir su difusión. Pero la cuestión entonces es, políticamente, ¿cómo vas a llegar allí?
Dejando a un lado el hecho de que el régimen de censura del que habla Fukuyama ya está aquí, es importante considerar la admisión que hay detrás de sus palabras.
A menudo se asocia a Francis Fukuyama con el movimiento neoconservador. Y con razón. Participó activamente en el neoconservador Proyecto para un Nuevo Siglo Americano y contribuyó a impulsar la invasión de Irak en 2003. Pero más tarde se volvió en contra de la guerra y renunció al neoconservadurismo, por lo que quizá se le pueda entender mejor como un representante intelectual del establishment de Washington.
Fukuyama es conocido sobre todo por su libro de 1992 El fin de la Historia y el último hombre. El libro sostiene que la democracia liberal representa el punto final de la evolución ideológica de la humanidad y la forma final de gobierno por su derrota del fascismo y el socialismo y su supuesta falta de contradicciones internas.
Si alguna vez hubo un momento en que esta idea resonara, fue 1992. La Unión Soviética había desaparecido y el gobierno de EEUU, recién derrotado el Irak de Sadam Husein, era la entidad individual más poderosa de la historia.
Pero al mismo tiempo, surgía rápidamente un medio de información totalmente nuevo. En 1996, un ingeniero informático llamado Dave Winer decidió alojar su boletín de noticias en la World Wide Web. El resultado fue el primer weblog, o blog. Lo llamó DaveNet. Cuando los blogs empezaron a popularizarse, los escritores podían llegar directamente a sus lectores sin filtros, editores ni limitaciones de espacio.
Es difícil subestimar el efecto de esta evolución. Pero Martin Gurri lo explica mejor en su libro de 2014 La revuelta del público y la crisis de autoridad en el nuevo milenio. Gurri postula que a lo largo de la historia de la humanidad «la información no ha crecido de forma incremental... sino que se ha expandido en grandes pulsos u olas que barren el paisaje humano y dejan pocas cosas intactas.»
Según Gurri, la primera oleada de información se produjo con la invención de la escritura. La segunda se desencadenó con el desarrollo de los alfabetos. Estas olas dieron lugar a gobiernos y sociedades dirigidos por castas burocráticas y sacerdotales alfabetizadas. La tercera ola llegó con la invención de la imprenta. De repente, el monopolio informativo del antiguo régimen se hizo añicos. El resultado fue un cambio político radical, sobre todo la Reforma Protestante y las revoluciones americana y francesa.
En la tesis de Gurri es fundamental la idea de que estas revoluciones no se produjeron por un cambio repentino en los sentimientos del público, sino porque los cambios bruscos en el espacio informativo permitieron que sentimientos que ya existían se extendieran y desarrollaran fuera del control de las clases dominantes.
La cuarta ola llegó con la adopción de los medios de radiodifusión —radio y televisión— durante el siglo XX. Aunque esta oleada fue ciertamente perturbadora, la temprana adquisición de las ondas por parte del gobierno facilitó que la clase política mantuviera el control sobre el espacio informativo.
Pero no puede decirse lo mismo de la quinta ola: la revolución digital. Sólo dos años después del lanzamiento de DaveNet, otro blog, el Drudge Report, burló a la prensa establecida y publicó la noticia que llevó a la destitución de Bill Clinton.
Diez años más tarde, cuando otra crisis financiera se apoderaba del país, Internet permitió que se organizaran y extendieran verdaderos movimientos de oposición de base: Occupy Wall Street a la izquierda y el Tea Party a la derecha. También permitió a candidatos como Ron Paul llevar a cabo campañas populares críticas con el establishment de Washington.
Internet no sólo permitió a la gente ver y oír opiniones discrepantes, sino también comprobar que esas opiniones eran populares.
Y por eso, desde la Primavera Árabe hasta el paso del Brexit, el debilitamiento del control político sobre el espacio de la información comenzó a conducir a un cambio real en todo el mundo. Pero en los Estados Unidos, después de que Donald Trump ganara la Casa Blanca, la clase política despertó a lo que estaba pasando. Y decidieron hacer algo al respecto.
Al principio fue la desinformación rusa, luego los extremistas nacionales llenos de odio y más tarde los escépticos covid. La clase dirigente ha utilizado cualquier chivo expiatorio u hombre de paja que pensara que podría asustar al público para que aceptara un mayor control político sobre el espacio en línea. Lo que nos lleva de nuevo a Fukuyama.
En cierto sentido, tiene razón. Era mucho más fácil para la clase dirigente de Washington actuar como si apoyaran la libertad de expresión y el libre intercambio de ideas cuando controlaban el espacio informativo. Pero ahora que Internet ha hecho retroceder parcialmente su control, estas ideas han quedado «desmentidas» a sus ojos.
Para los que, como Fukuyama, quieren que el establishment de Washington mantenga su intervencionismo cada vez mayor dentro y fuera del país —financiado por una deuda y una inflación insostenibles—, la revolución digital es motivo de preocupación. Pero para quienes comprendemos que nuestros problemas económicos, geopolíticos y culturales requieren un cambio radical, es un motivo de esperanza.