Imaginad una forma de dinero casi mágica, una que todos necesiten en el mundo y de la que quieran más. Imaginad que ese dinero estuviera en grandes cantidades en los bancos centrales y en los bancos comerciales de todo el mundo y también que se prestara con esa denominación por defecto en la mayoría de los instrumentos de deuda. Imaginad que ese dinero fuera usado casi exclusivamente por gobiernos, empresas y personas en todo el planeta a la hora de comprar petróleo y liquidar transacciones internacionales. Imaginad que ese dinero se emite a capricho por parte de un banco central y un Tesoro públicos y aun así se usara y aceptara a cambio de bienes reales y servicios en todo el mundo. Imaginad que ese gobierno fuera capaz de gastar desbocadamente, tomar dinero prestado y devolverlo a tipos de interés cada vez más bajos usando de nuevo el dinero que solo él produce. Y finalmente, imaginad una disposición política que perpetúe todo, creada delante del telón de fondo de un orden emergente de posguerra liderado por una nueva superpotencia militar y nuclear dominante.
Podríamos llamar “privilegio” a toda esa disposición, que es exactamente lo que disfruta hoy cualquier estadounidense al que se le pague en dólares de EEUU (o tenga activos denominados en dólares de EEUU).
Henry Hazlitt, entonces un importante columnista financiero del New York Times, no se hacía ilusiones acerca de lo que iba a significar el acuerdo de Bretton Woods de 1944. Sabía que crearía un sucedáneo de patrón oro, daría a Estados Unidos una influencia desmedida en los asuntos mundiales y llevaría a una inflación destructiva y al fin de cualquier cosa que se pareciera a una moneda fuerte en la economía global. Lo peor de todo es que veía cómo Bretton Woods relacionaba a todos los grandes gobiernos y bancos centrales de todo el mundo en una nefasta unión monetaria, en la que un control juicioso y prudente en de las divisas nominalmente soberanas las pondrían en desventaja frente al dólar de EEUU.
Estados Unidos, entendía Hazlitt, podía ahora exportar inflación.
Bajo Bretton Woods, todo el mundo necesitaba dólares, igual que antes necesitaba oro. Valéry Giscard d’Estaing, expresidente de Francia y en su momento ministro de finanzas de Charles de Gaulle, calificaba la situación posterior a Bretton Woods como un “privilegio exorbitante” para Estados Unidos. Entendía que este privilegio concedía a Estados Unidos poder y prestigio económicos más allá de los que merecía realmente.
Con unos pocos peniques, el Tesoro de Estados Unidos podía fabricar un billete de 100$, pero el resto del mundo tenía que intercambiar bienes y servicios reales para conseguirlo.
Lo que tal vez no podía haber imaginado es el poder militar, geopolítico y cultural que acumularía Estados Unidos a lo largo del siguiente medio siglo. Bajo la poco sagrada trinidad del Banco de la Reserva Federal, el Tesoro de EEUU y el Congreso de EEUU, el estado estadounidense creció hasta convertirse en el gobierno más grande y poderoso de la historia de la humanidad. Ninguna cantidad de prodigalidad fiscal se permite que dañe al mercado de la deuda del Tesoro de EEUU, ni siquiera cuando el derrochador Congreso tendría que ser tratado como una república bananera y acusado de emitir bonos basura para inversores de alto riesgo.
¿Qué significa que el dólar de EEUU sea la divisa mundial de reserva? Significa una posición privilegiada para Estados Unidos en el mundo y un nivel inmerecido de bienestar económico y material. Pone a otros bancos centrales en la posición incómoda de mantener enormes reservas de dólares de EEUU y por tanto de sufrir si el dólar se viene abajo, aunque sus respectivos gobiernos y pueblos entiendan lo dañino que es para ellos el privilegio del dólar de EEUU tanto económica como geopolíticamente. Significa tener toda la fuerza del ejército y el arsenal nuclear de EEUU actuando como respaldo de ese privilegio. Y significa una forma de intervencionismo monetario de hecho en todo el mundo.