El 10 de abril, la Oficina de Estadísticas Laborales publicó las cifras del Índice de Precios al Consumo («IPC») de marzo. El IPC pretende representar los cambios en el nivel general de precios de la economía americana, una abstracción obscenamente vaga en un país de 350 millones de habitantes. Finjamos por un momento que lo hace.
En marzo, el IPC general creció un 3,5% respecto a hace un año y el llamado «IPC subyacente», que excluye los alimentos y la energía, aumentó un 3,8% respecto a hace un año. En general, la inflación de precios fue superior a la prevista. Lo más relevante es que ambas medidas aumentaron un 0,4% respecto al mes pasado, lo que representa una tasa anualizada de inflación de los precios del 4,9%.
En respuesta al informe, los rendimientos de los bonos subieron, las acciones cayeron y los analistas de la lobotomizada prensa financiera reaccionaron con un sordo sobresalto, temiendo que los preciados recortes de tipos se retrasaran un par de meses más de lo previsto.
Para los que puedan considerar este informe como mala suerte —un revés en el camino hacia la recuperación de la economía de EEUU— consideren que la inflación es una característica, no un defecto, de la actual política monetaria. Cuenta con el apoyo de ambos partidos políticos, se considera un viento de cola para el gasto público y un medio por el que el régimen puede suavizar el impacto de la rápida acumulación de deudas.
Ley de Goodhart
El economista británico Charles Goodhart sugirió que cuando una medida se convierte en un objetivo, deja de ser una buena medida. Dicho de otro modo, cuando el logro de objetivos numéricos se convierte en un elemento de acción política, la medida subyacente está sujeta a manipulación. Tal ha sido el caso del IPC, una medida elaborada por el gobierno.
Así, la Reserva Federal, en tándem con la clase política gobernante, tiene un reto particular: seguir inflando la economía, en beneficio del Estado y en detrimento del ciudadano promedio, al tiempo que gestiona cuidadosamente la propaganda relacionada para no levantar ampollas. Esta es una de las razones por las que los burbujeantes mercados bursátil e inmobiliario son tan importantes para el Estado. Aunque son indicativos de inflación, ambos contribuyen al patrimonio neto y a la «confianza» de la clase votante. Las burbujas de activos son herramientas eficaces de apaciguamiento.
Sin embargo, el apaciguamiento no es automático. A pesar de la clara manipulación en la métrica del IPC, por ejemplo, siempre con el efecto de subestimar la inflación de los precios, al final la verdad saldrá a la luz y aparecerán consecuencias imprevistas. El IPC muestra que los americanos han perdido un 20% de su poder adquisitivo desde 2020 y casi un 50% desde 2010.
Además, las herramientas de apaciguamiento requieren importantes recursos financieros. El régimen americano tiene un saldo de deuda que se acerca a los 35 billones de dólares, y que aumenta rápidamente. El estatus del dólar como moneda de reserva mundial está en mayor peligro a medida que su casa financiera sigue desmoronándose. En algún momento, la ilusión se vuelve demasiado difícil de manejar.
A medida que nuestro país se adentra en otro año electoral, resulta de especial interés el impacto moral de la inflación. A medida que persiste la inflación, se descarta la planificación futura en favor de la gratificación inmediata, lo que los economistas denominan un aumento de la preferencia temporal. Esto tiene un impacto real en el comportamiento humano. Aunque el régimen prefiere este estado de cosas, en una sociedad que combina una elevada preferencia temporal con la redistribución obligatoria de la propiedad y unas elecciones políticamente cargadas, es más probable que se produzcan delitos y violencia.
Ignora lo que dicen, observa lo que hacen
El gasto público masivo apoyado por ambos partidos políticos, la instigación de numerosas guerras simultáneamente, los compromisos inquebrantables de apoyar financieramente a países de todo el mundo sin razón alguna, y el constante chirrido de la Reserva Federal de que los tipos de interés van a bajar en cualquier momento — todas estas son acciones que ven la inflación como un resultado positivo, un objetivo a alcanzar.
Jeff Deist llamó una vez a la inflación «terrorismo de Estado». Tenía razón. La inflación, perseguida en serio por el Estado, es una guerra contra la prosperidad del ciudadano americano promedio. No se convenzan de lo contrario.