En Una breve historia del hombre, trato de explicar tres de los acontecimientos más trascendentales de la historia de la humanidad.
Primero, explico los orígenes de la propiedad privada y en particular de las tierras y de la familia y el hogar familiar como fundamentos institucionales de la agricultura y la vida rural que empezó hace unos 11.000 años, con la revolución neolítico en el Creciente Fértil de Oriente Medio y que desde entonces—hasta bien avanzada el final del siglo XIX—ha dado forma y dejado huella en la vida humana en todas partes.
Segundo, explico el origen de la Revolución Industrial, que se inició en torno al 1800, hace solo unos 200 años en Inglaterra. Hasta entonces, y durante miles de años, la humanidad había vivido bajo condiciones maltusianas. El crecimiento de la población estaba constantemente afectando a los medios disponibles de subsistencia. Todo aumento en la productividad era «comido» rápidamente por una expansión en el tamaño de la población, de forma que las rentas reales para la abrumadora mayoría de la población se mantenían constantemente cerca del nivel de subsistencia. Solo durante unos dos siglos hasta ahora el hombre ha sido capaz de lograr un crecimiento de la población combinado con crecientes rentas por cabeza.
Y tercero, explico el origen y desarrollo paralelo del estado como monopolista territorial de la toma última de decisiones, es decir, una institución investida con el poder de legislar y gravar a los habitantes de un territorio, y su transformación de un Estado monárquico, con reyes «absolutos», en un Estado democrático, con un pueblo «absoluto», al pasar a primer plano en el curso del siglo XX.
Aunque esto podría bastar como prólogo y el lector podría proceder directamente a los siguientes capítulos, pueden ser convenientes unas pocas notas adicionales para el lector de mentalidad filosófica.
Hasta principios del siglo XX, lo siguiente habría sido clasificado como estudios sociológicos. Pero con el auge y la influencia crecientemente dominante obtenida en el curso del siglo XX de la filosofía empiricopositivista-falsacionista, las cuestiones normativas—cuestiones de justicia, de lo «bueno» y lo «malo»—no son cuestiones científicas en absoluto—y consecuentemente la mayoría de la sociología «moderna» científica está por tanto dogmáticamente comprometida con alguna variante de relativismo ético (de «todo vale»). Y la filosofía empirista descarta categóricamente la existencia de cualquier ley o verdad no-hipotética, no-falsable o sintética a priori, y por tanto la sociología moderna está comprometida dogmáticamente también con alguna variante del relativismo empírico (de «todo es posible» de «nunca puedes estar seguro de nada» y «no puede descartarse nada en principio»).
Mis estudios son y hacen todo lo que se supone no son ni hace un «buen empirista», pues considero la filosofía empirista-positivista errónea y no científica y considero su influencia, especialmente en las ciencias sociales como un desastre intelectual sin paliativos.
Es demostrablemente falso que la ética no sea una ciencia y que no exista un principio universal de justicia ni criterio «verdadero» (no arbitrario) de distinguir el progreso del declive moral. Y es igualmente demostrablemente falso que no exista ninguna ley universal e invariable de la acción e interacción humanas, es decir que no hay leyes de lo que es posible y lo que no y de lo que puede o no hacerse con éxito en asuntos humanos ni criterio no arbitrario de juzgar acciones como soluciones correctas y exitosas o incorrectas y fracasadas a un problema o propósito concreto.
Respecto de la segunda afirmación «positivista», se contradice con todo el cuerpo de la economía clásica. La economía clásica reconstruida, refinada y avanzada durante la «revolución marginalista», en particular su rama vienesa, fundada por Carl Menger (1840–1921) con sus Principios de economía política (1871) y culminada con Ludwig von Mises (1881–1973) y su insuperado Acción humana (1940) y por lo que se ha conocido desde entonces como economía austriaca, proporcional material intelectual para un gran sistema comprensivo de leyes verdaderas no hipotéticas de la acción humana, o praxeología—la lógica de la acción—y de las leyes praxeológicas.
Cualquier explicación de acontecimientos históricos debe tener en cuenta la praxeología—y concretamente a Ludwig von Mises—y son los «empiristas» los que son insuficientemente empíricos en su trabajo. Al negar o ignorar las no variantes y constantes en sus observaciones del mundo social, los árboles no les dejan ver el bosque.
Y respecto de la primera afirmación «normativa», se contradice con todo el cuerpo del derecho privado, en particular el derecho de propiedad y contractual, que creció en respuesta a la ocurrencia continuada de conflictos interpersonales con respecto a recursos escasos. De la vieja tradición del «derecho natural» de los estoicos, a través del derecho romano, al derecho escolástico, a la tradición moderna secular de los «derechos naturales», había emergido en el siglo XIX un cuerpo de derecho y literatura erudita en asuntos legales, que debería avergonzar a cualquier relativista ético.
Enterrada durante mucho tiempo bajo montañas de basura legal positivista, esta tradición se ha rescatado y revigorizado, refinado y rigurosamente reconstruido en nuestro tiempo sobre todo por Murray N. Rothbard (1926–1995), principalmente en su Ética de la libertad (1981), en el sistema más completo de derecho natural y la filosofía política del libertarismo. Cualquier evaluación normativa de acontecimientos y desarrollos históricos que aspire al rango de ciencia, es decir, que afirme ser más que una expresión arbitraria de gusto, debe tener en cuenta el libertarismo y a Murray Rothbard en particular.
De ahí el subtítulo de mi pequeño libro para indicar el método que guía mis estudios sobre la historia del hombre: Una reconstrucción austrolibertaria.
Los acontecimientos de la historia humana que quiero explicar no son necesarios ni predeterminados, sino acontecimientos empíricos contingentes, y mis estudios no son por tanto ejercicios de economía o teoría libertaria. En este aspecto, no reclamo ninguna originalidad. No desentierro ningún hecho desconocido ni discuto ningún descubrimiento establecido. Confío en lo que otros han establecido como hechos conocidos. Pero los hechos y la cronología de acontecimientos no limitan su propia explicación o interpretación. Lo que distingue a mis estudios es el hecho de que explican e interpretan la historia del hombre desde el punto conceptual ventajoso del austrolibertarismo: con la base del conocimiento de la praxeología (economía) y del libertarismo (ética). Se llevan a cabo con la consciencia del carácter no hipotético o apriorístico de las leyes de la praxeología o de la ética y el hecho de que esas leyes imponen limitaciones lógicas estrictas en qué—cuál—explicación o interpretación, de todas las explicación o interpretaciones concebibles de una serie de datos históricos concretos, puede considerarse en absoluto posible posiblemente (hipotéticamente) verdad (y ser por tanto científicamente admisible) y cuáles pueden y deben descartarse por el contrario como imposibles e imposiblemente verdad. Por tanto, la historia se reconstruye racionalmente, es decir, con el conocimiento de que todo explicación e interpretación empírica posiblemente verdadera debe estar de acuerdo no solo con los “datos”, sino también en particular con la ley praxeológica y ética y que toda explicación o interpretación en desacuerdo con esas leyes, aunque aparentemente “se ajuste a los datos”, no solo es empíricamente falsa sino que tampoco es una explicación o interpretación científicamente admisible en absoluto.
La historia así reconstruida y recontada es en un grado significativo historia revisionista, opuesta no solo a mucho o incluso la mayoría de lo que la «ortodoxia» izquierdista dominante tiene que decir sobre el tema, sino, debido al énfasis puesto en mis estudios sobre desigualdades humanas y en particular sobre capacidades cognitivas y disposiciones psíquicas desiguales, se opone también a mucho de lo declarado y proclamado en este aspecto por parte de algunos círculos «políticamente correctos» y «progresistas» llamados libertarios «cosmopolitas» del establecimiento.
Así, el primer acontecimiento importante en la historia del hombre, la Revolución Neolítica, se reconstruye como un logro cognitivo de primer orden y un gran paso de progreso en la evolución de la inteligencia humana. La institución de la propiedad privada de la tierra y la práctica de la agricultura y la ganadería se explican como una invención racional, una solución nueva e innovadora al problema afrontado por cazadores y recolectores tribales de conciliar el crecimiento poblacional y una creciente escasez de terrenos.
Igualmente, la Revolución Industrial se reconstruye como otro gran salto adelante en el desarrollo de la racionalidad humana. El problema de equilibrar tierra y tamaño de población que se había resuelto temporalmente con la invención original y la consiguiente extensión e imitación mundial de la agricultura tenía que acabar reapareciendo. Mientras el tamaño de la población aumente, las rentas por cabeza solo podrían aumentar siempre y cuando los aumentos de productividad anuales el crecimiento poblacional Pero los aumentos constantes de productividad, es decir, la invención continua de herramientas nuevas o más eficientes para la producción de más, mejores o nuevos productos, requiere un nivel continuamente alto de inteligencia humana, de ingenio, paciencia e inventiva. Mientras falte un alto nivel de inteligencia, allí el crecimiento poblacional debe llevar a rentas por cabeza más bajas—y no más altas. La Revolución Industrial, por tanto, señala el punto en que el nivel de racionalidad humana había llegado a un nivel lo suficientemente alto como para hacer posible escapar del maltusianismo. Y la escapada se reconstruye como el resultado de la «cría», a lo largo de muchas generaciones, de una población más inteligente. Una mayor inteligencia se traduce en mayor éxito económico y un mayor éxito económico, combinado con políticas selectivas de matrimonio y familia se traducen en un mayor éxito reproductivo (la producción de un mayor número de descendientes supervivientes). Esto, combinado con las leyes de la genética humana y la herencia civil produjeron con el tiempo una población más inteligente, ingeniosa e innovadora.
Finalmente, mientras que las revoluciones Neolítica e Industrial se reconstruyen como soluciones correctas e innovadoras para un problema persistente: de un tamaño de población que ponía en peligro los niveles de vida, y por tanto como grandes avances intelectuales, el tercer acontecimiento importante a explicar es la invención del Estado. El Estado es un monopolista territorial de la toma última de decisiones y su sucesiva transformación de un Estado monárquico a otro democrático. Se reconstruye como el resultado de una secuencia de errores intelectuales acumulados—morales y económicos—y como un paso atrás en el desarrollo de la racionalidad humana y una creciente amenaza para los logros alcanzados con la Revolución Industrial. Por estructura, el Estado no puede conseguir lo que se supone que consigue. Se supone que produce justicia, es decir, defender y aplicar la ley, pero con el poder de legislar el Estado puede (e inevitablemente lo hace) quebrantar la ley y hacer leyes a su propio favor y así producir por el contrario injusticia y corrupción moral. Y el Estado se supone que protege la propiedad de sus individuos frente a la invasión extranjera, pero con el poder de gravar a sus súbditos puede—e inevitablemente lo hace—expropiar la propiedad de estos, evidentemente no para protegerlos a ellos ya sus propiedades, sino para ‘protegerse’ a sí mismo y a sus expropiaciones contra cualquier supuesto «invasor», nacional o extranjero. Como «protector de propiedad expropiador», es decir, como una institución esencialmente «parasitaria», el estado no puede nunca ayudar sino siempre obstaculizar la producción de riqueza y rebajar así las rentas por cabeza.
Así que, en combinación con los siguientes estudios espero hacer una pequeña contribución a la antigua tradición de la gran teoría social y hacer más inteligible el largo curso de la historia humana desde su mismo principio al momento actual.