El Cálculo del Consentimiento de James Buchanan y Gordon Tullock —publicado hace más de sesenta años, en 1962— ha sido uno de los libros más influyentes que aplican ideas económicas a la política. Los autores no eran en absoluto libertarios, pero estaban a favor, en su mayor parte, de un Estado limitado y del libre mercado. Un punto adicional a su favor era que ambos autores leían mis reseñas de libros. En la columna de esta semana, voy a comentar algunos puntos de interés del libro, algunos de los cuales no han recibido toda la atención que merecen.
Los autores son firmes defensores del individualismo metodológico y citan Acción humana de Ludwig von Mises para defender esta postura. Las acciones siempre deben atribuirse a decisiones individuales y rechazan las concepciones «orgánicas» del Estado que consideran que éste actúa independientemente de los individuos.
Todo esto es bien sabido, pero una cuestión que no ha despertado suficiente atención es el uso del individualismo metodológico para criticar la teoría de la historia de Marx. Marx ve las clases como grupos que actúan como entidades completas y no logra demostrar cómo los individuos están motivados a actuar de acuerdo con sus supuestos intereses de clase. Culpan al historiador Charles A. Beard por su uso de la teoría de Marx para interpretar la historia americana. Una visión más realista, sugieren, consideraría a los individuos que pertenecen a diferentes clases marxistas como aliados para lograr favores del gobierno. Plantean la cuestión de esta manera:
El punto que se ha pasado por alto en gran medida es que sigue siendo perfectamente apropiado suponer que los hombres están motivados por consideraciones de utilidad y al mismo tiempo rechazar el determinismo económico implícito en toda la corriente de pensamiento marxista. Las diferencias en las funciones de utilidad surgen de diferencias de gusto tanto como de cualquier otra cosa. La posición de clase del individuo en el proceso de producción es uno de los determinantes menos importantes del interés económico genuino. El fenómeno de los sindicatos y las empresas textiles que se unen para ejercer presión política a favor de la prohibición de las importaciones japonesas es mucho más familiar en el escenario americano actual que cualquier actividad política general de los intereses laborales, del capital o de la tierra.
Pasemos ahora a otro tema que ha suscitado mucha controversia. ¿El apoyo al libre mercado implica el apoyo a las fronteras abiertas? Buchanan y Tulloch no lo creen así. Dicen que ello tenderá a generar conflictos entre las personas y dificultará el acuerdo sobre proyectos comunes. Por la misma razón, es mejor tener un Estado pequeño que uno grande. Dicen al respecto:
Parece razonable esperar que se invierta más en la negociación en un grupo compuesto por miembros que tienen características externas claramente diferentes que en un grupo compuesto por miembros aproximadamente homogéneos. La mayor incertidumbre sobre los gustos y las habilidades de negociación de sus compañeros llevará al individuo a ser más obstinado en sus propios esfuerzos. Cuando conoce mejor a sus compañeros, el individuo será menos obstinado en su negociación, y por razones perfectamente racionales. Los costos generales de la toma de decisiones serán menores, dada cualquier regla de elección colectiva, en comunidades caracterizadas por una población razonablemente homogénea que en aquellas caracterizadas por una población heterogénea.
Hasta ahora he hecho hincapié en temas en los que los autores llegan a conclusiones que agradarán a los rothbardianos, pero hay algunos temas que van decididamente en la dirección opuesta. Buchanan y Tulloch son escépticos morales (es decir, no creen que las reglas de la moral sean objetivamente verdaderas). Los individuos atraídos por puntos de vista como la ley natural que aceptan la moralidad objetiva pueden usar esos puntos de vista para construir una moralidad personal, pero no tienen lugar en la política. Los rothbardianos, por el contrario, sostienen que la ética que delimita un sistema legal adecuado es la parte de la moralidad objetiva que aborda el uso permisible de la fuerza.
Buchanan y Tulloch dicen a este respecto que «no debería sorprender que las obras más ‘simpáticos’ o ‘afines’ se encuentren entre los ‘realistas’ en la historia de la doctrina política. Inicialmente, miramos a Glaucón en La República de Platón, a Thomas Hobbes y a Benedict Spinoza».
Aunque reconocen que los individuos pueden estar influidos por ideales morales, en general piensan que las personas —tanto en economía como en política— tienen como objetivo ganar tanto dinero como puedan. Las personas guiadas por la moral —a las que suelen llamar «kantianas»— tenderán a ser aprovechadas por sus compañeros menos escrupulosos y, reacias a ser «pringadas», comprometerán sus ideales. Todo tiene un precio, incluida la moral.
Este punto de vista conduce a lo que es a la vez un punto fuerte y un punto débil de su concepción de la política. La gente del gobierno no aspira al poder sobre los demás por sí mismo, sino que ve el cargo político como una forma de adquirir dinero. Esto es un punto fuerte porque les lleva a una visión escéptica de los políticos: no son «servidores públicos», deseosos de perseguir el «bien común», pero no mejores que nadie. Pero también es una debilidad porque piensan que los políticos no son peores que otras personas. La historia demuestra claramente que son mucho peores.
No quiero concluir con una nota negativa. Aunque aceptan la noción de «bienes públicos», en lugar de rechazarla de raíz al estilo de Rothbard, al menos reconocen que estos bienes no tienen por qué ser suministrados por el Estado. A menudo, los individuos pueden suministrar voluntariamente el bien por sí mismos y, en tales casos, la gente preferirá con frecuencia el acuerdo privado a la provisión estatal. Desgraciadamente, no creen que esta sea siempre la forma racional de actuar, pero al menos es mejor que nada.