[Nota del editor: Nuestra mesa redonda es una serie de artículos que presentan las opiniones de eminentes pensadores austriacos y libertarios. Necesariamente, cada artículo proporciona solo una visión general básica de esas opiniones, con enlaces a las fuentes originales]
Nuestro objetivo es presentar las opiniones de cada pensador sobre inmigración, extractando sus escritos sobre el asunto.
El primer artículo de esta serie trataba las opiniones de Ludwig von Mises. Este artículo explica las opiniones de Murray N. Rothbard.
Rothbard, a pesar de haber escrito millones de palabras sobre economía, filosofía, ética, historia, política y cultura, escribió relativamente poco tratando la inmigración de por sí.
Su tratado de 1962, El hombre, la economía y el estado, en concreto los capítulos de Poder y mercado que pretendía publicar con la obra original, tratan con detalle diversas intervenciones públicas. En el Capítulo 3 de Poder y mercado, Rothbard explica las “intervenciones triangulares”, definidas como interferencia pública en acciones entre dos o más actores privados, es decir, en las que el estado obliga o prohíbe ciertas transacciones entre partes privadas.
La sección 3, subsección E de ese capítulo trata las restricciones a la inmigración y representa el escrito más largo y concreto de Rothbard sobre el tema. Rothbard, de forma muy parecida a Mises, se ocupa de la interferencia con la inmigración en el contexto de la oferta y demanda de mano de obra y los efectos que tiene el restriccionismo sobre salarios y precios:
También los trabajadores pueden pedir concesiones geográficas de oligopolio en forma de restricciones a la inmigración. En el libre mercado, la inevitable tendencia es igualar los niveles salariales para el mismo trabajo productivo en todo el mundo. Esta tendencia depende de dos modos de ajuste: traslado de negocios de áreas de salarios altos a áreas de salarios bajos y trabajadores trasladándose de áreas de salarios bajos a áreas de salarios altos. Las restricciones a la inmigración intentan ganar niveles salariales para los habitantes de un área mediante restricciones. Constituyen más una restricción que un monopolio porque (a) en el mercado laboral, cada trabajador se posee a sí mismo y por tanto los restriccionistas no tienen control sobre toda la oferta y (b) la oferta de mano de obra es grande en relación con la posible variación en las horas de un trabajador concreto, es decir, un trabajador no puede, como si fuera un monopolista, sacar ventajas de la restricción incrementando su producción para intensificarla y por tanto la obtención de un precio más alto no viene determinado por la elasticidad de la curva de demanda. El mayor precio se obtiene en todo caso por la restricción de la oferta de mano de obra. Hay una conexión entre todo el mercado laboral: los mercados laborales se entrelazan en distintas ocupaciones y el nivel general de salarios (en contraste con los de otras industrias) viene determinado por la oferta total de todos los trabajadores, en comparación con las distintas curvas de demanda para distintos tipos de trabajo en diferentes industrias. Una oferta total de mano de obra reducida en un área tiende así a cambiar todas las curvas de oferta de trabajadores individuales hacia la izquierda, incrementando así todos los niveles salariales.
Así pues, las restricciones a la inmigración pueden proporcionar niveles salariales restriccionistas para todos en el área restringida, aunque es claro que los que más ganan relativamente son los que habrían competido directamente en el mercado de trabajo con los potenciales inmigrantes. Ganan a expensas de la gente excluida, a quienes se les fuerza a aceptar trabajos peor pagados en su lugar de origen (cursivas originales).
Para Rothbard, las restricciones a la inmigración representaban un proteccionismo puro: favorecer a los trabajadores nacionales por encima de los extranjeros en lo que tendría que ser una división internacional del trabajo, al tiempo que se crean ineficiencias y se daña a los consumidores en el proceso:
Las barreras a la inmigración generan ganancias a costa de los trabajadores extranjeros. A pocos residentes del área les preocupan. Sin embargo, generan otros problemas. En proceso de igualación de salarios, aunque renqueante, continuará en forma de exportación de inversión de capitales a países extranjeros con salarios más bajos. La insistencia en salarios altos locales crea cada vez más incentivos a los capitalistas locales para invertir fuera. Al final, el proceso de igualación se producirá de todas formas, salvo por el hecho de que la localización de recursos se verá completamente distorsionada. Se ubicarán demasiados trabajadores y demasiado capital en el exterior y demasiado poco en el interior en relación con la satisfacción de los consumidores mundiales. El segundo lugar, los ciudadanos domésticos bien pueden como consumidores perder más por las barreras a la inmigración de lo que ganan como trabajadores. Pues las barreras a la inmigración (a) ponen limitaciones a la división internacional del trabajo, la localización más eficiente de la población y la producción, etc. y (b) la población del país puede que esté por debajo la población “óptima” para esa área. Podría ser que una afluencia de población estimulara y una mayor producción y especialización en masa y así elevara el ingreso real per cápita. Por supuesto, a largo plazo seguirá produciéndose la igualación, pero tal vez a un nivel más alto, especialmente los países más pobres están “superpoblados” en comparación con su óptimo. En otras palabras, el país con salarios altos puede tener una población por debajo del ingreso real óptimo por cabeza y el país con salarios bajos puede tener un exceso de población por encima del óptimo. En ese caso, ambos países disfrutarán de salarios reales mayores por la inmigración, aunque los de salarios bajos ganarían más (cursivas originales).
Rothbard también ataca las preocupaciones estrafalarias pero efímeras de 1960 acerca de la superpoblación del mundo, pero lo hace aplicando economía:
Está de moda hablar de la “sobrepoblación” de algunos países, como China e India y afirmar que los terrores maltusianos de población presionando sobre la oferta de alimento se están haciendo realidad en esas áreas. Es un pensamiento falso, derivado de centrarse en “países” en lugar de en el mercado mundial en general. Es falso decir que hay sobrepoblación en algunas partes del mercado y no en otras. La teoría de la “sobrepoblación” y la “infrapoblación” (en relación con un máximo arbitrario de ingresos reales por persona) se aplica correctamente al mercado en general. Si hay partes del mercado “infra” y partes “sobre” populosas, el problema lo genera, no la reproducción o la industria humana, sino las artificiales barreras gubernamentales a la inmigración. India tiene “sobrepoblación” sólo porque sus ciudadanos no se van al extranjero o porque otros gobiernos no les admiten. En el primer caso, los indios toman una decisión voluntaria: aceptar salarios más bajos a cambio del beneficio psicológico de vivir en la India. Los salarios se igualan internacionalmente con solo incorporar esos factores psicológicos al salario. Además, si otros gobiernos impiden su entrada, el problema no es una “sobrepoblación” absoluta, sino las barreras coercitivas levantada contra la inmigración de personas. (…)
El defensor de las leyes de inmigración que teme una rebaja en su nivel de vida está en realidad equivocándose acerca de a dónde tiene que apuntar. Implícitamente, cree que su área geográfica excede ahora mismo su punto óptimo de población. Por tanto, lo que realmente teme no es tanto la inmigración como cualquier aumento de la población. Por tanto, para ser coherente, debería defender un control obligatorio de la natalidad para frenar el crecimiento de la población que desean padres individuales.
Es interesante señalar que Rothbard se limita estrictamente a la economía en esta subsección de cinco páginas. Rothbard quería que El hombre, la economía y el estado sirviera como un tratado global austro-misesiano que resistiera el paso del tiempo. Así que evita el tipo de polémicas políticas en las que entró frecuentemente en momentos posteriores de su carrera y no ofrece un examen de los intereses creados o del corporativismo detrás de la política de inmigración. Pero su completo anarquismo político, ya desarrollado cuando escribió el libro, le colocaba directamente en el bando de los “sin fronteras”.
En las décadas de 1970 y 1980 Rothbard entró de lleno en la ética libertaria con ganas, escribiendo Por una nueva libertad y La ética de la libertad. El primero recoge escasas referencias al problema de la inmigración, ya sea en el contexto de la política laboral, la política exterior o la libertad personal. Sin embargo, el segundo trata brevemente el problema en dos páginas escasas en el contexto de los derechos de propiedad:
Sin embargo, en una sociedad libertaria, en la que todas las calles tendrían un propietario privado, todo el problema se resolvería sin violar los derechos de propiedad de nadie: pues entonces los propietarios de las calles tendrían derecho a decidir quién tendrá acceso a dichas calles y podrían por tanto alejar a los “indeseables”, si así lo desean.
Por supuesto, los propietarios de calles que decidieran alejar a los “indeseables” tendrían que pagar el precio, tanto los costes reales de policía como las pérdidas de negocio de los comerciantes de su calle y la disminución de flujos de visitantes a sus casas. Indudablemente en una sociedad libre se producirían diversos patrones de acceso, con algunas calles (y, por tanto, barrios) abiertos a todos y otras con distintos grados de acceso restringido.
Aquí vemos un cambio: su análisis de la inmigración se aleja de la oferta y la demanda explicadas en El hombre, la economía y el estado hacia cuestiones de propiedad privada y libertad de asociación:
Igualmente, la propiedad privada de todas las calles resolvería el problema del “derecho humano” a la libertad de inmigración. No hay duda del hecho de que las actuales barreras migratorias restringen, no tanto un “derecho humano” a emigrar, sino el derecho de los propietarios a alquilar o vender propiedades a inmigrantes. No puede haber un derecho humano a inmigrar, pues ¿de quién sería la propiedad que tendría que violentarse? En resumen, si “Primus” quiere emigrar ahora de cualquier país a Estados Unidos, no podemos decir que tenga un derecho absoluto a emigrar a este territorio, pues ¿qué pasa con esos propietarios que no le quieren en su propiedad? Por otro lado, puede haber, e indudablemente hay, otros propietarios que acudirían prestos ante la posibilidad de alquilar o vender propiedades a Primus y las leyes actuales violan sus derechos de propiedad al impedirles hacerlo.
La sociedad libertaria resolvería toda la “cuestión de la inmigración” dentro del marco de los derechos absolutos de propiedad. Pues la gente sólo tiene el derecho a mudarse a aquellas propiedades y terrenos que los propietarios deseen alquilarles o venderles. En la sociedad libre, en primer lugar, tendrían el derecho a viajar sólo por aquellas calles cuyos propietarios se lo permitan y luego a alquilar o comprar viviendas a propietarios dispuestos a ello. De nuevo, igual que en el caso de los movimientos diarios en las calles, sin duda aparecerían patrones de acceso migratorio diversos y variados.
A finales de la década de 1980 y principios de la de 1990, Rothbard desarrolló un punto de vista más político que hizo que los críticos afirmaran que había realizado “un giro de 180º con respecto a la inmigración. Aun así, en un artículo del Rothbard-Rockwell Report que establecía una estrategia para un “populismo de derechas” eficaz, restringir la inmigración no entraba en la lista de tácticas de Rothbard para desmantelar el poder del estado y el gobierno de las élites. La inmigración tampoco desempeñaba un gran papel en absoluto en los artículos de Rothbard durante su periodo “paleo”, llamado así porque reclamaba una vuelta al no intervencionismo previo a la Guerra Fría en la derecha.
Aun así, en este periodo fue más franco acerca de la autodeterminación política, las distinciones entre nación y estado, el alegato práctico y estratégico para apoyar los movimientos de secesión y especialmente acerca de la relación entre los diversos grupos y el estado (frente a un análisis de la persona individual frente al estado leviatán).
La evidencia más a menudo citada del cambio de Rothbard con respecto a la inmigración es su artículo “Naciones por consentimiento”, escrito en otoño de 1994 poco antes de su muerte. Aquí empieza considerando la reaparición de la “nación” frente al “estado-nación” tras el colapso de la Unión Soviética:
Los libertarios tienden a centrarse en dos unidades importantes de análisis: el individuo y el estado. Y, aun así, uno de los acontecimientos más dramáticos e importantes de nuestro tiempo ha sido la reaparición (con un estallido) en los últimos cinco años de un tercer aspecto mucho más olvidado del mundo real, la “nación”. Cuando se ha pensado en absoluto en la “nación”, normalmente viene asociado al estado, como en la palabra común “estado-nación”, pero este concepto tiene un desarrollo particular en siglos recientes y se desarrolla hasta un máximo universal. Sin embargo, en los últimos cinco años hemos visto, como corolario del colapso del comunismo en la Unión Soviética y Europa Oriental, una descomposición vigorosa y sorprendentemente veloz del estado centralizado o el supuesto estado-nación en sus naciones constituyentes. La verdadera nación, o nacionalidad, ha tenido una reaparición drástica en la escena mundial.
Rothbard aprecia una oportunidad de usar la ruptura de la URSS como un momento oportuno, algo que anime a más rupturas de gobiernos esclerotizados reclamando regiones geográficas:
Un defecto crucial en esta línea popular de argumentación va más allá de la discusión usual sobre si el poder aéreo o las tropas estadounidenses pueden realmente erradicar a iraquíes y serbios sin demasiadas dificultades. El defecto crucial es el supuesto implícito de todo el análisis: que todo estado-nación “posee” toda su área geográfica de la misma forma justa y adecuada que todo propietario individual posee su persona y la propiedad que ha heredado, trabajado o ganado en un intercambio voluntario. ¿Es la frontera del típico estado-nación realmente tan justa y fuera de dudas como la de mi propia casa, terreno o factoría?
A mí me parece que no solo el liberal clásico y el libertario, sino cualquiera con buen sentido que piense acerca de este problema debe responder con un sonoro “No”. Es absurdo designar al todo estado-nación, con sus fronteras autoproclamadas como si existieran en cualquier momento, como algo correcto y sagrado, cada uno con su “integridad territorial” permaneciendo tan limpia e incólume como vuestra o mi persona física o propiedad privada. Por supuesto, invariablemente estas fronteras se han adquirido por fuerza y violencia o por acuerdo entre estados por encima de las cabezas de los habitantes del lugar e invariablemente estas fronteras cambian mucho a lo largo del tiempo de maneras que hacen verdaderamente ridículas las proclamaciones de “integridad territorial”.
De nuevo basa su argumentación contra los estados grandes y poderosos en una sociedad con aspiraciones de pura propiedad privada:
Planteo el modelo anarcocapitalista puro en este trabajo, no tanto para defender el modelo por sí mismo, como para proponerlo como una guía para resolver las actuales disputas polémicas acerca de la nacionalidad. El modelo puro, sencillamente, es que ninguna área territorial, ningún metro cuadrado en el mundo seguiría siendo “público”: todo metro cuadrado de área territorial, tanto calles como manzanas y barrios está privatizado. La privatización total ayudaría a resolver problemas de nacionalidad, a menudo de formas sorprendentes, y sugiero que los estados existentes o estados liberales clásicos, traten de aproximarse a un sistema como ese, incluso si algunas áreas territoriales permanecen en la esfera gubernamental.
Finalmente, extiende la aproximación de la propiedad completamente privatizada al problema de la inmigración:
La cuestión de las fronteras abiertas o la libre inmigración se ha convertido en un problema acuciante para los liberales clásicos. En primer lugar, porque el estado del bienestar subsidia cada vez más a los inmigrantes para que entren y reciban asistencia permanente y, en segundo, porque las fronteras culturales de han ido saturando cada vez más. Empecé a revisar mis opiniones sobre la inmigración cuando, al colapsar la Unión Soviética, quedó claro que se había animado a los rusos étnicos a inundar Estonia y Letonia para destruir las culturas y los idiomas de estas personas. Anteriormente habría sido fácil rechazar por ser poco realista la novela contra la inmigración de Jean Raspail, El campamento de los santos, en la que prácticamente toda la población de India decide mudarse en pequeños botes a Francia y los franceses, infectados por su ideología progresista, no pueden aplicar la voluntad de impedir la destrucción nacional económica y cultural. Al haberse intensificado los problemas culturales y del estado de bienestar, se ha hecho imposible rechazar ya las preocupaciones de Raspail.
Sin embargo, al repensar la inmigración sobre la base del modelo anarcocapitalista, queda claro para mí que un país completamente privatizado no tendría “fronteras abiertas” en absoluto. Si todo terreno en un país tuviera una persona, grupo o corporación propietario, esto significaría que ningún inmigrante podría entrar ahí, salvo que sea invitado a entrar y se le permita alquilar o adquirir propiedad. Un país totalmente privatizado estaría tan “cerrado” como desearan los habitantes y propietarios particulares. Queda claro, por tanto, que el régimen de fronteras abiertas que existe de hecho en EEUU realmente equivale a una apertura obligatoria por el estado central, el estado al cargo de todas las calles y áreas territoriales públicas, y no refleja en realidad los deseos de los propietarios.
Bajo una privatización total, muchos conflictos locales y problemas de “externalidad” (no solo el problema de la inmigración) se resolverían fácilmente. En todo local y vecindario poseído por empresas privadas, corporaciones o comunidades contractuales, reinaría la verdadera diversidad, de acuerdo con las preferencias de cada comunidad. Algunos vecindarios serían étnica o económicamente diversos, mientras que otros serían étnica o económicamente homogéneos. Algunas localidades permitirían la pornografía o la prostitución o las drogas o los abortos, otras prohibirían algunas o todas estas cosas. Las prohibiciones no estarían impuestas por el estado, sino que simplemente serían los requisitos de residencia o uso del área territorial de alguna persona o comunidad. Aunque esto decepcionaría a los estatistas que tiene la comezón de imponer sus valores a todos los demás, todo grupo de interés tendría al menos la satisfacción de vivir en vecindarios de personas que comparten sus valores y preferencias. Aunque la propiedad vecinal no proporcionaría una utopía o una panacea para todos los conflictos, al menos proporcionaría una “segunda mejor” solución con la que la mayoría de la gente podría estar dispuesta a vivir.
En último término, Rothbard era coherente al ver los derechos de propiedad como la mejor manera, aunque imperfecta, de tratar las cuestiones espinosas de la nación, la autodeterminación y la inmigración. Paradójicamente, tanto sus seguidores como sus detractores afirman alternativamente que estuvo a favor de las fronteras abiertas o de las restricciones estatistas sobre la inmigración. En realidad, sus pensamientos sobre la inmigración evolucionaron a lo largo de los años, como cabría esperar de cualquier intelectual con una larga carrera. Y siempre estuvo a favor de soluciones pacíficas y privadas a los problemas creados por los gobiernos en primer lugar.