El presidente del Banco Mundial Robert Zoellick ha agitado un avispero con su reciente llamada a una vuelta a un anclaje al oro1 en el sistema financiero global.
Los sospechosos habituales le han denunciado inmediatamente, con el keynesiano Brad DeLong ungiendo a Zoellick como “el hombre vivo más estúpido”.
En el presente artículo explicaré el resucitado interés por el metal amarillo.
También explicaré los peligros de la propuesta de Zoellick y por qué deberían ser cautelosos los fans del patrón oro clásico.
Las limitaciones de la imprenta
Con el fin de dar sentido a la situación actual (y a por qué Zoellick reclamaría tímidamente una vuelta a un pseudo-patrón oro) necesitamos primero pensar en la lógica del dinero fiduciario. El dinero fiduciario no está “respaldado” por nada: en sí mismo es papel inútil (u hoy en día, meras entradas contables electrónicas) que sólo es valioso a causa de su poder adquisitivo anticipado. Por el contrario, una moneda metálica basada en el mercado, como el oro o la plata, es un bien útil por sí mismo, sirviendo para fines industriales y de consumo.
La diferencia crítica entre dinero fiduciario y metálico es que el fiduciario puede producirse en cantidades prácticamente ilimitadas con un coste muy bajo. A este respecto, la persona que controla la impresión de la moneda fiduciaria está en una posición mucho más fuerte que la que tiene una mina de oro. Con sólo un poco de tinta y papel, la imprenta puede crear un millón de nuevos dólares bastante fácilmente, mientras que el propietario de la mina de oro necesitaría contratar mineros para manejar equipos caros con el fin de extraer nuevas cantidades de oro que tengan el mismo valor de mercado.
Aun así, no deberíamos concluir que el propietario de la imprenta tenga poder ilimitado. Para empezar, los precios acabarían aumentando en respuesta a grandes cantidades de nuevo dinero creado. Así que imprimir, digamos, 1 millón de dólares en billetes nuevos compraría cada vez menos bienes y servicios con cada ronda sucesiva de inflación.
Más problemático aún, la gente de la comunidad abandonaría la divisa si la inflación se hace excesiva. Por ejemplo, si un brillante falsificador desarrollara una máquina para producir billetes perfectos de 100$ en su sótano, no sería capaz de comprar literalmente el mundo. Mucho antes (incluso si las autoridades no logran detenerle) la gente habría desechado el dólar y habría recurrido al uso de otras divisas.
Aunque el escenario suene a disparatado, realmente es muy cercano ahora mismo al mundo real. La única diferencia es que en lugar de nuestro hipotético y brillante falsificador en el sótano, tenemos nuestro real y menos brillante economista en la Reserva Federal. Su nombre, por supuesto, es Ben Bernanke.
El sistema de Breton Woods
El sistema original de Breton Woods (llamado así por la sede de las reuniones que lo establecieron en 1944) regía los acuerdos monetarios internacionales en la era de la posguerra hasta la funesta decisión de Richard Nixon de cerrar la ventanilla del oro en 1971.
Bajo el acuerdo de Breton Woods, otras naciones usarían los dólares de EEUU como sus “reservas”. El Banco de Inglaterra, el Banco de Francia, etc. emitirían sus propias divisas, pero mantendrían existencias de dólares de EEUU con las cuales podrían regular el valor de sus propias monedas. Si la libra esterlina británica empezaba a depreciarse frente al dólar, por ejemplo, entonces el Banco de Inglaterra podía entrar en el mercado de divisas y utilizar algunas de sus existencias de dólares para “comprar libras”, devolviendo así el valor de la libra de vuelta dentro de lo previsto. De esta forma, los inversores de todo el globo podían sentirse cómodos con sus existencias financieras británicas, ya que la libra estaba ligada al dólar.
Adviertan la posición tremendamente ventajosa que asignaba a Estados Unidos el sistema de Breton Woods. Como emisor de la divisa mundial de reserva, Estados Unidos tenía un mercado muy cautivo. Si el Banco de Inglaterra quería aumentar sus reservas de dólares en otro millón, en definitiva Gran Bretaña tenía que vender el equivalente a 1 millón de dólares en bienes y servicios a los estadounidenses con el fin de obtener dólares. El sistema de Breton Woods expandía realmente el ámbito de la inflación de EEUU a todo el mundo, magnificando así los beneficios a todos los que controlaban la imprenta estadounidense.
Por supuesto, los demás miembros de Breton Woods entendían estos detalles. EEUU consiguió en las negociaciones este resultado privilegiado a causa de su poderío económico y militar en ese momento de la historia. Pero para restringir la natural tentación de una inflación desbocada por parte de los gobernantes estadounidenses, el sistema de Breton Woods ligaba al propio dólar al oro. En concreto, cualquier banco central podía redimir sus dólares por oro al tipo fijo de 35$ por onza.
El sistema de Breton Woods ha sido descrito como un “patrón cambio oro”, en contraste con el patrón oro clásico. En el marco original (que fue machacado, como muchos otros aspectos de la civilización occidental, en la Primera Guerra Mundial), cada nación ligaba su propio moneda al oro. Luego las monedas a su vez se intercambiaban a tipos fijos entre sí a causa de sus mutuas ligazones al oro. Los ciudadanos individuales podían presentar las monedas para redimirlas en oro, manteniendo un control muy férreo de la inflación. Si algún banco central empezaba a emitir demasiada moneda en relación con sus reservas de oro, los especuladores empezarían a apropiarse de las reservas, haciendo que el banco central rectificara rápidamente.
Bajo el diluido sistema de Breton Woods, los ciudadanos individuales no tenían derecho de redención. La mayoría de las divisas sólo estaban ligadas indirectamente al oro (a través de su ligazón con el dólar). Y, por supuesto, incluso este tenue enlace se destruyó cuando Richard Nixon abandonó la convertibilidad del dólar en oro en 1971. En este momento, todo el sistema financiero global se basaba completamente en dinero fiduciario.
Al dejar de estar limitada por su relación con el oro, la Reserva Federal empezó a imprimir dinero con descuidado abandono. Los resultados evidentes fueron una aceleración de los precios del consumo en EEUU y una explosión del déficit comercial de EEUU, tendencias que empeoran visiblemente después de 1971:
La reticente vuelta al oro
Digan lo quieran acerca de la gente poderosa que gestiona el sistema monetario global, pero no son estúpidos. Pueden ver tan bien como el resto de nosotros que no hay “estrategia de salida” para los ataques de inflación masiva, o “flexibilización cuantitativa”, como ahora la llaman, de Bernanke. En algún momento, los billones de reservas empezarán a retornar a los grandes agregados monetarios. En ese momento, Bernanke o su sucesor tendrá que elegir entre salvar el dólar o salvar las grandes instituciones de Wall Street. Yo preveo que sacrificará el dólar y parece que muchas élites en todo el mundo han llegado a la misma conclusión.
Es en este contexto en el que el presidente del Banco Mundial, Zoellick, escribe:
El G20 debería complementar un programa de recuperación del crecimiento con un plan para construir un sistema monetario cooperativo que refleje las nuevas condiciones económicas. Este nuevo sistema probablemente necesite incluir al dólar, el euro, el yen, la libra y un renminbi que se dirige hacia la internacionalización y por tanto a una cuenta abierta de capital.
Este sistema debería asimismo considerar emplear el oro como punto de referencia internacional de las expectativas del mercado acerca de la inflación, la deflación y los valores futuros de las divisas. Aunque los libros de texto pueden considerar al oro como el viejo dinero, los mercados lo están usando como activo monetario alternativo hoy en día.
Repito que el oro es la pesadilla de los banqueros centrales: les ata las manos y limita su discrecionalidad al dirigir la política monetaria. Sin embargo, el juego se viene abajo si la gente pierde la fe en la moneda fiduciaria, socavando todo el sistema. A medida que se hace evidente para más y más gente la temeridad de los movimientos de Bernanke, los planificadores centrales en todo el mundo necesitarán echar un hueso a la temerosa opinión pública. Una “cesta de divisas”, siendo aún cada una de ellas papel moneda fiduciario, no será suficiente.
Como Zoellick es miembro del Consejo de Relaciones Exteriores y participante en las famosas reuniones del Club Bilderberg algunos analistas sospechan comprensiblemente de sus motivos. Después de todo, si la gente poderosa estuviera tratando de reemplazar el dólar (de la misma manera que el euro ha sustituido a las monedas tradicionales europeas) sería necesario antes arruinar al dólar. En su lugar, sería muy tentador ofrecer una nueva divisa ligada al oro.
Visto así, lo que parecen ser acciones “inexplicables” y contradictorias de la Reserva Federal y otras figuras poderosas tendría perfecto sentido.
Conclusión
Independientemente de las maquinaciones de los políticos, no puede renegarse de las leyes de la economía. No puede confiarse en los banqueros centrales con imprentas, especialmente cuando no hay control formal de sus políticas inflacionistas. No es coincidencia que el oro llegue a tales alturas mientras los inversores del mundo se previenen ante lo que bien pueda ser un colapso del sistema del dólar.
Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe.
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