La mayoría cree que sabe algo acerca del pensamiento político de Thomas Jefferson. Si el objeto de estudio ha sido los propios escritos de Jefferson, puede ser verdad. Sin embargo, si la gente lee solo las historias habituales de Jefferson que tienen a su disposición los estudiantes, probablemente cometan algunos errores serios.
Una historia habitual es The Radical Politics of Thomas Jefferson, de Richard Matthews. Este libro defiende la opinión de que Jefferson no era lockeano, sino un protosocialista dispuesto a expropiar a los ricos para darle a los pobres, basándose en que los derechos de propiedad son puramente convencionales y una concesión bondadosa de la sociedad.
La visión de Matthews es típica del material disponible en las librerías universitarias. Incluso una visita al Monumento a Jefferson en el DC (erigido en 1943) te llevará a creer que la principal preocupación de Jefferson era la promoción de la escuela pública.
El problema es que los muchos escritos de Jefferson no apoyan esta visión ahora convencional. Por el contrario, los escritos de Jefferson demuestran que:
- Era un teórico de los derechos naturales de creencias lockeanas. En su visión política de alguna manera radicalizaba la doctrina de Locke, pero nunca se desvió realmente de ella.
- Creía que la propiedad privada es un derecho natural y que la única función propia del gobierno es proteger el disfrute individual de los derechos naturales.
- Las Resoluciones de Kentucky fueron esenciales en el pensamiento jeffersoniano: la doctrina de los derechos de los estados que expresaba allí fue incluso más importante para su pensamiento posterior que la dedicación de toda su vida a los derechos naturales.
Jefferson como lockeano
No es difícil demostrar que Jefferson era lockeano. Leamos las primeras frases de la Declaración de Independencia como las escribió Jefferson, probablemente las palabras más conocidas en un documento político nunca escritas.
Sostenemos como evidentes estas verdades: que todos los hombres son creados iguales; que de esa creación derivan derechos propios e inalienables; que entre éstos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad; que para garantizar estos fines se instituyen entre los hombres los gobiernos, que derivan sus poderes legítimos del consentimiento de los gobernados; que cuando quiera que una forma de gobierno se haga destructora de estos principios, el pueblo tiene el derecho a reformarla o abolirla e instituir un nuevo gobierno que se funde en dichos principios, y a organizar sus poderes en la forma que a su juicio ofrecerá las mayores probabilidades de alcanzar su seguridad y felicidad.
Esto parece bastante lockeano, ¿no? Solo un estudiante que no haya hecho sus deberes o un investigador con gran erudición puede dejar de reconocer la marca de John Locke en estas palabras.
Pero por supuesto el caso del Jefferson lockeano no puede basarse en un solo documento. Jefferson cita a John Locke sólo media docena de veces en sus escritos. En opinión de Jefferson, Locke, Bacon y Newton «fueron los mayores hombres que nunca vivieron sin excepción alguna». En una carta de 1790, Jefferson decía: «El pequeño libro de Locke sobre el gobierno es perfecto desde mi punto de vista».
Según Jefferson, fue John Locke quien tuvo un papel más relevante en dar forma a los «sentimientos armonizadores» de la Revolución estadounidense. Pensaba que la Declaración no era un documento original, sino una expresión de los sentimientos estadounidenses de 1776.
De hecho, Richard Henry Lee acusó de plagio a Jefferson. Según el hombre que firmó la primera moción por la independencia en junio de 1776, la Declaración se copió del Segundo tratado de Locke. El virginiano no tenía ninguna razón para responder a esa alegación. De hecho, Jefferson consideraba que esta era la verdadera fortaleza del documento:
El objeto de la Declaración de Independencia (…) no [era] descubrir nuevos principios ni nuevos argumentos nunca pensados antes, ni sencillamente decir cosas que no se hubiera dicho nunca antes, sino poner ante la humanidad el sentido común del asunto (…) Tampoco apuntar a la originalidad del principio o el sentimiento, ni siquiera copiar ningún escrito concreto y previo, pretendía ser una expresión de la mentalidad estadounidense (…) Toda su autoridad se basa por tanto en armonizar sentimiento del momento, expresados en conversaciones, en cartas, ensayos publicados o en los libros elementales de derecho público, como los de Aristóteles, Cicerón, Locke, Sidney, etc.
Al final de su vida, Jefferson de nuevo estuvo dispuesto a poner al autor de los Dos tratados en el olimpo americano de la libertad y el gobierno:
Respecto de los principios generales de la libertad y los derechos del hombre, en la naturaleza y en la sociedad, las doctrinas de Locke (…) y de Sidney (…) pueden considerarse como generalmente aprobadas por nuestros conciudadanos y por los Estados Unidos.
Derechos naturales de propiedad
Algunos autores argumentan que, aunque Jefferson era realmente lockeano, no creía en el derecho natural de propiedad. Pensaba que la propiedad era un derecho convencional, que puede quitarse y concederse al pueblo por mayorías y todo eso. Ahora, qué tipo de lockeano creería esto es algo difícil de decir, pero así se escribe la historia.
Vernon Parrington, que escribió el tratado clásico sobre pensamiento estadounidense para la generación que maduró entre las dos guerras mundiales, afirmaba que Jefferson creía que los derechos humanos deberían imponerse a los derechos de propiedad. Para Parrington, la Declaración de Independencia era una «declaración clásica de la democracia humanitaria francesa». Con esta opinión, Parrington coincide con Abraham Lincoln, que escribió en 1859 que los jeffersonianos deben tener «una devoción superior por los derechos personales de los hombres, sosteniendo que los derechos de propiedad son solo secundarios y enormemente inferiores».
De hecho, la idea de una hostilidad jeffersoniana a los derechos de propiedad (o, más apropiadamente, al fundamento natural de los derechos de propiedad) es bastante común en la literatura. Pero la afirmación se basa en evidencias muy escasas o incluso en ninguna evidencia en absoluto.
¿Entonces por qué sustituyó Jefferson con la expresión «la búsqueda de la felicidad» en la Declaración a la «propiedad» de Locke? Parrington afirma que esta sustitución «marca una ruptura completa con la doctrina whig de los derechos de propiedad que Locke había legado a la clase media inglesa y la sustitución de una concepción sociológica más amplia».
Tonterías. Las expresiones «vida y propiedad», «libertad, vida y propiedad» y «libertad y propiedad» aparecen constantemente en los escritos de Jefferson. Estas expresiones se usan en un contexto que es perfectamente coherente con toda la tradición liberal clásica.
Bastarán unos pocos ejemplos para demostrar esto.
- En 1775, escribiendo uno de sus primeros documentos oficiales, Jefferson decía que era derecho de los colonos «proteger de cualesquiera manos hostiles nuestras vidas y propiedades». Medio siglo después, en 1825, encontramos en el último documento oficial que escribió para la Asamblea de Virginia la idea de que «el hombre es capaz de vivir en sociedad, gobernarse por leyes autoimpuestas y garantizar para sus miembros el disfrute de vida, libertad, propiedad y paz».
- Entre medias, encontramos una serie de alusiones a los derechos naturales de la tradición liberal clásica que no deberían dejar dudas en un historiador honrado acerca de las inclinaciones de Jefferson. En 1809, declaraba su satisfacción acerca del relativo éxito del experimento estadounidense de autogobierno y añadía: «en ningún otro lugar de la tierra (…) vida, libertad y propiedad se encuentran tan aseguradas».
- Su correspondencia privada es rica en referencias similares. En 1823, hablando acerca de las diversas constituciones de los estados, afirmaba que, aunque muy diferentes, «hay ciertos principios en los que todas están de acuerdo y que todas mantienen como vitalmente esenciales para la protección de la vida, la libertad, la propiedad y la seguridad de los ciudadanos».
- El hecho es que la búsqueda de la felicidad parece ser tan genérica como para incluir el derecho a adquirir y disponer de la propiedad como le parezca a un individuo. Varios documentos contemporáneos aúnan propiedad y felicidad en un estilo perfectamente lockeano. La Declaración de Derechos de Virginia, de junio de 1776, escrita por George Mason (1725-1792) y probablemente leída por Jefferson antes de redactar la Declaración, se viene inmediatamente a la cabeza.
- Pero uno debería también considerar la Constitución de Pennsylvania, declarando «que todos los hombres nacen igualmente libres e independientes y tienen ciertos derechos naturales, propios e inalienables, entre los cuales están el disfrute y defensa de la vida y la libertad, la adquisición posesión y protección de la propiedad y la búsqueda y obtención de felicidad y seguridad». De una manera similar, la primera constitución de New Hampshire decía que «adquirir, poseer y proteger la propiedad, y en una palabra (…) buscar y obtener felicidad» estaban entre los derechos naturales de los hombres.
A pesar de los ríos de tinta desperdiciados en la polémica, no parece posible construir una oposición entre propiedad y felicidad en la retórica de los Estados Unidos revolucionarios. Vida, Libertad, Propiedad, Seguridad y Felicidad son las palabras más repetidas en el discurso americano sobre derechos naturales. Buscando un trío poderoso, es razonable creer que Jefferson prefirió la felicidad a la propiedad principalmente por razones de estilo (era menos legalista e implicaba la misma idea).
Derechos de los estados
Es asombroso que los investigadores jeffersonianos hayan prestado tan poca atención al aspecto de los derechos de los estados en el pensamiento de Jefferson. Si uno lee las Resoluciones de Kentucky de 1798, Jefferson parece ser el padre de los Estados Confederados de América mucho más que de los Estados Unidos. Aquí Jefferson busca proporcionar una interpretación constitucional que al menos en principio impediría que la unión se «consolidara». Quería mantener un sistema de vago federalismo muy similar al que encarnaban los Artículos de la Confederación.
Jefferson aprovecho la primera oportunidad en la que los federalistas ignoraron abiertamente la Constitución para ocuparse de problemas respecto de la relación entre el gobierno federal y los estados y su interpretación imponía más limitaciones basándose en que EEUU estaba establecido como una república basada en estados, así como en derechos individuales.
La oportunidad fue la aprobación de dos leyes que planteaban una seria amenaza al sistema de libertades estadounidenses. La leyes de extranjería y de sedición se aprobaron en 1798 (bajo esta ley, podías ser enviado a prisión por criticar al presidente). Las resoluciones de Virginia y Kentucky, escritas respectivamente por Madison y Jefferson, fueron la respuesta de la oposición a esas leyes.
Por primera vez en la historia estadounidense, Jefferson detalla la doctrina política y jurídica de la «escuela de los derechos de los estados» que se convirtió en la forma estándar de ver las relaciones entre los estados y la nación en los estados sudistas durante el siglo XIX, hasta el final de la Guerra de Secesión.
Reavivada y perfeccionada por John C. Calhoun, esta doctrina se convirtió en el centro de la controversia entre las dos partes del país. Jefferson afirmaba que los estados habían creado un gobierno federal como un simple agente, subordinado a ellos, para funciones limitadas y bien definidas y que el gobierno federal no tenía ningún derecho a expandir su propia autoridad.
Cada estado individual, en lo que se refiere a controversias respecto de la Constitución, tenía el derecho a determinar cuándo se había quebrado el pacto y qué medidas eran las más apropiadas para restaurar el orden violado y corregir lo erróneo. Así que era un derecho (explícitamente calificado por Jefferson como «natural», por tanto sagrado) de cada estado a pronunciarse sobre la ilegitimidad de una ley del Congreso contraria al pacto constitucional.
La explicación de Jefferson de la naturaleza de la Unión (un contrato voluntario entre estados libres e independientes para establecer un encargado común para unas pocas cosas concretas) contiene una gran cantidad de sentido común. En dos palabras, la idea tras la Revolución es la siguiente: los estados son los jueces últimos de la constitucionalidad de la legislación federal. Esto requiere un marco rigurosamente voluntario.
Pero el Tribunal Supremo, una rama del gobierno federal, ya se estaba convirtiendo entonces en lo que es ahora, es decir, en el árbitro de conflictos entre los estados y el gobierno federal. En este caso, la marco constitucional está amenazado, ya que el gobierno federal, no la Constitución, se convierte en el juez de su propia expansión. Más en general, si se espera que los estados obedezcan cualquier ley federal, independientemente de que se haya dictado de acuerdo con la Constitución, se atiende solo formalmente al sistema de garantías conocido como «federalismo».
A pesar de la ratificación de la Constitución federal, Jefferson creía que frente a cada uno de los demás, los estados permanecían como individuos en el «estado de naturaleza». Caracterizar la verdadera naturaleza de la unión estadounidense, para Jefferson, era bastante para trasladar el modelo lockeano de derechos naturales de los individuos a los estados. Nunca apeló a la teoría de la soberanía (un término que ni siquiera aparece en su borrador original de las Resoluciones) para afirmar que los estados sean «libres e independientes»: su libertad e independencia residen en la naturaleza del vínculo en el que se encuentran y no en alguna propiedad metafísica de ser «comunidades políticas originales».
A pesar de la Constitución, los estados retienen todos sus derechos naturales con respecto a los demás, exactamente como individuos en un «estado de naturaleza». La apelación de Jefferson a la anulación era una aplicación especial de la teoría de los derechos naturales: un «derecho natural del estado», el derecho de anulación, estaba completamente dentro del ámbito del pacto federal y no era en modo alguno un remedio extraconstitucional. En opinión de Jefferson, ese derecho derivaba totalmente de la naturaleza de la unión estadounidense, al haberse construido históricamente.
Jefferson entendía mejor que nadie en su generación que el Congreso era el verdadero heredero del rey y que la concentración de poderes en el centro federal habría producido «un gobierno de discreción». A este mal definitivo prefería la secesión, como escribió una y otra vez. Así que, sí, el objetivo de Jefferson era la conservación de los derechos naturales de los hombres, pero creía que la mejor manera de alcanzarla era mediante una estricta división territorial del poder.
Por supuesto, hay muchas incoherencias en los escritos de Jefferson y su comportamiento en política contradijo a menudo su filosofía política declarada. Dicho esto, sigue siendo indiscutiblemente cierto que Jefferson era un lockeano que creía en el derecho natural de propiedad y en los derechos de los estados como entidades políticas independientes para determinar sus propios destinos. El que muchos investigadores no estén dispuestos a afrontar estas verdades refleja, no evidencias contrarias en lo escrito por Jefferson, sino más bien la inclinación y las ilusiones de la clase académica.