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El socialismo no se trata de crear economías. Se trata de acumular poder político

Ludwig von Mises escribió Socialismo: An Economic and Sociological Analysis, un pequeño libro publicado en 1922, que demostraba que el cálculo económico en una mancomunidad socialista es imposible. Por supuesto, Mises partía de la base de que la finalidad de una economía, incluso socialista, era producir bienes y servicios, lo que determinaba su éxito o fracaso.

Alain Besançon no era austriaco ni misesiano, pero escribió Anatomie d’un spectre: l’Économie politique du socialisme réel, también un pequeño libro del tamaño del propio Socialism de Mises, en el que también observaba que la economía soviética no podía realizar cálculos económicos; por tanto, la economía soviética funcionaba mal, muy mal según los estándares occidentales.

La economía soviética era despilfarradora y caótica. Besançon creía que la planificación económica inducía la irracionalidad en el sistema. Los directivos aterrorizados no podían informar de los fallos del plan y, en consecuencia, cualquier planificación económica posterior estaría aún más divorciada de la realidad de lo que lo había estado la anterior.

Tanto Besançon como Mises sabían que el socialismo no podía descubrir los precios de mercado. Ambos sabían que esto conduciría a una corrupción generalizada. Sin embargo, Besançon se dio cuenta de que el Estado no sólo toleraba, sino que utilizaba el mercado negro para descubrir precios en sectores económicos críticos para el régimen, como la defensa y ciertas empresas culturales y deportivas de prestigio (Teatro Bolshoi, gimnasia, eventualmente hockey, etc.).

Sin embargo, hay una diferencia crítica entre Mises y Besançon. Mientras que Mises creía que el objetivo de la economía soviética era producir bienes y servicios utilizables, Besançon creía lo contrario. Según él, la economía soviética nunca tuvo como objetivo la producción de bienes y servicios para los consumidores, sino otros objetivos.

La economía soviética existía para mantener al Partido Comunista en el poder, y ése era el único criterio que utilizaban los dirigentes del partido para evaluar sus resultados. La «producción» de poder político era suprema, y todo lo demás era secundario, subordinado al objetivo principal de la economía soviética.

Los dirigentes políticos soviéticos no querían una economía que produjera bienes en abundancia porque la abundancia separa al ciudadano del Estado. El Estado perdería su poder sobre sus súbditos si éstos se volvieran más ricos. El homo sovieticus —el hombre soviético—  tenía que depender del Estado, viviendo a duras penas de un día para otro con las cartillas de racionamiento emitidas por el Estado.

Si un gestor soviético consiguiera por algún milagro producir bienestar, a pesar de las absurdas órdenes de planificación y de la falta de precios de mercado, bien podría haber sido castigado por no producir lo que realmente tenía que producir: el poder del Estado sobre la gente sencilla. La abundancia y el bienestar siempre fueron y siguen siendo los verdaderos enemigos del socialismo; la gente no puede ser capaz de ignorar u olvidar el poder del Estado.

Aunque la economía soviética no es algo que la gente desee volver a ver, sin embargo, las élites influyentes están pidiendo a los gobiernos que hagan valer su poder sobre los individuos para restringir la elección de los consumidores con el fin de lograr objetivos políticos que beneficien a los que están en el poder. Por ejemplo, el Foro Económico Mundial declara que la gente debería empezar a comer insectos en nombre de la «sostenibilidad». Del mismo modo, en nombre de la lucha contra el cambio climático, las élites progresistas del gobierno y las empresas intentan obligar a la gente a comprar coches eléctricos a pesar de sus graves inconvenientes. Aunque los medios de comunicación social como Facebook y Twitter son compañías privadas, han cumplido las órdenes de los gobiernos en nombre de la «lucha contra la desinformación» o tratando de preservar una narrativa que refleje el mensaje gubernamental, algo especialmente visto durante las restricciones covid impuestas por el gobierno, al restringir la expresión en línea.

Durante décadas, los gobiernos occidentales han gastado más del 45% del producto interior bruto. Rothbard nos advirtió de que cada entidad gubernamental es una isla de caos de cálculo en la economía. En países como Finlandia, Francia, Alemania, Austria y Bélgica, el gobierno representa la mayor parte de la economía. En los Estados Unidos, el gasto público es casi el 40% del PIB y en 2020 era casi la mitad del PIB.

De ahí que ya no podamos hablar de islas de caos calculatorio inducido por el gobierno. En nuestros días, la regla de las economías occidentales es el caos, con la excepción de la existencia continuada de precios de mercado. La presencia y la influencia del movimiento ambiental, social y gobernanza (ESG) en las empresas de los EEUU y, especialmente, en los mercados financieros y de capitales, permite a los socialistas ejercer una enorme influencia sobre la economía de los EEUU, y los ciudadanos de a pie no pueden hacer nada para impedirlo. Muchos sectores económicos están permitiendo a los socialistas ganar poder político, y la producción de bienes y servicios reales se ha convertido en algo secundario frente a la promoción de la ideología izquierdista.

Alain Besançon tenía razón sobre los verdaderos objetivos de los socialistas, y aunque tanto él como Mises comprendían la disfuncionalidad inherente de una economía socialista, Besançon fue un paso más allá al darse cuenta de que el caos que produce el socialismo funcionaba en beneficio de los que están en el poder. El objetivo de los socialistas no es una economía mejor a través del socialismo, sino el pleno establecimiento del poder socialista.

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