Adam Smith publicó La riqueza de las naciones en 1776, al comienzo de la Revolución Industrial. El libro era el resultado de veinte años de observación de la acción humana y de identificación de los mecanismos y procesos que conducen a la eficiencia económica y a nuestro bienestar.
El libro fue escrito en una época en la que los gremios aún no habían desaparecido del todo, aunque ya se sabía que el sistema gremial era un freno a la innovación y a la libertad de comercio, que los gremios eran una limitación de la libertad económica. Esta es precisamente la razón por la que Smith escribió
Las reuniones de personas del mismo oficio no deben ser facilitadas, las personas del mismo oficio rara vez se reúnen, incluso para divertirse y divertirse, pero la conversación termina en una conspiración contra el público, o en algún artificio para subir los precios. De hecho, es imposible impedir tales reuniones mediante cualquier ley que pueda ser ejecutada o que sea compatible con la libertad y la justicia. Pero aunque la ley no puede impedir que las personas de un mismo oficio se reúnan a veces, no debe hacer nada para facilitar tales reuniones, y mucho menos para hacerlas necesarias.
Smith continuó diciendo que la imposición por ley de un registro profesional sólo facilita las reuniones entre miembros de la misma profesión. La imposición estatal de obligaciones profesionales, incluso a primera vista positivas como la ayuda a huérfanos o viudas y los impuestos profesionales, no significa más que una oportunidad para que el gremio gestione el interés común de una determinada profesión, preparándola así para nuevas acciones contra el interés público.
En otras palabras, Smith nos advirtió alto y claro contra las organizaciones profesionales. Pero es importante subrayar el matiz de su advertencia. Smith especificó que los gremios sólo pueden volverse dañinos con la ayuda del gobierno. Así pues, desde 1776 se nos ha advertido contra las organizaciones profesionales, contra su mezcla con el Estado.
¿Cómo es posible que quienes dudamos de la medicina institucionalizada, de la instrumentalización de la medicina contra la libertad, quienes dudamos de las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud (OMS), de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC), de la Asociación Médica Americana (AMA), de Pfizer y de GSK seamos acusados de conspiranoicos, de extremistas, de estar en contra de la ciencia, de primitivos y fundamentalistas, hayamos olvidado nuestros libros fundacionales hasta el punto de no poder ver la impostura y la conspiración inherentes que conlleva la ciencia institucionalizada?
Los que defendemos nuestra libertad, ¿no somos los modernos que nos defendemos de las consecuencias de la existencia de los gremios en el siglo XXI? ¿No están la ciencia y la filosofía de nuestro lado y no del lado de los gremios? ¿Acaso somos nosotros los primitivos y los fundamentalistas?
Basta con leer a Smith para convencernos de que no nos pasa nada. Nuestros opresores son primitivos, acientíficos, extremistas y fundamentalistas. La Edad Media, los gremios, están obsoletos. Estamos a principios del siglo XXI, no a principios del siglo XIV. ¿Por qué estamos tan desmoralizados y dudosos? ¿Por qué no podemos entender que no somos los conspiradores sino los miembros de los gremios de diversas denominaciones?
La práctica moderna de la medicina lleva el sello de los gremios por todas partes. Las advertencias de los economistas han quedado sobradamente demostradas. Si la izquierda se queja de la captura reguladora, los liberales clásicos y los conservadores pueden quejarse de la captura empresarial, que consiste en subordinar los intereses de las empresas privadas a los intereses de las burocracias estatales.
Desaliento de la innovación; burocratización de la innovación mediante la imposición de protocolos y normas de tratamiento; delegación de la innovación del gremio a diversas corporaciones farmacéuticas; fronteras fluidas y evanescentes entre el Estado, las corporaciones y el sistema gremial; formalismo excesivo; eliminación de la competencia interna; la demonización y el desaliento de las alternativas a la medicina que se ha convertido en ortodoxia; la corrupción universal (ya es imposible discernir quién corrompe a quién: el Estado, el gremio, la autoridad reguladora o las corporaciones farmacéuticas); y la anomia y el nihilismo deberían haber sido previsibles. No debería sorprender a ninguna persona culta, a ninguna persona con una educación clásica.
Por principio, la intención de este texto no es justificar las afirmaciones anteriores con ejemplos, no sólo porque los ejemplos sobran y están al alcance de cualquiera, sino también para subrayar que cambiaremos la forma de hacer medicina porque el juicio económico es a priori. El hecho de que el estado de la práctica médica sea criminal y desastroso no justifica el cambio de los principios que rigen la práctica médica. El cambio en la forma de hacer medicina viene dictado por la teoría económica, tal y como aparece tan claramente en los escritos de Adam Smith.
Las autoridades políticas y médicas culpan, con razón y legitimidad, a las teorías de la conspiración de la reticencia pública a las diversas políticas que quieren imponernos. Por otro lado, nosotros, el pueblo, señalamos con razón y legitimidad que la práctica de la conspiración implica al Estado en connivencia con gremios médicos de todo tipo —la OMS, el CDC, la AMA, Pfizer, GSK, CDC... la lista de siglas es casi interminable. Es cierto que nosotros, el pueblo, podemos considerar prestar atención a la teoría de la conspiración, pero siempre tenemos que recordar que fue escrita hace 250 años por Adam Smith, uno de los padres de la economía moderna.