Al irse aproximando el día de los impuestos, estamos seguros de que oiremos de nuevo a los izquierdistas amonestándonos acerca de cómo los ricos deberían “pagar su parte justa” de impuestos. Su herramienta favorita para lograr esto es un impuesto de la renta altamente progresivo, que obliga a aquellos con rentas superiores a pagar una mayor porción al recaudador.
El impuesto progresivo de la renta es más “justo” porque se basa en la “capacidad de pago” del contribuyente, según sus defensores. Bajo una estructura de un impuesto progresivo de la renta, los que ganan más no solo pagan más en impuestos en dólares totales, sino que pagan una mayor porción de su renta en impuestos. “Los ricos deberían pagar más porque se lo pueden permitir” continúa el argumento.
La justificación de la capacidad de pago ha sido elevada a dogma incuestionable en el ámbito de la justicia fiscal.
De hecho, los progresistas están tan enamorados del principio impositivo de la capacidad de pago que un artículo del Daily Beast del año pasado lo describía como “el principio básico de todos los sistemas exitosos de impuestos a la renta y la riqueza, remontándose casi 2.500 años hasta la antigua Atenas, en la que se inventaron la democracia y los impuestos progresivos como pareja básica de la civilización occidental”.
Pero la doctrina de la capacidad de pago no llega a proporcionar una justificación lógica ni ética a los tipos fiscales progresivos, por múltiples razones.
Murray Rothbard explicaba con detalle todas estas razones en su libro de 1970, Poder y mercado.
Para empezar, la doctrina de la capacidad de pago no considera la riqueza acumulada por una persona, un factor que afecta claramente a la capacidad de una persona para pagar impuestos. “Un hombre que gane 5.000$ cierto año probablemente tenga más capacidad de pagar que un vecino que gane la misma cantidad si [el primero] también tiene 50.000$ en el banco, mientras que su vecino no tiene nada” escribía Rothbard.
Así que usar solo la renta para medir la capacidad de pago de cada uno se convierte en algo ambiguo y no proporciona una guía segura sobre el concepto.
Además, las obligaciones financieras de la persona, como las facturas médicas y otros pagos de deudas, sin duda dificultan la capacidad de pagar un impuesto alto, pero tampoco esto se tiene en cuenta en el sistema del impuesto progresivo de la renta tan amado por los progresistas.
Además, algunos defensores de la doctrina de la capacidad de pago lo hacen comparando los impuestos pagados al gobierno con las donaciones voluntarias a la caridad. La caridad privada, dicen, espera que la gente con mayores medios contribuya con una porción mayor de sus recursos que aquellos con menos.
Sin embargo, comparar la calidad voluntaria con los pagos de impuestos al gobierno es lamentable.
La gente elige qué caridades apoyar y la cantidad de apoyo que recibe cada una. Si alguien cree que una institución de caridad ya no sirve a la comunidad de una manera apropiada, puede retirar su apoyo. Evidentemente no es lo mismo con el gobierno. La gente no puede optar dejar de pagar impuestos. Como escribía Rothbard: “El gobierno es la misma negación de la caridad, porque la caridad es un regalo no comprado, una acción no coaccionada que nace libremente del donante”.
Finalmente, la doctrina de la capacidad de pago no funciona porque daña a la sociedad al penalizar más fuertemente a los más productivos. Aquellos que resultan más capaces de atender las necesidades de sus conciudadanos (al menos en una economía de libre de mercado) creando eficientemente bienes y servicios que otros valoran son quienes caen en los tramos más altos del impuesto progresivo de la renta. “Penalizar la capacidad de producción y servicio disminuye la oferta de servicio, y en proporción al grado de esa capacidad”, declaraba Rothbard. El resultado será un mayor empobrecimiento, sentido más duramente por las personas menos cualificadas y de menor renta, que se ven siempre más perjudicadas por una economía estancada.
A pesar de las protestas de los supuestos defensores izquierdistas de la “justicia los impuestos”, el principio de capacidad de pago no ofrece un argumento lógico ni ético a favor del impuesto progresivo de la renta. Como concluía Rothbard: “En lugar de ser una norma evidente de justicia, el principio de ‘capacidad de pago’ se parece más al principio del bandolero de tomar donde más se puede tomar”.