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Los recortes de impuestos sin recortes del gasto no reducirán la carga de los contribuyentes

Como ha demostrado una vez más este ciclo electoral, los demócratas no tienen reparos en pedir subidas de impuestos. En cada ciclo electoral piden más impuestos, ya sea a través del impuesto de sociedades o de impuestos sobre las plusvalías latentes. 

Donald Trump, por su parte, ha prometido reducir algunos impuestos. Digo «algunos» porque Trump también ha prometido aumentar los impuestos sobre las importaciones.

No obstante, Trump se presentó con la idea de que reduciría la presión fiscal sobre los americanos si era elegido.

Desafortunadamente, Trump no tiene planes para recortar el gasto gubernamental, y esto significa que hay pocas posibilidades de que los contribuyentes ordinarios vayan a experimentar un verdadero alivio fiscal.

Esto se debe a que los recortes de impuestos sin recortes de gastos en realidad no disminuyen el coste del gobierno. Un recorte de impuestos sin una reducción del gasto simplemente desplaza la carga fiscal, y a menudo sustituye los impuestos explícitos por el impuesto encubierto de la inflación de los precios.

A menos que vaya acompañada de recortes del gasto, una reducción de impuestos simplemente aumenta el gasto deficitario, y los contribuyentes pagarán los déficits de una forma u otra. Normalmente, los déficits se pagan utilizando uno o más de los siguientes medios: impuestos futuros, pagos de intereses presentes e inflación monetaria. Por desgracia para los contribuyentes, cuando se trata de pagar el gasto deficitario, «el futuro» ya está aquí. En el año fiscal 2024, los contribuyentes tuvieron que pagar casi 900.000 millones de dólares en intereses de la deuda. Esa enorme factura fiscal existe porque los políticos federales del pasado gastaron más de lo que tenían en ingresos.

Sin embargo, obligar a los contribuyentes a pagar deudas antiguas no es precisamente una medida popular, por lo que los tecnócratas federales han encontrado una forma de reducir los tipos de interés de la deuda pública. Esto reduce la cantidad de intereses adeudados y, nominalmente, reduce el coste de la deuda gubernamental. 

Pero esto también termina costándole caro a los contribuyentes, porque la forma en que los tecnócratas suprimen el costo de los intereses es haciendo que el banco central compre más deuda federal. (Al comprar deuda gubernamental, el banco central aumenta artificialmente la demanda, de modo que el Tesoro no tiene que pagar tanto en intereses para atraer compradores). ¿Y de dónde obtiene el banco central el dinero para comprar deuda gubernamental? Imprime el dinero. Eso luego conduce a inflación monetaria y (eventualmente) inflación de precios. 

De modo que los recortes impositivos que aumentan el déficit sólo terminan imponiendo nuevas y diferentes cargas a los contribuyentes. No son en absoluto un verdadero recorte impositivo. 

Los verdaderos costos del gasto gubernamental 

Hay también otras razones por las que nunca debemos perder de vista el recorte del gasto gubernamental. 

En Hombre, economía y el Estado, Murray Rothbard explicó el error de centrarse en los impuestos e ignorar el gasto gubernamental (p. 910):

También ha habido mucha controversia inútil sobre qué actividad del gobierno impone la carga al sector privado: los impuestos o el gasto gubernamental. En realidad, es inútil separarlos, ya que ambos son etapas del mismo proceso de carga y redistribución...

[S]upongan que el gobierno imponga un millón de dólares de impuestos a la industria de la nuez de betel para comprar papel para las oficinas gubernamentales. Un millón de dólares de recursos se transfieren de las nueces de betel al papel. Esto se hace en dos etapas, una especie de doble golpe al libre mercado: primero, la industria de la nuez de betel se empobrece al quitarle su dinero; luego, el gobierno utiliza este dinero para sacar papel del mercado para su propio uso, extrayendo así recursos en la segunda etapa. Ambos lados del proceso son una carga. En cierto sentido, la industria de la nuez de betel se ve obligada a pagar por la extracción de papel de la sociedad; al menos, soporta la peor parte inmediata del pago. Sin embargo, incluso sin considerar todavía el problema del «equilibrio parcial» de cómo o si la industria de la nuez de betel «transfiere» esos impuestos a otros hombros, también deberíamos notar que no es la única que paga; los consumidores de papel ciertamente pagan al ver que se les aumentan los precios del papel.

Lo que Rothbard está diciendo aquí es que cada vez que el gobierno compra algo con dinero robado a los contribuyentes, necesariamente aumenta los precios de esos bienes e impide que el sector privado utilice esos recursos para fines privados. Por lo tanto, cada vez que el gobierno compra un arma o un avión, hace que las armas y los aviones sean más caros para el sector privado, así como todos los factores que intervienen en la producción de esos bienes. No hace falta decir que, además de aumentar los precios, el gobierno también está distorsionando la economía, así como eligiendo ganadores (empleados gubernamentales, contratistas y proveedores) y perdedores (aquellos que no son favorecidos por el gobierno). Industrias enteras, —que eran valoradas y rentables antes de que el gobierno interviniera—, pueden ser destruidas de esta manera; y los medios de vida de las personas con ellas. Rothbard continúa:

El proceso se puede ver más claramente si consideramos lo que sucede cuando los impuestos y los gastos gubernamentales no son iguales, cuando no son simplemente las dos caras de una misma moneda. Cuando los impuestos son menores que los gastos gubernamentales (y omitiendo por el momento los préstamos del público), el gobierno crea nuevo dinero. Es obvio aquí que los gastos gubernamentales son la carga principal, ya que se está desviando esta mayor cantidad de recursos. De hecho, como veremos más adelante al considerar la intervención binaria de la inflación, la creación de nuevo dinero es, de todos modos, una forma de tributación. [énfasis añadido.]

Nos vemos obligados a concluir que cualquier veto republicano a los impuestos, si no va acompañado de un veto al gasto, no ha logrado nada más que trasladar la carga sobre los contribuyentes a una forma distinta a la de un proyecto de ley fiscal transparente. De hecho, se podría argumentar que, si el Partido Republicano va a aceptar enormes aumentos del gasto, como ha hecho sin parar desde 2020, sería menos deshonesto simplemente aumentar las tasas impositivas en lugar de buscar una ventaja política trasladando la carga fiscal al público por el medio menos obvio del gasto deficitario.

Y, aun si el Partido Republicano encontrara algún método mágico, como polvo de unicornio, para pagar el gasto adicional sin impuestos ordinarios ni creación de dinero, el público seguiría sufriendo las distorsiones del mercado y los aumentos de precios causados ​​por el uso de recursos escasos por parte del gobierno.

Así pues, la próxima vez que un político prometa recortar impuestos, no olvide recordarle que, si realmente le interesa la libertad y los mercados libres, se centrará en recortar el gasto en primer lugar. Después, pregúntele qué programas gubernamentales concretos piensa recortar. Si no puede responder a la pregunta de forma creíble —y si no lo hace una vez que asuma el cargo—, puede estar seguro de que le han engañado.

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