El miércoles, la Cámara votará un proyecto de ley presentado por el representante Mike Gallagher (R-WI) que prohibiría o forzaría la venta de la aplicación social para compartir vídeos TikTok. El proyecto de ley se basa en la preocupación de que el Partido Comunista Chino controle efectivamente ByteDance, la empresa matriz de la aplicación. El viernes pasado, el presidente Joe Biden respaldó la ley y prometió promulgarla si el Congreso la aprobaba.
La votación se produce casi un año después de que fracasara la Ley RESTRICT, el último gran intento del Congreso de prohibir TikTok. Aunque se presentó como una prohibición de TikTok, un examen más detallado de la Ley RESTRICT reveló que el proyecto de ley otorgaría al poder ejecutivo amplios poderes para vigilar y suprimir muchas actividades legítimas que los americanos realizan en línea.
En aquel momento, escribí un artículo en el que explicaba cómo el lenguaje «expansivo e inespecífico» de la Ley RESTRICT la convertía en una amenaza para los derechos de propiedad de los ciudadanos americanos. Aunque el lenguaje del proyecto de ley del representante Gallagher es más preciso, sigue dando margen al gobierno para expandirse mucho más allá de TikTok y su empresa matriz ByteDance. Muchas de las amenazas a los derechos de los americanos que detallé el año pasado siguen existiendo.
Digamos, por el bien de la discusión, que conceder al gobierno de los Estados Unidos más poder para controlar qué información pueden ver los americanos en Internet no es algo que deba preocuparnos. ¿Hará realmente este proyecto de ley que los americanos estén más seguros? Después de todo, ¿no valdría la pena una pequeña infracción adicional de los derechos de una población cuyos derechos ya están gravemente vulnerados si con ello se evita una amenaza mucho mayor a los derechos de los americanos por parte de un adversario extranjero?
Tal vez. Pero desde luego no es una caracterización exacta de la situación actual.
No hay pruebas de que el gobierno chino tenga intención o deseo alguno de invadir y conquistar territorios reclamados por los Estados Unidos. Ningún analista geopolítico serio hace esta afirmación. E incluso cuando los más fervientes halcones chinos citan las «ambiciones imperiales» de China, no se refieren a una amenaza militar inminente para EEUU, sino a la lucha actual por el control del territorio chino en el extranjero.
Durante décadas, los burócratas y políticos de Washington DC han decidido que son ellos quienes deben controlar las aguas que rodean la China continental.
Como expliqué el otoño pasado, el Partido Comunista Chino depende de una economía en crecimiento para mantener su legitimidad ante los 1.400 millones de personas que viven bajo su régimen autocrático, y la economía china moderna depende casi por completo del comercio marítimo. Sin embargo, como la costa china está rodeada de otras naciones insulares, los buques chinos necesitan navegar a través y alrededor de aguas reclamadas por otros gobiernos para acceder a los océanos del mundo.
Así pues, cualquier reivindicación territorial en competencia frente a las costas chinas será ya una fuente de tremenda ansiedad para el gobierno chino. Por si fuera poco, Washington ha decidido mantener una fuerte presencia naval en la región, además de cientos de bases de EEUU fuertemente armadas. El gobierno de EEUU también ha realizado numerosos tratos en materia de armamento y acuerdos de defensa con las naciones insulares cercanas, incluida Taiwán.
La lucha por el control político de Taiwán se considera en general el principal punto álgido de la región en la actualidad. La dinámica puede entenderse mejor como un punto muerto en una guerra civil china casi centenaria. Como afirmó Brad Pearce en un artículo el año pasado, Washington mantiene una extraña postura oficial sobre el conflicto:
Desde que Richard Nixon adoptó la política de «una sola China» hace 50 años, la política entre los Estados Unidos y China se ha basado en una contradicción inherente. Los Estados Unidos considera que la República Popular China es el único gobierno de China, incluido Taiwán. Sin embargo, ha dado lo que equivale a una garantía de seguridad a la llamada «República de China», el gobierno de Taiwán, que a su vez reclama toda China
Más allá de la garantía de seguridad, Washington ha armado al ejército taiwanés y ha estacionado tropas americanas en la isla. El mes pasado se supo que los EEUU había desplegado asesores militares —probablemente boinas verdes— en las islas Kinmen. Aunque controladas por Taiwán, estas islas están situadas frente a la costa de China continental. El gobierno de EEUU se ve claramente como un combatiente principal si esta estancada guerra civil china volviera a ponerse al rojo vivo.
La clase política americana y sus amigos y donantes de la industria armamentística sacan mucho provecho de esta militarización de las proximidades de China. El resto de nosotros, que nos vemos obligados a financiar todo esto, no ganamos nada más que riesgos innecesarios.
Una guerra caliente sobre Taiwán sería devastadora para todos los implicados. Probablemente sería imposible que los EEUU la ganara, y es casi seguro que no se mantendría contenida en la zona que rodea Taiwán. Los juegos de guerra en los que se intenta predecir cómo se desarrollaría la guerra suelen acelerarse hasta el punto de lanzar misiles intercontinentales, a veces nucleares, contra ciudades del oeste de los Estados Unidos.
Ese es el peligro al que se enfrentan los americanos en este conflicto con China. Al pueblo americano no le interesa continuar con esta postura agresiva cuando hay tanto en juego, ya que la mera presencia de tropas americanas puede desencadenar la lucha. No hay más que ver, por ejemplo, cómo reaccionó John Bolton ante la noticia de que China podría intentar algún día construir una instalación de entrenamiento militar en Cuba. No hay razón para creer que los chinos de línea dura sean diferentes.
Prohibir o forzar la venta de TikTok es, en el mejor de los casos, una distracción. Si la seguridad del pueblo americano es realmente el objetivo, Washington debe frenar urgentemente sus provocadoras e innecesarias posturas en la costa de China y sus alrededores.