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James Lindsay y la «derecha woke»

Normalmente evito las escaramuzas en Twitter, pero las diatribas de James Lindsay contra pensadores disidentes clave como Paul Gottfried y Hans-Hermann Hoppe merecen un escrutinio. Como alguien que conoce personalmente a Paul Gottfried, puedo aclarar con confianza algunos puntos. Sí, estuvo bajo la tutela de Herbert Marcuse, pero la Vieja Derecha tiene mayor influencia sobre él que Marcuse. A Paul le gusta gente como M.E. Bradford, Wilmore Kendall y los conservadores sureños. En segundo lugar, no le preocupan las políticas de identidad de los blancos ni las diferencias de cociente intelectual. Tengo correspondencia personal suya que demuestra que no siente ninguna animadversión por los grupos minoritarios. En cuanto a Hoppe, su linaje intelectual está arraigado en la obra de Murray Rothbard, y su pensamiento sobre la monarquía probablemente estuvo influido por Erik von Kuehnelt-Leddihn, considerado por muchos el hombre más inteligente de la derecha. Hoppe también recuperó los escritos de Karl Ludwig von Haller.

Estos detalles, sin embargo, parecen escapar a Lindsay, cuyas críticas a la derecha disidente revelan una comprensión superficial de sus pensadores. Los pensadores mundanos como Lindsay no tienen nada que ofrecer aparte de críticas banales de sus oponentes, así que si el wokismo está retrocediendo tiene que encontrar otro objetivo para seguir siendo relevante. Lindsay es un estafador que se hizo famoso por pregonar la DEI como vehículo de discriminación contra los blancos. Por lo tanto, cabría pensar que estaría encantado de que el edificio de la DEI se estuviera desmoronando. Sin embargo, como estafador sin ideas valiosas, ha elegido hacer de la derecha disidente su nuevo objeto de burla sin tomarse el tiempo de estudiar las creencias de gente como Hoppe y Gottfried.

Como es lógico, sus incrédulos seguidores carecen de la fortaleza intelectual para investigar a estos pensadores, así que yo ayudaré a iluminar su ignorancia. Hoppe y Gottfried no defienden las ideas de los woke. Estos pensadores se oponen a la cooptación del Estado por capitalistas amiguetes, burócratas que no rinden cuentas e intelectuales de izquierdas. Esta postura les sitúa en línea con Lindsay. Lindsay está a menudo en el punto de mira con sus desvaríos psicóticos sobre la FEM y el Nuevo Orden Mundial. Además, la dialéctica opresora/oprimida no es propia de las personas woke. En particular, Lindsay ha hecho mucho para exponer la agenda antiblanca de la DEI y, sin duda, ha sido más prominente que Hoppe y Gottfried a la hora de cambiar la marea en su contra. Así pues, si los americanos blancos se están uniendo frente a las ideologías woke tóxicas, se debe en gran medida al alarmismo generado por los constantes desvaríos de Lindsay.

El desvarío de Lindsay se pone claramente de manifiesto cuando compara el lema «América es para americanos» con Black Lives Matter. Comparar este lema con Black Lives Matter es un análisis infundado y deshonesto. «América primero» no es un eslogan marxista ni antifamiliar. Es distinto del programa antioccidental y anticonservador de BLM. Aunque «América primero» puede tener elementos estatistas, no es intrínsecamente marxista, y no es incompatible con los valores occidentales. Dar prioridad a los intereses de los ciudadanos americanos sobre las potencias extranjeras no requiere nacionalismo, ni implica la superioridad de una nación sobre otras. No hace falta creer que tu país es superior para combatir el globalismo. Lindsay expresa su apoyo a América primero cuando lanza su diatriba contra las políticas climáticas de los globalistas.

Del mismo modo, no hay nada siniestro en que América conceda un trato preferente a sus ciudadanos. América es considerablemente más liberal que otros países en los que no se permite a los extranjeros poseer tierras. Todos los países prefieren a sus ciudadanos antes que a los extranjeros. La obligación del Estado debe ser para con sus ciudadanos y no para con los extranjeros, porque éstos se ven directamente afectados por sus leyes y están obligados a obedecerlas aunque les supongan un coste. «América es para americanos» no significa que los empresarios privados carezcan del derecho a preferir empleados extranjeros. Más bien es una admonición a quienes se aprovechan de la ley para desplazar a los trabajadores americanos.  Además, los argumentos de Hoppe y Gottfried contra la apertura de fronteras no hacen que se despierten. Independientemente de los beneficios de la inmigración, la afluencia de extranjeros puede amplificar las tensiones sociales y económicas. La propensión de Lindsay a difamar a sus críticos resulta aún más desconcertante cuando establece paralelismos sin sentido entre la derecha disidente y el marxismo. Gottfried ha ilustrado en varios ensayos que el marxismo no es woke.

Los sentimientos tribales del wokismo socavan el marxismo al desalentar la solidaridad de clase. Gottfried explica a menudo en sus ensayos de que el marxismo fue infiltrado por la izquierda cultural. En lugar de fijarse en Marx y los comunistas, Lindsay debería redirigir su energía hacia Antonio Gramsci porque sus opiniones anticristianas y ultraliberales son más relevantes para evaluar el wokismo. A diferencia de Marx, Gramsci consideraba que el ideal utópico sólo podía alcanzarse desarraigando los cimientos culturales de Occidente. Lindsay habría sabido que el argumento de Gottfried es que la contaminación del pensamiento marxista por la izquierda cultural convierte al marxismo cultural en una contrafilosofía si hubiera dedicado más tiempo a leerle. Como Lindsay se niega a sumergirse en los escritos de los académicos disidentes, sólo puede recurrir a burdas caracterizaciones erróneas de sus ideas.

Además, recientemente, Michael Rectenwald criticó a Lindsay por describir al economista libertario Murray Rothbard como woke. Lindsay compartió un fragmento de un artículo de 1992 en el que Rothbard esbozaba una estrategia para rescatar a los americanos de un Estado corrupto que había sido cooptado por grupos de intereses especiales, como los globalistas y las élites mediáticas, las personas a las que Lindsay siempre castiga. La crítica de Rectenwald recuerda a Lindsay que el análisis libertario de clases precedió al análisis marxista de clases. Los pensadores de derechas describieron el Estado como un instrumento del activismo burgués y de la élite mucho antes de que surgieran los escritos marxistas.

Si hubiera leído el libro A Requiem for Marx, podría haber evitado a sus seguidores el disgusto de la desinformación. Además, Lindsay señaló el distributismo como la filosofía que mejor describe el sistema económico de la derecha woke. Popularizado por G.K. Chesterton, distributistas prefieren un sistema económico dominado por pequeñas empresas y cooperativas a uno gobernado por gigantescas corporaciones. Los distributistas no son socialistas, que claman por la redistribución de la riqueza, sino a menudo izquierdistas cristianos que quieren leyes que empoderen a los trabajadores y a las pequeñas empresas promoviendo la competencia. De hecho, el distributismo es una filosofía económica de izquierda, que Lindsay ha clasificado como un sello importante de la derecha woke, por lo que ¿deberíamos equiparar de forma simplista los sentimientos distributistas con el apoyo a la derecha woke?

El economista Alexander William Salter y el conservador de la corriente dominante Ross Douthat son las personas a las que se suele asociar con la popularización del distributismo, no los individuos apodados por Lindsay «derecha woke». Derecha woke es un término paraguas acuñado por Lindsay para desprestigiar a los críticos del lobby israelí, a los defensores de la política de identidad blanca y a sus oponentes ideológicos. Como tal, es demasiado ambiguo para tener valor conceptual y debería descartarse. 

A pesar de trabajar horas extras para marginar a gente como Pat Buchanan, Lew Rockwell, Murray Rothbard, Hans-Hermann Hoppe y Paul Gottfried, los conservadores de la corriente dominante no han conseguido impedir que sus ideas den forma a la política. A James Lindsay y a los demás bufones de la corte les molesta no poder controlar el debate, por eso acuñan términos burlones para silenciar a los oponentes hasta llevarlos al olvido. Afortunadamente, sin embargo, en lugar de reforzar la influencia de Lindsay y sus secuaces, sólo está alimentando el merecido desprecio por «Conservative, Inc.». Lindsay está haciendo una excelente publicidad a los académicos disidentes, así que con el tiempo la gente se dará cuenta de que tienen razón, y Lindsay es simplemente un guardián sin nada que aportar aparte de insultos baratos.

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