La candidatura de Kamala Harris a la Casa Blanca en 2024 fue recibida con grandes expectativas, pero finalmente se saldó con una estrepitosa derrota. Se considera que sus estrategias de campaña, su enfoque mediático y sus opciones de mensajería fueron fundamentales para alienar a sus principales electores y para no resonar en el electorado americanos en general. Uno de los principales errores de su campaña fue la incapacidad de conectar con los hombres blancos y con segmentos clave de su base, como las mujeres blancas y los votantes hispanos. Su énfasis en las cuestiones sociales, en particular los derechos de los transexuales y el aborto, primó sobre preocupaciones como la inmigración ilegal y la incertidumbre económica. De este modo, su campaña minimizó cuestiones que muchos votantes percibían más agudamente en su vida cotidiana. Esta desconexión erosionó la confianza y contribuyó a la impresión de que sus políticas no daban prioridad a sus preocupaciones.
Aunque las encuestas mostraban que los votantes consideraban que Donald Trump sería más competente en la gestión de la economía y la inmigración, Kamala permitió que la política identitaria y las cuestiones sociales se convirtieran en los rasgos definitivos de su campaña. Pensó erróneamente que complacer a una coalición de activistas de extrema izquierda, que quieren «desmantelar el patriarcado», era un camino hacia la victoria, pero los resultados electorales han demostrado que su influencia era exagerada. A diferencia de Donald Trump, ella fue inepta a la hora de apreciar que las fuentes mediáticas tradicionales estaban siendo superadas por canales alternativos que captaban más espectadores. Si hubiera estado tan atenta a estos cambios, habría reconocido que la marea se estaba volviendo en contra de los tropos progresistas.
La decisión de Harris de evitar entrevistas de alto nivel y conversaciones sin guion la distanció de sus posibles partidarios. Su reticencia a interactuar con medios de comunicación no tradicionales, como los populares podcasts de figuras como Joe Rogan, contrastó claramente con el enfoque mediático de Donald Trump. La disposición de Trump a interactuar directamente en este tipo de plataformas reforzó su imagen de persona cercana y accesible. La dependencia de Harris de los medios tradicionales le hizo perder una valiosa oportunidad de conectar con un público cada vez más diverso que busca información fuera de los canales tradicionales. Sin embargo, cuando apareció en un canal alternativo, no fue otro que el sensacional podcast «Call Her Daddy», en el que hablaba de derechos reproductivos y otras cuestiones de izquierdas sobredimensionadas.
Otro punto delicado para la campaña de Harris fue el eslogan «Pasemos la página», que a algunos les pareció incongruente, dado que su partido estaba en el poder. Aunque la frase pretendía inspirar progreso, indicaba inadvertidamente una falta de confianza en la dirección actual de su administración. Para muchos, parecía implicar insatisfacción con los logros de los líderes demócratas, lo que socavaba su posición como candidata a la continuidad. Este mensaje contradictorio puede haber confundido o alejado a los votantes que esperaban una visión clara y orientada al futuro. El escritor de izquierdas Owen James señala en un post-mortem de la campaña que le impresionó la energía que destilaban los partidarios de Trump, capaces de articular un mensaje explícito para el país. Durante su visita en los Estados Unidos, observó que la campaña de Harris flaqueaba porque carecía de sentido de la dirección, y su derrota ha demostrado que este análisis era acertado.
Además, Harris sobrestimó el impacto de los avales y la influencia de los medios de comunicación tradicionales. Confiar en figuras como Liz Cheney y Dick Cheney, cuyas políticas neoconservadoras son vistas con ojos críticos por ambos lados del espectro político, fue un error crítico. En lugar de ampliar su atractivo, estos apoyos probablemente alimentaron el escepticismo y la desconectaron de los votantes progresistas y moderados. Además, el apoyo de figuras del mundo del espectáculo apenas influyó en los votantes indecisos, lo que indica un error de cálculo sobre la importancia de la influencia de los famosos en el ámbito político. De hecho, su apoyo a las celebridades vinculadas a Diddy la expuso como una hipócrita que sólo protege de boquilla a las víctimas de agresiones sexuales.
A la inversa, en contraste con la coalición multirracial de Trump, que aprovechó diversas preocupaciones, la campaña de Harris se redobló en cuestiones sociales como la diversidad, la equidad y la inclusión. Si bien estos temas atrajeron a un público, un énfasis excesivo en ellos puede haber dejado de lado las preocupaciones económicas, de inmigración y de seguridad que resuenan ampliamente en todos los grupos raciales y étnicos. Este enfoque singular contribuyó probablemente a su fracaso a la hora de galvanizar la coalición más amplia necesaria para la victoria. En cambio, su oponente penetró en las comunidades minoritarias con su mensaje e incluso se ganó la confianza de los americanos musulmanes que piensan que una presidencia de Trump garantizará la paz en Oriente Próximo.
La campaña de Harris también tuvo problemas para ganarse a los votantes masculinos. Sus anuncios publicitarios, destinados a animar a los hombres, se consideraron a menudo incómodos o «chirriantes», al no presentar un mensaje auténtico. Esta falta de conexión hizo que muchos votantes masculinos se sintieran ignorados o infrarrepresentados en su plataforma, contribuyendo así a su derrota. La derrota de Kamala Harris en 2024 se debió a una acumulación de errores estratégicos.
Su enfoque alienó a grupos demográficos clave, se basó en canales de comunicación obsoletos y se apoyó en el respaldo de figuras polarizadas. Al centrar su campaña en cuestiones sociales polarizantes, perdió la oportunidad de construir una coalición más amplia. En última instancia, su falta de adaptabilidad a un panorama político en rápida evolución, en el que los votantes recurren cada vez más a fuentes diversas y alternativas, cimentó su derrota. Sin embargo, la principal lección de esta derrota es que los demócratas están tan fuera de onda que no van a desarrollar la conciencia necesaria para entender por qué perdieron ante Trump.