La Bidenomía es otra versión de la fracasada política industrial
El presidente Biden anunció recientemente a bombo y platillo que su administración transformará la economía de EEUU mediante la planificación central. Esto no acaba bien.
El presidente Biden anunció recientemente a bombo y platillo que su administración transformará la economía de EEUU mediante la planificación central. Esto no acaba bien.
Los socialistas y comunistas afirman apoyar los derechos de los pueblos «indígenas». Sin embargo, ese apoyo suena hueco dado cómo la URSS abusó de los pueblos nativos de Siberia, todo ello mientras los socialistas y comunistas americanos apoyaban acríticamente a la Unión Soviética.
Legisladores de Pensilvania no afirman estar dejando a la gente sin trabajo o acabando con las oportunidades laborales. Afirman que sólo quieren que los trabajadores ganen más.
Uno de los mayores problemas del enfoque neokeynesiano de Biden sobre los presupuestos públicos es que deja a los hogares con menos dinero en términos reales y las medidas «antiinflación» aumentan la deuda y la inflación.
La respuesta habitual es que el humo ajeno es malo. Pero si el valor es subjetivo, quizá el tabaquismo pasivo también pueda considerarse un bien público.
La Alemania de posguerra estaba ocupada, en ruinas, con una economía sumida en el caos. Los alemanes se vieron obligados a utilizar como moneda los cigarrillos suministrados por los soldados americanos.
Para amenazar seriamente el régimen, hay que atacarlo de raíz. Para ello habría que rechazar el régimen jurídico moderno de los derechos civiles, algo que no interesa a los conservadores modernos al estilo de Buckley ni a los liberales al estilo de James Lindsay, y que une a paleoconservadores y paleolibertarios.
El profesor Quinn Slobodian cree que el libre mercado conduce a la explotación tiránica de los trabajadores y que el socialismo es la única solución. En realidad, la competencia de mercado es la respuesta.
Para que las naciones tengan desarrollo de capital y economías basadas en el mercado, deben tener un marco cultural que acepte estos desarrollos. Demasiadas naciones no lo hacen y, como consecuencia, languidecen en la pobreza.
Aunque profesaban su apoyo a los «derechos de los estados», muchos activistas proesclavitud querían un gobierno federal más fuerte que pudiera imponer la esclavitud en los territorios occidentales y negar la soberanía local a los residentes territoriales.