[Este artículo se publico en octubre de 2003]
Han pasado 30 años desde que murió mi profesor de teoría económica en la escuela de grado y mientras veo de nuevo sus escritos que se extienden durante más de un cuarto de siglo, me acuerdo de lo importantes que son para los asuntos actuales. Algunas verdades perduran.
Era un hombre pequeño con grandes ideas. Ideas originales. Era un visionario. Cuando entraba en el aula los estudiantes se levantaban con respeto. Creía que la economía era una ciencia sometida leyes, que revelaba con completa claridad y lógica impecable. Defensor de los mercados libres y de la libertad individual, extendió la teoría neoclásica en importantes nuevas direcciones. Enseñaba economía no como una disciplina estrecha, sino como un sistema completo arraigado en la filosofía, la naturaleza humana y la estructura social.
Revelaba los requisitos de prosperidad y libertad, los defectos del intervencionismo, la complejidad del sistema de precios, el funcionamiento de la competencia y el proceso del mercado y los beneficios sociales de la propiedad privada y el libre comercio. Explicaba las causas de la inflación y la depresión el papel del dinero, el emprendimiento y el descubrimiento en un contexto dinámico. Además, su obra era una devastadora réplica a las teorías de Karl Marx.
Sus lecciones sigue siendo una guía para políticas económicas presentes y futuras. He aquí algunas de sus palabras.
“Si los impuestos crecen por encima de un límite moderado (…) se convierten en dispositivos de destrucción de la economía de mercado. Cuanto más aumentan los impuestos, más perjudican (…) al propio sistema impositivo”.
“El crédito a largo plazo y semipúblico es un elemento ajeno y perturbador en la estructura de la sociedad de mercado. La historia financiera del siglo pasado muestra un constante aumento en la cantidad de deuda pública. (…) Antes o después todas estas deudas se liquidarán una manera u otra, pero indudablemente no con el pago del interés y el principal de acuerdo con los términos del contrato”.
“Los intereses egoístas del grupo pueden impulsar a un hombre a pedir [al gobierno] protección para su propia empresa. (…) El único efecto de la protección es desviar la producción de aquellos lugares en los que se podría producir más por unidad de capital y trabajo expandido a lugares en los que produce menos. Hacen más pobre a la gente, no más próspera”.
“Las ganancias (…) benefician dos veces al hombre corriente. Primero, como asalariado, aumentando la productividad marginal del trabajo y por tanto los salarios reales. (…) Luego de nuevo, como consumidor, cuando los productos fabricados con la ayuda del capital adicional fluyen al mercado y quedan disponibles a los precios más bajos posibles”.
“Los políticos (…) pretenden que su propia aproximación a los problemas económicos es puramente práctica y libre de presupuestos dogmáticos. No se dan cuenta de que sus políticas están determinadas por supuestos concretos acerca de relaciones causales, es decir, que se basan en teorías concretas”.
Algunos de los pronunciamientos de mi viejo profesor resultaban duros para sus estudiantes. Yo estaba fascinado con el desarrollo de la economía cuantitativa, pero el diría: “No existe la economía cuantitativa. Todas las cantidades económicas que conocemos son datos de la historia económica”. Suspiré y seguí delante para quedar completamente seducido por el modelado econométrico.
Mi maestro fue un gran hombre, una persona que una inquebrantable integridad intelectual, un gigante de la Escuela Austriaca de economía. Fue el autor de muchos libros pioneros sobre temas que iban de la teoría del dinero y del crédito al socialismo y la epistemología económica e influyó en toda una generación de economistas. Aunque su nombre no suene familiar, sus ideas han influido en el pensamiento popular y se han convertido en parte de la sabiduría convencional. Su obra maestra fue La acción humana (1949), que agrandaba el campo de la economía al presentar una teoría general de la elección en toda la acción humana. Debería estar en las estanterías de todo congresista. Hoy hay un instituto y una universidad en Auburn, Alabama, que llevan su nombre y mantienen su legado.
Estoy agradecido y echó de menos a mi viejo profesor de la Universidad de Nueva York, Ludwig von Mises