The Free Market 16, nº 1 (enero de 1998)
China está experimentando una de las mayores transformaciones económicas de la historia de la humanidad. Ha pasado del comunismo a lo que denomina «socialismo de mercado» a un ritmo vertiginoso, con un crecimiento económico de dos dígitos.
Como consecuencia inevitable, el poder del Estado central ha empezado a relajarse. Incluso políticas tan draconianas como la de un hijo por familia se están relajando en la práctica, aunque todavía no en la ley.
Las relaciones sino-americanas están a punto de entrar en una nueva era de cooperación y comercio, si los belicistas de los EEUU no se interponen. Comentaristas como A.M. Rosenthal, del New York Times, llaman la atención sobre la persecución de los cristianos en China, y sin duda hay algo de verdad en ello. Pero él quiere utilizar esto como justificación para una nueva ronda de intervencionismo y ataques contra China.
Otros piensan que los EEUU debería cortar las relaciones comerciales como forma de presionar al régimen hacia un mayor reconocimiento de los derechos humanos. Otros denuncian la «injerencia» de China en la política de América, como si los EEUU no hubiera tenido algo que decir sobre la política china en el pasado. Otros siguen creyendo que los políticos americanos «perdieron» China en los 1940 y quieren recurrir a tácticas de la Guerra Fría para recuperarla.
Gran parte de la confusión proviene de la tendencia a pensar que China es una sociedad inherentemente colectivista, del mismo modo que algunos consideran erróneamente que Rusia es inherentemente autoritaria. Esto dista mucho de ser cierto.
En El pensamiento económico antes de Adam Smith, Murray Rothbard señalaba las tres escuelas esenciales del pensamiento chino: el taoísmo, el confucianismo y el legalismo, todas ellas establecidas entre los siglos VI y IV a.C. Estas cosmovisiones se centran respectivamente en el individuo, la familia y el Estado. La historia china ha sido una tensión continua e interactiva en torno a los puntos de esa triada.
El confucianismo hace hincapié en el patriarcado y las relaciones familiares. No ha sido amigo de las ideas de mercado, pero, en su forma original, no ensalzaba al Estado como «figura paterna». Confucio incluso situó al Estado militar fuera de la estructura social, escribiendo que «Un hombre no usa el buen hierro para clavos, ni los buenos hombres para soldados».
Aún más cercano al pensamiento individualista es el taoísmo, formado por Lao Tzu, contemporáneo de Confucio. Enseñaba que la felicidad individual es la base de una buena sociedad. Consideraba que el Estado, con sus «leyes y reglamentos más numerosos que los pelos de un buey», era el persistente opresor del individuo, «más temible que los tigres feroces». Se oponía a los impuestos y a la guerra, y sus alumnos y la tradición que le siguió eran sistemáticamente libertarios. Las ideas de ley natural son inherentes tanto a la cosmovisión taoísta como a la confuciana, y la idea confuciana de jueces sagaces que construyen una serie de precedentes en los que basarse no es sino el concepto básico de la «ley común» angloamericana.
En cambio, el legalismo de Chin Shih Wang Ti, el primer gran emperador que unificó China hace más de dos milenios, tiene mucho en común con la concepción del marxismo de Mao y las ideas occidentales de Ley Positiva. Pero incluso utilizando el asesinato en masa y el control totalitario, el Gran Unificador no tuvo más éxito que los comunistas a la hora de construir una religión china en torno al estatismo.
El estatismo de la tradición legalista siempre se ha visto atenuado por el individualismo taoísta y el énfasis confuciano en la familia. Juntos, el taoísmo y el confucianismo forman una fuerte resistencia cultural a las ambiciones del Estado imperial. Con el resurgimiento de la economía de mercado en China, el tao, especialmente, parece tener más de nueve vidas.
La historia china también ha sido lo que los chinos llaman «la eterna lucha entre el Dragón Imperial y las Serpientes Locales». Los americanos deberían relacionarlo. Nuestra propia historia ha sido una lucha similar entre los defensores de la descentralización republicana, basada en conceptos de derechos naturales no muy distintos de los de los taoístas y confucianos, y el estatismo de ley positiva de los partidarios de la centralización y el imperio. La gran fuerza de la economía de mercado, por supuesto, es que está inextricablemente entrelazada con la descentralización.
En los últimos 150 años, las relaciones de Occidente con China han respaldado al Dragón Imperial, los grandes gobiernos siempre prefieren tratar con otros grandes gobiernos. Esto ha tenido consecuencias trágicas para las personas y las relaciones comerciales de ambas partes. En los EEUU, el gobierno federal se ha expandido a expensas de los individuos, las familias, las localidades y los estados; del mismo modo, en China, el «Dragón Imperial» ha crecido a expensas de las «Serpientes Locales».
Sin embargo, la tradición individualista debe mucho a China. A principios de la Edad Moderna, Occidente estaba fascinado por la riqueza y la creatividad de China. Fueron los teóricos políticos chinos los primeros en ver en la pérdida del «mandato del Cielo» una justificación para el cambio político. Se trata sin duda de un paso más allá de la noción de «derecho divino» de los reyes favorecida por algunos conservadores occidentales.
H. G. Creel y otros sinólogos han observado que las buenas ideas de Thomas Jefferson sobre la educación guardan un sorprendente parecido con las de Confucio, probablemente adquiridas de pensadores franceses muy enamorados de China. Y mientras la burocratización europea aumentaba a principios del siglo XIX impulsada por las ideas del positivismo, fue Alexis de Tocqueville quien se refirió a su auge en Francia como “le system chinois“.
En los 1940, el gobierno hiperinflacionista de Chiang K’ai-shek, a pesar de la ayuda prestada en varias ocasiones por la URSS, Alemania, Japón y los EEUU, había perdido legitimidad entre gran parte del pueblo chino. En 1944, los comunistas, reunidos en Yenan, llegaron a la conclusión de que, dado el odio de Stalin hacia ellos y la ayuda a sus enemigos, la mejor esperanza era mirar hacia los EEUU.
Lo hacedores de políticas de los EEUU rechazaron esa propuesta, y la intervención de los EEUU en Corea y Vietnam llevó las relaciones con China a su punto más bajo. Irónicamente, fue el gran «enemigo de China», Richard Nixon, quien inició un acercamiento al régimen comunista.
Ante la aplastante realidad de que el socialismo significaba bancarrota y barbarie «e impresionados por los éxitos del libre mercado de los tigres asiáticos», los reformistas del gobierno chino iniciaron las reformas de mercado en 1979. Estas reformas han logrado avances notables a pesar de tragedias como la de la plaza de Tiananmen.
Terminada la Guerra Fría, algunos americanos inquietos instan a una política de «mano dura» con China. Tales presiones son contraproducentes cuando se aplican a individuos y más aún a un país con la tradición cultural de China.
Por el contrario, debemos apoyar ese individualismo taoísta que tiene miles de años, y no sólo data de las reformas de mercado de 1979.
El paso importante hacia el establecimiento de la libertad y los derechos humanos —y los dos no están separados— es construir el imperio de la ley. En realidad, los conceptos tradicionales chinos de la ley son más parecidos a los occidentales de lo que muchos creen.
Uno de los objetivos de la «Revolución Cultural» en la década posterior a 1966 fue destruir las escuelas de leyes, las bibliotecas y las facultades donde los chinos intentaban adaptar su sistema a las ideas occidentales sobre la ley. Los profesores y estudiantes más creativos fueron enviados a trabajar en granjas o a limpiar retretes, o encarcelados o cosas peores.
Desde 1979, los chinos han realizado un enorme esfuerzo para recuperar el terreno perdido. Pero las facultades de leyes y las tradiciones jurídicas no se construyen de la noche a la mañana. Sin embargo, debemos apoyar a los que hacen esos esfuerzos, no ayudar a sus enemigos atacando a China.
El tao, con su énfasis en el individualismo, la no agresión y el intercambio voluntario, fue el progenitor del libertarismo moderno y la economía austriaca. Es básico para el auge de la economía de mercado y el declive del socialismo en China. Seguir esos principios significa trabajar de persona a persona y de negocio a negocio, implicarse con el gobierno a nivel local y provincial, si es que se hace, y dejar de lado los ataques y el belicismo.
William Marina enseña historia en la Universidad Florida-Atlantic
LECTURAS COMPLEMENTARIAS: Joseph Needham, Science and Civilization in China: History of Scientific Thought (Cambridge University Press, 1956); Murray N. Rothbard Economic Thought Before Adam Smith (Edward Elgar, 1995); Jonathan Spence, The Search for Modern China (W.W. Norton, 1990).