Jacob Heilbrunn, escribiendo en el Washington Monthly, utiliza varias críticas que conservadores importantes han hecho de Bush para proclamar un nuevo «desmoronamiento conservador». En el curso de su narrativa, practica el viejo y aburrido relato del conservadurismo americano de posguerra, cuenta la misma vieja historia de lo intrigante que es que a los conservadores les preocupe la persona a la que pusieron en el poder, y acaba llegando a la misma vieja conclusión de que el conservadurismo se engaña y que todos deberíamos ser izquierdistas como él.
Aburrido. ¿Entonces por qué estoy escribiendo acerca del artículo del señor Heilbrunn? Para responder a su pregunta final:
¿Quién habría pensado que, en lo más alto del éxito político del movimiento conservador, sus padres fundadores retrocederían ante el monstruo de Frankenstein que crearon y acabarían como heréticos en aprietos?
¿Quién lo habría pensado? Cualquiera que siga habitualmente a estos pájaros. Se posan en los cables telefónicos del poder siempre que se presenta la oportunidad y luego se alejan cuando temen que una sacudida eléctrica se aproxima. Siempre se puede contar con los conservadores americanos para denunciar a un incapaz presidente de su propio partido en su último mandato que se esté hundiendo en las encuestas. Trabajaron duro para hacer presidente a Bush, evitaron criticar sus atroces políticas durante años, centraron toda su ira en una izquierda míticamente poderosa y, ahora que las cosas no funcionan tan bien, se echan para atrás.
Los conservadores denuncian a sus presidentes por la misma razón que la izquierda denuncia a Stalin: quieren evadir la responsabilidad de los resultados de las políticas impuestas por monstruos que ellos mismos crearon. Cuando la izquierda hace esto, sabemos que no tenemos que tomárnoslo muy en serio. Si das al Estado el derecho a expropiar toda la propiedad privada, no puedes sorprenderte tanto cuando asumen los dictadores.
Igualmente, cuando toda tu empresa intelectual se resume en celebrar el Estado nacional y sus guerras, condenar las libertades civiles, emitir calumnias sobre la libertad religiosa y anunciar la cárcel y la silla eléctrica como respuesta a todos los problemas de la sociedad, no te puedes quejar cuando tus políticas producen imperialistas despóticos de poca monta como Bush. No tienes ningún instrumento intelectual con el cual vencerlos.
El problema del conservadurismo americano es que odia a la izquierda más que al Estado, ama el pasado más que la libertad, siente una mayor atracción por el nacionalismo que por la idea de la autodeterminación, cree que la fuerza bruta es la respuesta a todos los problemas sociales y cree que es mejor imponer la verdad antes que arriesgarse a perder el alma de uno por la herejía. Nunca ha entendido la idea de libertad como un principio autoordenante de la sociedad. Nunca ha visto al Estado como el enemigo de lo que los conservadores pretenden favorecer. Siempre ha visto el poder presidencial como la gracia salvadora de lo que es correcto y verdadero sobre América.
Estoy hablando ahora de la variedad del conservadurismo creada por William Buckley, no la vieja derecha de Albert Jay Nock, John T. Flynn, Garett Garrett, H. L. Mencken y compañía, aunque toda esta gente habría rechazado el nombre de conservador como ridículo. Después de Lincoln, Wilson y FDR, ¿qué hay que conservar del gobierno? Los revolucionarios que acabaron con un gobierno británico más suave nunca hubieran soportado este.
Por mi parte, espero que todo el movimiento conservador se desplome en llamas con la decadencia y caída de la administración Bush. Los fascistas republicanos han tenido su momento y, en lugar de libertad, nos han dado la forma más bruta y estúpida de gran gobierno imperial que se pueda imaginar. Han dado a Estados Unidos una mala fama en todo el mundo. Han embaucado a millones. Han saqueado y quebrado el país.
Si no se desmoronan por sí mismos, debemos hacer lo que podamos por desacreditar tanto a ellos como a su ideología para siempre.