Jane Jacobs es una de esas intelectuales que parecen estar siempre en la periferia del movimiento libertario. Su libro The Death and Life of Great American Cities, puede encontrarse en las estanterías de muchos libertarios, aunque habitualmente sin leer. Tal vez sea porque su nombre tiende a asociarse con intelectuales izquierdistas que censuran el auge de los suburbios y el declive de los centros de las ciudades, a pesar de que Jacobs se resiste con fuerza a ser etiquetada por cualquier movimiento ideológico, izquierda, derecha u otro.
Sin embargo, lo que no se suele saber es que sus trabajos están llenos de argumentos e intuiciones sobre la naturaleza económica de las comunidades, sobre la planificación centralizada y sobre ética que los libertarios encontrarían originales e ilustrativos. Aunque sus carencias en su conocimiento de la teoría y el pensamiento económico le han perjudicado en algunos aspectos (por ejemplo, en sus críticas ingenuas a Adam Smith en su The Economy of Cities), también le permitieron a sus considerables poderes de observación, inteligencia y buen sentido común describir la naturaleza de los procesos sociales de formas que son frescas e incluso inspiradoras para los economistas en particular. (Ver en la corriente principal, por ejemplo la investigación sobre las ciudades del economista de Harvard Edward Glaeser (Glaeser et al. 1992)).
Jacobs sobre el orden espontáneo
En las obras de Jacobs, el orden presente en un área urbana que funcione bien aparece como resultado de la acción humana, no por designio humano. Aparece de entre una multitud de individuos cada uno persiguiendo sus propios intereses y desarrollando sus propios planes, dentro de un marco de reglas que animan a la cooperación pacífica por encima de la agresión violenta.
Una de las grandes contribuciones de Jacobs se su concepción de las ciudades como «problemas de complejidad organizada», que conllevan «ocuparse simultáneamente de un considerable número de factores que se entremezclan en un todo orgánico» (The Death and Life of Great American Cities, p. 432). Su teoría de la evolución de las ciudades (ver más abajo), así como su explicación de la dinámica de la expansión y contracción económica, remontan la aparición y cambios con el tiempo en instituciones y redes comunitarias urbanas a las decisiones de agentes individuales, como sus «ojos en la calle», al interactuar con los demás en espacios públicos.
La detallada descripción de Jacobs del funcionamiento de vecindarios urbanos sanos se basa en su atenta observación de los mismos. En dichos lugares, hay gente, interesada en el vecindario, en la calle la mayor parte del día. Al empezar la mañana, los trabajadores se dirigen a sus trabajos en otros vecindarios y entran en el vecindario a trabajar. Poco después aparecen en la calle los padres que llevan a sus niños a la escuela. Las tiendas abren y los vendedores, deseosos de que el área de su negocio no ahuyente a los clientes debido a peligros presentes en el área, cuidan de las aceras. Las madres con hijos en edad preescolar de dirigen a los parques, los trabajadores salen a comer en ellos y los compradores van y vienen en las tiendas de la zona. Al empezar la tarde los trabajadores vuelven a ir y venir al vecindario. Al caer la noche, restaurantes, bares y clubes nocturnos mantienen la vida en las aceras —generalmente seguras. El papel de los policías pagados en ofrecer seguridad urbana es decididamente algo secundario para Jacobs.
Todo esto supone un fuerte contraste con la vida en los vecindarios preferidos por los planificadores urbanos de mediados de siglo. Allí, la planificación «racional» mantiene usos estrictamente separados, con oficinas, fábricas, tiendas y residencias segregadas en sus propias áreas por leyes urbanísticas estrictas. En consecuencia, las calles del vecindario estarían desiertas durante largos periodos de tiempo, y por tanto serían peligrosas. El peligro aumentado serviría para desanimar aún más el uso peatonal de las calles.
Jacobs sobre la naturaleza de la planificación
Jacobs presenta también una crítica metodológicamente individualista y subjetivista de la planificación local estricta. Argumenta que dicha planificación no tiene en cuenta las sutilezas del conocimiento poseído únicamente por los individuos en la escena (para el que acuñó el término «conocimiento de la localidad» y que imita de forma inapropiada las ciencias físicas del siglo XIX (The Death and Life of Great American Cities, p. 436). (Los paralelismos con las concepciones de Hayek de orden espontáneo, conocimiento local y cientifismo son sorprendentes, especialmente porque ella no conocía la obra de Hayek en ese momento).
No hace daño tener alguna gente que piense en un vecindario como un conjunto. Pero esa gente no tiene por qué ser planificadores urbanos, podrían ser grandes terratenientes, presidentes de asociaciones de vecinos u otros tipos de organizaciones voluntarias. (por ejemplo, ver la obra de Spencer H. MacCallum).
Algunos libertarios pueden enfadarse cuando se den cuenta de que Jacobs dirige sus críticas no solo a la planificación pública sino también a la privada, que argumenta que también puede ser estricta. Aunque la comprensión innata de Jacobs del poder del intercambio y el orden espontáneo a veces no consigue superar su falta de formación en los fundamentos de la economía (por ejemplo, no hay casi ninguna mención en sus primeras obras a los efectos deletéreos de los controles de rentas en el stock de viviendas de las ciudades), aquí no es el caso.
Es verdad que tal vez las lecciones más importantes que nos enseña la economía se refieren a las limitaciones y fallos del gobierno, aunque la gente corriente aún puede beneficiarse de aplicar a su toma de decisiones, por ejemplo, conceptos económicos de coste de oportunidad, ley de demanda e ingreso marginal. En otras palabras, apreciar la dependencia del conocimiento de la localidad y de las redes de confianza, que soportan el desarrollo económico, en el diseño de los espacios públicos puede ser tan importante para promotores privados con ánimo de lucro como debería serlo para los afectados por la planificación pública.
Por supuesto, hay una tendencia en el ánimo de lucro que dirige a la promoción privada en direcciones que Jacobs encontraría correctas y parece haber llegado a apreciar esto en sus posteriores escritos (por ejemplo, en The Nature of Economies).
Jacobs miraba a menudo el asunto de la planificación urbana, mostrando una gran intuición de su naturaleza esencial. Por ejemplo, comentando los planes del conocido urbanista antiguo, Ebenezer Howard, dice:
«El objetivo [de Howard] era la creación de pequeños pueblos autosuficientes, pueblos realmente muy agradables si eres dócil y no tienes planes propios y no te importa gastar tu vida entre otros que no tengan planes propios. Como en todas las utopías, el derecho a tener planes de cualquier categoría pertenece solo a los planificadores al mando.» (The Death and Life of Great American Cities, p. 17).
En un estilo similar, disecciona la obra de una de las luminarias de la planificación urbana del siglo XX:
«La utopía de Le Corbusier era una condición de lo que llamaba la máxima libertad, con la que parecía querer decir ninguna libertad para hacer nada, sino libertad de la responsabilidad ordinaria. (…) Nadie iba a tener que luchar con planes propios.» (Ibíd., p. 22).
Es interesante comparar a Jacobs con Mises sobre los planificadores:
«[Los planificadores] se mueven por un complejo dictatorial. Quieren ocuparse de sus conciudadanos de la manera en que un ingeniero se ocupa de los materiales con los que construye casas, puentes y máquinas. Quieren sustituir con «ingeniería social» las acciones de sus conciudadanos y con su propio plan único y omnicomprensivo los planes de todos los demás. Se ven en el papel de dictador —el duce, el Führer, el zar de la producción— en cuyas manos todos los demás especímenes de la humanidad son meros peones. Si se refieren a la sociedad como agente activo, se refieren a sí mismos. Si dicen que la acción consciente de la sociedad ha de sustituir la prevalente anarquía del individualismo, quieren decir solo su propia conciencia y no la de nadie más.» (The Ultimate Foundation of Economic Science).
Tal vez sea la disección de Jacobs de planes urbanizadores concretos lo que hizo más por crear su reputación. Advertía que los planes de los urbanistas de mediados del siglo no podrían haber destruido mejor los vecindarios que si se hubieran diseñado para hacerlo.
Es conocido que se burlaba de los planes urbanísticos de Le Corbusier y sus numerosos seguidores del siglo XX (por ejemplo, Robert Moses) como creadores de «rascacielos en un parque» (The Death and Life of Great American Ciities, p. 21). Describió el proceso por el que una autopista por en medio de un vecindario podría destruirlo al crear un «vacío fronterizo», lo haría falto de vida y en definitiva inseguro por la falta de gente que se aventuraría a cruzarla (Ibíd., p. 257-269). Igualmente apuntaba que las ínfulas de los planificadores respecto a construir tantos parques como fuera posible, sin importar cómo podían rellenarse, hacía que habitualmente se produjeran parques vacíos que eran fuente de delitos y decadencia (Ibíd., pp. 89–106).
Los planificadores urbanos tradicionalmente han estado ciegos ante la fibra invisible que mantiene juntas a las comunidades de éxito o a lo que Nathan Glazer ha calificado «la buena estructura de la sociedad». Ésta consiste en redes de confianza y normas de reciprocidad que han aparecido con el tiempo, que promueven el acceso al intercambio voluntario y que los proyectos a gran escala han de correr el riesgo de eliminarlas. Cualquier intento de supervisar el desarrollo económico debería tener en cuenta la importancia del contacto informal, que Jacobs describe como el «pequeño cambio» que forma la base de la buena estructura. (Jacobs llamó a este último el «capital social», haciendo que fuera tal vez la primera en usar acuñar el término (Ibíd., p.138)).
El intercambio creó ciudades y agricultura
En una intuición notable, que recuerda a la intuición del origen del dinero de Carl Menger, Jacobs presenta una teoría de que los orígenes de las ciudades la agricultura y la ganadería se basan en el intercambio. Su teoría es completamente consciente de los principios de la acción humana y la que podemos imaginar realistamente que habría sido la situación de los primeros urbanitas, tal y como ellos la habrían entendido.
Jacobs indica que tanto la ganadería como la agricultura probablemente se originaran en los primeros asentamientos urbanos. Además, esos asentamientos fueron el resultado del comercio paleolítico y fue la intensificación del comercio en esas primeras ciudades la que abrió el camino para el desarrollo de la agricultura y la ganadería. Para demostrar su teoría, Jacobs cuenta la historia de una ciudad paleolítica ficticia a la que llama «Nueva Obsidiana». Nueva Obsidiana se asienta en un lugar cerca de una tribu cercana a un volcán, donde puede conseguirse gran cantidad de obsidiana. Como la obsidiana era un material valioso para una cultura de la edad de piedra, esa tribu se encontraba sobre una gran fuente natural de riqueza y tenía un impulso para comerciar.
Sin embargo, Jacobs supone que Nueva Obsidiana se crearía en un área cerca de la tribu volcánica. (La suposición no es crucial para su teoría). La tribu que viviría cerca del volcán no está dispuesta a permitir que otros entren en su valioso territorio, así que llevan su obsidiana a la tribu cercana y confían en ella como intermediaria en el comercio de obsidiana. A medida que los comerciantes de tribus más distantes intentan operar en esa ubicación central, estableciendo al principio alojamientos, gente, ideas y bienes temporales y luego más permanentes se mezcla una diversidad de trasfondos y culturas. Esa creatividad y oportunidad atrae incluso a más comerciantes e inmigrantes a Nueva Obsidiana, continuando un ciclo virtuoso en el que se aportan nuevas ideas en artes, comercio y cultura en explosiones creativas a lo largo del tiempo.
Como se ha indicado, el comercio de obsidiana con las tribus vecinas lleva a que entren una mayor variedad de bienes en Nueva Obsidiana. La inmensa mayoría de estos bienes están relacionados con los alimentos. Como los comerciantes podrían haber tenido que viajar una distancia considerable hasta Nueva Obsidiana, querrían comerciar con bienes que se mantuvieran en buen estado. Lo más probable es que los bienes alimenticios hubieran sido animales vivos y semillas comestibles.
Menger y Mises apuntaron que es absurdo suponer que un día un rey pensara para sí mismo: «tengamos un medio de intercambio estándar», antes de que alguien tuviera experiencia con un medio de intercambio. Empleando un razonamiento similar, Jacobs señala que tiene poco sentido suponer que una persona o grupo de personas simplemente decidieran un día domesticar animales: «Los encargados [de los animales sutilizados para el comercio en Nueva Obsidiana] son hombres inteligentes y son completamente capaces de resolver problemas y captar intuiciones de la experiencia. Pero la experiencia no les ha provisto aún de ninguna idea de lo que puede llamarse ‘tratar de domesticar animales’» (The Economy of Cities, p. 26). Más bien, el deseo de matar a aquellos animales que son más difíciles de mantener (los machos y los más indómitos) y mantener los más fáciles de criar (las hembras y los más dóciles) durante largos periodos, tuvo la consecuencia no buscada de iniciar el arte de la ganadería.
Igualmente, la mezcla accidental de semillas y granos de diversas regiones almacenados en recipientes comunes produjo una hibridación no intencionada de nuevas formas de cosechas, algunas de las cuales eran más sabrosas o más copiosas que otras. Esto habría traído precios más altos, de forma que los oferentes de almacenamiento tendrían un incentivo para fijarse en ello y almacenar para futuras plantaciones. Así habrían sido los inicios de la agricultura.
Es una combinación de interés propio, alerta y comercio que constituye la génesis y aparición de las ciudades y es una combinación de factores similar a la que dio lugar a la ganadería y la agricultura. De hecho Jacobs argumenta que solo en asentamientos muy grandes, como su imaginaria Nueva Obsidiana, puede esperarse que se produzcan las casualidades que son la génesis de estas prácticas (y probablemente también de las artes mayores, la escritura y las ciencias). Así, concluye, de alguna forma contraintuitivamente, que las ciudades tendrían que preceder, no seguir, al desarrollo rural (The Economy of Cities, pp. 3-48).
Jacobs y el libertarismo
Jacobs declara que su entusiasta comprensión de los procesos procede de pensar inductivamente, en lugar de basarse explícitamente en grandes principios filosóficos o ideológicos. Ha estado a favor y en contra de diversas iniciativas del gobierno. Y la verdad es que intelectuales de izquierda han adoptado realmente muchas de sus ideas. Aunque Jacobs no se opone constantemente a utilizar regulación coactiva (por ejemplo, sustituyendo la urbanización por limitaciones de tamaño en edificios por zona y uso), sin embargo, en nuestra opinión, esos intelectuales han adoptado sus ideas fuera de contexto. Es decir, las descripciones de Jacobs de ciudades de éxito que han formado espontáneamente centros paseables, usos primarios mezclados, manzanas pequeñas y edificios de diversos estilos y tipos han sido interpretadas por algunos como prescripciones para formas nuevas y más ilustradas de planificación urbana intervencionista. Los integrantes de los movimientos llamados Nuevo Urbanismo y Crecimiento Inteligente son especialmente culpables de esto.
La propia Jacobs ha criticado al Nuevo Urbanismo:
«Los nuevos urbanistas quieren tener centros vivos en los lugares que desarrollan, en los que la gente se tope con otros haciendo recados y cosas así. Y aún así, de lo que he visto en sus planes y los lugares que han construido, no parecen tener un sentido de la anatomía de estos corazones, de estos centros. Los han ubicado como si fueran centros comerciales. No conectan.»
A pesar de su defensa ocasional de la intervención pública, hay una muy fuerte tendencia libertaria en los escritos de Jacobs, aunque rechace tenazmente ser etiquetada. Su Systems of Survival (1994), por ejemplo, podría leerse como un análisis de por qué la economía mixta produce una especie de desequilibrio moral en el que el choque de la ética del Estado con la del comercio genera una espiral de consecuencias negativas no pretendidas.
Jacobs tal vez sea demasiado inductivista para algunos austriacos y esté demasiado dispuesta a tolerar un uso limitado de regulación para algunos libertarios. Sin embargo es una fuente sin explorar de intuiciones para estos dos grupos y una amiga en la lucha contra la tiranía, tanto local como global.