[The Bastiat Collection (2011); originalmente de la segunda serie de Sofismas económicos (1848)]
Petición de Jacques Bonhomme, Carpintero, al Sr. Cuningridaine, Ministro de Comercio
Sr. Ministro Manufacturero,
Soy carpintero de oficio, como lo fue San José de viejo y manejo el hacha y la azuela en tu beneficio.
Ahora, mientras me dedico a tallar y cortar de la mañana a la noche en las tierras de nuestro Señor el Rey, he caído en que mi trabajo puede considerarse como nacional, igual que el tuyo.
Y, en estas circunstancias, no puedo entender por qué la protección no debería visitar mi carpintería, igual que tu taller.
Pues, a decir verdad, si tú fabricas ropas, yo fabrico tejados y ambos, a nuestra manera, protegemos a nuestros clientes del frío y la lluvia.
Y aun así yo busco clientes y los clientes te buscan. Has encontrado la forma de garantizárselos al impedirles abastecerse en otro lugar, mientras que los míos acuden a quien piensan que es apropiado.
¿Qué tiene de asombroso todo esto? Sr. Cunin, el Ministro de Estado, no ha olvidado a Sr. Cunin, el fabricante, es muy natural. Pero aun así, mi humilde profesión no ha dado un ministro a Francia, aunque se practicaba en tiempos bíblicos por parte de personajes más augustos.
Y en el código inmortal que encuentro encarnado en escritura no puedo descubrir la más mínima expresión que pueda citarse por carpinteros para autorizarlos a enriquecerse a costa de otra gente.
Verás, por tanto en qué situación me encuentro. Gano 15 peniques diarios, cuando no es domingo o festivo. Ofrezco mis servicios al mismo tiempo que un carpintero flamenco ofrece los suyos y, como el rebaja medio penique, le das la preferencia.
Pero deseo vestirme y si un tejedor belga presenta sus ropas junto a las tuyas, lo envías fuera del país junto con ellas. Así que, el verme obligado a acudir a tu tienda, a pesar de mis deseos, mis pobres 15 peniques no van en realidad más allá de 14.
¡No, no valen más de 13! Pues en lugar de echar al tejedor belga a tu propia costa (que era lo menos que podías hacer), para tus propios fines, me haces pagar a la gente que pones en sus talones.
Y mientras un gran número de tus co-legisladores, con quienes tienes un equilibrio maravillosamente bueno, toma cada medio penique o penique bajo el pretexto de proteger el hierro, o el carbón, o el aceite, o el grano, encuentro que, cuando se tienen en cuenta todas las cosas, de mis 15 peniques solo he sido capaz de ahorrar siete u ocho del pillaje.
Sin duda me dirás que este pequeño medio penique, que pasa de esta manera de mi bolsillo al tuyo, mantiene a los trabajadores que residen en torno a tu castillo y les permite vivir con magnificencia. A lo que solo replicaré que, si el penique hubiera quedado en mí, la persona que lo ganó, hubiera mantenido a los trabajadores de mi barrio.
Sea como sea, Sr. Ministro Manufacturero, sabiendo que no sería sino mal recibido por ti, no me atrevo a requerirte, como tengo perfecto derecho a hacer, que elimines la restricción que impones a tus clientes. Prefiero seguir la vía normal y me acerco a ti para solicitar para mí un poco de protección.
Aquí, por supuesto, interpondrás una dificultad. “Mi querido amigo”, dirás, “Te protegería a ti y a tus colegas con todo mi corazón, pero ¿cómo puedo conferir favores de aduana sobre el trabajo de los carpinteros? ¿Qué utilidad tendría prohibir la importación de casas por mar o por tierra?”Sería en verdad una buena broma, pero, a fuerza de pensar, he descubierto otro modo de favorecer a los hijos de San José, que aceptarás más fácilmente, espero, porque no se diferencia en nada a lo que constituye el privilegio que votas un año tras otro a tu propio favor.
El medio para favorecernos que he descubierto así maravillosamente es prohibir el uso de hachas afiladas en este país.
Mantengo que esa restricción no sería en modo alguno más ilógica o más arbitraria que aquella a la que nos sometes en el caso de tus ropas.
¿Por qué repeles a los belgas? Porque venden más barato que ustedes. ¿Y por qué venden más barato que ustedes? Porque tienen cierto grado de superioridad sobre ustedes como fabricantes.
Por tanto, entre tú y un belga hay exactamente la misma diferencia que debería haber en mi oficio entre un hacha desafilada y una afilada.¡Y me obligas, como comerciante, a comprarte el producto del hacha desafilada!
Considera el país en general como un trabajador que desea, mediante su trabajo, conseguir todas las cosas que quiere y, entre ellas, ropa.
Hay dos medios para hacer efectivo esto.
La primera es hilar y tejer la lana.
La segunda es producir otros artículos, como, por ejemplo, relojes, papeles pintados o vinos franceses e intercambiarlos con los belgas por las ropas deseadas.De estos dos procesos, el que da el mejor resultado puede representarse por el hacha afilada y el otro por la desafilada.
No negaras que en el presente, en Francia, obtenemos piezas de ropa por el trabajo de nuestros propios telares (esa es el hacha desafilada) con más trabajo que produciendo e intercambiando vinos (que es el hacha afilada). Estás tan lejos de negarlo que es precisamente por este exceso de trabajo (en el que dices que consiste la riqueza) que recomiendas, quiero decir, obligas al empleo de la peor de las dos hachas.
Ahora, solo sé consistente, sé imparcial y si quieres ser justo, trata a los pobres carpinteros como te tratas a ti mismo.
Aprueba una ley a este efecto: “A nadie a partir de ahora se le permitirá emplear ninguna viga que no sea la fabricada y modelada por hachas desafiladas” y verás qué pasará inmediatamente.
Mientras ahora damos 100 golpes de hacha tendremos que dar entonces 300. El trabajo que ahora hacemos en una hora requerirá entonces tres horas. ¡Que poderoso estímulo se dará así al trabajo! Maestros, oficiales, aprendices, ¡nuestros sufrimientos acabaron! Tendremos demanda y por tanto, se nos pagará bien. Quien a partir de ahora desee tener un tejado que le cubra deberá cumplir con nuestras exigencias, igual que ahora quien desea ropas sobre su cuerpo deben cumplir con las tuyas.
Y si los defensores teóricos del libre comercio se atreven alguna vez a poner en cuestión la utilidad de la medida, sabemos bien dónde buscar razones para refutarlos. Tu investigación de 1834 sigue vigente. Con esa arma triunfaremos, pues allí has defendido admirablemente la causa de la restricción y de las hachas desafiladas, que son en realidad la misma cosa.