[Gobierno omnipotente (1944)]
Los nazis no inventaron el polilogismo. Solo desarrollaron su propia rama.
Hasta mediados del siglo XIX, nadie se atrevía de discutir el hecho de que la estructura lógica de la mente en inalterable y común en todos los seres humanos. Todas las interrelaciones humanas se basaban en esta suposición de una estructura lógica uniforme. Solo podemos hablar entre sí porque podemos apelar a algo común a todos, que es la estructura lógica de la razón. Algunos hombres pueden pensar más profunda y refinadamente que otros. Hay hombres que desgraciadamente no pueden entender un proceso de inferencia en largas cadenas de razonamiento deductivo. Pero en la medida en que el hombre es capaz de pensar y seguir un proceso de pensamiento discursivo, siempre se aferra a los mismos principios finales de razonamiento que aplican los demás hombres. Hay gente que no puede contar más que tres, pero su conteo, hasta donde llega, no difiere del de Gauss o Laplace. Ningún historiador o viajero nos ha traído nunca conocimiento de pueblos para los que a y no a sean idénticos o que no puedan entender la diferencia entre afirmación y negación. Es verdad que diariamente la gente viola principios lógicos en el razonamiento. Pero quienes examina sus inferencias de forma competente puede descubrir sus errores.
Como todo el mundo toma estos hechos como incuestionables, los hombres entran en discusiones, hablan entre sí, escriben cartas y libros, tratan de probar o refutar. La cooperación social e intelectual entre hombres sería imposible si no fuera así. Nuestra mente no puede siquiera imaginar coherentemente un mundo poblado por hombres de diferentes estructuras lógicas o una estructura lógica distinta de la propia.
Aún así, en el curso del siglo XIX se puso en cuestión este hecho innegable. Marx y los marxistas, entre ellos principalmente el “filósofo proletario” Dietzgen, enseñaban que el pensamiento está determinado por la posición de clase del pensador. Lo que produce el pensamiento no es verdad, sino “ideologías”. Esta palabra significa, en el contexto de la filosofía marxista, un disfraz de los intereses egoístas de la clase social a la que está ligado el individuo pensante. Por tanto, es inútil discutir algo con gente de otra clase social. Las ideologías no tienen que refutarse mediante razonamiento discursivo: deben desenmascararse denunciando la posición de clase, el trasfondo social, de sus autores. Así que los marxistas no discuten los valores de las teorías físicas: simplemente descubren el origen “burgués” de los físicos.
Los marxistas han recurrido al polilogismo porque no podían rebatir por métodos lógicos las teorías desarrolladas por la economía “burguesa” o las consecuencias de estas teorías demostrando la inviabilidad del socialismo. Como no podían demostrar racionalmente la solidez de sus propias ideas o la falta de solidez de las de sus adversarios, han denunciado los métodos lógicos aceptados. El éxito de esta estratagema marxista no tenía precedentes. Ha resultado eficaz ante cualquier crítica razonable a todos los absurdos de las supuestas economía y sociología marxistas. Solo mediante los trucos lógicos del polilogismo podía el estatismo alcanzar una posición en la mente moderna.
El polilogismo es de por sí tan insensato que no puede llevarse coherentemente a sus últimas consecuencias lógicas. Ningún marxista se ha atrevido a llegar a todas las conclusiones que requeriría su propio punto de vista epistemológico. El principio del polilogismo llevaría a la conclusión de que las enseñanzas marxistas tampoco son objetivamente verdad, sino que son declaraciones “ideológicas”. Pero los marxistas lo niegan. Afirman para sus propias doctrinas el carácter de verdad absoluta. Así, Dietzgen enseña que “las ideas de la lógica proletaria no son ideas de partido sino el resultado de la pura y simple lógica”. La lógica proletaria no es “ideología”, sino lógica absoluta. Los marxistas de hoy en día, que califican a sus enseñanzas como sociología del conocimiento, dan pruebas de la misma incoherencia. Uno de sus defensores, el profesor Mannheim, trata de demostrar que existe un grupo de hombres, los “intelectuales independientes”, que disponen del don de entender la verdad sin caer presa de los errores ideológicos. Por supuesto, el profesor Mannheim está convencido de que él es el principal de estos “intelectuales independientes”. Sencillamente no puedes rebatirle. Si estás en desacuerdo con él, solo pruebas así que no eres parte de esta élite de “intelectuales independientes” y que tus declaraciones son insensateces ideológicas.
Los nacionalistas alemanes tuvieron que afrontar exactamente el mismo problema que los marxistas. Tampoco podían demostrar la corrección de sus propias afirmaciones ni rebatir las teorías de la economía y la praxeología. Así que buscaron refugio bajo el tejado del polilogismo, preparado para ellos por los marxistas. Por supuesto, desarrollaron su propia rama de polilogismo. La estructura lógica de la mente, dicen, es distinta en distintas naciones y razas. Toda raza o nación tiene su propia lógica y por tanto su propia economía, matemática, física y así sucesivamente. Pero no menos incoherentemente que el profesor Mannheim, el profesor Tirala, su equivalente como defensor de la epistemología aria, declara que la única lógica y ciencia verdadera, correcta y perenne es la de los arios. A los ojos de los marxistas, Ricardo, Freud, Bergson y Einstein se equivocan porque son burgueses, a los ojos de los nazis se equivocan porque son judíos. Uno de los principales objetivos de los nazis es liberar el alma aria de la contaminación de las filosofías occidentales de Descartes, Hume y John Stuart Mill. Buscan una ciencia alemana arteigen, es decir, una ciencia adecuada al carácter racial de los alemanes.
Podemos suponer razonablemente como hipótesis que las capacidades mentales del hombre son el resultado de sus características corporales. Por supuesto, no podemos demostrar que esta hipótesis sea correcta, pero tampoco es posible demostrar que lo es la opinión contraria expresada en la hipótesis teológica. Nos vemos obligados a reconocer que no sabemos cómo se producen los pensamientos a partir de los procesos fisiológicos. Tenemos algunas vagas nociones de los efectos perjudiciales producidos por traumas u otros daños infligidos en ciertos órganos corporales; sabemos que ese daño puede restringir o destruir completamente las capacidades y funciones mentales de los hombres. Pero eso es todo. No sería más que un disparate solemne afirmar que las ciencias naturales nos proporcionan alguna afirmación respecto de la supuesta diversidad de la estructura lógica de la mente. El polilogismo no puede deducirse de la fisiología o anatomía o cualquier otra ciencia natural.
Ni el polilogismo marxista ni el nazi fueron nunca más allá de declarar que la estructura lógica de la mente es distinta en las distintas clases o razas. Nunca se atrevieron a mostrar con precisión en qué difiere la lógica de los proletarios de la de los burgueses o en qué difiere la lógica de los arios de la de los judíos o británicos. No basta con rechazar de plano la teoría ricardiana del coste comparativo o la teoría de la relatividad de Einstein desenmascarando el supuesto trasfondo racial de sus autores. La que hace falta es primero desarrollar un sistema ario de lógica distinto de la lógica no aria. Luego sería necesario examinar punto por punto estas dos teorías opuestas y mostrar dónde son inválidas sus conclusiones razonadas que, aunque correctas desde el punto de vista de la lógica no aria, no lo son desde el punto de vista de la lógica aria. Y finalmente debería explicarse a qué tipo de conclusiones debe llevar el reemplazo de las conclusiones no arias por las arias. Pero nadie se ha atrevido a hacer esto ni puede atreverse a hacerlo. El locuaz defensor del racismo y el polilogismo ario, profesor Tirala, no dice ni una palabra acerca de la diferencia entre la lógica aria y la no aria. El polilogismo, ya sea marxista, ario o lo que sea, nunca ha entrado en detalles.
El polilogismo tiene un método peculiar de ocuparse de las opiniones disientes. Si sus defensores no consiguen desentrañar el trasfondo de un oponente, simplemente le califican como traidor. Tanto marxistas como nazis solo conocen dos categorías de adversarios. Los extraños (ya sean miembros de una clase que no sea el proletariado o de una raza no aria) se equivocan porque son extraños; los oponentes de origen proletario o ario se equivocan porque son traidores. Así eliminan a la ligera el incómodo hecho de que haya disensiones entre los miembros de lo que llaman su propia clase o raza.
Los nazis contraponen la economía alemana con la economía judía y anglosajona. Pero lo que llaman economía alemana no difiere en absoluto de algunas tendencias en la economía extranjera. Se desarrolla a partir de las enseñanzas del genovés Sismondi y los socialistas franceses y británicos. Algunos de los más antiguos representantes de esta supuesta economía alemana simplemente importaron el pensamiento extranjero a Alemania. Frederick List trajo las ideas de Alexander Hamilton a Alemania, Hildebrand y Brentano trajeron las ideas del primer socialismo británico. La economía alemana arteigen es casi idéntica a las tendencias contemporáneas en otros países, por ejemplo, el institucionalismo estadounidense.
Por otro lado, lo que los nazis llaman economía occidental y por tanto artfremd es en buena medida un logro de hombres a los cuales ni siquiera los nazis pueden negar el término de alemanes. Los economistas nazis perdieron mucho tiempo buscando ancestros judíos en el árbol genealógico de Carl Menger: no tuvieron éxito. No tiene sentido explicar el conflicto entre teoría económica, por un lado, e institucionalismo y empirismo histórico, por otro, como un conflicto racial o nacional.
El polilogismo no es una filosofía ni una teoría epistemológica. Es una actitud de fanáticos estrechos de miras que no pueden imaginar que nadie pueda ser más razonable o inteligente que ellos. El polilogismo tampoco es científico. Es más bien la sustitución del razonamiento y la ciencia por supersticiones. Es la mentalidad característica de una época de caos.