Este artículo está extraído de Historia del pensamiento económico, vol. 1, El pensamiento económico hasta Adam Smith.
La aparente prosperidad y rutilante poder de España en el siglo XVI resultaron ser falsos y una ilusión a largo plazo. Pues se basaron casi totalmente en la afluencia de plata y oro de las colonias españolas en el Nuevo Mundo. A corto plazo, la afluencia de metálico ofreció medios a los españoles para comprar y disfrutar de los productos del resto de Europa y Asia, pero a largo plazo, la inflación de precios eliminó esta ventaja temporal.
El resultado fue que cuando se secó la fuente de materiales, en el siglo XVII, quedaba poco o nada. No sólo eso: la prosperidad del metálico indujo a la gente y los recursos a trasladarse al sur de España, especialmente al puerto de Sevilla, por donde entraban a Europa los nuevos productos. El resultado fueron malas inversiones en Sevilla y el sur de España así como la parálisis del crecimiento potencial en el norte.
Pero eso no fue todo. Al final del siglo XVII la Corona Española cartelizó la prometedora industria textil castellana en pleno desarrollo aprobando más de 100 leyes diseñadas para mantener a la industria en el nivel actual de desarrollo. Esta congelación ahogó a la protegida industria castellana del vestido y destruyó su eficiencia a largo plazo, de forma que no pudo hacerse competitiva en los mercados europeos.
Además, la acción real también se las arregló para destruir la floreciente industria española de la seda, que se centraba en Granada, al sur de España. Desgraciadamente, Granada seguía siendo un centro de población musulmana o morisca y por tanto una serie de actos de venganza de la Corona Española llevaron a la industria de la seda a su virtual desaparición. Primero, varios edictos limitaron drásticamente el uso y consumo doméstico de seda. Segundo, se prohibió la exportación de sedas en la década de 1550 y un tremendo aumento en los impuestos a la industria de la seda en Granada después de 1561 le dio el golpe de gracia.
También la agricultura española se vio acosada en el siglo XVI por la intervención del gobierno. Hacía tiempo que la Corona Española había realizado una alianza con la Mesta, el gremio de ovejeros, que recibía privilegios especiales a cambio de altas contribuciones fiscales a la monarquía. En las décadas de 1480 y 1490, los cercados que se habían realizado para el cultivo del cereal fueron anulados y las cañadas se expandieron por decreto gubernamental a costa de las tierras de los agricultores.
Los agricultores también se vieron perjudicados por legislaciones especiales aprobadas en beneficio de los gremios de carreteros, al ser en todos los países las carreteras especialmente favorecidas por los fines militares. A los carreteros se les permitió especialmente el libre paso en todos los caminos locales y se gravó con altos impuestos a los agricultores de cereales para la construcción y mantenimiento de dichos caminos beneficiando así a los carreteros.
Los precios del grano aumentaron en toda Europa a principios del siglo XVI. La Corona Española, preocupada por el aumento de precios pudo inducir a un cambio del uso de la tierra de las ovejas al grano, fijó un control de precios máximos sobre dicho grano, al tiempo que se permitió a los terratenientes a rescindir arrendamientos unilateralmente y aumentar las cargas a los granjeros. La consecuencia del consiguiente exprimido de los precios de coste fueron quiebras masivas de granjas, despoblación rural y el traslado de granjeros de los pueblos al ejército. El paradójico resultado fue que, a finales del siglo XVI, Castilla sufrió hambrunas periódicas porque el grano importado del Báltico no podía trasladarse fácilmente al interior de España, mientras que al mismo tiempo un tercio del terreno agrícola de Castilla se había convertido en baldío.
Entretanto, la ganadería bovina, tan privilegiada por la Corona Española, floreció durante la primera mitad del siglo XVI, pero pronto cayó víctima de las dislocaciones financieras y del mercado. Como consecuencia, la ganadería bovina española cayó bruscamente.
Los grandes gastos reales y los impuestos a las clases medias también ahogaron a la economía española en conjunto y los enormes déficits ahuyentaron el capital. Tres grandes bancarrotas del rey español Felipe II (en 1557, 1575 y 1596) destruyeron capital y llevaron a bancarrotas y restricciones de crédito a gran escala en Francia y Amberes. La resultante imposibilidad de pagar a las tropas imperiales españolas en Holanda llevó al completo saqueo de Amberes por tropas amotinadas el año anterior en una orgía de robos y rapiña conocido como la “furia española”. El nombre permaneció aunque en buena parte fueran mercenarios alemanes.
La una vez libre y próspera ciudad de Amberes fue puesta de hinojos por una serie de medidas estatistas al final del siglo XVI. Además de las bancarrotas, el principal problema era el fuerte intento del rey español Felipe II por mantener Holanda y sofocar las herejías protestante y anabaptista.
En 1562, el rey español cerró por la fuerza la importación principal de Amberes: las prendas de lana inglesa. Y, cuando el famoso Duque de Alba asumió el gobierno de Holanda en 1567, implantó una represión en la forma de un “Consejo de Sangre”, que tenía el poder de torturar, matar y confiscar propiedades de los herejes. Alba también impuso un duro impuesto del valor añadido del 10%, la alcabala, que sirvió para ahogar la sofistica e interrelacionada economía holandesa. Muchos hábiles artesanos de la lana se fueron a la más acogedora Inglaterra.
Finalmente, la secesión de los holandeses de España en la década de 1580 y otra bancarrota real española en 1607 llevó a un tratado con los holandeses dos años después que acabó con Amberes al cortar su acceso al mar y a la desembocadura del río Scheldt, que se confirmó en poder de Holanda. Desde entonces y por el resto del siglo XVII, la descentralizada y libre Holanda, y en particular la ciudad de Ámsterdam, reemplazó a Flandes y Amberes como principal centro comercial y financiero de Europa.
Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe.