Jeremy Rifkin hace mucho que perfeccionó el arte de sumar dos y dos y obtener cinco. En la década de 1980, afirmó que la entropía hacía imposible que existiera una economía libre y por tanto Rifkin concluía que se necesitaba al Estado para planificar y dirigir las cosas. Cómo podía el Estado triunfar sobre la segunda ley de la termodinámica es algo que alguien tiene que adivinar. Posteriormente declaró que una nueva «economía del hidrógeno» estaba a la vuelta de la esquina: el gobierno solo tenía que dedicarse a la planificación centralizada y ordenar que el hidrógeno fuera nuestra nueva elección como combustible.
Sin embargo, en un artículo de opinión en el New York Times, Rifkin hace lo imposible: se supera a sí mismo. Rifkin nos quiere hacer creer que la ley de la escasez esencialmente se ha derogado y que las condiciones que crean esta situación son inquietantes. Escribe:
Estamos empezando a ser testigos de una paradoja en el corazón del capitalismo, una que le ha impulsado a la grandeza pero ahora amenaza su futuro: el dinamismo propio de los mercados competitivos está llevando tan abajo los costes que muchos bienes y servicios se están convirtiendo en casi gratuitos, abundantes y ya no sujetos a las fuerzas del mercado. Aunque los economistas siempre han agradecido una reducción en el coste marginal, nunca previeron la posibilidad de una revolución tecnológica que pudiera llevar esos costes a casi cero.
Entendamos algo desde el mismo principio: decir que algo «ya no [está] sujeto a las fuerzas del mercado» es decir que el bien en cuestión no es escaso o es gratuito. Eso significa que todos (o casi todos) los factores usados para producir ese bien tampoco son escasos y que los costes totales para los consumidores usando esos bienes son también cero. Todo lo que puedo decir es que esta pretensión es absurda.
Es verdad que la llegada de bajos costes marginales ha obligado a nuevas formas de venta, pero el progreso económico siempre ha hecho eso. Por ejemplo, hace una generación, Wal-Mart fue capaz de apropiarse de gran parte del mercado porque la empresa había desarrollado una estrategia de distribución y ventas que le hacía un productor con muchos menos costes que los demás vendedores, incluyendo a Sears, J.C. Penny y K-Mart. Eso no significa que los mercados hayan desaparecido o ya no sean relevantes; igualmente Wal-Mart se encuentra ahora bajo presión por otros vendedores, así como por Internet. Los mercado siguen prevaleciendo, pero en formas diferentes.
Aquí viene bien algo de teoría económica austriaca. Rifkin comete el mismo error que economistas británicos del siglo XIX como David Ricardo y John Stuart Mill, que creían que, a largo plazo, el valor de un bien proviene de sus costes de producción. Pero Carl Menger apuntó en 1871 que el valor de los factores de producción proviene del valor del producto final y el valor de ese producto vendrá en definitiva de la rentabilidad que produzca el bien a los empresarios que lo crearon.
Para Rifkin, costes marginales cero o casi cero significan costes de producción cero o casi cero, lo que significaría que los bienes se fabrican casi gratis. Esto no es exactamente cierto. Los costes marginales son costes por siguiente unidad, lo que significa que cada nueva unidad de un bien concreto es más barata de fabricar, lo que también dice algo acerca del volumen de bienes que se crean. (En defensa de Rifkin, sí menciona la presencia de altos costes fijos que son necesarios para generar el proceso de producción en un primer paso, pero luego no entiende las implicaciones de lo que está diciendo).
Bajos costes marginales no significa que los bienes sean gratuitos. De hecho, la rentabilidad de las empresas que fabrican estos bienes depende del volumen creado y vendido y también significa que estas empresas están realizando enormes inversiones de capital (que difícilmente son gratuitas) para producir grandes volúmenes. El trabajo empleado en este proceso también es escaso y no gratuito y así sucesivamente.
Sí, los mecanismos de venta para muchos de estos nuevos bienes han cambiado drásticamente. Por ejemplo, la cinta de VHS dio paso al DVD y ambos se vendían a través de empresas como Blockbuster. Sin embargo, los planes de negocio de Blockbuster dieron entonces paso a los de Netflix y así sucesivamente. La clave para el éxito era la rentabilidad y Netflix fue capaz de disponer su plan de negocio para que fuera rentable (al menos por un tiempo).
Curiosamente, Rifkin da un ejemplo de capitalismo de compinches como prueba del nuevo mundo de coste cero. Escribe:
Aunque los costes fijos de la tecnología solar y eólica son algo caros, el coste de capturar cada unidad de energía más allá de esto es bajo. Este fenómeno incluso ha penetrado en el sector manufacturero. Miles de aficionados ya están fabricando sus propios productos usando impresoras 3-D, software de código abierto y plástico reciclado como materia prima, con costes marginales cercanos a cero.
Aunque es verdad que los costes marginales de producir electricidad con molinos son muy bajos, estas monstruosidades de granja solo pueden ser rentables si cada kilovatio hora de electricidad producida tiene un precio sustancialmente más alto que la electricidad producida con medios convencionales, como la quema de carbón, petróleo o gas natural. Por eso las granjas eólicas son esencialmente granjas de créditos fiscales: para mantenerse en marcha, deben recibir enormes favores del gobierno no disponibles para otros productores de electricidad. Dicho de otra manera, la energía eólica podría tener una “coste marginal cero”, pero sigue siendo electricidad de alto coste, lo que significa que si el gobierno continúa obligando a los consumidores a comprar esta energía tan cara, estos serán más pobres, no más ricos. Igualmente, alguien debe fabricar las impresoras 3-D y también producir los materiales que use la gente para hacer las copias, y eso significa investigación, planificación y, sí, el uso de factores escasos de producción. Estas cosas no aparecen de la nada.
Rifkin se olvida de otro eslabón en todo el mecanismo de producción: el empresario. De hecho, parece que cree que el empresario puede ser reemplazado por empresas sin ánimo de lucro y al “comunidad participativa”. Es alguien que cree que la producción se produce por sí misma y que las disposiciones institucionales en realidad no importan. Pero sí qué importan, e importan mucho. Los modernos métodos de producción, por muy magníficos que sean, no eliminan la Ley de la Escasez, sin que importe lo que nos pueda decir el NYT en su página de opinión.