En 2002, el presidente George W. Bush citó el ahora famoso «eje del mal» —Irak, Irán y Corea del Norte— para intentar que el pueblo americano mirara más allá de los responsables de los atentados del 9/11 y diera luz verde a una campaña militar mundial para «librar al mundo de los malhechores».
El resultado fue la guerra global al terror de 8 billones de dólares que continúa hasta hoy.
Ahora, tras los ataques de Hamás en el sur de Israel hace un mes, se está empleando el mismo lenguaje para justificar otro aumento masivo del gasto militar. En una serie de declaraciones y entrevistas, el líder de la minoría del Senado, Mitch McConnell, definió un nuevo eje del mal —Rusia, China e Irán— y argumentó que Estados Unidos debe enfrentarse simultáneamente a las amenazas que plantean todos estos regímenes.
En su entrevista con Fox News, McConnell describió la situación tal y como él la ve:
Si nos remontamos a la caída del Muro de Berlín, se decía que nos íbamos de vacaciones con la historia. Tuvimos un par de conflictos relacionados con el terrorismo en Afganistán y en Irak, pero ninguna gran competición de poder. Avanzando rápidamente hasta hoy, seguimos teniendo el desafío terrorista, al que los israelíes están intentando hacer frente. Y tenemos una competencia de grandes potencias, con China y Rusia. Así que, en muchos sentidos, el mundo está hoy más en peligro que en toda mi vida.
A primera vista, esto puede parecer una buena razón para que los contribuyentes se aprieten el cinturón y se preparen para que Washington confisque aún más de sus nóminas. Pero en realidad McConnell nos está diciendo que «avancemos rápido» justo por encima de la importante cuestión de dónde proceden estas tensiones.
Un rápido vistazo a la historia que McConnell quiere que nos saltemos revela que está presentando la situación exactamente al revés. Las tensiones geopolíticas con Rusia, China e Irán son consecuencia directa de un gasto militar que ha ido mal.
Al comienzo de las «vacaciones con la historia» de McConnell, cayó el régimen comunista de Moscú y la Federación Rusa ocupó su lugar. La ocasión marcó no sólo el comienzo del momento unipolar de Washington, sino también la primera oportunidad de amistad entre los gobiernos de Rusia y los Estados Unidos en medio siglo.
Por desgracia, desde el principio se tomó la decisión no sólo de seguir financiando la alianza militar antisoviética y su infraestructura en Europa Occidental, sino de ampliarla hacia Moscú. En su libro Prisoners of Geography, Tim Marshall explica por qué a los dirigentes rusos les preocupa especialmente la presencia de una potencia extranjera potencialmente hostil en Europa Oriental.
Entre Polonia y Rusia hay una gran llanura. No hay montañas ni océanos que impidan a un ejército marchar directamente hacia Moscú. Por eso, desde los tiempos de Iván III, Rusia ha utilizado la distancia como defensa. Esa defensa ha servido para repeler varias invasiones en los últimos quinientos años, las más famosas las de Napoleón en 1812 y Hitler en 1941.
Incluso en la era de las armas nucleares, cuando las largas cadenas de suministro de infantería son menos relevantes, cuanto mayor es la distancia que debe recorrer un misil balístico para alcanzar las ciudades rusas, más tiempo tiene el régimen ruso para detectar, evaluar y responder. La distancia sigue siendo un factor en su estrategia de defensa.
Nada de esto quiere decir que el gobierno ruso tenga una reclamación justificada sobre el territorio de Europa del Este, sino que gastar el dinero de los contribuyentes americanos para trasladar la infraestructura militar occidental más cerca de Moscú era una forma segura de volver a convertir a los rusos en el enemigo de Washington, algo que incluso el jefe de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) reconoce ahora.
Las actuales tensiones con China también pueden entenderse desde el punto de vista geográfico. Desde la muerte de Mao Zedong, el Partido Comunista Chino (PCCh) se ha mantenido en el poder gracias, sobre todo, al retroceso parcial del comunismo, que permitió a la nación salir milagrosamente de la pobreza.
Según Tim Marshall, la explosión de riqueza ha ayudado a financiar el esfuerzo de Pekín por sofocar la resistencia en las remotas provincias de Tíbet y Xinjiang, y ha pacificado a los 1.400 millones de personas que viven bajo el autoritarismo del régimen. Pero China depende casi por completo de su costa para mantener el crecimiento de su economía.
Las mismas montañas y desiertos que impiden a los ejércitos marchar hacia el corazón de China también dificultan especialmente el comercio por tierra. Eso no ha impedido que el PCCh lo intente (la Iniciativa del Cinturón y la Ruta trata de construir rutas comerciales alternativas hacia el oeste de China), pero por ahora la economía china sigue dependiendo del comercio marítimo.
Además, las aguas chinas están rodeadas por varias naciones insulares. Por tanto, acceder a los océanos del mundo no es tan sencillo como alejarse de la costa. Los buques chinos tienen que navegar por aguas reclamadas por otros gobiernos.
Por ello, las disputas territoriales frente a las costas chinas —especialmente en el Mar de China Meridional, que conecta a China con la mayor parte del mundo— son una fuente de tremenda ansiedad para el régimen chino. Cualquier presencia naval capaz frente a la costa china es una amenaza creíble para la fuente de poder del PCCh.
Así que, como era de esperar, cuando Washington decidió mantener una fuerte presencia naval en las aguas que rodean China, además de los cientos de bases de EEUU fuertemente armadas en la región y los numerosos acuerdos sobre armamento y defensa con las naciones insulares cercanas, las tensiones entre Washington y Pekín aumentaron. Mientras el control del Mar de China Meridional siga siendo una prioridad americana, debemos esperar que el gobierno chino vea a los Estados Unidos como un enemigo.
Por último, está Irán. Las raíces de las actuales tensiones entre los Estados Unidos e Irán se remontan a 1953, cuando Washington derrocó en secreto al gobierno democráticamente elegido de Irán para ayudar a proteger el acceso británico al petróleo. La dictadura que los Estados Unidos instauró en su lugar sólo duró veintiséis años antes de caer en la revolución de 1979 que llevó al poder a la actual teocracia autoritaria.
Luego, en 2003, George W. Bush ordenó la invasión de Irak y derrocó a Sadam Husein, el principal rival del régimen iraní. Al darse cuenta de que los Estados Unidos había dado por error a Irán mucho más poder, las administraciones Bush y Obama dieron media vuelta y empezaron a atacar a facciones y regímenes aliados de Teherán, algunos de los cuales habían sido aliados de los EEUU en la lucha contra el régimen de Hussein. El resultado ha sido, como era de esperar, tensiones entre los Estados Unidos y un Irán ahora más poderoso.
Al igual que la administración de George W. Bush hace veinte años, el senador McConnell y sus aliados quieren que veamos a los gobiernos de Rusia, China e Irán como una fuerza combinada de oscuridad que no deja a Washington otra opción que gastar sumas incalculables de nuestro dinero para erradicarla. Pero una mirada a la historia ilustra rápidamente cómo el gasto militar anterior hizo inevitables las tensiones actuales. Los políticos se niegan a asumir su papel en la creación de nuestra peligrosa situación internacional. Darles aún más dinero sólo empeorará las cosas.