El sábado por la noche, Donald Trump anunció su intención de nombrar a Kash Patel director del FBI. La noticia provocó un frenesí inmediato por parte de las figuras del establishment en los medios de comunicación y la política. Los «expertos» jurídicos y de seguridad nacional se desplegaron en los programas de noticias del domingo por la mañana para caracterizar la medida como una prueba de que Trump tiene la intención de politizar el FBI y utilizarlo como un arma contra sus muchos oponentes políticos.
Las preocupaciones de la clase política sobre lo que podría hacer un FBI de Trump reflejan mucho de lo que hemos escuchado de la derecha en los últimos años al encontrarse en el punto de mira del Buró.
Pero casi todas estas quejas y advertencias se han basado en el supuesto de que —quizá con la excepción de algunos malos episodios en los años sesenta— el FBI ha sido durante mucho tiempo una fuerza esencial en la lucha contra el crimen que sólo recientemente se ha visto —o amenaza con verse— corrompida por la política.
En realidad, el FBI siempre se ha utilizado como arma contra los movimientos políticos y los rivales de la clase política establecida. Esa es la razón por la que fue creado.
A finales del siglo XIX, los anarquistas de izquierda atacaban a los jefes de Estado de toda Europa. En pocos años, el rey de Italia, el primer ministro de España, la emperatriz de Austria y el presidente de Francia fueron asesinados por anarquistas. Aunque ningún movimiento comunista o anarquista había tomado aún el poder de un país, la tenacidad de estos activistas y revolucionarios preocupaba seriamente a los gobernantes de los Estados Unidos.
En 1901, el presidente William McKinley fue asesinado a tiros por un anarquista mientras asistía a una reunión en Buffalo, Nueva York, lo que llevó a su vicepresidente, Theodore Roosevelt, al cargo. Fue el Presidente Roosevelt quien recurrió a su Fiscal General Charles Bonaparte —sobrino nieto de Napoleón— para crear el FBI.
El fiscal general estaba obligado por ley a obtener la aprobación del Congreso antes de crear este nuevo servicio «investigador» de agentes especiales dentro del Departamento de Justicia. En la primavera de 1908, Bonaparte solicitó oficialmente el dinero y la autoridad para crear el FBI. El Congreso respondió con un rotundo no.
Los miembros de la Cámara de Representantes se percataron del lenguaje inocuo de la solicitud y descubrieron exactamente lo que el presidente y el fiscal general estaban haciendo: crear una fuerza policial secreta que sólo respondiera ante ellos.
Demócratas de la Cámara de Representantes como Joseph Swagar y John J. Fitzgerald y republicanos como Walter I. Smith y George Waldo condenaron enérgicamente la propuesta, afirmando que propugnaba un «sistema de espionaje» comparable al de la policía secreta del Zar en Rusia, que contrastaba fuertemente con los principios básicos del sistema americanos. El Congreso prohibió explícitamente al fiscal general la creación de esta nueva Oficina.
¿Y qué hizo Bonaparte? Esperó a que el Congreso interrumpiera su actividad durante el verano y creó el FBI.
El Congreso no fue informado de la nueva fuerza de policía federal hasta medio año después, cuando Bonaparte incluyó una rápida frase al final de su informe anual: «Se hizo necesario que el departamento organizara una pequeña fuerza de agentes especiales propios».
Así pues, el FBI no se creó como respuesta a una delincuencia fuera de control; su creación fue un delito.
Inmediatamente, el nuevo Buró se desató contra todos y cada uno de los que eran percibidos como una amenaza para los que estaban en el poder. Se empezó por los anarquistas de izquierdas, pero pronto se amplió para incluir a muchos activistas antibelicistas cuando el presidente Wilson metió al país en la Primera Guerra Mundial.
Desde el principio, el FBI actuó principalmente como una agencia de inteligencia nacional, reclutando espías dentro de los grupos a los que perseguía e irrumpiendo en sus oficinas y hogares, interceptando el correo e interviniendo los teléfonos de cualquiera que consideraran una amenaza.
Con el paso de los años, —al igual que la mayoría de las agencias ejecutivas— la Oficina dejó de servir a los intereses directos de quienquiera que ocupara el Despacho Oval para servir a sus propios intereses y a los de la estructura de poder permanente más arraigada en Washington.
En los años 50, 60 y 70, el FBI llevó a cabo operaciones encubiertas destinadas a incitar a la violencia entre grupos internos, desarticular organizaciones políticas que desaprobaba y, quizá lo más famoso, recaudar chantajes sobre Martin Luther King Jr. que luego intentaron utilizar para llevarlo al suicidio.
Aunque el FBI actual reconoce y desautoriza públicamente estas actividades pasadas, sigue llevando a cabo operaciones atroces que siempre parecen beneficiar a la clase política. El FBI ha adoptado una especie de operación encubierta en la que, una y otra vez, los agentes encuentran a jóvenes aislados, crédulos y a menudo con discapacidades mentales, se hacen pasar por radicales políticos o altos cargos de una organización terrorista y, a continuación, convencen a los jóvenes para que planeen y lleven a cabo un atentado terrorista con fondos y recursos del FBI. Los agentes intervienen al final y actúan como si hubieran detenido heroicamente un complot real.
El FBI hizo esto sin descanso con jóvenes musulmanes después del 9-11. Las detenciones contribuyeron a prolongar la percepción de que la guerra global contra el terrorismo y medidas extremas como la Patriot Act eran necesarias.
En los últimos años, el FBI ha llevado a cabo una serie de esquemas similares con grupos de derecha, promoviendo la narrativa del establishment de que Donald Trump está radicalizando a los americanos promedios «sin educación» y convirtiéndolos en insurrectos violentos.
Y luego están, por supuesto, todas las formas en que el FBI trató directamente de socavar y obstaculizar el primer mandato de Trump. Los derechistas se burlan correctamente de la clase dirigente por asustarse de que el FBI de Trump les haga lo que ellos han intentado hacerle a él. Pero muchos —de ambos bandos— se equivocan cuando presentan a la Oficina como recientemente, o inminentemente, corrompida para servir a los intereses de los que están en el poder. Ese ha sido su papel desde el principio.