Muchos en Mánchester siguen conmocionados por el atentado suicida del 22 de mayo, en el que murieron 23 personas y decenas más resultaron heridas. Desde entonces, miles de personas han acudido a un monumento conmemorativo en la Plaza de Santa Ana, a poca distancia del lugar del atentado, para depositar flores u ofrecer oraciones por las víctimas y sus seres queridos. Pero el memorial de Santa Ana tiene también un significado más profundo: muchos visitantes probablemente no se dan cuenta de que están depositando sus flores a los pies de una estatua de Richard Cobden (1804-1865), el gran liberal y economista político de Mánchester del siglo XIX.
Aunque la ubicación del monumento es involuntaria, resulta totalmente apropiada. Cobden fue un incansable defensor de la paz y el libre comercio, y su filosofía, conocida ahora como «liberalismo de Mánchester» o «manchesterismo», influyó profundamente en muchos liberales, incluido Mises, que se consideraba miembro de la tradición. Hoy en día, la obra de Cobden sigue inspirando a los defensores de una sociedad libre y, lo que es más importante, también constituye un antídoto contra la violencia y la guerra que asolan el mundo.
Los liberales de Mánchester sostenían enérgicamente que la paz y el libre comercio son los dos pilares de una sociedad libre que se refuerzan mutuamente y que, de hecho, uno no puede existir mucho tiempo sin el otro. Mises desarrolló sus ideas en sus propios escritos, en los que explica más claramente el proceso por el que la intervención económica conduce a la lucha interna, al nacionalismo y a la guerra, y a través de todo ello, a una mayor intervención y al declive social. Cuando los gobiernos regulan las economías nacionales, crean conflictos entre los ganadores y los perdedores de sus políticas. Para distraer la atención de estos conflictos, los gobiernos dirigen la atención del público hacia «amenazas» externas, normalmente naciones débiles y lejanas. Eliminar estas amenazas requiere el uso de la fuerza militar, que sólo puede sostenerse desviando parte de la economía nacional del comercio productivo a la improductiva fabricación de guerras. El resultado es un creciente complejo militar-industrial y la erosión de la paz y la prosperidad.
Visto así, queda claro que los objetivos pro-guerra y (nominalmente) pro-comercio de los conservadores y los puntos de vista (nominalmente) anti-guerra y anti-comercio de los progresistas están ambos condenados al fracaso: en realidad, cada uno produce más guerra y menos comercio. Los liberales se dieron cuenta de que la única forma de evitar el ciclo de guerras era oponerse al imperialismo y, al mismo tiempo, defender firmemente el comercio pacífico entre las naciones. Cobden y su homólogo francés Michel Chevalier, por ejemplo, trabajaron para conseguir ambos objetivos a través del tratado anglo-francés de 1860 que ayudaron a negociar.
Pero, trágicamente, aunque los liberales clásicos consiguieron algunas victorias para la causa del libre comercio, su gran filosofía del liberalismo global ha sido ignorada en su mayor parte. El resultado es el continuo avance del Estado de guerra y del intervencionismo nacional e internacional. Las bombas y las sanciones económicas causan estragos en los pueblos extranjeros y fomentan tanto la violencia de represalia como la simpatía por ella entre las víctimas de la guerra económica y militar. Las represalias también benefician a los Estados, que las utilizan como justificación para cercenar aún más las libertades civiles en su propio país, por ejemplo, mediante programas de vigilancia nacional y controles de la circulación dentro y fuera de sus fronteras.
Esta historia es ya demasiado familiar, y la única solución verdadera es difícil: sustituir la guerra y el imperialismo por el intercambio pacífico. En última instancia, la paz y la prosperidad sólo podrán volver cuando las ideas de Cobden, Mises y el liberalismo prevalezcan sobre la ideología de la guerra y el estatismo.