Aún no existe exactamente una economía política de los desastres naturales. No sé de clases sobre esta materia. Hay escasez de escritos que traten de definirla. Aun así, algunas de sus lecciones claman a gritos después de que el frente del huracán Harvey llegara a las costas de Texas.
Una es el papel de la formación de capital a la hora de minimizar las muertes. En el momento en que escribo esto, se han confirmado 26 muertes relacionadas con Harvey Estados Unidos. Son 26 de más, pero imaginemos cuál habría sido el peaje letal si una tormenta similar se produjera en centros comparables de población en la Cuenca del Pacífico, Venezuela u otros lugares del Tercer Mundo. No hay duda: serían miles y habría una devastación aún más extendida y movilizaciones de cantidades masivas de ayuda exterior y calidad.
Lo que hace distinto a Houston tiene que ver con las instituciones de los derechos de propiedad enraizadas y desarrolladas allí durante décadas, haciendo de esta ciudad un centro de inversión de capital, porque el capital siempre fluye hacia aquellas áreas en las que está más seguro. El aumento continuo de la cantidad y calidad del capital a lo largo del tiempo aumenta la riqueza, permitiendo a sus dueños adquirir mejores infraestructuras y seguridad con respecto a áreas más incultas, que atraen menos capital a lo largo del tiempo. Para tener una idea acerca de los efectos de décadas de formación de capital en Houston en 2017, consideremos la devastación que sufrió Galveston en 1900, cuando otro huracán de categoría 4 arrasó la costa de Texas y costó unas 8.000 vidas.
Otra lección es la creciente inseguridad del estado cuando se producen desastres. Ya lo vimos tras el Katrina, cuando las autoridades detuvieron convoyes de ayuda (organizada y financiada privadamente) que trataban de entrar en Nueva Orleans solo horas después de que pasara dicho huracán. Otros intentos de mandar ayuda se vieron frustrados cuando una flotilla de barcos fue expulsada del puerto de Nueva Orleans. Era como si la FEMA no permitiera que la ayuda a los damnificados fuera a ninguna otra parte que a ella.
Hoy la FEMa se considera la más despreciable de las instituciones federales de Nueva Orleans. En Louisiana, es todo un logro. Como consecuencia, las autoridades parecen estar tratando las operaciones privadas de rescate en Texas con algo más de delicadeza. Aunque la desarrapada “Armada Cajún” que funciona en Houston se ha comparado con los rescatadores privados de soldados británicos en Dunkerque (junto con su propio sistema de envío en línea) se ha dicho a muchos que se vuelvan a casa.
¿Cuánta de esta inseguridad se basa en el miedo del estado a que las masas se vuelvan contra él después de darse cuenta del grado en que empeora una mala situación? Los economistas han determinado cómo las leyes en contra de las subidas de precios amenazan a una población después de un desastre natural. Indudablemente parte de esta lógica ha calado en la opinión pública. Pero hay otras preguntas. ¿La burbuja inmobiliaria de Houston, alimentada por la Reserva Federal, hizo que muchos compradores de viviendas evitaran asegurarse ante inundaciones para que fueran relativamente más asequibles? En ese sentido, ¿la política de tipos bajos de interés de la Fed promovió un exceso de construcción en general, convirtiendo áreas verdes con árboles capaces absorber el agua en cemento y condominios? Finalmente, ¿es Houston una víctima de años de riesgo moral resultante de gasto público tras desastres, haciendo que no se tome en serio su riesgo ante el daño de inundación?
Este no es el tipo de preguntas que vayan a considerarse en los medios de comunicación de masas, cuyo único propósito hoy en día es llevar la discusión a áreas cómodas para el estatismo de izquierdas o derechas. En nuestros tiempos, plantearlas puede incluso hacer que te eliminen de las redes sociales, te echen de plataformas de alojamiento web y te despidan de tu trabajo.
La tragedia de Houston nos muestra el grado en que los desastres naturales se han convertido en oportunidades para expandir la redistribución y las relaciones públicas positivas para un ya arrogante estado leviatán. Así que un presidente atribulado acude para unas sesiones de fotos y anuncios de miles de millones de dólares de flujos expropiados de capital a la región. En la media en la que Texas empiece a depender de esos fondos, se hará menos independiente y más una satrapía, que es parte de lo que se pretende.
La economía de 1,6 billones de dólares de Texas excede la de Canadá. Puede financiar su propia recuperación. Si lo hiciera, minimizaría los problemas de riesgo moral en el futuro, haciéndola más capaz de capear futuras tormentas, que sin duda llegarán. Ese resultado es mucho más preferible que convertirse en el último ejemplo de la lección de Henry Hazlitt de que los malos economistas se preocupan principalmente por los efectos inmediatos de las políticas mientras se olvidan de los efectos a largo plazo.
El estado ilimitado siempre busca nuevas vías para que tengas miedo. Sin embargo, para hacerlo, debe derrotar a los impulsos libertarios que siguen existiendo en el sur y el oeste y transformar lugares como Texas y Luisiana en versiones de Nueva Jersey y Connecticut. Las respuestas estatistas a los desastres naturales se convierten en medios para ese fin.
Una economía política de los desastres naturales nos diría al menos todo esto.