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Mesa redonda sobre inmigración: Ludwig von Mises

[Nota del editor: Nuestra mesa redonda es una serie de artículos que presentan las opiniones de eminentes pensadores austriacos y libertarios. Necesariamente, cada artículo proporciona solo una visión general básica de esas opiniones, con enlaces a las fuentes originales]

Aquí hay disponible una versión en audio de este artículo (en inglés).

La inmigración sigue siendo un tema polémico en EEUU y todo Occidente. Los libertarios no son inmunes a esto. Mientras que la tendencia reflexiva está a favor de la libertad de movimientos, esto no es aplicable donde existe propiedad privada. El derecho a abandonar un lugar (el derecho a no ser encarcelado o esclavizado) es distinto del derecho a entrar en un lugar, al menos en una sociedad con cualquier grado de normas de propiedad privada.

El Instituto Mises ofrece más diversidad intelectual sobre el tema que la mayoría de las organizaciones, aunque nuestros escritores e investigadores en general no están a favor de las «fronteras abiertas» en el sentido actual de la expresión. Sus opiniones van desde la completa eliminación de fronteras y la ocupación abierta de los territorios sin propietario (Block) a sociedades de total propiedad privada que permiten el acceso solo a los aceptados (Hoppe). Otros se centran en reducir los estímulos sociales públicos, descentralizar la política de inmigración y los controles fronterizos, explorar programas de patrocinio basados en el mercado y alternativas a los sistemas actuales de lotería y desligar la inmigración de la naturalización, la ciudadanía y el voto.

Toda explicación merece las siguientes advertencias:

  • No es posible ninguna aproximación verdaderamente libertaria a la inmigración cuando los gobiernos a todos los niveles poseen (es decir, controlan) enormes cantidades de territorio «público», incluyendo costas y puertos, carreteras, aeropuertos, autopistas, instalaciones militares, parques y espacios comunes.
  • Así que, el debate, actualmente gira en torno a la cuestión de qué debería hacer el gobierno bajo las condiciones actuales con respecto a la inmigración.
  • No hay respuestas sencillas a cómo deberían controlar los agentes del gobierno propiedades como carreteras y otros bienes «públicos». El cálculo económico real es imposible cuando el estado controla los recursos las consideraciones “no económicas” son imposiblemente subjetivas.
  • El «Estado benefactor», en forma de diversos bienes y servicios proporcionados al contribuyente, hace las cosas más complicadas.
  • Las votaciones democráticas, unidas a las altas preferencias temporales de los políticos, hacen las cosas más complicadas.

Nuestro objetivo es presentar las opiniones de cada pensador sobre inmigración, extractando sus escritos sobre el asunto.

Empezamos con Ludwig von Mises. Mises trata por primera vez con detalle el asunto de la inmigración en Liberalismo, publicado en 1927, durante el periodo de entreguerras e influido por la muerte y la destrucción que había visto una década antes como oficial del ejército austro-húngaro.

En una sección de Liberalismo titulada «Libertad de movimiento», Mises se acerca de la inmigración desde perspectivas tanto económicas como social: «Primero, como una política de los sindicatos y luego como una política de proteccionismo nacional»:

Los intentos de justificar sobre bases económicas de la política de restringir la inmigración están, por tanto, condenados desde el principio. No puede caber la más mínima duda de que las barreras a la emigración disminuyen la productividad del trabajo humano. Cuando los sindicatos de Estados Unidos dificultan la inmigración, no luchan solo contra los intereses de los trabajadores del resto de los países del mundo, sino también contra los intereses de todos los demás para conseguir un privilegio especial para sí mismos. Por todo ello, sigue siendo bastante incierto si el aumento en la productividad general del trabajo humano podría producirse por el establecimiento de una libertad completa de emigración no sería tan grande como para compensar completamente a los miembros de los sindicatos estadounidenses y australianos por las pérdidas que puedan sufrir por la inmigración de trabajadores extranjeros.

Así que, las restricciones a la inmigración son impedimentos antieconómicos para el trabajo de la misma manera que las restricciones a los bienes. Funcionan para mantener los salarios artificialmente altos, igual que los aranceles proteccionistas.

Pero Mises no desconocía las preocupaciones culturales con respecto a la inmigración masiva:

Los trabajadores de Estados Unidos y Australia no podrían conseguir tener éxito en tener restricciones impuestas a la inmigración si no tuvieran otro argumento más al que recurrir en apoyo de su política. Después de todo, incluso ahora el poder de ciertos principios e ideas liberales es tan grande que no se pueden combatir sin aportar consideraciones supuestamente más elevadas e importantes por encima del interés en el logro de la máxima productividad. Ya hemos visto cómo se citan los “intereses nacionales” para justificar los aranceles proteccionistas. Se invocan las mismas consideraciones a favor de las restricciones sobre la inmigración.

Se dice que, en ausencia de cualquier barrera a la emigración, enormes hordas de inmigrantes de las áreas comparativamente sobrepobladas de Europa inundarían Australia y América. Vendrían en cantidades tan grandes que ya no sería posible conseguir su asimilación. Si en el pasado los inmigrantes a Estados Unidos adoptaron pronto el idioma inglés y los modos y costumbres americanos, se debió en parte al hecho de que no llegaron de una vez y en grandes cantidades. Los grupos pequeños de inmigrantes que se distribuyeron sobre un amplio territorio se integraron rápidamente en el gran conjunto del pueblo estadounidense. El inmigrante individual ya estaba medio asimilado cuando los siguientes inmigrantes llegaban al territorio estadounidense. Una de las razones más importantes para esta rápida asimilación nacional era el hecho de que los inmigrantes de países extranjeros no llegaron en grandes números. Se cree que esto cambiaría ahora y que hay un peligro real de que se destruya el ascendiente o, más correctamente, el dominio exclusivo de los anglosajones en Estados Unidos. Esto se teme especialmente en el caso de una fuerte inmigración por parte de los pueblos mongoles de Asia.

Estos miedos tal vez sean exagerados con respecto a Estados Unidos. Con respecto a Australia, indudablemente no. Australia tiene aproximadamente el mismo número de habitantes que Austria y, sin embargo, es cien veces mayor y sus recursos naturales son sin duda incomparablemente más ricos. Si Australia quedara abierta a la inmigración, puede suponerse con gran probabilidad que su población estaría compuesta en pocos años por japoneses, chinos y malayos.

A pesar de ser un fuerte antinacionalista y anticolonialista, Mises entendía los miedos naturales de aquellos a los que le preocupaba la «inundación» al tiempo que reconocía un argumento lockeano de la ocupación:

La aversión que la mayoría de la gente siente hoy hacia los miembros de nacionalidades extranjeras y especialmente hacia aquellos de otras razas es evidentemente demasiado grande como para admitir ninguna solución pacífica de dichos antagonismos. Difícilmente puede esperarse que los australianos permitan voluntariamente la inmigración de europeos que no sean de nacionalidad inglesa y está completamente fuera de lugar que deban permitir a los asiáticos buscar trabajo y un hogar permanente en su continente. Los australianos descendientes de ingleses insisten en el hecho de que fueran los ingleses los que habilitaron primero este territorio para su colonización ha dado al pueblo inglés un derecho especial a la posesión exclusiva de todo el continente para todo tiempo futuro.

Pero Mises, hijo del antiguo y disperso Imperio Austro-Húngaro, también entendía claramente el valor de la autodeterminación como algo muy distinto del patrioterismo o en nativismo insular. Las preocupaciones de las minorías étnicas o lingüísticas no podían olvidarse:

Los habitantes actuales de estas tierras favorecidas temen que algún día puedan quedar reducidos a una minoría en su propio país y que entonces tengan que sufrir todos los horrores de la persecución nacional a la que, por ejemplo, están hoy expuestos los alemanes en Checoslovaquia, Italia y Polonia.

No puede negarse que estos temores están justificados. Debido al enorme poder que hoy queda al mando del estado, una minoría nacional debe esperar lo peor de una mayoría de una nacionalidad distinta. Mientras se conceda al estado los vastos poderes que tiene hoy y que la opinión pública considera que son su derecho, la idea de tener que vivir en un estado en el que a cada momento uno está expuesto a persecución (disfrazada de justicia) por parte de una mayoría gobernante. Es terrible verse dificultado incluso como un niño en la escuela debido a tu nacionalidad y tener siempre en contra toda autoridad judicial y administrativa porque se pertenece a una minoría nacional.

Como señala Joe Salerno es su artículo seminal «Mises, sobre el nacionalismo, el derecho de autodeterminación y el problema de la inmigración», Mises tuvo cada vez más cuidado en distinguir entre nacionalismo «militante» o «agresivo» y un nacionalismo liberal y pacífico que no buscaba someter en el interior ni expandirse en el exterior:

Así que para Mises la alternativa nunca estuvo entre el nacionalismo y un blando “globalismo” atomista: la alternativa real estaba entre el nacionalismo cosmopolita que adoptaba derechos individuales universales y el libre comercio y el nacionalismo militante que trataba de someter y oprimir otras naciones. Atribuía el auge del nacionalismo antiliberal al fracaso en la aplicación coherente del derecho de autodeterminación y el principio de nacionalidad y en su mayor grado posible en la formación de nuevas entidades políticas tras el derrocamiento del despotismo real por guerra o revolución. La consecuencia fue que pueblos diferenciados por idioma, ciencia, religión, etc. se agruparon artificial e involuntariamente mediante lazos políticos arbitrarios. El resultado inevitable de estos estados nación políglotas y mezclados fue la supresión de las nacionalidades minoritarias por parte de las mayoritarias, una amarga lucha por el control del aparato estatal y la creación de una desconfianza y un odio mutuos y profundamente asentados.

Salerno también señala la convicción de Mises de que solo los gobiernos liberales y de laissez faire podrían aceptar la noción de una inmigración completamente libre:

Así que Mises ve a la inmigración siempre y en todas partes como un “problema” para el cual “no hay solución” mientras los regímenes políticos intervencionistas sean la norma. Solo cuando el paso de fronteras estatales por miembros de una nación diferente no auguren peligros políticos para la nacionalidad indígena desaparecerá el “problema de la inmigración” y será reemplazado por la inmigración benigna de mano de obra que crea ventajas económicas genuinas y mutuas para todas las personas y pueblos. Así que, desde la perspectiva de Mises, la solución al problema de la inmigración no es legislar algún vago derecho ad hoc para la “libertad de movimientos” entre los estados existentes con fronteras fijas. Por el contrario, es completar la revolución liberal de laissez faire y garantizar los derechos de propiedad promoviendo el continuo redibujo de las fronteras estatales de acuerdo con el derecho de autodeterminación y el principio de nacionalidad. Entonces (y solo entonces) puede acomodarse pacíficamente sin precipitar un conflicto político la reasignación continua y creadora de riqueza de la mano de obra en todo el mundo requerida por una economía capitalista.

Como dice Lew Rockwell, en este importante sentido Mises no puede ser alegado hoy por los defensores de las «fronteras abiertas». Creía en una forma de nacionalidad liberal, pero nacionalidad en todo caso, y defendía las subdivisiones políticas siguiendo pautas culturales, lingüísticas e históricas. Era un demócrata, un utilitarista y un realista: su cosmopolitismo no se extendía a una visión de un mundo sin fronteras ni Estados. Pero podemos suponer que sus experiencias en la Gran Guerra y la libertad de la que disfrutó tomando trenes de Viena a Londres sin mostrar ningún pasaporte afectó fuertemente sus opiniones sobre inmigración.

Para leer más sobre Mises sobre la inmigración, ver Nación, Estado y economía, de 1919, y este artículo de Matt McCaffrey destacando lecturas escogidas. Sorprendentemente, su obra magna, Acción humana, contiene pocas referencias directas al problema de la inmigración, salvo sus observaciones de que las barreras a la emigración no podían eliminarse para los agresores en tiempo de guerra.

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