Un día de 1927, el economista austriaco Ludwig von Mises estaba delante de la ventana de su oficina en la Cámara de Comercio de Viena y miraba la Ringstrasse (el principal gran bulevar que rodea el centro de Viena). Decía a su joven amigo y antiguo alumno, Fritz Machlup: “Tal vez haya vida allí, porque nuestra civilización se va a acabar”. También se preguntaba qué pasaría en Austria con muchos de los economistas de la Escuela Austriaca. Sugirió a Machlup que estaba claro que tendrían que emigrar, tal vez a Argentina, donde podrían encontrar trabajo en algún club nocturno de Buenos Aires. Friedrich A. Hayek podría trabajar como maître, decía Mises, mientras que Machlup, sin duda, sería el gigolo titular del club. ¿Pero qué pasaba con Mises? tendría que buscar trabajo como portero, ¿para qué otra cosa estaría cualificado?, preguntaba Mises.
Merece la pena recordar que, a mediados de la década de 1920, Mises había advertido acerca del auge del “nacional socialismo” en Alemania, con muchos alemanes, decía, “poniendo sus esperanzas en la llegada del ‘hombre fuerte’, el tirano que pensara por ellos y cuidada de ellos”. También predijo que, si un régimen nacionalsocialista llegara al poder en Alemania y estuviera determinado a reafirmar el dominio alemán sobre Europa, probablemente solo tuviera un aliado importante con quien conspirar inicialmente en esta nueva lucha: la Rusia soviética. Así que años antes de que Adolf Hitler llegara al poder, Mises ya anticipaba el pacto nazi-soviético para dividirse Europa Oriental y que puso en marcha el inicio de la Segunda Guerra Mundial en 1939.
Diez años después del juego de la predicción de 1927 con Fritz Machlup, la realidad no estaba tan lejos de lo que había dicho. En 1938, realmente muchos de los economistas austriacos habían emigrado y abandonado su país natal. Por nombrar sólo unos pocos, Paul Rosenstein-Rodan, que había escrito una exposición completa de la teoría de la utilidad marginal en 1927, se mudó a Gran Bretaña en 1930. En el otoño de 1931, Hayek, que era director del Instituto Austriaco para la Investigación del Ciclo Económico, aceptó un cargo de enseñante en la London School of Economics, que se convirtió en permanente después de 1933.
Gottfried Haberler, que también trabajaba en la Cámara de Comercio, aceptó un puesto investigador de dos años en la Sociedad de Naciones de Ginebra, Suiza, a principios de 1934 y luego emigró a Estados Unidos en 1936, obteniendo una cátedra en la Universidad de Harvard. Fritz Machlup, que dirigía un negocio familiar de cajas de cartón, se mudó a Estados Unidos en 1934 en un viaje de investigación de universidades estadounidenses y se quedó allí después de conseguir un puesto docente en la Universidad de Buffalo.
Oskar Morgenstern, que reemplazó a Hayek como director del instituto del ciclo económico en 1931, se encontró exiliado en Estados Unidos en medio de un viaje de conferencias en el momento de la invasión alemana de Austria en mazo de 1938 y se quedó en la Universidad de Princeton. Y el famoso sociólogo, formado en la Escuela Austriaca, Alfred Schutz, que trabajaba como abogado en Viena, se fue a París en 1938, a lo que siguió una mudanza a Estados Unidos en 1939 y un puesto de docente a tiempo parcial en la Nueva Escuela para la Investigación Social en la ciudad de Nueva York.
Ludwig von Mises y el fin de la Escuela Austriaca
¿Qué pasó con Ludwig von Mises? Se había graduado en la Universidad de Viena con un doctorado en 1906. Sin embargo, los puestos universitarios en Austria estaban contados, tanto antes como después de la Primera Guerra Mundial. Y Mises tenía que ganarse la vida. Así que, a partir de 1909, estuvo empleado en la Cámara de Comercio, Artes e Industrias de Viena y trabajaba como analista político superior en la Cámara en los años de entreguerras.
A sus amigos más cercanos, como Hayek, les asombraba su energía intelectual y su prolífica producción, tanto de escritos teóricos como de política económica, lo que le hizo ganar reconocimiento y renombre internacional, mientras al mismo tiempo dedicaba su tiempo a tareas y responsabilidades en la Cámara de Comercio en la década de 1920 y principios de la de 1930, tareas con respecto a asuntos regulatorios y fiscales que llegaban constantemente al parlamento austriaco y las agencias burocráticas del gobierno. Hayek y los demás se preguntaban cuánto tiempo podría mantener Mises este ritmo, ya que parecía estar quemando la vela por los dos extremos.
Después de todo, estos fueron los años durante los cuales escribió Nación, estado y economía (1919), Socialismo (1922), una edición revisada de su tratado de 1912, La teoría del dinero y del crédito (1924), su reafirmación resumen de su defensa del Liberalismo clásico (1927), una monografía sobre Estabilización monetaria y política del ciclo (1922) y su colección ensayos dedicada a una Crítica del intervencionismo (1929). A esto le siguió en 1933 un libro de sus escritos metodológicos sobre los Problemas epistemológicos de la economía.
Posteriormente, en marzo de 1934, William E. Rappard, cofundador y director del Instituto de Grado de Estudios Internacionales en Ginebra, Suiza, ofrecía a Mises un puesto docente en relaciones económicas internacionales, puesto que Mises aceptó de inmediato y que asumió en otoño de 1934, manteniendo todavía formalmente su relación con la Cámara de Comercio de Viena con una excedencia parcial. Pero resultó que el puesto de Mises en el Instituto de Grado se fue renovando anualmente y permaneció en Ginebra hasta julio de 1940 cuando, con su esposa Margit, emigraron a Estados Unidos bajo la sombra de la ocupación alemana de la vecina Francia.
Mises había aprovechado la oportunidad de escapar de las agotadoras y soporíferas responsabilidades en la Cámara de Comercio, que se referían a los vaivenes diarios de la política del gobierno austriaco sobre cualquier problema económico bajo el sol. Como expresaba Mises en sus Memorias: “Para mí fue una liberación que me descargaran de las tareas políticas de las que no podía haber escapado en Viena y de la rutina diaria en la cámara. Por fin [en el Instituto de Grado en Ginebra], podía dedicarme completa y casi exclusivamente a problemas científicos”.
En la primera edición de la acción humana, mixes explicaba: “en la serena no será de este puesto de enseñanza (…) empecé a llevar a cabo un antiguo plan, describir un tratado completo de economía”, su tratado en alemán de 1940, Nationalökonomie, el antecedente de La acción humana.
No es una exageración decir que, con la invasión alemana de Austria en mazo de 1938 y la anexión formal del país a la Alemania nazi poco después, la Escuela Austriaca de economía murió en el país de su nacimiento en todos los sentidos. La previsión de Mises del destino de su Austria nativa y las necesidades de la mayoría de los economistas austriacos de desperdigarse a los cuatro vientos se hizo verdad en la práctica. Entre los escombros y las ruinas de una Viena devastada por la guerra en 1945 parecía hacer que la vida fuera una cosa del pasado, con su anterior fama de ciudad de una cultura única y civilizada en el arte, la música, las ciencias, la literatura y la enseñanza. Y la mayoría de los economistas austriacos, especialmente los del círculo de Mises durante los años de entreguerras, habían abandonado su patria ante las oscuras nubes de la barbarie nazi en Europa Central, para no volver nunca permanentemente.
El saqueo nazi de los “papeles perdidos” de Mises
Por suerte para el futuro de la Escuela Austriaca de economía, Mises no estaba en Viena cuando el ejército alemán invadió Austria el 12 de marzo de 1938. Estaba a salvo en Ginebra. El 15 de marzo, Adolf Hitler entró triunfantemente en la capital austriaca y en el centro de Viena proclamó ante una multitud enardecida estimada en 200.000 vieneses que su país se iba a unir con su madre patria alemana.
En unos pocos días, decenas de miles de personas fueron arrestadas por ser enemigas reales o sospechadas del régimen nazi. En particular, los judíos austriacos fueron acosados, humillados y atacados o asesinados brutalmente en las calles de Viena. También en meses, la “arización” de los negocios y empresas austriacos se había logrado con rapidez, especialmente con propiedades judías destrozadas y confiscadas.
Sin duda, si Mises hubiera estado en Viena hace ochenta años este mes, en el momento de la llegada de los matones nazis y de la Gestapo, habría estado entre los arrestados, torturados y asesinados, ya fuera con palizas o con una bala en la nuca o, si no entonces, después en las cámaras de gas usadas posteriormente por los nazis en su búsqueda de una Europa “libre de judíos” y dominada por Alemania. Entre sus perseguidores y torturadores es casi seguro que habrían estado algunos de sus propios colegas en la Cámara de Comercio de Viena. La antigua ayudante de Mises en la Cámara, Therese Wolf-Thieberger, dijo posteriormente que el día después de que Hitler llegará a la ciudad, los empleados en la Cámara se saludaban entre sí con un “Heil Hitler” y varios de ellos eran ya miembros del Partido Nazi.
Pero si los nazis no pudieron echar mano a Ludwig von Mises, pudieran al menos privarle de lo que para él era lo más precioso: sus libros y sus papeles y correspondencia personales y profesionales. Poco después de la invasión alemana, la Gestapo fue al apartamento de Viena en el que había vivido Mises desde 1911 con su madre antes de trasladarse a Ginebra en 1934 y cuando esta murió en 1937. Después del fallecimiento de su madre había devuelto el apartamento al casero y se había subarrendado lo que había sido su habitación a unos nuevos arrendatarios.
Los agentes de la Gestapo entraron en la habitación, incautaron la parte de su biblioteca que no se había llevado con él a Ginebra y empaquetaron sus papeles y documentos personales y familiares, su correspondencia con familiares, colegas y amigos, las copias de sus artículos populares y de investigación sobre teoría y política económica y los memorandos y papeles de propuesta y discursos que había preparado para uso interno en la Cámara de Comercio de Viena durante su cuarto de siglo trabajando en esa institución. También entre sus papeles saqueados había materiales relacionados con su enseñanza a tiempo parcial en la Universidad de Viena y su famoso seminario privado, que llevó a cabo durante muchos años en sus oficinas de la Cámara de Comercio con un grupo selecto de intelectuales vieneses y de invitados de todo el mundo.
Aproximadamente un año después de que los nazis si hubieran llevado todas estas cosas y otras de la familia, Mises enviaba una carta de “Información” a amigos y socios en Europa contándoles lo que había hecho la Gestapo. También explicaba que la gente en Viena que había intercedido a su favor ante las autoridades nazis en un intento de recuperar su propiedad recibió como respuesta que la Gestapo no tenía ni idea de lo que había pasado.
En 1977, tuve la inmensa fortuna de conocer a Margit von Mises a través de Murray y Joey Rothbard. Yo había escrito una reseña del libro de Margit, My Years with Ludwig von Mises, que Murray había publicado en su antigua revista, Libertarian Forum. A Margit le había gustado mi reseña y había pedido a los Rothbard que le presentaran. Nos conocimos en el apartamento de Murray y Joey en Manhattan y todavía recuerdo que Joey preparó una estupenda quiche para comer.
Durante los siguientes siete años, mientras yo viví en Nueva York la mayoría del tiempo, Margit me invitaría una o dos veces al mes a tomar el té y unos sabrosos pequeños emparedados que preparaba en el apartamento en 777 West End Avenue donde habían vivido Ludwig y ella desde poco después de su llegada a EEUU durante la guerra.
Los “papeles perdidos” de Mises en manos soviéticas y su redescubrimiento
Cualquier interesado en Mises y la Escuela Austriaca habrá escuchado alguna versión de la historia acerca de cómo la Gestapo saqueo los papeles de Mises. Margit me dijo que, durante resto de su vida, Mises creyó que, o bien los nazis habían destruido todo, o bien quizá se perdieron con la destrucción de la guerra.
Sin embargo, en realidad los “papeles perdidos” de Mises habían sobrevivido a la guerra. Había sido transportados a un pequeño pueblo de la región checa de Bohemia y almacenados con muchas otras colecciones saqueadas de papeles y documentos personales y oficiales apropiados por los nazis al conquistar el ejército alemán un país tras otro durante la guerra.
Todo cayó en las manos del ejército soviético al irse acercando la guerra a su final en mayo de 1945. La policía secreta soviética realizó un somero examen de los literalmente millones de páginas de documentos que los nazis habían saqueado de un extremo de Europa al otro e informó a Stalin lo que había caído en sus manos. El dictador soviético ordenó que todos se mandará a la Unión Soviética y se construyó un edificio para su archivo secreto en Moscú según las órdenes de Stalin de alojar todo este botín. Allí permaneció, y entre todo eso estaban los papeles de Ludwig von Mises. Durante las décadas de posguerra y hasta el final de la Unión Soviética 1991, solo los empleados del KGB y el ministerio soviético de asuntos exteriores tenían acceso a esta vasta colección.
Una historia completamente independiente es cómo en 1996 mi esposa Anna y yo encontramos la ubicación de estos “papeles perdidos” de Ludwig von Mises en Moscú. Viajamos a Rusia en octubre de 1996 y pasamos diez días en ese antiguo archivo secreto buscando cuidadosamente y disponiendo la fotocopia de casi todas las casi 10.000 páginas de material de los papeles de Mises. Debo destacar que esto habría sido imposible en ese momento si no hubiera sido por mi mujer, Anna, y sus amigos en Moscú, que nos ayudaron con nuestros visados para poder ir a Rusia y por su intercesión a nuestro favor para facilitar nuestro acceso y uso de dicho archivo.
Poco después de nuestra vuelta a Hillsdale College, donde entonces enseñaba como profesor de economía Ludwig von Mises, el Liberty Fund de Indianápolis oyó hablar de nuestro descubrimiento y me pidió que trabajará como editor y coordinador de traducción de una gran selección de estos papeles para publicarlos. A lo largo de varios años aparecieron tres tomos bajo el título general de Obras seleccionadas de Ludwig von Mises. Juntos, los tres tomos impresos ofrecen 1.000 páginas adicionales de ensayos, artículos y memorandos políticos escritos por Mises desde antes de la Primera Guerra Mundial hasta la década de 1940. Una enorme adición, podría decir, a nuestra comprensión y apreciación de Ludwig von Mises tanto como teórico económico como social y como analista y proponente político activo sobre una gran variedad de asuntos económicos, especialmente durante esos momentos históricamente trascendentales entre las dos guerras mundiales.
La coherencia de principios de Mises en economía y políticas públicas
¿Qué puede aprenderse acerca de “Mises el hombre” en estos “papeles perdidos”? ¿Qué nos cuentan acerca de cómo pensaba, la perspectiva política a partir de la cual se enfrentaba a los problemas económicos que tenía la Austria de su tiempo y cómo veía la aplicación de la economía austriaca a las políticas públicas a las cuales él mismo contribuyó tanto durante esos mismos años en los que tuvo que trabajar como analista político en la Cámara de Comercio de Viena?
Lo que destaca especialmente es la coherencia de una visión del mundo que se había formado en su mente desde una edad relativamente joven. Mises nos cuenta en sus Memorias que fue en torno a las navidades de 1903, cuando tenía 22 años, cuando leyó los Principios de economía política de Carl Menger por primera vez y esto hizo de él un economista. No es sorprendente, ya que todos los conceptos esenciales que han caracterizado a la Escuela Austriaca frente a otras escuelas de pensamiento económico estaban muy claramente indicados en la obra de Menger: individualismo metodológico, subjetivismo metodológico, inevitabilidad del tiempo y la incertidumbre en toda acción humana, mercado como proceso coordinador de precios y planes humanos y orden espontáneo de las instituciones sociales, como la aparición y evolución del dinero.
La otra gran influencia de Mises cuando estaba en sus veinte fueron los escritos y la personalidad de Eugen von Böhm-Bawerk, que volvió a la enseñanza en la Universidad de Viena en 1905 después de trabajar como ministro de finanzas del Imperio Austro-Húngaro. En sus Memorias y en su artículo conmemorativo de los diez años desde la muerte de Böhm-Bawerk, se puede ver claramente el impacto que dejó este en Mises, tanto como intelectual como como ser humano. La posición de principios de Böhm-Bawerk sobre asuntos fiscales durante sus años como ministro de finanzas, incluyendo su desacuerdo con el emperador Francisco José en las reuniones de gabinete sobre gasto público y su renuncia a ese alto cargo en lugar de mirar a otro lado ante la corrupción del presupuesto militar debieron dejar una fuerte impresión en Mises. Esta se vio sin duda reforzada por la atención generosa y seria que dio Böhm-Bawerk en su seminario a la Teoría del dinero y del crédito, de Mises, poco después de que apareciera en 1912.
Repito, Mises nos cuenta en sus Memorias que fueron sus investigaciones sobre las políticas de vivienda del gobierno austriaco, especialmente los efectos socialmente indeseables de la vivienda pública y el impacto de los desincentivos fiscales en la construcción de vivienda en el sector privado lo que empezó a hacerle consciente de las consecuencias negativas que derivan de las diversas formas de intervención pública. Esto, combinado con su evidente lectura intensiva de economistas clásicos y su crítica de los controles y regulaciones públicos, tanto en el comercio nacional como internacional, le estaba llevando a opiniones políticas de laissez faire, de las cuales, sin duda, fue su defensor más coherente y conocido en la Europa de entreguerras.
Pero Mises también había llegado a entender que los “hechos” históricos o contemporáneos no tenían ninguna utilidad por sí mismos para determinar el porqué o el cómo de los funcionamientos de los mercados o los fracasos de la intervención pública. La comprensión económica sólo podía producirse y ayudar con éxito a realizar análisis y decisiones informados basándose en unos cimientos adecuadamente provistos en teoría económica y la teoría económica, como le había enseñado Carl Menger, empezaba con la lógica de la acción humana individual y luego se extendía al campo social de muchas personas interactuando en distintas disposiciones institucionales.
Las Memorias de Mises, escritas poco después de llegar a Estados Unidos en 1940, expresan muchas veces un tono de desesperación y abatimiento acerca de una Austria a la que claramente amaba y que le preocupaba profundamente lo que ahora parecía haber perdido. Mirando atrás a lo largo de su más de un cuarto de siglo de trabajo político en la Cámara de Comercio de Viena, en un momento dice:
De vez en cuando albergo la esperanza de que mis escritos produzcan frutos prácticos y muestren el camino para una política (…) He llegado a darme cuenta de que mis teorías explican la degeneración una gran civilización, no la impiden. Quise ser un reformador, pero sólo me convertí en el historiador de la decadencia.
Pero Mises también insistía en que, en lo que a él respectaba, no tuvo ningún remordimiento a la hora de luchar a favor de políticas económicas orientadas hacia la libertad durante todos esos años. “No podía haber hecho otra cosa”, dijo. “Luché porque no podía hacer otra cosa”.
Los tres horizontes del análisis político económico de Mises
Me gustaría sugerir que cuando tenía que tratar los diversos problemas con los que se enfrentaba en la Cámara de Comercio de Viena, Ludwig von Mises parece haber pensado en el contexto de tres horizontes políticos. Nunca los expresó de esta manera, pero creo que interpretativamente sus escritos pueden entenderse así.
El primer horizonte, y el más distante, se refiere a las mejores disposiciones institucionales y políticas en la sociedad para estimular el ideal liberal clásico de libertad y prosperidad de libre mercado, sobre la base del conocimiento que pensaba que proporcionaba una teoría económica sólida. Esto se encuentra en los libros y monografías que escribió fuera de sus tareas en la Cámara de Comercio; si queréis, como el agente independiente libre que podía ofrecer sus opiniones más profesionales como economista y como defensor del liberalismo clásico. Esto se refleja en el hecho de que en todos esos artículos y en las páginas de los títulos de sus libros, si recibía una filiación, era como profesor en la Universidad de Viena, no su estatus como analista político en la Cámara.
El segundo horizonte estaba más cercano las circunstancias reales del presente, pero se centraba en los objetivos intermedios que podrían llevar en dirección a ese horizonte óptimo y más distante, por ejemplo, la necesidad de acabar con la inflación del papel moneda y restablecer un sistema monetario basado en oro para una estabilidad económica general, sin la cual el orden del mercado y el cálculo económico no pueden funcionar apropiadamente; o la necesidad de cambiar la política fiscal austriaca en una dirección que redujera la carga y la incidencia de la estructura fiscal, para acabar con el peligro de consumo de capital y en su lugar estimular la inversión del sector privado y la formación de capital para una mejora económica general de toda la sociedad.
Y el tercer horizonte en el contexto del cual Mises analizaba y proponía políticas económicas era la situación presente real y el futuro inmediato. En otras palabras, cómo diseñar los reglamentos y normas concretos para que un banco central no pudiera seguir una política monetaria inflacionista, incluyendo la transición y la implantación de la redención en especie (es decir, oro) y qué herramientas políticas deberían usarse para mantener el tipo de cambio exterior y la convertibilidad de la divisa.
La propuesta de Mises a favor de un dinero suministrado privadamente frente a la hiperinflación
Hay varios contextos de política económica del tiempo en que Mises trabajaba en la Cámara de Comercio que podrían usarse para ilustrar esto. Pero, dado el tiempo disponible, dejadme que ofrezca unos pocos ejemplos de cómo veo la mente de Mises en funcionamiento en la arena de la política monetaria en los años que siguieron a la Primera Guerra Mundial. Las esperanzas que tenían muchos en Austria de una paz negociada que habría permitido alguna forma de retorno a la normalidad política y económica al final de la Primera Guerra Mundial quedaron hechas añicos con la firma del armisticio del 11 de noviembre de 1918, a la que siguió la desintegración política del Imperio Austrohúngaro y la aparición de un caos económico en los primeros meses de 1919 en la nueva y mucho más pequeña República de la Austria Alemana, como fue llamada al principio.
Los partidos socialdemócrata y socialcristiano formaron una coalición de gobierno tras el fin de la monarquía de los Habsburgo. Pronto iniciaron costosos programas de bienestar social, introduciendo subvenciones a los alimentos para las poblaciones municipales, especialmente en Viena, y recurriendo a la impresión de dinero para financiar el creciente déficit presupuestario para pagar todo. La nueva República Austriaca estaba amenazada por la revolución, la guerra civil y una inflación de precios cada vez peor.
Misesd volvía a sus tareas en la Cámara de Comercio de Viena muy poco después de que acabara la guerra. En mayo de 1919, Mises preparó un memorando confidencial para empresarios y banqueros austriacos afiliados a la Cámara: “De las acciones a realizar ante la progresiva depreciación de la moneda”.
Decía que recaería sobre los hombros del sector privado (bancos y empresas) idear el mecanismo para cubrir el hueco entre el rápido y drástico hundimiento de la antigua divisa y el cambio espontáneo al uso de monedas alternativas por parte de los ciudadanos de la sociedad:
Nos corresponde a los ciudadanos tratar de hacer lo que el gobierno no hace por nosotros. Todo lo que podemos esperar del gobierno es que no dificulte los esfuerzos de sus ciudadanos privados. Por su propio interés y en interés de la comunidad, los bancos, así como las grandes empresas industriales y comerciales, deben dar los pasos preparatorios necesarios para evitar las consecuencias catastróficas que se producirán tras el hundimiento de la divisa.
Luego Mises esquematizaba un plan para estos elementos en el sector privado para usar los ingresos y ventas de las exportaciones para acumular reservas de capital de unidades de pequeña denominación de dinero suizo como medio de intercambio temporal y de emergencia. Podían usarse para pagar salarios y pensiones y para prestar al gobierno y otros contratantes en el mercado para que la población tuviera acceso a un medio de intercambio en que pudieran confiar que se aceptara y usara para la supervivencia material.
Esto solo sería necesario, continuaba Mises, hasta que las ventas normales de exportación y las transferencias de capital suministraran a lo largo del tiempo las cantidades requeridas de oro o divisas extranjeras para usarlos como monedas sustitutivas en una economía austriaca postinflacionista. Mises también explicaba el proceso por el que los bancos privados podían formar un consorcio informal para cubrir conjuntamente los costes y liquidaciones de proporcionar esta divisa alternativa de emergencia. Mises decía:
Tan pronto como se elimine la interferencia pública en el sistema monetario por el desmoronamiento de la divisa, entrarán automáticamente en funcionamiento fuerzas del libre mercado que suministrarán a la economía la cantidad exacta de dinero que se necesite. Las ventas a otros países aumentarán hasta ese momento y atraerán el dinero requerido en el país.
La necesidad de acabar con los desastrosos controles de cambio de moneda extranjera
También dijo en una reunión en la Cámara de Viena unos pocos meses después que las circunstancias monetarias y empresariales se habían hecho intolerablemente peores debido a la implantación por el gobierno austriaco de controles de cambio de moneda extranjera que obligaban a que todas las ganancias de exportación en moneda extranjera por parte de empresas austriacas se vendieran al banco central a un tipo de cambio por debajo del mercado. Todo importador austriaco de manufacturas y bienes de consumo extranjeros tenían además que solicitar permisos especiales para recibir una asignación de divisa extranjera para pagar las importaciones necesarias.
Mises insistía en que los controles de cambio de moneda extranjera tenían de acabar de inmediato. “El comercio actual no puede tener que funcionar sobre la base de que toda transacción empresarial dependa de las normas arbitrariamente aplicadas por instituciones públicas. El empresario tiene que saber qué puede hacer y qué no (…) El comercio requiere una base legal más sólida y fiable: no quiere depender de la arbitrariedad de las autoridades”.
Como explicaba Mises en una ocasión posterior: “Los agentes del Banco Nacional responsables de formar juicios de autoridad acerca de varios problemas de política comercial parecen ser totalmente incompetentes, ya sea por su formación educativa o su falta de experiencia previa. Aun así, estas personas, que está claro que no pueden considerarse expertos cualificados, tienen el poder discrecional para decidir finalmente si empresa exportadoras concretas se verán ‘favorecidas’ por el permiso” para tener acceso al cambio de divisa fuerte sin el cual no pueden hacer funcionar sus negocios ni pagar salarios a sus empleados.
La única respuesta era poner fin a los controles públicos, insistía Mises en uno de los principales periódicos vieneses en diciembre de 1919. “La agencia de cambio exterior debe suspenderse y deben reintroducirse una bolsa real y adecuada para transacciones de futuros, así como de transacciones en efectivo y transacciones en moneda extranjera y mercado de divisas”.
Indexación de precios como medida temporal para acabar con la inflación
Por desgracia, no se acabaron ni los controles ni la inflación. Al convertirse 1919 en 1920, 1921, 1922 y luego en 1923, la depreciación de la divisa austriaca se aceleraba cada vez más debido a tasa de hiperinflación por la expansión monetaria para alimentar los déficits presupuestarios públicos. Solo en 1919, la divisa austriaca aumentó de 831 millones a 12.100 millones. A finales de 1920, había crecido a 30.600 millones, a finales de 1921, se había expandido a 174.000 millones. En diciembre de 1922 estaba en 4 billones y al final de 1923 había ascendido por encima de los 7 billones. Al principio de 1919, un dólar de EEUU compraba 16,1 coronas; en 1923, el mismo dólar estadounidense se intercambiaba por 70.800 coronas. Medido por un índice del coste de la vida, una cesta de productos que podía comprarse en Viena por poco más de 29 coronas austriacas en enero de 1919 costaba casi 12.000 coronas en 1923.
La economía austriaca se enfrentaba al desastre y el colapso. El cálculo económico racional se había convertido en prácticamente imposible debido a la manera rápida, errática y no neutral en que estaban aumentando los precios tanto de entradas como de salidas a principios de la década de 1920 en Austria. Los salarios reales para muchos segmentos de las clases medias y trabajadoras en el país estaban cayendo, quedando muy por debajo del creciente coste de la vida. La inquietud social y la violencia callejera eran amenazas constantes: hombres y mujeres vieneses caminarían a los cercanos bosques de Viena para talar los famosos árboles para tener combustible para calentar sus casas de la ciudad. Cientos de niños enfermos y desnutridos se veían todos los días a las puertas de los principales hoteles de Viena pidiendo comida y dinero. Las provincias austriacas estaban en abierta rebelión contra el gobierno central de Viena y habían establecido controles fronterizos para impedir la exportación de la escasa comida de sus regiones a Viena y otras ciudades del país.
Al ir empeorando la situación, Mises preparó una propuesta en nombre de la Cámara de Comercio de Viena en agosto de 1922 para “La restauración de la situación económica de Austria”, que fue enviada a otras asociaciones comerciales y sindicatos del país para idear una manera de acabar con los déficits presupuestarios públicos como paso previo a detener la inflación. En pocas palabras, Mises recomendaba el establecimiento de una indexación de precios en toda la economía. Los niveles de gasto público ya se ajustaban automáticamente en línea con el índice del coste de la vida. Ahora había que llegar al mismo acuerdo para los ingresos públicos.
De otra manera los gastos nominales seguirían creciendo, mientras que los ingresos fiscales nominales siempre se quedarían por detrás, no llegando nunca a un fin de los déficits presupuestarios públicos. Rentas, beneficios y salarios y precios de todo tenían que indexarse al valor del mercado del oro. Esto ajustaría continuamente los ingresos fiscales del gobierno a los gastos públicos. Significaría que los sectores nacionalizados del gobierno, como el sistema de ferrocarriles, harían que sus precios aumentaran al mismo tiempo que el tipo medio de depreciación de la moneda reflejado en su relación con el precio del oro, lo que ayudaría a reducir sus pérdidas y tal vez incluso a conseguir un beneficio por las tarifas de tránsito para cargas que atravesaran Austria. Al mismo tiempo, indexación al oro ayudaría a ir aumentando los salarios de muchos trabajadores para así mantener un cierto valor real en sus rentas.
Mises destacaba que esa política de indexación era deseable no solo debido a cuestiones de equidad en un periodo de rápida depreciación y a la necesidad de llevar al equilibrio el presupuesto público. También se necesitaba porque la inflación distorsionaba la misma esencia de una economía monetaria: la capacidad del cálculo económico para estima razonablemente las pérdidas y ganancias y la rentabilidad relativa de líneas alternativas de producción.
La indexación de precios y salarios ligada al precio del oro ayudaría a reducir los cálculos erróneos que causaba la inflación y que a menudo generaban consumo de capital. Esta medida, decía Mises, sería un método de transición para traer estabilidad a la economía austriaca o, como concluía, “Tiene que entrarnos en la cabeza volver de la extravagante intoxicación de gastar ‘miles de millones’ a las cifras financieras sobrias y más modestas de un estado más pequeño. El objeto del plan propuesto es evitar un colapso repentino y desastroso”.
El programa económico de Mises para la prosperidad austriaca
En febrero de 1921, a solicitud de un político austriaco, Mises publicó el “Programa de política económica para Austria”, que incluía quince puntos. La primera medida para las empresas, decía, era parar las imprentas de dinero. Pero esto solo podía hacerse si se eliminaban las costosas subvenciones a la alimentación y se reprivatizaban los sectores nacionalizados, para acabar con los enormes gastos para cubrir sus déficits, de manera que el presupuesto nacional pudiera llevarse de nuevo al equilibrio. Tenían que abolirse los controles de cambio de moneda extranjera con un mercado libre en todos los intercambios de moneda.
Al mismo tiempo, el valor de la corona austriaca tenía que estabilizarse una vez el banco central hubiera dejado de emitir papel moneda y se detuviera la depreciación de la divisa. Había que eliminar todas las regulaciones y controles domésticos que impedían el libre comercio entre las diversas provincias de Austria y había que reintroducir el libre comercio en todas las formas de comercio exterior. Este era el camino hacia una Austria revitalizada y próspera. “No creo que haya ningún partido hoy en el país que opte por llevar a cabo este programa. Sin embargo, espero que prevalezca lo que es sensato y necesario”.
Lo que hizo que Austria se alejará el precipicio fue el nombramiento de monseñor Ignaz Seipel como canciller de Austria en mayo de 1922. En sus memorias, Mises describía sus interacciones con “estén doble sacerdote cuya visión del mundo y concepción de la vida me eran ajenas”, pero a quien Mises consideraba “una gran personalidad”. La “ignorancia [de Seipel] en asuntos económicos es la que solo un clérigo podría tener”, decía Mises. “Veía la inflación como algo malo, pero en todo lo demás era bastante ignorante sobre política financiera”. Mises explicó al monseñor que tras el final de la inflación llegaría a una inevitable “crisis de estabilización”, de la cual sin duda se culparía al Partido Socialcristiano de Seipel, con los inevitables efectos negativos a corto plazo para su partido. El canciller replicó que una política que era necesaria tenía que llevarse a cabo, aunque dañara la posición de su partido. “No había muchos políticos en Austria qué pensarán así”, declaraba Mises.
Seipel sufrió efectivamente fuertes críticas, tanto dentro como fuera de su Partido Socialcristiano, por seguir esta política económica. Los socialdemócratas ridiculizaron su “conversión” al “liberalismo de Manchester”, con un tono antisemita subyacente al sugerir un elemento judío funcionando por detrás (en otras palabras, asesores como Ludwig von Mises). Sus propios socialcristianos le acusaron de desviarse de una acción socialista a una “consciente y deliberadamente capitalista”. Al contestar, Seipel dijo: “Un pueblo no perece por muy desesperada que sea su situación económica”. “Gastar menos y ahorrar más” era la cura para los males económicos de Austria, decía Seipel a los ciudadanos del país.
Las advertencias de Mises sobre el consumo de capital por las cargas fiscales sobre las empresas
Así se acabó la locura monetaria y fiscal de Austria en la inmediata posguerra. Bajo la supervisión de la Sociedad de Naciones en Ginebra, las finanzas de Austria volvieron a estar en orden. Se recortó el gasto público, acabando con las costosas y desastrosas subvenciones públicas a los alimentos y despidiendo más de 70.000 funcionarios. El banco central austriaco fue reconstruido con un patrón intercambio oro y con nuevos reglamentos (escritos en parte por Ludwig von Mises), que trataban de limitar cualquier locura monetaria futura por parte de las autoridades del banco central.
Por supuesto, este respiro frente la irresponsabilidad monetaria y fiscal duró poco. Una vez se acabó el papel supervisor de la Sociedad de Naciones a mediados de la década de 1920, volvieron los déficits presupuestarios debido a las pérdidas sufridas en sectores públicos mal gestionados de la economía austriaca, cuyos gastos tenían que cubrirse con ingresos fiscales generales. Los impuestos de sociedades y otros aumentaron, tratando de cubrir estas pérdidas.
Pero como demostraba Mises en un estudio del que fue coautor en 1930, los crecientes costes laborales y las mayores cargas fiscales habían generado un consumo de capital en algunos sectores manufactureros privados de la economía austriaca. Y posteriormente estos problemas económicos se exacerbaron con la llegada de la Gran Depresión de la década de 1930.
Pero, como vimos, en la segunda mitad de 1934 Mises fue capaz de escapar de tener que luchar eternamente en acciones de retaguardia contra políticas económicas que llevaban a Austria al desastre económico, lo que finalmente culminó con una fuerza exterior (la invasión y anexión de Austria por Hitler) determinando el destino del país de una manera completamente distinta.
Viendo el funcionamiento de los tres horizontes de la política económica de Mises
¿Cómo podríamos ver la perspectiva de la política de tres horizontes de Mises en funcionamiento en estos acontecimientos, que sugerido que era el contexto implícito en el que parecía pensar y analizar los problemas económicos? Sus escritos sobre teoría monetaria, tanto antes como después de la Primera Guerra Mundial, le habían llevado a considerar que solo un patrón oro en vigor bajo el que se restringiera la expansión monetaria mediante la redención en especie por parte de un banco central podría asegurar un entorno económico y empresarial general no acosado por inflacciones que generaran los altibajos del ciclo económico y que no interrumpieran la capacidad para el cálculo económico racional. La más amplia disposición institucional social requería respeto por los derechos de propiedad y precios libres y no regulados basados en el mercado, no solo para el comercio nacional, sino también para el internacional y el mercado de tipos de cambio.
Pero pasos más inmediatos para detener la posibilidad de amenazas más inminentes, como hemos visto, podían requerir usar herramientas como la indexación de salarios y precios para moderar los efectos dañinos que derivaban de la no neutralidad del dinero en una inflación cada vez peor. No es que Mises considerara esos métodos de indexación de precios y salarios como una panacea para resolver los problemas causados por graves expansiones monetarias, especialmente dado que en otros escritos en la década de 1920 destacaba los límites inherentes y los posibles abusos en todos los intentos de medir cambios en “ el nivel de precios” y el poder adquisitivo de la unidad monetaria para fines políticos. Pero circunstancia extremas pueden requerir el uso de herramientas imperfectas de política para reducir algunos de los peores efectos de una hiperinflación que estaba amenazando con un caos económico todavía más grave.
Lo mismo se reflejaba en la propuesta de Mises a los miembros de las comunidades empresarial y financiera de 1919 en la que se les indicaba que organizaran la provisión de una divisa sustitutiva a través de sus acuerdos de comercio internacional a la vista de un posible colapso monetario debido a la irresponsabilidad fiscal del gobierno y la hiperinflación.
Esas políticas y acciones podrían haber sido las apropiadas para impedir una completa destrucción de la economía de mercado. Eran los medios más inmediatos para un fin más distante: acabar con la inflación de forma que se pudieran presentar reformas institucionales para que la devaluación monetaria fuera más difícil de realizar en el futuro. Así, la importancia de restringir la discreción monetaria de un reestructurado Banco Central Austriaco obligando a que la emisión de billetes bancarios o cualquier otra forma de medio de intercambio estuviera respaldada por oro y alguna forma de pago en metálico.
Para cuando el episodio de Austria en la posguerra de mala gestión monetaria hiperinflación llegó a su fin en 1923-24, Mises había llegado a la conclusión de que a largo plazo la única reforma institucional real que podría impedir más eficazmente las posibilidades de inflacciones de papel moneda y ciclos económicos era la completa independencia del dinero frente al estado. Así, en la segunda edición de La teoría del dinero y el crédito de 1924 y en su monografía de 1928, Estabilización monetaria y política del ciclo, Ludwig von Mises ofrecía sus argumentos a favor de una banca libre, privada y competitiva. Es decir, la eliminación de la mano del gobierno en la gestión de las imprentas monetarias y no simplemente atando las manos de un banco central obligándole a seguir las “reglas del juego” bajo un patrón oro gestionado por un banco central. Lo que se necesitaba realmente era acabar con la política monetaria pública en su totalidad, de cualquier tipo. El dinero debía volver al mercado de la elección del consumidor y el productor y a las fuerzas competitivas de oferta y demanda del oro para determinar las cantidades disponibles de medios de intercambio y su poder o valor adquisitivo en el campo social de las transacciones basadas en el mercado.
Mirando por encima del terreno del campo de batalla de los conflictos y cataclismos económicos de aquellos años de entreguerras, es posible un trazar la lógica, coherencia, determinación y principios de uno de los gigantes del liberalismo clásico, los mercados libres y la economía austriaca durante los últimos cien años.
Friedrich A. Hayek señaló una vez: “Los vieneses nunca han entendido que tuvieron entre ellos a uno de los grandes pensadores de nuestros tiempos”. Por suerte para nosotros, 45 años después de la muerte de Mises en 1973 con 92 años, tenemos la oportunidad de descubrir y aprender de su sólida sabiduría y sus ideas. Y el aprendizaje de esa sabiduría y esas ideas resulta mucho más fácil debido a los extraordinarios esfuerzos y actividades del instituto Ludwig von Mises aquí en Auburn, Alabama.